Agradecimiento distinción "Alberto Hurtado, Héroe de la Paz"
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Agradecimiento distinción "Alberto Hurtado, Héroe de la Paz"

Fecha: Martes 23 de Noviembre de 2010
Pais: Chile
Ciudad: Santiago
Autor: Mons. Cristián Precht Bañados

1. Gratitud y conmoción espiritual

Sean mis primeras palabras para agradecer al Jurado, formado por distinguidas personalidades y presidido por el P. Fernando Montes Matte, Rector de la Universidad Alberto Hurtado, por haberme elegido para el premio “Héroe de la Paz” del año 2010. Y por cierto, para agradecer al Señor de quien proceden todos los dones con que peregrinamos en esta vida.

Confieso que recibo esta significativa distinción con profunda gratitud y no poca conmoción espiritual por estar ligado a la memoria de San Alberto Hurtado, lo que por sí solo me conmueve, y por haber sido conferida anteriormente a personas por quienes siento profunda admiración como Don Patricio Aylwin, Don Fernando Rozas, Don José Zalaquett y el Padre Mariano Puga, amigos cercanos que han marcado rumbo en el país y en mi propia vida.

Sin embargo, me he atrevido a acoger este regalo pensando que en mi persona se está reconociendo la generosa donación de muchos, de muchísimos, que están tras los trabajos en favor de los Derechos Humanos, de la Animación Juvenil, de la Misión por la Vida y la Reconciliación, así como de los momentos significativos de la vida eclesial en que el Señor Dios ha querido que yo tenga cierto protagonismo. Todos los que, alguna vez, han tenido la responsabilidad de organizar o de encabezar eventos y procesos, saben bien que uno es el que aparece y muchos son los que crean, acompañan y sostienen dichos acontecimientos. Por eso siento que, en mi persona, es la Iglesia de Santiago la que es reconocida como “heroína de la paz” y en mÍ, a un simple servidor.

2. La memoria agradecida

Estar junto a Uds. me da la oportunidad de agradecer a mis maestros en la fe y en el ministerio sacerdotal simbolizados en la persona del Cardenal Raúl Silva y de sus sucesores, en Don Fernando Ariztía, de quien recibí ejemplo y la Ordenación sacerdotal, así como Don Enrique Alvear, varón sencillo, transparente y entregado… por nombrar sólo a algunos. Agradezco también a laicas y laicos cristianos, como Javier Luís Egaña, María Luisa Sepúlveda, Alejandro González, con sus respectivos cónyuges, así como otros con quienes no comulgábamos en la misma fe, pero compartíamos la misma lealtad con la causa encomendada, como José Manuel Parada y mi gran amiga Ana González de Recabarren.

Larga sería la letanía agradecida, si agregamos los nombres de Mons. Francisco José Cox, Alberto Etchegaray e Ignacio Rodríguez, con sus respectivas esposas, organizadores del viaje papal que trajo a Chile un aire fresco de reencuentro y reconciliación. O bien, de Juan Enrique Guarachi y el P. Rodrigo Tupper quienes creyeron en un proyecto esperanzado para el futuro de los jóvenes durante transición a la democracia, o de Rafael Silva y los diáconos Enrique Palet y Juan Carlos Gatica con quienes hoy compartimos responsabilidades de esta Iglesia post Aparecida – la V Conferencia Plenaria del Episcopado Latinoamericano - que quiere ser permanentemente servidora y misionera, refrescando su encuentro con el Señor Jesús y su dedicación a los hermanos y hermanas que sufren nuevas y antiguas pobrezas, como son los jóvenes y las jóvenes en situación de vulnerabilidad, las personas privadas de libertad – cualquiera sea la causa de ese encierro – los migrantes y los que han padecido los estragos del terremoto…

Sé muy bien el riesgo que hay en dar nombres y que me faltan decenas de rostros, muchos de los cuales reconozco en esta asamblea, comenzando por quienes son y han sido mis amigos, mis amigas, así como las secretarias de muchos desvelos. Pero, sucede que, sin rostros y sin nombres, las historias pierden su relieve y sólo destacan algunos mientras que la vida se hace tal fluyendo por muchas venas, hablando por muchas miradas y entregándose por muchas manos.

