"Las Mandas"
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"Las Mandas"

Pais: Chile
Ciudad: s/r
Autor: P. Jesús Bayo

Jesús Bayo M., fms

Presentación

El lenguaje de las relaciones entre Dios y el hombre en todas las religiones es rico y variado. Más concretamente en el pueblo cristiano se puede constatar que la acción del Espíritu del Señor y la fe de quien ha puesto su confianza en El, inspiran diversos modos de expresión religiosa.

Uno de ellos es la promesa, que en el habla popular de nuestro país se suele llamar “manda.” Sobre este tema el Catecismo de la Iglesia Católica presenta dos tipos de promesas: las que la Iglesia exige hacer en algunas celebraciones sacramentales (el Bautismo, el Matrimonio, el Orden), y las que el cristiano puede hacer por devoción, por ej., un acto, una oración, una limosna, una peregrinación, etc. (cfr CIC, 2101). Es este segundo tipo de promesas el que estudia el folleto que estamos presentando.

Está de más decir que cumplir las promesas que hacemos a Dios es una muestra de nuestro amor y respeto de hijos a Quien es siempre fiel a su alianza con nosotros.

La publicación de este folleto, “Mandas y promesas de peregrinos”, escrito por el Hno. Jesús Bayo, marista, buen conocedor de la piedad popular chilena, viene a ser todo un acierto.

No hay duda de que será una valiosa ayuda para conocer con mayor profundidad el sentido, el valor y la proyección que puede tener la “promesa o manda” en la vivencia religiosa de los católicos, como expresión de su amor y fe al Señor, a la Virgen María o a los santos.

A través de sus páginas, en forma gradual y pedagógica, aparece esta conocida expresión de la piedad popular ubicada dentro del gran escenario de la oración cristiana, partiendo desde lo que ha sido en el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, hasta llegar a lo que hoy viven y practican millones de personas en los diversos pueblos y culturas.

Tanto la aproximación teológica a esta práctica religiosa como la visión crítica de la manda o promesa, desde la Palabra de Dios y la doctrina de la Iglesia, permite descubrir tanto sus aspectos positivos como los negativos o ambiguos, hasta llegar a formular algunos criterios para su discernimiento pastoral y un compromiso pedagógico con la piedad popular.

La manda es una clara expresión de la religiosidad popular a la que Juan Pablo II, en su visita a Chile en 1987 denominó “tesoro del pueblo de Dios.” Y se puede decir que ella, al igual que otras tantas expresiones de la piedad popular “ofrece una oportunidad para que los fieles encuentren a Cristo viviente” (Ecclesia in America, 16).

Es de esperar que este folleto nos ayude a descubrir sus verdaderos valores espirituales “para enriquecerlos con los elementos de la genuina doctrina católica a fin de que lleve a un compromiso sincero de conversión y a una experiencia concreta de caridad” como dice el documento arriba citado.

Con una buena pastoral de la piedad popular haremos posible “remar mar adentro” en la evangelización de este nuevo milenio, bajo la guía del Espíritu, que nos impulsa a vivir en un diálogo misionero con nuestro pueblo y su cultura cotidiana.

† Gaspar Quintana J., C.M.F.
Obispo de Copiapó
Presidente de la Comisión Nacional
de Pastoral de Santuarios y de la Piedad Popular.


1. Introducción

Comparto esta reflexión a la luz de mi propia experiencia personal, de la escucha y de la observación atenta de otras personas y de la lectura de algunos pocos escritos que conozco al respecto. Uno de los artículos que considero y me ha servido de pauta es el estudio, escrito por Monseñor Gaspar Quintana, titulado: “La promesa o manda en la Santa Biblia y algunas pistas teológico-pastorales”.

En mi experiencia personal, he cumplido promesas y mandas como penitencia sugerida por los confesores en alguna ocasión; además, he realizado mandas por iniciativa personal, solo o acompañado por otras personas. En diversas circunstancias, he tenido la oportunidad de estar al lado de personas que han realizado una manda y me han solicitado acompañarles en el cumplimiento de la misma. También he conocido personas que han cumplido mandas en nombre de otros.

