El Arte de Celebrar la Liturgia

P. José Lino Yáñez, sdb

1. INTRODUCCIÓN

Empecemos precisando el sentido de los términos del título.

  • Arte de celebrar. Expresión, relativamente, reciente. Antiguamente, y todavía, se enseñaba en libros y cursos de ceremonias cívicas, litúrgicas
  • Arte: El Dic. De la Real Academia  la define: “Virtud, disposición y habilidad para hacer alguna cosa”. (Dic.). ¿Qué es para nosotros “arte”? Desarrollo de una capacidad, aprendizaje de una actitud y habilidad expresiva.
  • Celebrar: (celebrare – celebratio) La acción de reunirse juntos, en un lugar adecuado, por un motivo significativo y convocador.

Con estos elementos generales, detengámonos ahora en la celebración Litúrgica, ella es primeramente celebración del Misterio Pascual de Cristo. La Iglesia, en efecto, “nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual” (SC n.6) o sea, el paso de Dios, que en y por Cristo, nos hace pasar por la muerte a la vida en el Espíritu.

Esto se realiza en una comunidad eclesial, reunida en asamblea, haciendo memoria, presencia y profecía del Misterio Cristiano mediante palabras y gestos. Será el Catecismo de la Iglesia Católica quien, en su segunda parte, asigna a la “asamblea” (n.1141) el “Celebrar la liturgia de la Iglesia”.

Toda celebración comprende, por lo tanto:

  • Un acontecimiento que  motiva la celebración: La acción pascual de Dios.
  • Una comunidad que se hace asamblea activa y participativa.
  • Un clima festivo de alegría que brota de la presencia y acción del Señor.
  • Una doble secuencia celebrativa: la Palabra y el Rito (La celebración litúrgica) y la Celebración litúrgica y la Vida. Se puede decir que la liturgia queda incompleta si no lo celebrado no se convierte en vida.

Toda celebración necesita como consecuencia: la Acción del Pueblo, réplica de la Acción de Dios y la fiesta de Dios, al ver el compromiso de su Pueblo

La Pastoral litúrgica necesita, así,  cuidar no sólo que la celebración sea válida y lícita, sino también que sea fecunda a nivel personal y comunitario y que se proyecte en la sociedad, haciendo así realidad lo que celebra.

Con estos elementos, entremos ahora, más directamente, al arte de celebrar la liturgia.


2. EL ARTE DE CELEBRAR LA LITURGIA

El arte de celebrar es lograr que por los espacios y los tiempos, las personas,las palabras y los gestos, los objetos y los elementos, la acción de Dios, su gracia salvadora, llegue a nosotros, su Pueblo y sea por nosotros acogida.  Para eso es necesario que cuantos participamos en la celebración, en particular cuando estamos animándola, dispongamos el espacio festivo y el tiempo adecuado, cuidemos las palabras y  los gestos que hacemos, valoremos los objetos y elementos que empleamos, para que todo, superando su nivel utilitario,  se cargue de (a) calidad humana, (b) unción religiosa y (c) plenitud litúrgica.

Necesitamos sin duda un espacio para guarecernos del frío o del calor (nivel utilitario). Pero ojalá no sea sólo un galpón sino un espacio estético, acogedor (nivel humano). Aún más, necesitamos que el espacio despierte un sentido sagrado, que motiva el respeto y despierte en nosotros el sentido de trascendencia (nivel religioso). Para terminar, necesitamos que el espacio por su disposición y ornato, nos lleve a reconocerlo como “la casa de Dios y la puerta del cielo”(Gn 28,17), como la “carpa del encuentro”(Ex 33,7), el espacio de la asamblea (nivel litúrgico).

En particular, necesitamos que el hombre y la mujer que participan en la celebración no se limiten a ser “entes en un espacio”, sino “seres humanos” o sea, hechos a imagen y semejanza de Dios (nivel humano ¡que no siempre podemos presuponerlo!), aún más, con sentido de trascendencia y espiritualidad (nivel religioso), conscientes de su unción bautismal que los hizo otros cristos (ungidos) sacerdotes, profetas y pastores (nivel litúrgico).