3. El futuro de Chile

Junto con agradecer, pido licencia a esta asamblea para compartir un pensamiento que ronda incesantemente por mi corazón. Se trata del futuro de Chile en estos inicios del tricentenario, que será infecundo e incompleto si no damos pasos audaces, generosos y hasta heroicos para forjarlo unidos.

El lugar de los más pobres

De pobrezas e indigencia muchos hablamos y todos quisieran que se superen las distancias inauditas e intolerables que dividen no sólo la sociedad sino hasta la geografía de nuestra ciudad. En hacer de “Chile una Mesa para todos”, como reza el lema de la Iglesia, cada uno tenemos responsabilidades de distinto tipo. ¡Para qué decir, la Iglesia de todos, la sociedad civil y los poderes del Estado! No es el momento para referirme a la urgencia de esta misión pero sí es una oportunidad para proponer gestos de comunión y acercamiento que rompan los ghettos en que, por lo menos, Santiago se divide. El voluntariado multiforme, los trabajos juveniles, los proyectos solidarios son de gran ayuda, pero se requiere del contacto físico de unos y de otros para romper las caricaturas y mirarnos a los ojos. ¡Por Dios que nos hizo bien mirarnos cara a cara con los treinta y tres mineros de Atacama!

Los jóvenes vulnerables

Y si de miradas se trata, hay que hacer el mismo gesto con los jóvenes más vulnerables, antes que sus vidas tomen rumbos indeseados e indeseables. Son jóvenes. Y en el corazón de un joven siempre hay amores, siempre hay futuro, siempre hay vitalidad. Por esa razón, antes que reprimir los excesos hay que multiplicar las oportunidades, los encuentros, las conversaciones, respetando su interlocución y haciéndolos protagonistas de su futuro. Es obvio que hay que ser severos, muy severos y eficientes, para reprimir a quienes lucran con sus vidas o los van introduciendo en callejones sin salida. Pero, también es obvio, este no es un problema que sólo se arregla reprimiendo ni sólo condenando. Hay que abrirles puertas para el futuro del país.

Los encarcelados

En nuestra cultura local, la represión lleva casi exclusivamente a la privación de libertad introduciendo a muchos primerizos a la mejor escuela del delito. Y la privación de libertad va unida a otras penas, no establecidas en las leyes – lo suele decir Mons. Errázuriz, mi actual Pastor - como son las condiciones inhumanas de vida, el hacinamiento, un ocio perverso e inoficioso, que aumenta gravemente la pena sentenciada. Y en esto, hay que ser claros, el Estado de Chile – no su Gobierno – el Estado de Chile viola explícitamente y desde hace años los derechos humanos de los cuales son detentores esos ciudadanos. Están encarcelados pero conservan su dignidad humana y es tarea de todos que ésta sea respetada. Tanto en esta materia como en la situación de los pueblos originarios nuestra democracia tiene antiguas deudas sin saldar que claman por una atención prioritaria para que “cada hombre, cada mujer, tenga derecho a ser persona” como proclamamos en el Año de los Derechos Humanos de 1978. Y en cuanto a los detenidos, establecer un sistema judicial, como existe en algunos países, que se encarga de seguir el rumbo de las penas, el cumplimiento de los derechos, los posibles indultos y los beneficios carcelarios, para que estos no dependan sólo del poder político, como acertadamente ha propuesto la Sra. Clara Szcaranski.

3. Construir en la justicia, la verdad y el perdón

En fin, una palabra final que proviene de una inspiración mucho más alta que la nuestra, la del Señor Jesús: se trata de la gracia y la experiencia del perdón para construir relaciones humanas sanas y plenas entre los habitantes de un mismo pueblo y de una misma familia.

