Conferencia pronunciada en el Seminario Internacional "Experiencias significativas de calidad en educación". Santiago, 4 de junio de 2010.

Fecha: Viernes 04 de Junio de 2010
Pais: Chile
Ciudad: Santiago
Autor: Mons. Carlos Pellegrin Barrera

Introducción

La rápida y permanente transformación de nuestra sociedad, evidente en los diversos problemas culturales y sociales, los nuevos desafíos que se presenta en la vida de la familia, los frecuentes cambios de los sistemas educativos, afecta hoy a la escuela católica inserta en esta sociedad de cambio, a la que sirve. Fortalecida por una tradición milenaria, la escuela católica está llamada a examinarse a sí misma para renovar su misión pastoral y evangelizadora inspirándose en el Evangelio del Señor y el Magisterio de la Iglesia, para seguir peregrinando alegremente por caminos siempre desafiantes y nuevos. Nuestra certeza se funda en el Evangelio que, con su fuerza y vitalidad, responde siempre de una manera nueva a los problemas fundamentales del ser humano, contribuyendo a su formación integral que articula la personalidad, llevándola a la plenitud de su maduración y realización en Dios.

En medio de los desafíos que vienen desde fuera, la Iglesia también se siente llamada desde dentro a revisar e innovar la tarea de educar, que tiene relación no sólo con la asimilación del riquísimo patrimonio cultural, sino que siendo algo dinámico y vital apunta a la formación integral de las personas. Iluminados por el Evangelio y el Magisterio de la Iglesia, entendemos la educación como genuina cuando humaniza y personaliza al hombre, orientándolo hacia la trascendencia, a la verdad y al fin último esencial de la persona. Desafiados en el contexto latinoamericano, y respondiendo al llamado de la V Conferencia de Aparecida, no podemos olvidar que “la educación humaniza y personaliza al ser humano cuando logra que este desarrolle plenamente su pensamiento y su libertad, haciéndolo fructificar en hábitos de comprensión y en iniciativas de comunión con la totalidad del orden real” (Aparecida Nº330). Lo anterior, nos lleva a afirmar que cada asignatura, disciplina, a aprender en la escuela no puede ser solamente un saber por adquirir, sino que debe contener también valores por asimilar y verdades trascendentes por descubrir.

En el proyecto educativo católico, Cristo el Hombre perfecto, es el fundamento, en donde todos los valores humanos encuentran su realización en plenitud. La identidad propia de la educación católica nace de la misión entregada por Cristo, promoviendo el sentido nuevo de la existencia, que lleva a pensar, querer y actuar, según el Evangelio; haciendo de las Bienaventuranzas la norma de la vida. Los criterios y los principios de la Palabra, proclamada por Jesucristo, se convierten para la escuela católica en normas educativas, motivaciones interiores, y al mismo tiempo en metas finales. El centro educativo católico tiene como misión fundamental proponer a la persona de Jesucristo, como la única alternativa válida que eleva y ennoblece a la persona humana, dándole su auténtico valor, como la mejor noticia para la humanidad. La escuela católica está llamada, por lo tanto, a dejarse guiar explícita y concientemente por la concepción cristiana del hombre, en estrecha comunión e iluminada por el Magisterio de la Iglesia, expresada en los múltiples documentos oficiales emanados desde la Santa Sede, Concilios y Sínodos, legítimamente convocados y promulgados por los pastores de la Iglesia.

La genuina exigencia para alcanzar una “gestión educativa de calidad”, nos propone un gran desafío, nos cuestiona, y nos invita a la renovación. Sin embargo, nunca podemos perder de vista nuestra identidad fundamental, pues la escuela católica no puede simplemente adaptarse a la realidad del mundo contemporáneo, sino que debe ser siempre una propuesta profética fundada en el proyecto de Dios, manifestado en la persona de Jesucristo y explicitado en su Evangelio y el Magisterio.