En la celebración encontramos velas: ellas tienen primeramente un valor utilitario, sobre todo, cuando no hay luz. En la medida que la fiesta supone abundancia de luz, el cirio alcanza un nivel significativo: y aparece en nuestras comidas festivas (nivel humano). Los cirios, además, tienen una fuerza numinosa y  por eso son parte de los velorios, de las mandas, de los velatones (nivel religioso). Finalmente, la vela el cirio, alcanza un nivel litúrgico, cuando es expresión de la gracia de Dios: expresión de la fe, que se entrega en el bautismo, signo de Cristo resucitado en la vigilia pascual. 

Lo dicho del espacio, de cada persona, de la vela, necesitamos tenerlo presente ante todos y cada uno de esos elementos de la celebración. Entonces, manifestándose en ella el don de Dios y la  acción de gracias de la Iglesia, ess celebración no sólo será hermosa, sino una  EPIFANÍA  de Dios en acción con su pueblo, para vida del mundo.

La liturgia, además de epifanía, necesita ser una SINFONÍA. Ella espera ser realizada, interpretada, puesta en obra. (a) Con fidelidad al autor: ella es “acción de Dios”, (b) con la debida técnica y conocimiento de la partitura, el libro litúrgico, (c) como todo arte, con inspiración (En y por el Espíritu) y, (d)  con el aporte sinfónico de todos los participantes: cada uno haciendo lo que le corresponde.

Todo este mundo de: Personas (Asamblea), actitudes corporales (de pie, sentados, de rodillas), gestos (la señal de la cruz, levantar los ojos, reverencia, abrazos),  acciones (procesiones), elementos naturales (agua, fuego), objetos (cruz, imágenes), tiempos (día, noche, domingo), lugares (templo, ambón,  altar), debidamente asumido y transignificado, y adecuadamente articulado e integrado,  en el ritual celebrativos, conforma el “arte de celebrar”.


3. EL ARTE DE CELEBRAR, EN PARTICULAR, LA ASAMBLEA DOMINICAL

3.1. El marco humano-teológico en que se realiza:

(a)  En Domingo, en fiesta.  Siguiendo  una tradición apostólica  los cristianos se reúnen.  Cf. Hch 20,7-12; Jn 20, 19.26; 21, 1-14;  Didaché 14,1;   Justino, Apología I, 67.  SC 106. Necesitamos, pues, sentirnos miembros en comunión diacrónica y sincrónica con esa tradición.

El Domingo no es un día cualquiera. Es día del Señor, de la Iglesia, del hombre. Es día de fiesta. Tenemos que hacerlo notar con los elementos que expresen la fiesta; el ornato (las flores p.e.), la vestimenta (“pinta” de fiesta”), la luz,  el orden, la limpieza del lugar, etc.

(b) Convocados por Jesucristo… El “día del Señor” es el  día en que, en particular, Cristo Resucitado  busca reunirse con nosotros, sus discípulos. El que nos dijo estar donde dos o tres se reúnan en su nombre (Mt 18,20), es el primero que está presente, para que en torno a El  vayamos conformando la Asamblea litúrgica, su Cuerpo místico, para que podamos prolongar en la fe, la exclamación que se repite en los primeros encuentros dominicales. “¡Hemos visto al Señor Resucitado!” (Emaús).

Necesitamos valorar los signos de la presencia de Cristo resucitado: la asamblea reunida,  el altar, el crucifijo, la Palabra en el ambón, eventual presencia eucarística.

(c) En una comunidad viva en comunión con Cristo. En cada comunidad en oración se hace presente y visible la Iglesia de Jesús. La vitalidad de la celebración dependerá de la vitalidad de la comunidad en su comunión entre sí, con Cristo,  y con la Iglesia local y universal y cobn su entorno social.

La capilla o lugar de celebración es la “casa de la comunidad”, en la que acontece el encuentro con Cristo resucitado. Por eso es necesario cuidar su limpieza, ornato, disposición y la acogida de los participantes….

(d) Para hacer memoria de Jesús, en la Palabra de Dios…Cristo se hace presente de varias formas en toda celebración litúrgica. En cada hermano, en la comunidad, en quien preside, en sus imágenes, en su presencia sacramental cuando hay reserva eucarística.
Una presencia muy significativa es en su Palabra: “cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es El quien habla” (SC 7);  El Doc. de Aparecida nos ayudó a reconocer como en su Palabra estamos llamados a encontrarnos con Jesús Maestro, Mesías, Hijo de Dios, y Señor (n. 249).