Todos sabemos que los pilares de la convivencia y de la paz están en el respeto, el amor, la justicia, la verdad. Y sabemos que más que palabras éstos son imperativos demandados y demandantes: siempre se puede respetar más y crecer en la justicia, el derecho, la verdad. Sobre todo, siempre puede hacerse con más amor, con clemencia, con misericordia, con perdón. Y este terreno es donde la humanidad resiente su mayor limitación. De hecho, la historia personal, familiar y social muchas veces carecen del cimiento del perdón. Sobre todo, cuando se trata de la convivencia social o la relación entre los pueblos que, salvo excepciones destacables, suelen llegar a los tratados de paz después de largos enfrentamientos.

Una vez escuché al Papa Juan Pablo II hablar sobre la originalidad cristiana de construir la historia sobre la base al evangelio del perdón. Me interesó mucho su argumento pues lo común ha sido tratar de construir la historia procurando derrotar o destruir al enemigo. Ahí están las guerras, la violencia, el terrorismo, en que siempre hay víctimas, nunca triunfadores. Ahí están los muros que procuran aislar al adversario como los que actualmente se levantan en USA y en el territorio palestino. Otras veces se recurre a la venganza y la retaliación – tú me matas uno, yo te mato a diez-, multiplicando el mal causado. En fin, no es raro tratar de construir la historia evitando el contacto, ignorándonos o dejando de hablarnos, no sea que mirándonos a la cara aprendamos a tolerarnos, a respetarnos y a reconocer la humanidad del adversario…

Los que creemos en Jesús de Nazaret, tenemos otro Maestro y otra Escuela que nunca o rara vez ha sido el pilar fundamental para construir la historia, ni siquiera entre la mayoría de los que profesamos su nombre. Jesús construye la historia de los pueblos sobre la encarnación, la cercanía, la misericordia, la compasión, el perdón. Y lo hace con una gigantesca humildad: no es El quien dirá “yo los perdono” con un tono de suficiencia y arrogancia. El lo pide al Padre que es la fuente de la vida y del amor y entrega su propia vida como aval de lo que pide, excusando incluso a sus agresores: “Padre, perdónalos, no saben lo que hacen”.

Esta es la escuela que humildemente quisiéramos para Chile y para la humanidad, destruyendo los muros visibles e invisibles, purificando el corazón de todo deseo de revancha, animándonos a mirarnos nuevamente a los ojos y descubrir la dignidad intrínseca e inalienable de la persona humana que hay en cada uno, en cada una, más allá de lo que hayamos hecho mal o lo que hayamos malogrado. Es lo que simbólicamente esperaba para este bicentenario, en que pudiéramos enterrar el hacha de la guerra y firmar juntos el pergamino de la paz.

En ese espíritu me hago eco nuevamente de la solicitud de nuestros obispos cuando pidieron justicia con clemencia, recintos formativos para los primerizos, misericordia para los encarcelados que padecen enfermedad terminal, un trato especial para las mujeres que tienen hijos menores que de ellas dependen, la posibilidad de estudiar indultos calificados así como la extensión de los beneficios carcelarios a quienes, sin ser un peligro para la sociedad, cumplen ya largas penas por violaciones a los derechos humanos. ¿Será posible? ¿Será viable? ¡Dios lo quiera, Dios lo quiere!

Los últimos días del bicentenario – sólo 38 días - pueden ser días decisivos para abrir las puertas del corazón, para visitarnos en las cárceles, para mirarnos a los ojos, para “hacer las paces”, para atrevernos a vivir nuestra hermandad. El perdón no deja fuera la verdad: la supone. No deja fuera la justicia: la supera. Y echa mano a lo más divino que hay en cada ser humano: la capacidad de hacer de la vida un don, un per-dón, para lo cual la gracia de Dios estará siempre disponible.

P. Cristián Precht Bañados

Santiago, 23 de noviembre de 2010

* HUBERT HUMPHRY († 13 enero 1978) senador demócrata, muy querido y respetado, al anunciar su cáncer incurable recibió un gran homenaje del Senado y de la Cámara de Representantes en USA… en esa ocasión dijo “tengo suficiente inteligencia para saber que lo que Uds. dicen de mi está exagerado por el afecto y la amistad… pero soy tan humano que me encantaría que eso que dicen fuera verdad".
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