“Dimensión mística y profética de la Vida Religiosa en una sociedad plural”
Para dar razón de nuestra esperanza
En el contexto del camino hacia la Pascua de este año, las religiosas y religiosos de Chile, representados por las superioras y los superiores mayores, delegadas y delegados de base, delegadas y delegados zonales, nos hemos reunido en estos días para renovar la mística y la profecía de nuestra vocación en medio de la sociedad plural en que vivimos. Hemos discernido juntos la realidad y hemos reconocido en ella la novedad de Dios que nos plantea nuevos desafíos.
Desde el inicio de nuestra asamblea, hemos sentido un fuerte llamado a confrontar nuestras certezas, que no tienen otro fundamento que el conocimiento de la persona de Jesús, a quien contemplamos y en quien vivimos. Esta experiencia de encuentro con Él, que “es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida” (Aparecida, 29), ha vuelto a entusiasmarnos para anunciarlo con gozo y con verdad, en nuestras palabras y obras, en medio de la sociedad en que nos toca vivir nuestra consagración.
Esta sociedad, descrita por su pluralidad, nos preocupa y desafía. Sus rasgos negativos nos hablan más bien de una sociedad dividida que de una sociedad positivamente plural. Son muchas la situaciones que han de ser superadas, en lo cultural y lo valórico, en lo socioeconómico y político, en lo ideológico y religioso, para conseguir que la diversidad llegue a ser una riqueza que nos humanice a todos. Como vida religiosa en Chile reconocemos nuestro lugar a la hora de aportar por una vida más humana.
Esto supone superar los miedos que un desafío como éste nos genera y vivir lúcidamente las crisis que debamos enfrentar, entendiéndolas como una oportunidad más que como una amenaza. En sí misma, la vida religiosa como proyecto no está en discusión, aunque sí lo pueden estar ciertas formas de vida religiosa que cada comunidad debería revisar. ¿Cómo aprovechar esta oportunidad y transformarla en un tiempo propicio para la acción del Espíritu de Jesús? Dependerá de la firmeza de nuestras convicciones, las que nos lleven a tomar más en cuenta la calidad de nuestras vidas que ciertas situaciones tan reales como escasez de vocaciones, envejecimiento progresivo, limitaciones personales y comunitarias, cuestionamiento de nuestras obras. Nos hemos preguntado: ¿qué es más serio: dolernos por nuestra escasez de personal o porque nuestras vidas han dejado de ser significativas?
Hemos revisado algunos aspectos de nuestra vida que nos han parecido particularmente relevantes en la hora actual: la experiencia de Dios, la vida comunitaria, la formación inicial y permanente, los votos religiosos, la misión, el servicio de la autoridad y la obediencia. Nos hemos fortalecido en un intercambio honesto y fraterno de nuestras experiencias más vitales. Sin dejar de lado las limitaciones que reconocemos, hemos vuelto a descubrir muchos signos de vitalidad de los que queremos hacernos cargo.
Al terminar nuestra Asamblea nos hemos propuesto “dar razón de nuestra esperanza” (1 Pedro 3,15), y a esto invitamos a toda la vida religiosa chilena. En un impulso inseparable de mística y profecía queremos crear, en medio de nuestro pueblo, motivos reales de esperanza, conscientes de que de esta manera estaremos dando razón de esa esperanza mayor que nos viene de nuestra adhesión incondicional a Jesús.
Hacemos el firme propósito de ser mejores testigos de su memoria, encarnados e inculturados en una sociedad que la queremos positivamente plural. Queremos aportar la visión crítica que nos entrega el Evangelio, denunciando las injusticias emergentes, cuidando la vida donde quiera que esté desprotegida, defendiendo y conservando la integridad de la creación. Queremos hacerlo desde una vida comunitaria sencilla que sea signo de una fraternidad humana y humanizadora; acompañados por tantos laicos y laicas que comparten nuestros carismas fundacionales. Queremos asumir un compromiso inexcusable con los pobres, quienes tanto nos enseñan desde su pobreza, pero que a la vez exigen nuestro aporte para humanizar sus propias vidas. Queremos dialogar abiertamente con todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Queremos llevar adelante esta tarea en la comunión de la Iglesia, especialmente vinculados a la vida eclesial latinoamericana en la Misión Continental a la que hemos sido convocados. Nos animan los testigos que han motivado nuestra oración de cada día: el apóstol Pablo, la hermana Blanca Rengifo, el padre Esteban Gumucio; místicos y profetas de ayer y de hoy, quienes dan razón de que es posible una vida entregada hasta el extremo del amor.
Saludamos a todas las religiosas y a todos los religiosos de nuestra Iglesia chilena, con fraternal afecto y sincero compromiso con la vocación y misión que compartimos.
Padre Hurtado, 30 de marzo – 2 de abril de 2009.