(e) Con la densidad de nuestro “Hoy”.  Los cristianos no son gente “a-parte”, y por eso llegamos a nuestra asamblea compartiendo las mismas esperanzas e inquietudes, los mismos conflictos y alegrías del mundo de hoy.


3.2. Componentes de la celebración eucarística
a) Ritos iniciales.
Del canto de entrada y/o saludo inicial hasta el AMEN que cierra la oración colecta.
 Su objetivo es llevarnos de la dispersión a la integración en la asamblea.

b) Liturgia de la Palabra. 
De la primera lectura hasta el AMEN que cierra la oración de los fieles.
Su objetivo es anunciar la Buena Nueva del Reino que Dios quiere hacer realidad en nosotros y disponernos a su acogida.

  • El anuncio de la Buena Nueva nos llega a través de las lecturas bíblicas, especialmente, el Evangelio.
  • La acogida a esa Buena Nueva la expresamos con el salmo responsorial, la aclamación antes del Evangelio y, cuando es el caso, con el Credo y la oración de los fieles.

c) Liturgia eucarística. 

(1)PRESENTACION GLOBAL.
De la presentación de los dones hasta el AMEN que cierra la oración después de la comunión. Su objetivo central es hacer presente en el sacramento y en la asamblea, el Misterio Pascual de Cristo, bajo el matiz particular destacado  en la liturgia de la palabra.
En esta afirmación recogemos uno de los principios más fundamentales de la S.C.: "las dos partes de que consta la misa, a saber la liturgia de la palabra y la eucaristía, están tan intimamente unidas que constituyen un solo acto de culto" (n.56). Esta afirmación significa que:

  • la liturgia eucarística busca hacer presente el Misterio Pascual, al Señor que nos hace pasar, pero no en forma indiferenciada sino con el colorido específico señalado por la liturgia de la Palabra. Cristo Jesús se hace presente como luz para hacernos pasar de las tinieblas a la luz para convertirnos en luz del mundo, pasa  como samaritano para convertirnos en samaritanos para nuestros próximos, etc...
  • la liturgia eucarística busca hacer presente al Señor con ese colorido específico no sólo en el pan y el vino sobre el altar sino, fundamentalmente, en quienes rodeamos el altar, en la asamblea.

No está de más subrayar la importancia que tienen estas afirmaciones para una adecuada comprensión y vivencia de la Eucaristía. La íntima unidad entre la Palabra que se anuncia y la Eucaristía que la realiza es el camino que nos ofrece la Iglesia para que la celebración eucarística sea siempre algo nuevo, algo que va respondiendo a las necesidades del día a día.


(2) LOS TRES MOMENTOS DE LA LITURGIA EUCARÍSTICA.

La liturgia eucarística, como sabemos, se realiza a través de tres momentos:

  • la presentación de los dones, en que ponemos a disposición del Señor el pan y el vino y nuestro corazón para que en ellos, Él se haga presente. Termina en el AMEN que cierra la oración sobre las ofrendas.
  • la plegaria eucarística  que va desde el diálogo introductorio hasta el AMEN  que concluye la “doxología”(glorificación trinitaria). En esta plegaria, llamada, también ANAFORA:

    • damos gracias al Padre Dios por todos los dones que nos regala y, especialmente, porque nos ha dado a su Hijo, Cristo Jesús (PREFACIO).
      aclamamos al Dios tres veces Santo en unidad con toda la Jerusalén Celestial (SANTO).
    • pedimos que el Padre nos envíe el don de su Espíritu para que por su acción santificadora el pan y el vino se convierta en el cuerpo y la sangre de Cristo (EPICLESIS DE CONSAGRACION).
    • hacemos presente la entrega de Cristo en la última cena, figura de la entrega de su cuerpo y sangre en la cruz (RELATO DE LA INSTITUCION).
    • recordamos la entrega pascual de Cristo en su pasión, muerte y resurrección y ofrecemos al Padre la hostia inmaculada que es Cristo por nosotros entregado (ANAMNESIS).
    • pedimos que el Espíritu Santos nos haga una sola ofrenda junto a Cristo Jesús (EPICLESIS DE COMUNION).
    • expresamos nuestra comunión con la Iglesia que peregrina en la tierra, que se purifica y que reina en el cielo (INTERCESIONES).
    • ratificamos la orientación de toda la plegaria hacia Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo en quien culmina el dinamismo eucarístico.
       