1. Radiografía a la Escuela Católica

Como nunca antes el tema de la educación se encuentra en el centro de la atención de los Estados en el mundo entero, particularmente en América Latina donde los movimientos sociales organizados por estudiantes ponen en cuestión la calidad del sistema educativo y su modelo institucional de funcionamiento. Basta recordar el mes de Mayo del año 2006, en que en Chile se desarrolló un amplio movimiento social, que contó con un alto apoyo de la ciudadanía y concluyó con una serie de decisiones por parte del gobierno, aumentando la destinación de recursos para abordar problemas de alimentación, transporte escolar y becas, asistencialidad en diferentes áreas de la educación; al mismo tiempo que la formación de comisiones encargadas de preparar un diagnóstico que iluminara el debate público y alcanzara la tan deseada educación de calidad.

En medio del debate público, la educación católica tiene una gran misión de contribuir positivamente a la búsqueda de soluciones perdurables, ya que compartimos muchos de los problemas y contamos con experiencias positivas que pueden ser útiles si se ponen al servicio de la educación pública. Las estadísticas nos dicen que dentro de los 50 mejores colegios privados, 23 son católicos, y lo mismo ocurre con 18 de los 25 mejores particulares subvencionados. En general, los colegios de Iglesia presentan niveles académicos más altos que los colegios no católicos, aprovechando la alternativa de la educación privada subvencionada para ponerla al servicio particularmente de la población más vulnerable del país. Las experiencias positivas que nos permiten alcanzar un mejor nivel de calidad, radican fundamentalmente en la identidad que imprime un sello particular a la cultura de la escuela. El Proyecto Educativo Institucional, que apunta a delinear y dejar clara la misión, incide en la promoción del espíritu de diálogo, un favorable clima interno, la participación de la familia, y altas expectativas de aprendizaje de parte de los profesores.

Según los resultados preliminares del Estudio exploratorio de la Escuela Católica en Chile, llevado adelante por el Programa de Doctorado en Ciencias de la Educación de la Pontificia Universidad Católica de Chile, en conjunto con el Área de Educación de la Conferencia Episcopal de Chile, dado a conocer en el Primer Congreso de Educación Católica del año 2006; la opción por una “formación integral”, la identidad de ser “familia educativa”, los buenos resultados del “liderazgo directivo”, la “buena selección, formación e identidad de los profesores”, y la “gestión pedagógica y trabajo en equipo”, son claves cuando se trata de identificar los pilares fundamentales de una gestión educativa de calidad en el universo del conjunto de establecimientos católicos registrados en el Área de Educación de la Conferencia Episcopal de Chile.

Todos los establecimientos considerados cuentan con proyectos educativos, algunos con necesidad de actualización urgente, que apuntan a una “formación integral”. Las orientaciones de la Iglesia, la consideración del contexto y la realidad social en que viven los alumnos, el espíritu de servicio y compromiso con la sociedad, y el esfuerzo de un aprendizaje de calidad, son las características identificadas en los colegios de Iglesia, que responden a diversos carismas congregacionales e inspiraciones diocesanas. Sin negar las muchas debilidades, y retos todavía por asumir, la fuerte “identidad cristiana”, “espíritu apostólico”, son fundamentales.

La mayoría de los colegios considerados por el estudio exploratorio, manifiestan que la identidad se expresa en su organización; la afectividad, la acogida, el sentido de familia, facilitan el funcionamiento de la escuela y favorecen el clima interno. La figura de una autoridad fuerte, muchas veces representada por un director o directora consagrada, o laicos con un claro compromiso con la Iglesia, con profesores elegidos en base a su compromiso y calidad, aparecen como factores positivos en la organización de una gestión educativa de calidad.

El liderazgo directivo está marcado por el tipo vertical y basado en un trabajo de equipo, donde los equipos de gestión están constantemente recordándose la necesidad de centrarse en el desarrollo del Proyecto Educativo que regala líneas nuevas de acción, fortalece el espíritu de “comunidad educativa” y la mantención de la tradición institucional.