2. Sentido y significado de las promesas y mandas

El sentido y el significado de la manda, suele estar ligado o relacionado con las peregrinaciones. Generalmente, la manda se cumple con motivo de una peregrinación o de una visita a un lugar sagrado, a un santuario. También está relacionada la promesa con momentos culminantes de la vida o de la conversión de las personas. En la vida consagrada, las promesas y los votos tienen el carácter de subrayar de manera peculiar la consagración bautismal, suponen una nueva alianza con Dios para confirmar las promesas bautismales y la configuración con Cristo.

En el lenguaje religioso católico se habla de votos, promesas y mandas. Los votos son promesas formales, privadas o públicas. Los votos son propios de la vida consagrada, particularmente, los tres votos de pobreza, castidad y obediencia. Las promesas, en general, tienen un carácter amplio y abarcan distintos aspectos, ya sea del ámbito público o privado. La manda es una promesa que suele estar relacionada con la piedad popular o con las peregrinaciones; puede tener carácter penitencial, de petición de un favor o de agradecimiento por una gracia concedida, según los casos. En todos los casos se da un aspecto contractual, pero es más fundamental la actitud del creyente que se fía de Dios y se ofrece a sí mismo. No es tanto lo que se entrega sino el significado del holocausto.

La manda, al estar ligada generalmente a las peregrinaciones, debe ser adecuadamente valorada y comprendida por los rectores y por los pastores de los santuarios. De hecho, en la realización de una manda siempre subyacen aspectos antropológicos y religiosos dignos de consideración. Esta comprensión ayuda para una mejor evangelización y facilita el encuentro gozoso de Dios con los hombres, que supone siempre la iniciativa y la alianza de amor por parte suya, y el cumplimiento de sus mandamientos por parte nuestra.

La condición de base para captar el verdadero sentido de la manda es captar el amor de Dios, sin pretender manipularlo ni renunciar a la libertad que Dios mismo nos concede. De lo contrario, se cae fácilmente en la magia o en la superstición. Sólo a la luz del misterio de Cristo cobran sentido las mandas y las promesas: En él se realiza de manera perfecta la alianza de Dios con los hombres. En él ha cumplido Dios todas las promesas. Él es el camino, la verdad y la vida. Por otra parte, nada podemos ofrecer a Dios que no nos haya dado Él antes gratuitamente.

La manda, tiene un carácter de diálogo y supone la relación con lo sagrado. Es una forma de relación entre la criatura y Dios, María, los santos canonizados u otros personajes honrados por el pueblo. Generalmente, la manda refleja la fe humilde y confiada de quien la hace, pero en ocasiones, también se observa cierta superstición, magia, ignorancia religiosa o vana credulidad.

En resumen, podemos decir que la manda (promesa propia de la piedad popular) es una oración de petición, refor¬zada por una decisión que compromete para el presente y el futuro la voluntad del promesante delante de Dios con un ofrecimiento de dones o sacrificios, a manera de acción de gracias y de reconocimiento por el favor concedido. La actitud de quien hace la manda es de fe indigente, de sacrificio penitencial, de ofrenda generosa, de agradecimiento por el don recibido.

3. Oración gestual de un creyente

La manda la realiza una persona con fe. Lógicamente, nuestra fe siempre es muy pequeña: “si tuvieran fe como un granito de mostaza...” Todos podemos exclamar, como el centurión: “Señor, creo, pero aumenta mi fe”. Quien hace una manda la realiza con sentido de fe, supone algún grado de relación con Dios. La manda implica el sentido de la oración en la persona o en el grupo que la realiza. Se trata de una oración gestual, de un signo de fe, de una práctica de piedad popular, de una manifestación religiosa.

Las mandas forman parte del lenguaje gestual y simbólico de la piedad popular. El “Directorio sobre la piedad popular y la liturgia” no hace mención explícita de las mandas, pero enumera algunos tipos de mandas cuando considera diversos gestos como lenguaje propio de la piedad popular (DPPL 14 y 15). Al hacer una manda, la persona refleja su mundo íntimo, con los vaivenes propios de su fe, con sus temores y esperanzas, con sus pobrezas y riquezas, con sus dolores y alegrías, con sus angustias y consuelos.

