¿Qué es lo primero que se sacrifica en una situación económica menos cómoda o abiertamente desfavorable? ¿Los bienes prescindibles, esos pequeños “lujos” que nos damos a veces? Probablemente sí. Pero es claro que hay ámbitos prioritarios donde no escatimamos esfuerzos ni aceptamos substanciales restricciones: son los ámbitos que ocupan los primeros lugares de nuestro corazón y en ellos estamos siempre dispuestos a invertir todo de nosotros mismos. En Chile, todas las encuestas demuestran que es la familia la destinataria de nuestros mayores afectos y principales preocupaciones. Difícilmente se podría, entonces, ajustar presupuestos frente a las necesidades básicas de los más próximos, como el alimento de los hijos o la salud de los padres. ¿Y qué decir de la Iglesia, nuestra familia, la que nos recibió en el Bautismo, nos alimenta con la Eucaristía, nos prepara y bendice el matrimonio, recibe a nuestros hijos y los educa, nos acompaña en los tropiezos, en el dolor y la muerte? ¿Podríamos considerar como un “prescindible” esta pequeña cuota que aportamos entre todos los hijos para colaborar con nuestra familia, la Iglesia?
Hablar del financiamiento de la Iglesia es, simplemente, hablar de una co-responsabilidad que es tarea de muchos actuando en comunión. Es lo que hacen los padres y los hermanos cuando se ponen de acuerdo para buscar las mejores soluciones para el hogar, es decir, para cada uno de sus miembros, sobre todo los que la están pasando mal. Ante una inversión necesaria en la familia, padres e hijos dialogan y buscan siempre lo mejor en beneficios de todos. ¿Y con la Iglesia, nuestra familia? ¿Nos ponemos de acuerdo y colaboramos para mejorar el templo o los salones parroquiales donde nos reunimos, donde aprendemos a conocer a Dios y a vivir en comunidad? ¿Nos preocupamos de aquellos hermanos en nuestra familia, la Iglesia, que sufren por las pocas posibilidades con que cuentan para alimentarse y educar a sus hijos? ¿Y quién y con qué, en nombre de Jesús, ayuda a drogadictos y jóvenes vencidos por el alcohol y la falta de perspectivas? ¿Y qué pasa con los enfermos?, ¿de dónde sacamos recursos para atender a los que no pueden comprar sus medicinas? ¿Y los niños que la Iglesia, nuestra familia, atiende en hogares dedicados a ellos?, ¿cómo los mantenemos y les abrimos las puertas del futuro?
Para asegurar un mínimo financiamiento de las innumerables obras de espiritualidad y apostolado, de servicio y caridad que ofrece la Iglesia se ha creado la Campaña del 1 % a la Iglesia. No es un simple aporte ni una limosna. Es en realidad una devolución, más aún una responsabilidad, porque es justo y noble que asumamos la colaboración económica y pastoral de nuestra familia, la Iglesia.
El amor de Dios es gratuito. Al morir por la humanidad, Jesús se nos regala y se queda con nosotros en su Espíritu y en su Iglesia. Es todo don y Dios no lo anda cobrando. Pero la maravilla de encontrarnos con Él no se agota en la intimidad de una relación de a dos. El Señor nos congrega en comunidad y nos invita a ser como Él, a vivir el amor que Él nos manifestó hasta la muerte en cruz (Jn 3,16). Y en comunidad crecemos en la fe para poder ser cada día mejores testigos del amor de Dios en el mundo. Somos discípulos de Cristo y anunciadores de su Persona y su obra. La luz que hemos recibido no es para mantenerla oculta bajo un mueble (Mt 5, 15). Son miles y miles las personas que, en Chile y en otras latitudes, se entregan para que las personas puedan encontrarse con el Señor y tener vida plena en Él.
Así la Iglesia se transforma en nuestra casa, en nuestro hogar. Y sus ministros y servidores son puentes que nos ayudan a encontrar en Jesús el sentido que buscamos en el caminar de cada día. Ayudar con este mínimo del 1% hace posible que tantos otros puedan conocer al Señor y ser bendecidos por Él en los momentos más importantes de sus vidas. Y de un modo muy especial los que nada tienen, los más desprotegidos, en cuya persona y sufrimientos reconocemos el Rostro ensangrentado de Jesucristo que anhela ser revestido de sus rasgos de resucitado. Con nuestro aporte a la Iglesia queremos, de algún modo, abrazar a los pobres y sufrientes diciéndole que los acompañamos y que las puertas de nuestro hogar, la Iglesia, están siempre abiertas para ellos.
Somos una familia. Y en la familia que somos nos hacemos cargo los unos de los otros. Por eso el 1 % no es limosna ni vuelto ni sobra. El 1 % es el fruto de nuestra identidad de hijos que, en comun-unión, se sienten responsables de su hogar. Sí, somos todos responsables de la Iglesia. Y cuando la situación económica nacional e internacional se ve amenazada es posible que las necesidades de la Iglesia se multipliquen. Damos gracias por la generosidad de tantas personas e instituciones que aportan a tantas obras de bien de inspiración católica. Pero con ese mismo entusiasmo invitamos a nuestros hermanos y hermanas que comparten nuestra fe a acercarse a su comunidad parroquial o la comunidad virtual de
www.iglesia.cl para renovar este compromiso de hijos que quieren y buscan lo mejor para su familia.
