Por una Patria más equitativa
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Por una Patria más equitativa

Homilía en el Te Deum de Fiestas Patrias Catedral de Rancagua, 18 de septiembre de 2007

Fecha: Martes 18 de Septiembre de 2007
Pais: Chile
Ciudad: Santiago
Autor: Mons. Alejandro Goic Karmelic

Ex 3, 1 – 12 “…he visto la aflicción de mi pueblo en Egipto…”

Mc 6, 31 – 44 “… denles ustedes de comer…”


1.- Con el corazón agradecido y el oído atento de los discípulos

En el aniversario de nuestra independencia nacional, volvemos cada año con el corazón agradecido a ponernos como país ante el Señor de la historia. Antes de cualquier otra actitud, y por sobre cualquier otro sentimiento, está nuestra gratitud al Señor: siempre es mucho más lo que tenemos que agradecer. Todo cuanto somos y tenemos, nuestras relaciones humanas, los pasos que vamos dando como país, las capacidades con que enfrentamos los desafíos de la hora presente y la esperanza con que miramos el futuro, todo eso es don de Dios. Somos obra suya y a Él hoy nos volvemos agradecidos.

Al mismo tiempo, al volvernos al Señor lo hacemos necesitados de oír su voz para que -como lo hemos escuchado en el Evangelio de san Marcos- Él nos “enseñe esas muchas cosas” (Mc 6, 34) que necesitamos para vivir como discípulos suyos. Si no nos ponemos ante el Señor con oído atento de discípulos, todo se vuelve una confusión de voces, como en la antigua historia de la torre de Babel (cf. Gén 11, 1 – 9), donde nadie se escucha, donde el diálogo se hace imposible y los seres humanos se vuelven unos contra otros.

Si nos ponemos hoy ante el Señor con el corazón agradecido, nos ponemos también con el oído atento de los discípulos. Sólo con estas actitudes es posible llegar ante el Señor como una comunidad de hombres y mujeres que quieren construir la historia de una patria justa y fraterna donde cada uno de sus hijos tenga pan, respeto y alegría.

2.- Los llamados de Dios en la historia

La historia del Pueblo de Dios pasó por duras situaciones, tal como nos lo mostraba la lectura del libro del Éxodo. En Egipto, el pueblo conoció la opresión los sufrimientos de una vida para la que no había sido creado. En esa historia llena de dolores humanos, Dios se manifestaba como el Señor de la compasión y de la justicia, que no está dispuesto a aceptar que se destruya la obra de sus manos: “he visto la aflicción de mi pueblo en Egipto […] he bajado para librarlo” (Ex 3, 7 - 8). Dios quiere que su pueblo camine con dignidad, que se desarrolle integralmente y que así pueda vivir siempre agradecido dando culto al Señor.

Es en la historia donde Dios iba mostrando su rostro, su manera de actuar y sus intereses en los que estaba puesto su corazón. Allí se mostró a Moisés, le hizo ver que esa tierra que pisaba era sagrada porque Dios estaba allí, le hizo ver que la historia que vivían desde sus antepasados era la historia de Dios con ellos, y allí le confió la misión de colaborar en la liberación de su pueblo.

Aunque han pasado muchos siglos de los acontecimientos que nos relata el libro del Éxodo, Dios sigue actuando de la misma manera y saliendo a nuestro encuentro en la historia que vivimos. Su oído sigue siendo particularmente sensible a los sufrimientos de los que son condenados a una vida que no es aquella para la cual los creó, y desde esos dolores que escucha interviene buscando la dignidad y la justicia para sus hijos: la historia que vivimos como pueblo de Chile es para nosotros un lugar de encuentro con el Dios que quiere una vida plena y digna para todos sus hijos.

En medio de tantas gratitudes que podemos proclamar en esta celebración por el camino que hemos ido recorriendo con el esfuerzo generoso de tantas personas, también tenemos que hacernos cargo de los dolores y clamores que suben desde nuestra historia hacia el Señor. En las últimas décadas hemos vivido como país un intenso proceso marcado por:

- la recuperación de la democracia como forma de convivencia social y política; ha sido un primer paso significativo, el cual es necesario cuidar y profundizar a través de una convivencia verdaderamente democrática que sea honrada por la participación de los ciudadanos y donde sea dignificada la actividad política y de servicio público. A todos nos corresponde la noble tarea de cuidar y desarrollar la convivencia democrática; los episodios de violencia de estas semanas y la dramática muerte de un noble servidor público son hechos que nos duelen hondamente y que debemos desterrar de nuestra convivencia nacional.