  • El rito de la comunión, en el que encarnamos en nosotros la Buena Nueva anunciada en la Palabra y presencializada en el Sacramento. Con nuestro "amén" aceptamos ser luz,  samaritano...ser Cristo!.

d) Despedida.

La celebración termina con la despedida en que, dejamos lo ritual para realizar en la vida el misterio celebrado. La despedida está abierta a la vida, por  eso es la única parte de la eucaristía que no se cierra con el AMEN.

2. El dinamismo de la  Eucaristía

La Eucaristía es una realidad dinámica, es un proceso de amor y compromiso  que lleva a hacer presente en el mundo, a nivel de vida, de encarnación y de historia, a Cristo Jesús, por obra del Espíritu  Santo,  para gloria y alabanza del Padre.

Analicemos, brevemente, el significado dinámico de la presencia de Jesús en la Eucaristía. La presencia personal es una presencia que admite grados. Las cosas están o no están presentes. Las personas, en cambio,  pueden  estar más o menos presentes.
En la Eucaristía el Señor está presente desde el primer momento, con una presencia, sin embargo, que va ganando en calidad y significado a medida que se va desarrollando la celebración.

2.1: Jesús, presente en los  reunidos en su nombre.

El Señor viene a nosotros y está, en primer lugar, invitándonos a reunirnos con él y, luego, está con nosotros ya reunidos, de acuerdo a su palabra: "donde están reunidos dos o tres en mi nombre yo estoy en medio de ellos"(Mt.18,20).
Jesús está con nosotros como estuvo en la primera parte del camino a Emaús,  acompañando en silencio, oyendo nuestras preocupaciones, nuestras esperanzas y desesperanzas (Lc.24,15-24).

2.2: Jesús, presente en su palabra.

El Señor Jesús, da un nivel mayor a su presencia cuando nos habla, "pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es El quien habla"(SC.n7). La palabra es una forma de presencia que puede alcanzar diversos grados de calidad. La palabra puede ser algo puramente convencional o funcional; puede ser entrega de información o compartir interioridad. En la palabra el Señor se nos hace presente con toda su riqueza, con todo su corazón y por eso busca que nosotros lo dejemos entrar como palabra no sólo en nuestra mente sino, también, en nuestro corazón. La palabra de Jesús debe arder en nuestro corazón, como en los discípulos de Emaús(Lc.24,25-27.32).

2.3: Jesús, presente en su entrega.

El Señor sigue creciendo en calidad de presencia a través de la liturgia eucarística y busca que, también nosotros, nos vayamos haciendo más y más presentes. En la liturgia eucarística, el Señor se hace presente:

  • en la presentación de los dones, como disponibilidad, invitándonos a hacernos disponibles a los hermanos.
  • en el prefacio, como bendición y acción de gracias, invitándonos a hacernos, también nosotros, bendición y acción de gracias.
  • en la consagración, como entrega a los hermanos, invitándonos a identificarnos con El en su entrega: "tu cuerpo y nuestro cuerpo", "tu sangre y nuestra sangre".
  • en las intercesiones y doxología, como súplica "siempre vivo intercediendo por nosotros" y dando gloria a Dios, e invitándonos a ser, también nosotros, súplica y gloria de Dios. "La gloria de Dios es el hombre viviente".
  • en la comunión la presencia de Cristo logra para la Iglesia y para cada uno de nosotros su máxima expresión. La entrega en comunión es la máxima expresión de la presencia personal. El está presente y se deja reconocer, especialmente, en la "fracción del pan" (Lc.24,28-31).

2.4: Jesús, presente y viviente en cada cristiano.

La entrega en comunión y la acogida que le damos a esa presencia, logra la identificación, anhelo de todo encuentro interpersonal: la comunión: por la que Jesús está en nosotros y nosotros estamos en Él.

En la realidad del sacramento, es verdad que  "ya no vivo yo sino que es Cristo quien vive en mi". Y es Cristo Jesús, también, que se levanta y sale de la capilla para seguir en nuestra palabra y en nuestros hechos, anunciando su Evangelio y entregando su vida. También aquí el modelo está en los discípulos de Emaús que se levantan y corren a Jerusalén con la buena nueva de la Resurrección.(Lc.24,3-35).


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