Una radiografía de la escuela católica de Chile en este tiempo presente, nos indica que para la mayor parte de los establecimientos la selección del personal es un punto muy sensible. La primera opción suele ser docentes católicos, pero ello no excluye a quienes no lo sean, siempre y cuando estos acepten el proyecto educativo respetándolo y promoviéndolo. La necesidad de contar con docentes preparados para impartir las diferentes asignaturas, impiden en muchos colegios mantener un criterio único o principal en la selección de los profesores. La disponibilidad de docentes de un ramo específico en la zona, el mínimo de profesionalismo para mantener cierto nivel académico, las expectativas de un futuro desarrollo marcado por un sentido de pertenencia a la familia educativa, y la sintonía con el carisma propio del establecimiento, se conjugan para producir cierta tensión y dificultad en la búsqueda del profesor ideal para el proyecto católico de los colegios. Para una mejor incorporación en el carisma institucional, además de la formación específica en la asignatura que imparten, muchos colegios realizan retiros, jornadas, encuentros de reflexión y espiritualidad, para acercar los docentes nuevos a una identificación con el proyecto educativo propio. En la mayoría de los colegios católicos se constata la dificultad de alcanzar el ideal docente testigo de la fe en la escuela, lo que se compensa insistiendo en la producción de actitudes de cercanía, afecto, y acogida en los alumnos.

En el área de la gestión pedagógica es común encontrar en los colegios católicos un buen trabajo en equipo por parte de los docentes, focalizados en una mayor organización y coordinación para el desempeño en el aula. El protagonismo lo tienen mayormente los departamentos de asignatura, marcando una preocupación especial para mantener el buen clima interno, un fuerte tejido afectivo y relacional entre los profesores y entre ellos y los directivos. Diversas celebraciones institucionales fortalecen el intercambio, formal e informal, que contribuye a alcanzar dicha meta.

La dimensión pastoral, expresada en diferentes actividades a todo nivel de la comunidad educativa, es uno de los rasgos más distintivos de los colegios católicos. Inspirados en proyectos educativos que buscan formar a la persona integralmente, se busca promover la persona de Cristo, su estilo de vida, y su Evangelio, como el gran modelo para los futuros líderes de la sociedad. En el fortalecimiento de la fe dentro del colegio, se realizan retiros, actividades pastorales internas, oraciones en el aula, Misas, y todo tipo de momentos de reflexión espiritual. Junto con ellas la proyección hacia fuera se manifiesta fundamentalmente a través de una activa acción fraterna, solidaria, que se expresa con mayor fuerza en momentos de emergencia social durante el año escolar. Dependiendo del contexto social en que la unidad educativa se encuentra, se realiza una mayor o menor acción fraterna hacia adentro o hacia fuera del establecimiento, lo que promueve la cooperación de los padres de familia y su participación como responsables principales del proceso educativo de sus hijos.

En su tarea de convertirse en una “unidad pastoral”, la escuela católica encuentra no pocos obstáculos. Los alumnos suelen ser muy críticos de las actividades formales religiosas, entiéndanse oraciones en el curso, Misas, y retiros, a la que la mayoría se siente obligado a participar. Cuando consideramos las clases de religión constatamos la gran dificultad que existe para alcanzar un equilibrio entre lo que es la comunicación de la sana doctrina, a través de la teoría, y la motivación que atrae y produce la conversión de los alumnos. La identificación con el carisma del colegio, sin embargo, predomina y permanece aún después de dejar la escuela, lo que contrasta con el fruto evidente de una débil vivencia de la fe por parte de muchos, después de años de enseñanza religiosa. Muchos exalumnos se sienten orgullosos del colegio donde han estudiado, y lo manifiestan en bien atendidas reuniones y actividades de Centros de Exalumnos, pero falta mucho todavía para que el fruto de la enseñanza en la escuela católica de Chile de cómo fruto católicos adultos que se identifican con la Iglesia como institución.