Lógicamente cabe la interpelación y las preguntas ante quien hace una manda. ¿No se trata de una relación con Dios infantil y de una oración ingenua? ¿No hay cierto deseo de manipular a Dios o de comprar sus beneficios? ¿Para qué comprometer a Dios en las necesidades de la vida, mediante la petición de bienes materiales inmediatos si el ya conoce lo que necesitamos? ¿Será esto realmen¬te oración? ¿Es compatible una actitud interesada con el carácter contemplativo, confiado y gratuito de la fe? ¿No es más bien confundirla con la actitud interesada de la magia, que quiere usar de Dios?

Estas preguntas son válidas para cualquier gesto religioso. La persona puede reaccionar ante una realidad sobrenatural de dos maneras: intentando dominarla o aceptándola sin condiciones. La primera actitud es propia de la magia, que se quiere adueñar de lo sagrado; la segunda, es propia de la fe y de la oración confiada, del místico que se entrega a la voluntad de Dios. En el primer caso el hombre quiere que Dios haga lo que él desea; en el segundo caso, el hombre quiere hacer lo que Dios desee para él.

Como forma de oración gestual, las promesas y mandas pueden revestir carácter de petición, de acción de gracias, de alabanza, de donación y entrega de la propia vida, de petición de perdón (sentido penitencial) y de sacrificio.

4. Promesas y votos en la Sagrada Escritura

a) En el AT: Las promesas están estrechamente asociadas a la oración cuya influencia sobre la divinidad tienden a refor¬zar. Por ejemplo: “Si Dios está conmigo y me guarda en el viaje que estoy haciendo, si me da pan para comer y vestidos para cu¬brirme, si vuelvo sano y salvo a la casa de mi padre, entonces el Señor será mi Dios y esta piedra que he levantado como estela será una mora¬da de Dios y de todo lo que me des te daré el diezmo”. Aquí tenemos un hermoso ejemplo de promesa o voto hecho en oración al Señor (Gen 28, 20-22).

Se trata de promesas por las que alguien con el fin de obtener un fa¬vor divino, se compromete voluntariamente para con Dios en algo, espe¬cialmente en los momentos difíciles. En el idioma hebreo hay dos tér¬minos para designar el voto: Nezer e Isar.

b) En el N.T.: Jesús mismo conocerá muy de cerca la práctica religiosa de su pueblo, referente a las promesas a Dios, y con el anuncio de la nueva Ley y el nuevo culto, mostrará el camino de la verdadera religión que agrada al Padre, mediante la vivencia del amor, la justicia, la verdad.

Por esto denuncia a los fariseos, representantes oficiales del mundo y del estilo religioso judío, pues ellos han desnaturalizado en provecho propio esta institución sagrada, valiéndose de ella en contra de la ley divina. En Mt.15, 1-9 vendrá a recordar las palabras del profeta Isaías 29, 13. “este pueblo me honra con los labios pero su corazón está muy lejos de mí: el culto que me dan es inútil, pues la doctrina que enseñan es inútil”.

Esto es lo que afirma Jesús contra los fariseos: “Por qué se saltan Uds. el mandamiento de Dios en nombre de las tradiciones. En nombre de esas tradiciones Uds. han inva¬lidado el mandamiento de Dios” (Mc 7, 11-13 y Mt 15, 1-9).

Se suele equiparar al voto el propósito de virginidad que hizo la Vir¬gen María en Lc 1-34, cuando la anunciación del ángel: “Cómo sucede¬rá eso puesto que no estoy conociendo varón?”. Igualmente se le equi¬para el voto de nazireato que hizo Pablo: el libro de los Hechos en 18, 18 nos narra que en “Cencreas se afeitó la cabeza porque había hecho un voto”, en su viaje de vuelta a Antioquía (cf. Hch 21, 22).