- un segundo paso importante vivido en estas últimas décadas, es que hemos podido ser significativamente un país que se desarrolla y crece en diversos ámbitos de la vida nacional, particularmente en lo económico; se trata, entonces, de seguir creciendo hacia un desarrollo cada vez más humano;

- hay un tercer paso en el que es preciso reconocer que aún nos falta profundizar y nos queda mucho camino por recorrer, se trata de la construcción de una sociedad más equitativa, más justa, donde todos los bienes y beneficios estén mejor repartidos y al servicio de todos, particularmente de los que más los necesitan.

Este tercer paso en el caminar que vivimos como país es, en realidad, el decisivo y en virtud del cual tienen sentido los pasos anteriores, pues de poco nos serviría una democracia que no es capaz de generar más justicia social, y de poco nos serviría un mayor crecimiento del que sólo algunos se benefician y engendran nuevas y mayores injusticias. Tal es la perspectiva que señalábamos los Obispos en la última declaración del Comité Permanente de la Conferencia Episcopal, haciéndonos cargo de las palabras de San Alberto Hurtado que nos decía que “sin justicia social, no hay democracia integral”.

Hermanas y hermanos, si nuestra historia ha sido y es un lugar privilegiado del encuentro con Dios y donde Él se nos da a conocer, entonces el desafío de la justicia social, el llamado a construir una sociedad más equitativa debemos acogerlo como un llamado y misión que el mismo Dios nos confía al escuchar los clamores de su pueblo. Es pues, una tarea en la que todos hemos de empeñar nuestros mejores esfuerzos y, particularmente, para los católicos se juega aquí -de manera particular- una verificación de nuestra fe en Dios. En el camino al Bicentenario de nuestra Independencia nacional, todos tenemos que trabajar -y aprender a trabajar juntos- para que Chile no sea una tierra de esclavitud para ninguno de sus hijos.

3.- El desafío de la comunión

Sirviendo la misión de Pastor que el Señor me confió, me correspondió ayudar a abrir la conciencia de muchos en nuestro país al desafío de la equidad y de mayor comunión señalando la necesidad de un “salario ético” como un imperativo de justicia para nuestro país y una urgencia para la necesaria paz social.

Quisiera, en primer lugar, agradecer la acogida que ha recibido nuestro planteamiento. Lo hago valorando todo lo que muy sinceramente se hace desde los diversos actores implicados -los trabajadores, los empresarios, los diversos centros de estudios, las autoridades- por enfrentar este urgente asunto con sentido de justicia y responsabilidad social. La reciente creación de una Comisión Especial por la Equidad, por parte de la Sra. Presidenta de la República, es un hecho social de relevancia.

Hemos intervenido en este asunto porque nos interpela el Evangelio y nuestra conciencia de ciudadanos. No lo hacemos como técnicos en la materia, pues no lo somos. Lo hacemos, tal como lo señalamos los Obispos en nuestra última declaración, “porque a la conciencia cristiana de Chile no le puede resultar indiferente el sufrimiento de tantos hombres y mujeres -trabajadores, jubilados, pensionados y montepiados-, que no logran vivir con dignidad si no acceden a un ingreso que permita a una familia satisfacer sus necesidades básicas acordes con la naturaleza de quienes son hijos de Dios” .

Al plantear este grave problema que, si bien aqueja al conjunto de nuestra sociedad, lo sufren los más pobres, no somos más que el eco de la Palabra de Dios que nos interpela cuando dice: “Miren, el salario de los obreros que segaron sus campos y que no han pagado está gritando, y los gritos de sus segadores han llegado a los oídos del Señor” (Sant 5, 4). La Doctrina Social de la Iglesia se nutre de la Palabra del Señor y de la tradición de los Padres de los primeros siglos, así como de las encíclicas sociales de los Papas y del testimonio de los santos, ocupando entre ellos un lugar central para nosotros el testimonio de San Alberto Hurtado. De ella emerge con claridad la responsabilidad social de todos los católicos y el deber de los Pastores de proponerla a todos y de colaborar para que el conjunto de la sociedad de pasos de mayor justicia y fraternidad.

Como creyentes en Jesucristo lo que nos interesa es la comunión de los seres humanos con Dios y entre sí. ¿Cómo podríamos ser creyentes en el Dios que es comunión de amor del Padre y el Hijo y el Espíritu Santo si no somos los obreros de la comunión entre los seres humanos y de éstos con Dios? Esa es nuestra vida y nuestra vocación como Iglesia, tal como lo acaba de señalar la reciente Vª Conferencia del Episcopado Latinoamericano, celebrada en Aparecida (Brasil): somos una comunidad de discípulos y misioneros, para que nuestros pueblos tengan vida en Él.

Por esta misma razón, los creyentes en Jesucristo tenemos la misión de estar allí donde la común-unión en cualquiera de sus formas es amenazada y, por tanto, menoscabada la dignidad del ser humano. Allí es misión de la Iglesia defender esa dignidad humana y anunciar el designio de común-unión que Dios tiene para todos los hombres y mujeres. En ocasiones hemos tenido que hacerlo a causa de graves violaciones de los derechos humanos; en otras ocasiones cuando el derecho a la vida es amenazado, especialmente en los más pequeños e indefensos a causa del aborto; en otras, cuando hay políticas públicas que debilitan a la familia o no contribuyen a una real educación de niños y jóvenes. Del mismo modo, nuestro llamado a todos los sectores de la sociedad a buscar un “salario ético” se inserta en esta corriente de promoción de la dignidad humana que anima al designio de comunión entre Dios y los hombres.

De esta manera, queremos volver a llamar a todos los actores sociales involucrados a trabajar buscando las formas y los medios para una mejor distribución de los bienes y asegurar que todos los trabajadores de nuestro país puedan recibir un salario del que nadie se avergüence, tanto de pagar, como de recibir. En realidad, y sin eufemismos, ¡lo mínimo para que un salario sea mínimo es que sea ético, si no es así significa que estamos viviendo en una sociedad inmoral!

Renovamos este llamado porque nos anima la convicción, como lo señalamos en la última declaración del Comité Permanente de la Conferencia Episcopal, “que las decisiones económicas y las políticas públicas deben estar siempre motivadas por el bien de las personas, considerando de un modo privilegiado a los más vulnerables, a los más pobres. No podemos resignarnos a aceptar la inequidad y la injusticia social como datos de la realidad. No podemos separar la ética de la vida ni de la economía” .

Llegamos así a la cuestión de fondo en lo que se refiere a la búsqueda de consensos y de comunión que necesita nuestro país para ser “patria”, es decir, una casa paterna, para todos sus hijos. Me refiero a la necesidad de crecer todos en la convicción -y, por cierto, en las consecuencias prácticas- de que la pregunta ética atraviesa todas las dimensiones de nuestra vida, puesto que se trata de la pregunta por el Bien y por lo bueno que todos deseamos y buscamos, aunque a veces erremos el camino de la búsqueda y de su realización.

La cuestión urgente del “salario ético” es preciso, entonces, que la situemos en su contexto más amplio, el cual sí nos permitirá avanzar como un país que es patria para todos. Se trata de que abordemos como un real desafío social -en nuestro camino al Bicentenario- la tarea de repensar desde la responsabilidad ética qué nos corresponde a cada uno, qué país queremos, qué tipo de sociedad queremos vivir, qué tipo de desarrollo buscamos, qué tipo de crecimiento deseamos, qué tipo de empresas queremos desarrollar, qué tipo de conocimientos queremos promover, qué tipo de vida política y de políticos deseamos, qué modo de relacionarnos queremos cultivar; en una palabra, qué Chile queremos vivir nosotros y qué futuro queremos entregar a las próximas generaciones…

Sólo desde una clara aspiración al Bien y desde una sólida base valórica podremos hacer una patria para todos. Quisiera citar al respecto lo señalado por el Papa Benedicto XVI al inaugurar la Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Aparecida: “las estructuras justas son, como he dicho, una condición indispensable para una sociedad justa, pero no nacen ni funcionan sin un consenso moral de la sociedad sobre los valores fundamentales y sobre la necesidad de vivir estos valores con las necesarias renuncias, incluso contra el interés personal” .

Desde nuestra fe en Dios, Señor de la historia, los católicos estamos llamados a colaborar en este diálogo ético, en la necesaria y compleja búsqueda de consensos, y en el testimonio de vida de los valores fundamentales del respeto a la persona humana, del valor de la vida, de la infatigable búsqueda de la justicia social, del diálogo como forma de resolución de los conflictos, de la solidaridad entrañable con los dolores de los pobres y sufrientes. Nuestro Chile puede contar hoy -como ha podido contar en el pasado- con el testimonio y aporte de los católicos en esta tarea fundamental: sabemos que un país que quiera ser como una “casa paterna”, una patria, no se construye sin Dios, sin acoger al Padre común y sin darle una respuesta de fe en la fraternidad. Ahí está y estará siempre nuestro compromiso evangelizador en medio de la vida e historia de nuestro querido Chile.