El orden, la disciplina y la exigencia, son características propias de la cultura de los establecimientos católicos. A pesar de una primera resistencia interna en los establecimientos, la mayoría de los estudiantes aceptan y valoran estos elementos que les permiten diferenciarse positivamente de los colegios no católicos. Por otra parte los padres, esperan de la escuela católica la presencia de la disciplina y la exigencia, sobretodo en el plano académico y la presentación personal, que lleve a sus hijos a la autodisciplina.

En la gran mayoría de los establecimientos católicos, se asume como indispensable la integración de la familia, a la que se le pide que no sólo elija al establecimiento sino que se comprometa como parte de la “familia educativa” del mismo. El profesor jefe se relaciona constantemente con los apoderados, en mayor o menor grado de familiaridad e intensidad, buscando siempre el apoyo del hogar en la formación integral de sus alumnos. El compromiso de la familia depende en gran parte del conocimiento que tenga del proyecto educativo del establecimiento, y del nivel de participación que las autoridades del colegio le permitan asumir, un tema que en algunos casos se convierte en una dificultad cuando se teme escuchar la opinión de los padres, viéndola como una amenaza a la autonomía de gestión.

Esta mirada a la escuela católica que ha querido ser una radiografía de la misma, nos permite decir, con cierta seguridad, que a pesar de las diferencias y matices, existe una línea común que busca la formación integral de los estudiantes, la educación de la fe en torno al proyecto educativo cristiano, buscando un servicio educacional que regale las competencias académicas, laborales, y humanas, a los alumnos.



2. “Emergencia Educativa”: un llamado a la conversión en la Escuela Católica

Inserta en medio de una sociedad que está constantemente cambiando, la escuela católica requiere asumir un llamado a la conversión, construida sobre los pilares que siempre le han dado consistencia pero asumiendo lo que el Papa Benedicto XVI ha llamado la “emergencia educativa”. La misión de la Iglesia históricamente ha caminado de la mano con la escuela, la que ha sido una importante dimensión de su proyecto evangelizador. La calidad de la enseñanza en la escuela católica, está vinculada a la visión cristiana del hombre y del mundo, la que procede de la fe compartida inspirada en el Evangelio y el Magisterio de la Iglesia, como camino seguro para adquirir una verdadera síntesis de fe, cultura y vida.

La característica fundamental, que le da identidad propia a la escuela católica, se encuentra en que su fundamento y término es Jesucristo: “cuando hablamos de una educación cristiana, por lo tanto, entendemos que el Maestro educa hacia un proyecto de ser humano en el que habite Jesucristo con el poder transformador de su vida nueva” (Aparecida 332). El humanismo cristiano que proyecta la escuela católica nos propone una visión de la sociedad centrada en la persona humana y sus derechos inalienables, la importancia de valores como la justicia y la paz, la promoción de una buena relación entre individuos, sociedad y estado, respetando los principios de la solidaridad y la subsidiaridad.

Asumir la escuela en su estado de “emergencia educativa”, necesariamente pasa no tan solo por la adquisición de mejores resultados académicos, sino que como el cultivo de valores y actitudes que promueven una actitud de servicio hacia la humanidad y la realización personal, realidades con un valor muy superior al mero éxito académico o profesional.

En un mundo cada vez más desintegrado, el llamado a la conversión en la escuela católica pasa por el cultivo de la interioridad de los niños y jóvenes, que le regalen las razones para creer, para amar, para esperar. Solamente cultivando la profundad interioridad el alumno sabrá darle sentido a su existencia, encontrando una orientación para su vida plena. Desde el punto de vista de la fe cristiana, el cultivo de la interioridad, permitirá al alumno el encuentro profundo con Dios, a través de la oración personal, la valoración de la Escritura, y la fuerza que nace de la vida sacramental. De lo anterior, se desprende que educar en la fe es mucho más que desarrollar las facultades y capacidades del ser humano, se trata de ayudar al alumno a dar una respuesta de adhesión libre y consciente, de acuerdo a sus propias capacidades, al proyecto de vida que Cristo y la Iglesia le ofrece. El profesor católico se convierte en el gran facilitador de este proceso, y desde su profunda convicción y respeto a la conciencia del alumno, presenta el proyecto cristiano no como una imposición, sino que facilitando el diálogo de la fe con la razón y con la cultura.