5. Aproximación teológica

La promesa y la manda están profundamente arraigadas en la prác¬tica religiosa de nuestro pueblo latinoamericano. Es necesario asumirlas y valorarlas adecuadamente. Tal como afirma el Documento de Puebla: “será una labor de pedagogía pastoral, para que el catolicismo popular sea asumido, purificado, completado y dinamizado por el Evangelio” (P 457).

Como hemos visto anteriormente, la promesa y la manda están íntimamente relacionadas con la oración. Por eso, es necesario considerar algunas características de la oración para enfocar de manera adecuada el lugar de las mandas.

a) La oración supone tener fe en un Dios personal que nos conoce. No es hablar con una idea, o una fuerza impersonal que me puede socorrer, sino un encuentro con una persona. Se trata de una fe en la presencia real y activa de Alguien que se revela y nos invita a entrar en un diálogo con El. Esta fe vive de la ora¬ción. Cuando creemos de verdad, nos expresamos con la oración: se ora lo que se cree (“lex orandi, le credendi”). Donde se hace oración con fe viva, humildad, confianza y perseverancia, allí está el Espíritu de Dios actuando por la gracia.

b) La oración del cristiano implica una riqueza nueva, propia de los hijos de Dios. La oración cristiana es realizada por el Espíritu que ora en nosotros. Por eso, va más allá de la relación que cualquier hombre no cristiano puede tener con la divinidad, lo cual no significa minusvalorar su comunicación con Dios, ya que Él no hace acepción de personas (Rom 2, 11).

c) Toda oración cristiana, de cualquier tipo, alcanza su culminación en Cristo, el cual llama a Dios “Padre”, de forma única (Mc 14, 36).

d) Dios Padre se nos ha hecho visible y cercano en la persona de Jesús, que es el “Dios con nosotros”. Y el Espíritu es quien nos permite exclamar “Abba, Padre”. Toda oración cristiana, personal o comunitaria, litúrgica o no, de algún modo ha de pasar por la mediación salvadora e intercesora de Cristo.

e) Orar desde el corazón de Cristo es amar no sólo al Padre sino también a los hermanos. Amando al prójimo se escucha a Jesús, y por medio de Jesús se ama a Dios Padre. Y este amor al Padre (Lc 10, 25 al 11, 13) lo traduce en forma de oración. La oración no es dar algo a Dios (palabras, objetos, sacrificios), sino saber que es Él quien puede darnos su amor.

f) La fe de la persona que acude a Dios para que lo socorra en su aflicción cualquiera que ella sea, es un elemento muy importante. Se puede constatar en los relatos evangélicos que la fe está referida a historias de milagros. Así lo verificamos en los siguientes ejemplos: (Mc 2,5; 5,34; 9,19; 10, 52; Mt 8, 10; Lc 17, 19).

g) A partir del nuevo culto que Jesús instaura, hay también muchas pistas orientadoras para la oración y los sacrificios, que nos sirven para mejor comprender la manda o promesa. Seguimos el evange¬lio de Marcos (Mc 9 a 11).

h) Frente a la manera antigua de honrar a Dios, Cristo propone una nueva que no depende de un templo, de un lugar de culto, sino de “adorar a Dios en espíritu y en verdad”. También se suprimen los sacrificios cruentos: estar bien con Dios no depende de animales sacrificados, sino de realizar el seguimiento de Jesús, para lo cual es necesaria la oración (Mc 9,9).

i) La oración implica una creencia absoluta en su efi¬cacia (Mc 11, 24). Además, exige el perdón de las injurias recibidas, fruto de la misma oración (Mc 11,25). Consecuencia de este perdón al hermano será el perdón mismo otorgado por Dios. El culto a Dios pasa por la cali¬dad de nuestras relaciones con el prójimo: amor, reconciliación, servi¬cio, solidaridad (Mt. 5, 2 3-24).

j) También la limosna es tocada por el nuevo culto según Cristo. Sigue teniendo valor, pero la valoración es diferente (Mc 12, 41-44). No está en la cantidad de dinero, sino en la calidad del amor y de la generosidad. La viuda es alabada por Jesús porque dio todo lo que tenía, sin dejar nada para sí, en contraposición al rico que quería seguirlo sin renunciar a sus bienes (Mc 10,21).

