"Arraigados y edificados en Cristo,
firmes en la fe” (cf. Col 2, 7)
Palabras en Lanzamiento oficial de la Delegación chilena
Jornada Mundial de la Juventud
Palacio Arzobispal de Santiago, 15 de octubre de 2010
Fecha: Viernes 15 de Octubre de 2010
Pais: Chile
Ciudad: Santiago
Autor: Mons. Alejandro Goic Karmelic
Nuestra Iglesia se afana, con el entusiasmo característico de los jóvenes, para participar con la debida preparación espiritual en la próxima Jornada Mundial de la Juventud, que se celebrará en Madrid, en agosto del año próximo. Agradezco, ante todo, a la Comisión nacional de Pastoral Juvenil y a la Vicaría de la Esperanza Joven, de la Iglesia de Santiago, por sus esfuerzos en este proceso.
Al fijar el lema desde la cita de San Pablo a los Colosenses «Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe» (cf. Col 2, 7), el Santo Padre ha querido invitar a todos los jóvenes, tanto a quienes comparten nuestra fe, como a quienes dudan o no creen, a que se abran a esta experiencia que puede ser decisiva para la vida: “la experiencia del Señor Jesús resucitado y vivo, y de su amor por cada uno de nosotros”.
En su Mensaje para esta Jornada, el Papa Benedicto ha repasado con claridad y belleza sus años de juventud. Ésta es una edad en que se busca, como él dice, “una vida más grande”, este impulso de ir más allá. Se pregunta el Papa si este deseo sólo consiste en un sueño vacío que se desvanece cuando uno se hace adulto. Junto a él respondemos que ciertamente que no es una simple ilusión, porque el ser humano “en verdad está creado para lo que es grande, para el infinito. Cualquier otra cosa es insuficiente”.
La búsqueda de Dios
Por estos días nuestro país ha sido fuente de un retiro espiritual de alcances mundiales. El rescate de los 33 mineros que hemos seguido con preocupación, con emoción, con una viva cercanía y empatía, nos ha dado y nos seguirá dando lecciones insospechadas.
En efecto, quién imaginaría en las primeras semanas de este año Bicentenario los dramáticos momentos que viviríamos como nación, primero con el devastador terremoto y maremoto cuyas consecuencias siguen presentes en medio de nosotros; y luego este derrumbe en la mina san José, y el milagro de la vida que en este episodio se nos ha regalado.
He podido vivir directamente ambos episodios. En mi diócesis de Rancagua, duramente golpeada por el terremoto y por la gran réplica del 11 de marzo, he escuchado las reflexiones de la gente y me sigue admirando reconocer en medio del dolor, de la precariedad material, la capacidad de las personas de dejarse interpelar por estos acontecimientos límite en sus vidas. Por eso se plantean preguntas fundamentales sobre qué vida estamos llevando, que metas, qué proyectos de vida nos proponemos, cómo somos capaces de trascender más allá de nuestra existencia, cuál es el sentido de nuestras vidas. Inevitablemente surgen las preguntas sobre Dios, y la búsqueda de Dios emerge diáfana en este contexto.
Hace unas semanas, recibí como un verdadero regalo, la posibilidad de visitar la mina San José y dialogar con algunos de los mineros, a través del sistema de videoconferencia junto a mi hermano obispo Gaspar Quintana. Alabo al Señor por la fortaleza, por el coraje y la solidaridad con que esos hombres se mantuvieron en pie durante 68 días en esas condiciones. Cuánto debemos aprender de ellos, de su entereza, de su disposición a la comunión. Por eso viví con una especial emoción el regreso a la superficie de cada uno de ellos. Cada izamiento de la cápsula era un grito de júbilo, una lágrima contenida, un instante de Pascua. No es de extrañar, por lo mismo, que la palabra “Dios”, la gratitud a Dios, haya estado tan presente, y con toda justicia, en estos días recientes.
La huella de Dios en su camino
El Papa ha querido recordar a los jóvenes el camino por donde se busca a Dios, porque “el deseo de la vida más grande es un signo de que Él nos ha creado, de que llevamos su ‘huella’”. Y en la época en que vivimos, así como abundantes son las muestras de que Dios está presente en medio nuestro, también hay que admitir que personas y grupos despliegan esfuerzos para que Dios quede excluido de la vida pública, y la religiosidad se reduzca al ejercicio privado de algunas formas de piedad.
El camino que el Santo Padre nos invita a intensificar se ilustra bien con esas hermosas experiencias de fe con que los jóvenes nos testimonian su encuentro con el Señor: las peregrinaciones y caminatas, de Chacabuco al Carmelo, la marcha de los jóvenes solidarios, los festivales y encuentros masivos, la próxima Peregrinación de Confianza que, sin duda alguna, marcará un hito en el sendero espiritual de las generaciones emergentes.
