Palabras de Mons. Pedro Ossandón en su Ordenación Episcopal
Catedral de Concepción, 12 de diciembre del 2008.
Fecha: Viernes 12 de Diciembre de 2008
Pais: Chile
Ciudad: Concepción
Autor: Mons. Pedro Ossandón Buljevic
Hoy hemos venido a esta hermosa Catedral de Concepción a celebrar la eucaristía en la fiesta de Nuestra Sra. de Guadalupe, presidida por nuestro Arzobispo, Monseñor Ricardo Ezzati, en plena comunión con su Santidad Benedicto XVI, representado por el Sr. Nuncio Apostólico don Giussepe Pinto, con los queridos hermanos obispos de Chile, el Sr. Cardenal Francisco Javier Errázuriz, muchas comunidades cristianas y toda mi familia y amigos, a ser testigos del paso de Dios por nuestra vida y nuestra historia. Y lo hemos hecho "para que nuestros pueblos en Cristo tengan vida".
Hoy nos hemos reconocido nuevamente hermanos en Cristo, en un mismo espíritu e hijos de un mismo Dios y Padre, hombres y mujeres venidos de muchas comunidades de la Arquidiócesis de Concepción, también provenientes de Santiago, especialmente de las parroquias San Gregorio, donde me inicié como sacerdote y fui testigo de la madurez cívica y solidaria de los pobladores, cuando en Chile no había democracia; de la Santa Cruz de Mayo, donde viví el ejemplo de servicio pastoral, de tantos laicos comprometidos; de San Cayetano, en La Legua, aquí presente ahora y siempre y en un gran número de auténticos hermanos y amigos, donde aprendí la bienaventuranza de Jesús que señala como dichosos a los que son perseguidos por su causa, porque de ellos es el Reino de los cielos. Y de nuestra querida Vicaría de la Zona Norte, donde contemplé con admiración el esfuerzo de trabajo apostólico de tantos agentes pastorales laicos y consagrados, todos los aquí presentes y tantos que nos acompañan desde la distancia con su oración y compromiso solidario, nos hemos reconocido miembros de una misma Iglesia, para que nuestros pueblos en Cristo tengan vida.
Hoy hemos vuelto a dar gracias a Dios, por todo lo que Él nos regala siempre, personalmente doy gracias al Señor por mis queridos padres, y muy queridos hermanos. Gracias a ellos he aprendido a cultivar la fe y la vida cristiana, a valorar la verdad, la justicia, el perdón y también la paz. Mis padres y mis hermanos siguen enseñándome a servir y a darnos siempre permiso para crecer todos los días. Mi padre Carlos René se alegra desde el cielo y con mi madre aquí presente, la querida Luky, muchas gracias, junto a mis hermanos, sus familias y a mis muy queridos parientes y amigos que han venido con tanto esfuerzo y aprecio. Todos queremos trabajar siempre "para que nuestros pueblos en Cristo tengan vida.
Hoy hemos hecho memoria agradecida también de nuestros hermanos mayores en la fe, los invito a recordar especialmente a todos los sacerdotes, religiosos y religiosas, catequistas, diáconos y fieles laicos que nos han acompañado para ayudarnos a ser discípulos y misioneros de Jesús. Doy gracias especialmente por los directores espirituales que he tenido desde muy joven, el Padre Eugenio Pizarro, en el colegio Seminario Menor; el padre Vicente Ahumada, en el Seminario Pontifico Mayor, aquí presente; y a quien tanto quiero y agradezco, don Carlos González, obispo de la Iglesia y quien fue por más de 25 años mi padre espiritual, representado hoy por tantos amigos entrañables venidos desde Talca y a quien vuelvo, junto a ellos, a todo Chile, a toda la Iglesia, a rendir un homenaje y gratitud, por la simpatía entrañable y su santidad tan humilde. Gracias, don Carlos.
Doy gracias, ahora también, desde anteayer, por mi nuevo padre espiritual (ya no soy huerfanito, tengo quien me ayude, me confiese y me anime a seguir en este paso), mi nuevo padre espiritual don Ignacio Ortúzar Rojas, por quien todos rezamos y agradecemos. Todos ellos nos enseñan que la vida se nos ha dado "para que nuestros pueblos en Cristo tengan vida".
Hoy volvemos a dar gracias por la maternidad de la Iglesia, ella llena del Espíritu Santo encomendada de las manos del Santo Padre, sucesor de Pedro y de nosotros los obispos sucesores de los apóstoles en conjunto con todos los miembros de la comunidad eclesial que nos anima a anunciar que verdaderamente el Señor ha hecho maravillas a favor de su Pueblo, quien mejor que la Virgen María, hoy recordada bajo la advocación de Ntra. Sra. de Guadalupe, la madre de Dios, nuestra propia madre, nos puede enseñar a cantar con la oración profunda, la Palabra de Dios que es fecunda a la vida nueva y con los sacramentos que con su gracia dignifica y embellece la dignidad humana, podamos entre todos anunciar en su Magnificat, diciendo. Dios hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Cantamos todos con María entonces, para que nuestros pueblos en Cristo tengan vida.
Hoy hemos enriquecido con la Eucaristía la unidad de la Iglesia en Chile, la que se renueva siempre en su comunión con la Iglesia en Latinoamérica y el Caribe, para discernir junto a la Iglesia Universal, el Santo Padre para orientar pastoralmente sus servicios en nuestra Patria. En esta común unión de la caridad que nos urge, hemos escuchado en nuestra reciente visita Ad limina a Su Santidad Benedicto XVI confirmarnos en la tarea de “s
uscitar en todos los fieles el gozo de seguir a Cristo, así como una mayor conciencia misionera que permita a toda la comunidad eclesial chilena afrontar con verdadero impulso apostólico los desafíos del momento presente, esta gran empresa evangelizadora - continua diciendo nuestro Papa -,
en la que os habéis consagrado decididamente, exige de todos un esfuerzo particular de purificación y caridad, sabéis bien que el hombre de hoy siente urgente necesidad de dar ejemplos de vida verdaderamente evangélicos y coherentes, por eso - termina afirmando nuestro Papa-,
la santidad de todos los miembros de la Iglesia especialmente en sus Pastores, es uno de los dones más preciosos que podéis ofrecer a vuestros hermanos". Y hoy queridos hermanos los invito y me incluyo con plena responsabilidad a responder al amor de Dios con el firme propósito de ser santos, pero no para despreciar a los demás, ni mucho menos para condenar, sino para que nuestros pueblos en Cristo tengan vida.
Hoy muy queridos hermanos y hermanas, hemos venido a la Catedral de nuestra amada Arquidiócesis de Concepción a unirnos en esta Eucaristía a Cristo, en la maternidad de la Iglesia, para comprometernos en discípulos y misioneros de Cristo, para que nuestros pueblos en El tengan vida. Dios y Nuestra Sra. de Guadalupe, la Madre de los pobres, patrona de Latinoamérica y del Caribe, nos bendigan abundantemente.
Muchas, muchas gracias.