Estos criterios son importantes para discernir en los promesantes el valor de su ofrenda, que no se medirá tanto por lo poco o mucho que haga en donación, en sacrificios, en tiempo, en dinero, en oraciones, sino por el grado de amor, la gratuidad de la entrega y la aceptación de la voluntad de Dios en su vida. A partir de esta iluminación de la Palabra de Dios y de la reflexión teológica, pode¬mos hacer una descripción, aunque sea rápida, de algunos aspectos positivos y negativos de la manda, como lo hace el Documento de Puebla al tratar el tema más amplio de la religiosidad popular (cf. P 454-456).


6. Aspectos positivos de la manda

1. En ella el creyente decide según la propia conciencia un tipo de relación con Dios, la Virgen o los santos. La man¬da viene a ser un símbolo que expresa la voluntad de encontrarse con Dios y manifiesta la dignidad de una persona que libremente se entrega a Dios.

2. Supone una relación de amorosa confianza en la providencia de Dios que se preocupa de sus hijos, especialmente de los pobres y sufridos. Es interesante constatar que la prác¬tica de la manda se da con más frecuencia en los sectores con menos formación cristiana y entre la gente más pobre o de clase baja.

3. Implica reconocer el señorío de Dios, para quien todo es posible, y en cuyas manos está el destino de todos para acudir a Él en situaciones difíciles que tocan a fondo su vida humana.

4. Refleja la sabiduría popular, guiada por la fe cristiana, aunque no siempre perfecta y madura, que permite al pueblo creyente profundizar en el contenido de su oración de petición. Mediante la promesa la persona hace una síntesis vivencial de las verdades que cree integrándolas con los problemas cotidianos que vive (dinero, trabajo, salud, familia, etc).

5. El pueblo de los bautizados tiene también en la manda o promesa la posibilidad de ejercer y expresar su sacerdocio común, nacido de la unción del Espíritu, le capacita para ofrecer oraciones y sacrificios a Dios, aunque de esto no siempre tenga conciencia

6. Algunas mandas, por el contenido de la promesa y el compromiso que encierran, ofrecen a los fieles la oportunidad de tener un contacto con la Iglesia Católica, de la que se sienten parte. Así, por ejemplo visitar algún santuario, o templo, recibir 1os sacramentos, participar en la fiesta. La Iglesia tiene una excelente ocasión de evangelizar y llevar el mensaje cristiano a las multitudes.

7. A través de una buena pastoral de la promesa o manda los fieles van descubriendo el sentido de su propia vida cristiana según el Evangelio como la mejor ofrenda o sacrificio agradable a Dios, a la vez que van cultivando el sentido de la solidaridad y del trabajo por una sociedad más fraterna y justa.

8. Finalmente, podemos decir que en el interior de la promesa, como expresión de una actitud profunda, hay un dinamismo válido de relación con Dios. A veces puede ser insuficiente o ambigua, pero con una buena ayuda evangelizadora y desde un proceso gradual, que tenga en cuenta la realidad del pueblo y su cultura, puede producir en el corazón de los fieles un encuentro sal¬vador y liberador con la persona de Cristo, enviado del Padre.

7. Aspectos ambiguos

En ciertos sectores eclesiales, se mira la manda con recelo y se destacan los aspectos negativos. Algunos la rechazan abiertamente en nombre de una fe madura. Otros consideran muy discutible su ejercicio y dudan de su valor cristiano. En fin, otros ven en la manda una expresión de piedad popular, revestida en ocasiones de algunos aspectos ambiguos que será necesario corregir o purificar, como destacamos a continuación.

1. Parece que la manda disminuyera en el hombre su capacidad para decidir y forjar su historia personal. Los problemas se dejan en las manos de Dios buscando que él los solucione.

2. Parece que el hombre pretende manipular a Dios, convirtiéndolo en servidor suyo, acudiendo a El sólo en sus momentos de urgencia, sin preocuparse de realizar la voluntad de Dios en la vida cotidiana mediante la conversión del corazón.

3. Presenta una imagen de Dios exigente y terrible, al cual hay que tener propicio con dones y sacrificios para lograr lo que se le pide. La misericordia y la gratuidad de Dios no se hace muy manifiesta, o aparece mezclada con otros matices de carácter vengativo.

4. Fomenta el individualismo, ya que el creyente se preocupa de sus intereses y problemas, en un circuito cerrado, sin atender suficientemente lo que pudiera favorecer el bien del prójimo y el servicio desinteresado a los demás.

5. Subraya la actitud contractual del promesero mediante la fórmula “te doy para que me des” que mercantiliza la relación con Dios, acentuando la obra humana prometida y disminuyendo la libertad y gratuidad absoluta de la acción misericordiosa de Dios, manifestada en la Pascua..

6. Refleja la actitud devocional de un pueblo ignorante, más evangelizado en la dinámica de lo ritual que de lo doctrinal. La manda es vista como un elemento meramente cultural, costumbrista o folklórico, que no inte¬gra el evangelio y los sacramentos con la vida para renovarla desde la Palabra de Dios.

7. Diluye la centralidad de Cristo, único mediador, y atiende sólo al poder de intercesión de los santos. Estas mandas y promesas hechas a la Virgen María o a los santos y santas, velan a veces la función mediadora de Jesús, como advierte Puebla al respecto (P 914).


8. Actitud pastoral ante la promesa o manda

El documento de Puebla señala un criterio general para vivir el Evangelio en la Iglesia que podemos aplicarlo a las promesas y mandas: “Todo debe hacer a los bautizados más hijos en el Hijo, más hermanos en la Iglesia, más responsablemente misioneros para extender el Rei¬no”. (P 459). Este criterio implica y exige algunas aplicaciones prácticas para ser eficaz.

a) No se puede hacer en forma simplista una separación entre valo¬res y defectos de la manda. Como toda expresión del corazón del hombre, y especialmente de su experiencia frente a Dios, la manda es una realidad compleja difícil de examinar. Sólo Dios ve el corazón.

b) Hay que evitar los prejuicios frente a las personas que hacen mandas. Lo importante es acoger a quien la hace y tener en cuenta que el promesero acude, desde su indigencia profunda y con todas las limita¬ciones que lo marcan, al encuentro de un Dios lleno de misericordia. Los pobres, los desamparados, los enfermos, los marginados, saben que Alguien los espera con todo su amor y su poder.

c) La capacidad de dar “calidad humana” a la vida de la gente, de humanizar al pueblo y su cultura será un buen test para evaluar la man¬da, en su contenido o sentido. Todo lo que humanice según el modelo de Jesús, el Hombre Nuevo, todo lo que haga crecer en la dimensión humana será válido para discernir el valor de una promesa o manda.

d) La expresión de fe cris¬tiana que personaliza y libera del propio egoísmo para ir al encuentro de los demás en el servicio, la solidaridad, la liber¬tad, la responsabilidad. En este lugar hay que ubicar el lla¬mado de Puebla a desarrollar una fe personal y una solidaridad liberadora (P 466) que llene esos espacios de “estructuras de pecado” como son la brecha entre ricos y pobres, la situación que viven los débi¬les, las injusticias (P 452).

e) La sintonía con la persona de Jesús, el seguimiento de sus enseñan¬zas y la imitación de sus virtudes. Él criticó la hipocresía y la falsa manera de vivir la religión que conoció entre los fariseos de su tiempo. Jesús se pronunció en contra de la promesa o voto distorsionado por los fariseos, quienes han pasado por sobre el mandamiento de Dios por guardar la letra o mantener la tradición humana. Él mismo Señor enseñó sobre la oración, la penitencia, la limosna, que tienen valor verdadero por la actitud del corazón que aco¬ge el Reino y no por el sólo rito en sí: “Es necesario adorar a Dios en espíritu y en verdad” (Jn 4,23).

f) La divulgación de los criterios evangélicos y de las directrices de la Iglesia. Algunos tipos de Manda o Promesa entrarían en crisis, o mejor, las personas que la hacen, si diéramos a conocer más estos criterios del Evangelio. La Iglesia de nuestro continente a esto quiere llegar cuando sus agentes pastorales señalan la ‘‘necesidad que hay de evangelizar y catequizar a las grandes mayorías que han sido bautizadas y que viven un catolicismo popular debilitado” (P 461).