Los jóvenes no compran fácilmente cualquier mensaje acerca de la vida, de la libertad o del progreso. Por cierto que a ellos apuntan las industrias de la publicidad y del consumo. A ellos refieren los discursos políticos y las campañas electorales. Es el lenguaje de los jóvenes el código en que procuran comunicarse los poderosos para incidir, motivar, cautivar.
Pero los jóvenes saben devolver siempre buenas y contundentes preguntas. Al menos una vez al año me reúno con grupos grandes de jóvenes de mi diócesis y dialogo con ellos, sin pautas, con plena transparencia. Porque no hay pregunta incómoda si viene formulada desde un corazón juvenil abierto a la verdad. Y no hay respuesta incómoda si creemos que en el diálogo respetuoso se articula una convivencia sana. Hoy no podemos eludir preguntas sobre la vida afectiva y sexual, sobre las oportunidades de educación y empleo, sobre la corrupción y el abuso del poder. Cuando los jóvenes lo plantean, hay en ellos una sed de sentido. Y desde la Iglesia no podemos reaccionar imponiendo dogmas sino proponiendo con respeto el entusiasmante proyecto de Jesús.
Cuando un joven se resigna a que “todo da lo mismo”, o cuando un joven argumenta que “no hay verdad que limite su libertad”, a nosotros como pastores, como agentes pastorales, como creyentes en Cristo, nos cabe el deber de acompañar, de acoger, de estar ahí. Tan acostumbrados a entregar primero la doctrina, a veces omitimos este paso primero e indispensable del discipulado misionero: la escucha, la acogida, el gesto generoso que hace que el hermano y la hermana se sientan en casa.
Raíces y roca firme
Dice el Papa que los jóvenes tienen el derecho de recibir de las generaciones que les preceden puntos firmes para hacer sus opciones y construir su vida, “del mismo modo que una planta pequeña necesita un apoyo sólido hasta que crezcan sus raíces, para convertirse en un árbol robusto, capaz de dar fruto”.
Es Cristo mismo quien toma la iniciativa de arraigar, edificar y hacer firmes a los creyentes. En palabras del documento de Aparecida, Él es “nuestro mayor tesoro”. Una vida auténtica en Cristo, sólo es posible a partir de un encuentro personal con Él. Y este encuentro se da en la fe. Es más que una reunión emotiva o una experiencia sensible, es más que el conocimiento racional y académico de la figura histórica de Jesús, es más que el conocimiento erudito de la Sagrada Escritura. Encontrarse con Cristo es vivirlo, es prestarle oído atento, es dejarse interpelar por Él, es dejarse modelar por su proyecto, por su camino, que es Verdad y Vida.
Queridos jóvenes: No dejen de agradecer a Dios el paso por sus vidas. En esta realidad, preparemos esta Jornada Mundial. Cada vez que se reúnan a preparar esta actividad, no dejen de hacer Lectura Orante de la Palabra, no dejen de compartir su gratitud y su plegaria al Señor. Hagan extensiva esta preparación espiritual a sus comunidades, a sus parroquias.
A los obispos, sacerdotes, asesores y animadores de Pastoral Juvenil, familiar y educativa, nos corresponde ayudar a los jóvenes a preparar esta cita de Madrid, tanto a los muchachos que viajarán como a quienes se unirán a la distancia, desde sus comunidades. La oración y la escucha en común de la Palabra de Dios es un vehículo propicio para este fin. No lo desestimemos.
Dice nuestro amado Papa: “Queridos jóvenes, la Iglesia cuenta con vosotros. Necesita vuestra fe viva, vuestra caridad creativa y el dinamismo de vuestra esperanza. Vuestra presencia renueva la Iglesia, la rejuvenece y le da un nuevo impulso. Por ello, las Jornadas Mundiales de la Juventud son una gracia no sólo para vosotros, sino para todo el Pueblo de Dios”.
En un escenario eclesial remecido por los cambios culturales, por nuestros propios errores y pecados, por los desafíos de este tiempo Misionero que vivimos; ustedes, jóvenes, son el centro de nuestra esperanza.
Desde ustedes, con ustedes, debemos aprender a ser una Iglesia más humilde, más cercana, más solidaria con los que sufren.
Desde ustedes, con ustedes, aprenderemos a ser una Iglesia de puertas abiertas, una mesa para todos, una casa y escuela de comunión misionera. Que el Señor nos anime en este propósito.
† Alejandro Goic Karmelic
Obispo de Rancagua
Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile
