Homilía en la celebración del Te Deum
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Homilía en la celebración del Te Deum

Fecha: Miércoles 19 de Septiembre de 2007
Pais: Chile
Ciudad: Los Angeles
Autor: Mons. Felipe Bacarreza Rodriguez

Catedral de Los Ángeles

Lecturas:
Col 3,10-17
Salmo 127,1-5
Mateo 11,25-30

Que la paz de Cristo presida vuestros corazones


«Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque  has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito».


Este es el Te Deum de Jesús. Jesús siente el impulso de alabar a su Padre porque Él revela su misterio admirable a los pequeños. Celebra a su Padre por este modo de proceder y concuerda plenamente con él: «Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito».

También nosotros esta mañana, al celebrar un nuevo aniversario de la Patria –el número 197- agradecemos a Dios. Le agradecemos el don magnífico de esta hermosa tierra. Si hay algo que une a todos los chilenos es que todos amamos esta tierra que Dios nos ha dado para que en ella construyamos nuestra Patria; todos deseamos que sea próspera y hermosa y que en ella reinen la paz y el amor fraterno.


1. Reconocer a Dios como Señor

Jesús se dirige a su Padre y lo llama: «Señor del cielo y de la tierra». Y así nos enseñó a nosotros a reconocerlo y llamarlo. Por eso los primeros evangelizadores y más tarde los padres de la patria, los que la construyeron y la legaron a nosotros como herencia, instituyeron la tradición cristiana del Te Deum en el cual nos dirigimos al mismo Dios revelado por Jesucristo y le decimos:

A ti, oh Dios, te alabamos,
a Ti te reconocemos como Señor.

A Ti, eterno Padre,
te venera toda la tierra.


De este reconocimiento de Dios depende que podamos ser verdaderamente hermanos en esta tierra. Podremos vivir como hermanos en la medida que reconozcamos a Dios como nuestro Creador y Señor y obedezcamos a su ley; en la medida que en Cristo y gracias a Cristo seamos hechos hijos de Dios.

En cambio, en la medida que releguemos a Dios solamente a la esfera privada y lo excluyamos de la vida pública y de la cultura chilena, construiremos una sociedad inhumana, no de hermanos, sino de contrincantes, de competidores, de enemigos.

La situación actual de nuestra Patria confirma esta afirmación. Tal vez nunca como ahora ha gozado Chile de más riqueza y bienes materiales. Pero esto no quiere decir que la vida sea más grata y fraterna. En días pasados hemos visto lamentables episodios de violencia que van siempre en aumento. La violencia con que actúa la delincuencia tiene a parte de la población atemorizada. Cada vez nos refugiamos más en nuestro individualismo, porque sospechamos del otro en quien vemos siempre una amenaza. Nuestros hogares se empiezan a transformar en fortalezas donde nos podemos defender de los demás. Ya no confiamos en la bondad del otro. Sólo confiamos en nuestros bienes y en nuestra capacidad de defendernos.

De aquí procede el afán desmedido de aumentar nuestros bienes y retenerlos; no estamos inclinados a compartirlos con quien es nuestro competidor y nuestra amenaza.

2. La violencia como método

En una declaración de cuatro días atrás, el Comité Permanente del Episcopado Chileno publicó una declaración lamentando los episodios de violencia que sacudieron al país el 11 de septiembre pasado. En esa declaración de fecha 14 de septiembre los Obispos firmantes dicen:

Los violentos episodios ocurridos en Santiago la noche del pasado martes 11 de septiembre, estremecen nuestra memoria, y producen sentimientos encontrados en este tiempo de fiesta, en el mes de Chile.

Nos duele la muerte injusta de un carabinero, hombre querido por su familia y sus compañeros, servidor de su patria y de su gente. Nos inquieta la violencia irracional de personas que se amparan en la oscuridad y en el tumulto para herir, agredir y saquear. Nos asombra ver a niños pequeños manipulando armas. Nos conmueve que se ataque a las escuelas donde se educan los pobres para que tengan mejores oportunidades, o que se destruya y robe los modestos bienes de los propios vecinos.


Lo más preocupante es que estos ya no son episodios aislados. Se está transformando en un método habitual. Muchos consideran que este es el modo de producir un cambio y que esta manera se llegará a tener un país más justo y fraterno. Sigamos escuchando la declaración de los Obispos:

De un modo muy particular, nos preocupa la magnitud de las agresiones y de la violencia, como también la aparición de armas en manos irresponsables, que impulsan al caos. Creemos que estos síntomas son una luz poderosa y urgente de alerta sobre nuestra convivencia.

Si miramos nuestra convivencia social, constatamos cómo la violencia se va enquistando en distintos ámbitos de nuestra vida: al interior del hogar y la familia, con episodios también fatales que nos han conmovido; en los colegios, incluso en los cursos básicos; en la vida laboral; en el desenvolvimiento cotidiano de nuestras ciudades, en el tránsito y en el transporte público. Hay una predisposición a la agresividad y la violencia que es sumamente preocupante.


3. El método de Jesús

Ante este escenario, conviene repetir las palabras de Jesús que hemos leído en el Evangelio y notar el contraste: «Tomen sobre ustedes mi yugo, y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallarán descanso para sus almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».

Jesús se acomoda al modo de hablar de sus contemporáneos que a la ley le daban el nombre de yugo y se esforzaban por cumplirla. Jesús afirma que su ley es suave y su carga ligera. ¿Cuál es esta ley? Escuchemos: «Este es el mandamiento mío: que ustedes se amen unos a otros como yo los he amado» (Jn 15,12). San Pablo comenta algo que es obvio, pero conviene recalcarlo: «El amor no hace mal al prójimo. El amor es, por tanto, la ley en su plenitud» (Rom 13,10).

Estamos en una flagrante contradicción: nos definimos como un país cristiano -90% de la población se reconoce cristiana; casi 70% católicos- y ¡qué lejos estamos de cumplir esa ley de Cristo, ni siquiera de tenerla como meta!

Viene bien recordar aquí lo que comenta el Santo Padre Benedicto XVI en su libro «Jesús de Nazaret» que ha sido el «best seller» absoluto de estos días. El Papa hace notar que las dos primeras tentaciones de Satanás a Jesús comienzan con el condicional: «Si tú eres el Hijo de Dios...». Si es el Hijo de Dios debería convertir las piedras en pan, debería dar cumplimiento a la Escritura lanzandose de lo alto del templo porque está escrito: «Dios dará ordenes a sus ángeles para que te reciban en sus palmas» (cf. Sal 91,12). Proveer el pan quiere decir poner los bienes materiales como lo primero y más importante. Dejarse caer desde lo alto del templo quiere decir asumir un modo de ser Mesías más llamativo y glorioso que la forma humilde y pobre que asumió Jesús: «Soy manso y humilde de corazón».

La tercera tentación es la culminante: Satanás le muestra a Jesús todos los reinos de la tierra y le dice: «Todos estos reinos son míos y yo los doy a quiere quiero; si te postras ante mí y me adoras, todo esto será tuyo». Es la tentación del poder de esta tierra. Ese poder no pertenece a Satanás sino a Cristo como lo afirma después de su resurrección: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18). Le ha sido dado, sin embargo, después de padecer humillación y muerte ignominiosa en la cruz. El único poder salvador es la humildad, a imitación de Cristo, y no la violencia que procura –usurpandolo- el poder de esta tierra.

4. Jesús o Barrabás

El Papa ve esa alternativa –violencia vs mansedumbre y bondad- en la escena en que el pueblo tiene que elegir entre Jesús y Barrabás. Barrabás estaba detenido por sedición y por asesinato. Barrabás pertenecía al partido de los celotas que optaban por la violencia; era su representante. Jesús, en cambio, mandaba amar incluso a los enemigos y hacerles el bien. «Si eres el Hijo de Dios» le había dicho Satanás. El Hijo de Dios no puede llegar hasta el extremo del amor de entregar la vida, ¡hasta el extremo de soportar la cruz! Por eso en la cruz vuelve la misma frase desafiante: «Si eres el Hijo de Dios baja de la cruz» (Mt 27,40)

El Papa hace notar que Pilato puso ante el pueblo a Jesús –que llamaba a Dios su Padre- y a Barrabás, cuyo nombre en hebreo «bar Abbá», significa precisamente hijo del Padre. Había que optar entre uno u otro Hijo del Padre, entre uno u otro salvador, entre la violencia de Barrabás y la mansedumbre de Cristo. Y el pueblo eligió a Barrabás:

Y cuando el procurador les dijo: «¿A cuál de los dos quieren que les suelte?», respondieron: «¡A Barrabás!»
Pilato les dice: «Y ¿qué voy a hacer con Jesús, el llamado Cristo?» Y todos a una: «¡Sea crucificado!» …

Entonces, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, se lo entregó para que fuera crucificado. (Mt 27,21-22.26)


Después de comentar ese episodio el Papa pregunta: «Si hoy nosotros tuvieramos que elegir ¿tendría alguna oportunidad Jesús de Nazaret, el Hijo de María, el Hijo del Padre? ¿Conocemos a Jesús realmente? ¿Lo comprendemos?» (p. 66).

Los episodios de violencia que se repiten en nuestro país, incluyendo niños y jóvenes, nos demuestran que se sigue optando por Barrabás y rechazando a Cristo.

5. Otras alternativas insuficientes

Contra la violencia, hoy día en nuestra patria no se opta por Cristo, sino por otras alternativas esperando alcanzar de ellas el remedio: la democracia, las instituciones, la productividad, la economía sana. Creemos que aquí estará la salvación, que esto sí que nos dará la fraternidad y una patria de hermanos en que todos tengan acceso a los bienes de la tierra. Pero esto es una tentación propia de la astucia de Satanás. Nosotros sabemos que no hay más Salvador que Cristo. Sólo él nos puede conceder el ser hijos de Dios y vivir en el amor de hermanos.