3. Compartiendo humildemente la misión educativa católica: buscando la audacia en la gestión

Se me ha pedido que en esta presentación pueda compartir mis experiencias personales como ex Rector del Colegio del Verbo Divino, y responsable del equipo de gestión, ofreciendo algún aporte en las estrategias desarrolladas para alcanzar la gestión educativa de calidad. Mucho de lo que he dicho hasta ahora, sería parte de un compartir muy sincero y que nace profundamente del corazón, a la luz de mi experiencia personal. Respondiendo a la solicitud que me han hecho, quisiera humildemente concluir esta breve reflexión destacando algunos aspectos que considero prioritarios y urgentes para asumir la gestión educativa de calidad en el espíritu de una misión cristiana permanente. La respuesta positiva al llamado de estas prioridades, nos regalará fortaleza y optimismo frente a los desafíos.

La escuela católica no puede renunciar a sus principios de fondo para hacerse más atractiva o más “competitiva”. El Evangelio nos dice que si la sal se vuelve sosa no sirve para nada (Mc. 9, 50), de la misma manera la escuela católica no requiere “venderse” asumiendo idearios y métodos contrarios a los principios básicos de la fe. Lo anterior, sería un contrasentido e incluso un fraude hacia los padres que esperan lo mejor de la formación cristiana para sus hijos, viendo la escuela católica como las auténticas promotoras de la cultura y la fe.

Cuando hablamos de que la escuela católica debe ser una “unidad pastoral” dejamos claro la necesidad de promover un clima donde se pueda desarrollar la vida del cristiano. Nuestra misión no es solamente una completa formación humana, sino que más allá debería ser una contribución al desarrollo personal en el contexto de la fe, la oración, la celebración gozosa de los sacramentos, la vida en Cristo, la expresión comunitaria de la fe recibida de los Apóstoles, incluyendo un esfuerzo consciente para facilitar el despertar de vocaciones consagradas.

Soy un convencido que la misión educativa de la Iglesia, en el tiempo presente de una forma muy particular, presenta grandes desafíos para el futuro de la fe, de la Iglesia y del cristianismo; por lo tanto, debe ser una prioridad en toda nuestra acción pastoral. Ello implica perder la desconfianza, retornar a considerar la escuela como centro de evangelización y abrirse a la innovación audaz en las áreas que le competen a la escuela.

Una escuela no puede sobrevivir sin una buena administración económica, lo que necesariamente nos lleva a asumir la necesidad de dar pasos para optimizar el uso de los recursos, la rendición de cuentas, incursionando en lo que muchos expertos del área nos proponen como caminos de acción.

La espontaneidad, la alegría, la celebración, deben ser expresiones constantes en la vida de la escuela católica.

Celebrar con toda el alma, conduciendo a la oración de la comunidad educativa, centrada en la celebración de la Eucaristía, dará su fruto en la maduración de la personalidad cristiana del alumno y la profundización de la fe de la comunidad toda.

Abrir la escuela a la participación de las familias, y la comunidad de su entorno, es un derecho no sólo para los padres y apoderados, sino que también una gracia enorme para enriquecer la vida de la escuela católica.

Para concluir, quisiera dejarlos con una breve reflexión del Papa Benedicto XVI a los jóvenes, participantes de la Jornada Mundial de la Juventud:

“¡A pesar de las dificultades, no se dejen desanimar!. El futuro está en las manos de quienes saben buscar y encontrar razones fuertes de vida y de esperanza. ¡Si quieren, el futuro está en sus manos porque los dones y las riquezas que el Señor ha puesto en el corazón de cada uno de ustedes, plasmado por el encuentro con Cristo, pueden traer auténtica esperanza al mundo!.