Hermanos y hermanas en primer lugar quisiera agradecer la oportunidad que me han dado de presidir la Santa Misa en este día. Quisiera agradecer también a todas las personas que desde hace muchos meses y con mucho cariño y preocupación, están organizando esta hermosa asamblea. Y esta asamblea, se da en un contexto social, cultural, mundial, eclesial; desafiante y complejo. Y tenemos dos posibilidades. La primera es ser pesimista. Y la otra posibilidad es ser ingenuamente optimistas. Lo que nos pide el Señor hoy día, es un sano realismo y el sano realismo nos dice que tenemos los seminarios vacíos. Yo les digo a mis hermanos de la arquidiócesis de Concepción, que a nadie le podemos garantizar que en 10 años más vamos a tener sacerdotes en las parroquias. Tenemos también los conventos vacíos y también tenemos las parroquias más vacías que hace 20, 30, 40 años atrás. Esa es nuestra realidad y desde esa realidad tenemos que mirar el futuro. Algunas personas creen esto se va a solucionar con estrategias de marketing. Y la verdad que no se va a solucionar con estrategias de marketing. Las estrategias de marketing sirven para traer a un cantante, para promover algún producto comercial. Esto se va a revertir única y exclusivamente en la medida que volvamos a la fuente, a Jesucristo Nuestro Señor. Nosotros hicimos un sínodo muy importante en la arquidiócesis, y coincidíamos que lo primero era un encuentro personal con Jesucristo y nos dimos cuenta que lo que más necesitábamos era la profundidad espiritual. Ya lo dijo un gran teólogo “una sociedad que no reza, una persona que nos reza, no tiene nada que decirle al mundo”. Y no nos olvidemos, que nosotros tenemos la perla preciosa: Jesucristo. Jesucristo es la respuesta a todas las inquietudes que anidan en el corazón de ayer, de hoy y de siempre. Jesucristo es el mismo, es la Palabra de Dios. Con Cristo todo está dicho, no hay mayor novedad que él. No existe. Por lo tanto, tenemos que volver a Él. Tenemos que proclamarlo a él. Tenemos que volver a esa invitación que nos dice de anunciar el Evangelio a tiempo ya destiempo. Tenemos que mirar en nuestra propia vida, sí somos como San Pablo y decimos ¡Ay de mí, sino evangelizara!, solamente ahí podremos dar respuesta a un mundo que corre mucho, que se entretiene mucho, pero que no sabe hacia dónde va, que no es feliz y eso lo podemos ver en nuestra vida cotidiana. Por eso nuestro mensaje siempre a de ser un mensaje de esperanza, con la absoluta confianza y seguridad de que así como Cristo es el Sacramento del Padre, Cristo ungido por el Padre, nosotros como Iglesia somos el Sacramento de Cristo y tenemos que proyectar a Cristo y solamente eso será posible si tenemos una profunda vida espiritual, si nos configuramos con él, si lo reconocemos a él como nuestro propio Salvador.
Por eso tenemos que volver aquellas instancias privilegiadas que tenemos para encontrarnos con Él. La primera sin lugar a duda es la Eucaristía. Un plan Pastoral importante es volver a la misa dominical. Un plan importante es volver a transmitir la fe a través de la familia. Yo siempre pienso quién está transmitiendo la fe a los niños. Son muchos los niños que no saben rezar el “Padre nuestro” porque nadie se los ha enseñado, ni tampoco ha llegado por osmosis cultural. Y por eso que ustedes, agentes pastorales privilegiados, tienen la gran oportunidad, el gran desafío y la gran responsabilidad de ser en primer lugar transmisores de la fe. En segundo lugar, en una sociedad que se debate en medio de tanta violencia, estamos llamados a ser promotores de la fraternidad, no nos olvidemos que Cristo habita en nosotros. Somos Templo del Espíritu Santo y es evidentemente que eso nos exige más. Cuando la Iglesia habla de nuevos métodos, nuevo ardor, nuevas expresiones; nos está diciendo a nosotros que este don inmenso que tenemos; tenemos que convertirlo en tarea y no tengamos miedo en trabajar más, en exigirnos más, en promover más, este anuncio del Evangelio, con la confianza absoluta de que tenemos algo fundamental e insustituible que ofrecer, que es Jesucristo Nuestro Señor. El Espíritu está en medio de nosotros. El Espíritu es luz y cuánta falta nos hace la luz en medio de la oscuridad. El Espíritu Santo es don, es el amor del Padre y del Hijo derramado en nuestros corazones, que se convierte en sabiduría. Tanta sabiduría que necesitamos hoy, que se manifiesta en ciencia, que se manifiesta en temor de Dios, que se manifiesta en magnanimidad, que se manifieste en alegría, que se manifiesta en gozo del Espíritu y en un implacable anhelo de servir y de misionar. Por eso, hermanos y hermanas que vuelvo a insistir: Tenemos que crecer en vida espiritual, el conocimiento de la palabra de Dios. La experiencia eucarística, la transmisión de la doctrina de la Iglesia Católica. Él se encargará de poner las palabras en nuestra boca, es el también que nos va a llevar a este anhelo de vocación más espiritual y El es el que nos va a llevar a un espíritu más misionero, más entregado. Es cierto que tenemos un tesoro en vasijas de barro, pero este don tenemos que convertirlo en tarea y estoy seguro que de esta asamblea nos van a salir muchas más luces para poder discernir el tiempo del cual estamos viviendo, para poder interpretarlo y sobre todo para poder actuar; sobre todo para poder actuar. Quisiera que nos quedáramos con estas ideas en el día de hoy. En primer lugar, realismo. Esta es la Iglesia que nos ha tocado servir esta no otra. En segundo lugar una absoluta confianza que lo que nosotros proclamamos es lo mejor que le podemos ofrecer al mundo y por lejos no es una idea, es una persona Jesucristo Nuestro Señor y en tercer lugar la convicción de que él nos va a iluminar, en la medida que crezcamos en profundidad espiritual a que tengamos un profundo anhelo de misionar Y por último como nos dice muy bien las escrituras: entregar la buena noticia a los pobres, anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de Gracia del señor. Esta profundidad espiritual este anhelo de fraternidad que queremos todos y que podemos construir porque somos hijos de un mismo padre tenemos que convertirlo en Solidaridad concreta y real. Y son muchos los frutos que podemos mostrar en ese campo fruto silenciosos, anónimos pero verdaderos de los cuales debemos reconocer. Ahí es donde el Espíritu con estos sentimientos de mucha gratitud de mucho realismo y de mucha responsabilidad hacia el futuro le damos al Señor honor y gloria, por los siglos de los siglos.