Sigamos leyendo al Papa para que veamos cómo a menudo caemos nosotros y toda la sociedad, las autoridades incluidas, en esa tentación insidiosa:

El tentador no es tan burdo como para proponernos directamente adorar el diablo. Sólo nos propone decidirnos por lo racional (hoy día diríamos lo políticamente correcto), preferir un mundo planificado y organizado, en el que Dios puede ocupar un lugar, pero como asunto privado, sin interferir en nuestros propósitos esenciales. (El Papa cita al escritor ruso Soloviev, quien) atribuye un libro al Anticristo: “El camino abierto para la paz y el bienestar del mundo”, que se convierte, por así decirlo, en la nueva Biblia y que tiene como contenido esencial la adoración del bienestar y de la planificación racional (p. 67).

6. Jesús nos ha traído a Dios

El Anticristo ofrece la paz y el bienestar. ¿Y entonces Jesucristo qué ofrece? El Santo Padre enfrenta la pregunta provocatoria:

Aquí surge la gran pregunta... ¿Qué ha traído Jesús realmente, si no ha traído la paz al mundo, el bienestar para todos, un mundo mejor? ¿Qué ha traído? La respuesta es muy sencilla: a Dios. Ha traído a Dios... el Dios de Abraham, de Isaac y Jacob, el Dios verdadero. Él lo ha traído a los pueblos de la tierra... Ahora conocemos el camino que debemos seguir como hombres en este mundo. Jesús ha traído a Dios y, con Él, la verdad sobre nuestro origen y nuestro destino; la fe, la esperanza y el amor (p. 69.70).

Jesús nos reveló al Dios verdadero.

«Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni nadie conoce bien al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».


Sin Él no podremos alcanzar la salvación ni la paz verdadera. Si dejamos a Dios al margen de nuestras decisiones públicas, peor aún, si decidimos contra su ley, si queremos alcanzar la salvación, la paz y la fraternidad sólo con nuestro esfuerzo y nuestra organización y planificación, no lograremos la paz verdadera, no podremos construir un país de hermanos. El Salmo que se ha proclamado lo sabía ya desde antiguo:

«Si el Señor no construye la casa,
en vano se afanan los albañiles;
si el Señor no guarda la ciudad,
en vano vigilan los centinelas».


Nosotros anhelamos que se cumpla en todos el programa de vida que entregaba San Pablo a los cristianos de Colosas:

«Revistanse, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportandose unos a otros y perdonandose mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor los perdonó, perdonense también ustedes.
Y por encima de todo esto, revistanse del amor, que es el vínculo de la perfección.
Y que la paz de Cristo presida sus corazones»


Anhelamos que Dios esté presente en nuestras leyes, en la enseñanza, en los lugares públicos, en toda nuestra vida. Que sea claro lo que afirma San Pablo: «En Él vivimos, nos movemos y existimos» (Hech 17,28)

7. El salario ético

Todos estamos atentos y expectantes al desarrollo que tendrá en nuestro país el tema que ha puesto sobre el tapete la Iglesia, por medio del Presidente de la Conferencia Episcopal, tema que ha recibido el nombre de «salario ético». Para afrontarlo se ha nombrado una comisión.

Esperamos que no se reduzca de nuevo a un tema de planificación y organización. Esa comisión y su trabajo son muy importantes. Pero no será esa comisión ni nada de esta tierra la que convierta el corazón del hombre. Eso lo puede hacer sólo Cristo, como lo hizo con Zaqueo, que después de conocer a Cristo declaró: «”Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo”». Jesús, entonces, le dijo: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”» (Lc 19,8-9). Desde ese día Zaqueo ciertamente pagó a todos sus empleados un sueldo justo que permita a ellos y sus familias gozar de los bienes de este mundo en la medida necesaria para conducir una vida conforme con la dignidad humana y con la paz de Cristo. La salvación a Zaqueo le llegó por Jesús; que llegue a nuestra Patria por el mismo Jesús y que gracias a él todos tomemos la misma decisión que Zaqueo. Que entonces Jesús mire a Chile y declare: «Hoy la salvación ha llegado a este pueblo».

8. Celebración de Nuestra Señora del Carmen

No quiero dejar de destacar una ley que se ha promulgado este año y que va en el sentido justo, en el sentido de reconocer a Dios como Señor. Me refiero a la ley del feriado en el día de Nuestra Señora del Carmen el 16 de julio. La Madre de Dios está estrechamente unida a nuestro pueblo y ella es la que nos muestra al Fruto bendito de su vientre. Ella tiene a toda nuestra Patria bajo su amparo. Por eso confiamos en que la violencia y la injusticia serán superados.

9. Salvanos Tú, Señor

Quiero concluir estas palabras con la oración final del Te Deum:

[i]Salva, Señor, a tu pueblo
bendice a tu heredad.

Y rígelos
Y engrandécelos para siempre.

Todos los días
Te bendecimos.

Y alabamos tu nombre en los siglos
y en los siglos de los siglos. Amén.[i]

† Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de Los Ángeles

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