9. Compromiso pedagógico con la piedad popular

No basta el discernimiento teológico y pastoral frente a una manda. Es necesario el compromiso pedagógico con las personas que la practican. Para ello es necesario acercarse personal y comprensivamente a quien hace la manda, sintonizar afectivamente con el peregrino y valorar sus expresiones. Esto requiere algunos presupuestos básicos.

a) Hay que concebir la evangelización como un proceso lento que se va dando en la vida de las personas y de los grupos humanos o comunidades con distintos ritmos. Las prisas o trancos forzados no son duraderos ni formativos en la pastoral. El tiempo de la peregrinación al Santuario es un momento fuerte de este proceso, pero no lo es todo. Habría que prever esto en una pastoral de conjun¬to al servicio del pueblo.

b) Esta dinámica educativa de la fe debe ir desde dentro hacia afuera (desde las creencias profundas y las actitudes hacia las expresiones exteriores), y desde la periferia hacia el centro (desde las promesas hacia la Eucaristía, que es el centro de la vida de la Iglesia, y renovación de la Alianza entre Dios y su Pueblo).

c) Este camino de renovación hay que hacerlo con el pueblo cris¬tiano, orando, reflexionando, evaluando, o criticando con él sus propias Mandas o Promesas. Hacerlo siempre en un frecuente y pro¬fundo contacto con la Palabra de Dios, proclamada y explicada con fer¬vor, alegría y que sea la gran motivación y guía para el cambio de la vida personal, social, etc. Esta forma de pastoral dialogante es ya en sí misma evangelizadora, como lo fue el diálogo de Jesús con la samaritana junto al pozo de Jacob (Jn. 4).

d) La Manda o Promesa es un símbolo que expresa las creen¬cias y actitudes del creyente. Por tanto, no se la puede discernir o cri¬ticar sino es a partir del conocimiento serio y respetuoso de ese pueblo.

e) Es necesario valorar debidamente la manda ubicándola en una escala de variadas expresiones religiosas del continente. No todas las prácticas religiosas tienen la misma significación, importancia o arraigo. Parece que la manda tiene raíces hondas en la vivencia popular, lo que permite una mejor evangelización.

f) Tiene sentido hoy y seguirá teniendo sentido en el futuro como para que siga existiendo con mayor o menor fuerza, ante los cambios socio-culturales y religiosos, ideológicos, etc., que traen consigo el paso de la cultura rural a la urba¬no-industrial, la secularización, la invasión de sectas religiosas o espiritualistas (cf. P 460-469).

g) Como servidores de nuestro pueblo en la común fe católica que llegó hasta América hace 500 años, valoramos esta expresión reli¬giosa de la Manda o Promesa, y con la pedagogía pastoral que engendra el amor queremos colaborar para que todas las cosas sean del hombre, el hombre sea de Cristo y Cristo sea del Padre. (1 Cor. 15, 28).


10. Conclusión

Las mandas tienen sentido religioso. Son una forma generalizada de piedad popular, al menos en Chile, que hemos de integrar a la luz del evangelio. Esta tarea evangelizadora requiere un acercamiento atento a las personas que las realizan, desde la perspectiva antropológica y religiosa, para poder conocerlas bien. Es preciso acoger y valorar la actitud del peregrino antes de juzgar su comportamiento. Es importante evitar los prejuicios para poder valorar los aspectos positivos de estas expresiones. Se trata de reconocer estas expresiones de fe que, al mismo tiempo, habrá que reforzar o, tal vez, corregir, con una actitud humilde y confiada.




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