4.- Nuestra responsabilidad

En el Evangelio que hoy hemos proclamado se nos recuerda que en medio de los complejos desafíos de la historia, el Señor nos hace responsables de las situaciones, asegurando su presencia, pero invitándonos a actuar nosotros. En realidad, la situación de los discípulos era casi desesperada: como alimentar a una multitud en un lugar despoblado y sin medios suficientes para ello. La respuesta de Jesús es un desafío a la libertad y responsabilidad de los discípulos: “denles ustedes de comer” (Mc 6, 37).

El Señor Jesús sale a nuestro encuentro en los desafíos de nuestra historia, invitándonos a dar una respuesta que signifique un mayor crecimiento en la común-unión. La respuesta de los discípulos del Evangelio era tan pequeña, tan desproporcionada con las necesidades de la multitud hambrienta -¡sólo tenían cinco panes y dos peces!-, pero al mismo tiempo, ¡era tan verdadera, pues entregaban lo que tenían sin buscar soluciones personales! Esa respuesta de los discípulos del Evangelio que entregan sus cinco panes y dos peces, nos abre una pista por donde podemos avanzar atreviéndonos a entregar lo que cada uno es y tiene para el bien de todos. Y lo que es más importante aún, sólo desde esa respuesta de los discípulos el Señor puede multiplicar los esfuerzos de la generosidad humana que Él mismo ha despertado.

En el camino de ir avanzando hacia una sociedad más equitativa, hay diversos grupos que nos abren camino, poniendo con generosidad sus cinco panes y dos peces. Quisiera destacar y agradecer a los jóvenes de nuestro país que si bien, a veces, nos resultan tan distintos e incluso poco integrados a los cauces más habituales de participación ciudadana, han ido manifestándose como un grupo social preocupado por la pobreza de tantos chilenos y por los problemas vinculados a la falta de equidad, han sabido desarrollar -con pocos medios- acciones creativas y organizaciones de voluntariado que aportan soluciones reales. Quisiera animarlos a seguir abriendo un camino nuevo para una mayor justicia en nuestra región y en nuestro país.

Hermanas y hermanos, a todos nosotros nos toca poner nuestros cinco panes y dos peces para la mesa común: esa es nuestra responsabilidad y es, por lo mismo, nuestra oportunidad de construir nuestra historia colaborando en el designio de Dios que quiere y busca la comunión entre todos sus hijos.

Desde la responsabilidad que asumimos de ser verdaderos colaboradores del designio de Dios, le decimos “¡Quédate con nosotros, Señor!” ……

- ¡Quédate con nosotros Señor!.
Acompáñanos en nuestro
peregrinar por Chile,
para que esta Patria amada
que es de todos, llegue
a ser verdaderamente una copia feliz del Edén.

- ¡Quédate con nosotros Señor!
y regálanos un corazón abierto
y sensible a las necesidades
de los más pobres y sufrientes, para que
con sabiduría, audacia y
prudencia encontremos los
caminos más adecuados
para hacer de Chile una
nación más justa, equitativa
y fraterna.

- ¡Quédate con nosotros Señor!
Quédate en nuestras familias
Y fortalécelas en el amor y en la unidad. Quédate
Señor con nuestros niños y
jóvenes, promesa y esperanza
del hoy y del mañana. Dáles
generosidad y nobleza para
servir y amar. Quédate Señor
con nuestros ancianos y enfermos,
dáles fortaleza y cercanía fraterna.

- ¡Quédate con nosotros Señor!
Quédate en nuestros campos,
Bendice a quienes
día a día, cultivan
la tierra con esfuerzo. Quédate
en la profundidad de
nuestras minas y acompaña
a quienes extraen la riqueza
del cobre y otros minerales
para contribuir al bienestar
de todos los chilenos. Quédate
con todos los que trabajan por el desarrollo
y el progreso de Chile.

- ¡Quédate con nosotros Señor!
quédate en el corazón y
en las decisiones de nuestras
autoridades, en sus diversos
niveles, para que promuevan
siempre, el bien común, la
dignidad de todos, el respeto
por cada persona, la unidad
de nuestro pueblo.

Sí, Señor, ¡quédate con nosotros!.
porque nuestra vida y nuestra historia sólo
se puede comprender y
vivir en plenitud a partir
de Ti y solo viviendo en
relación contigo nuestra vida
será verdadera, digna,
libre y justa
.


A ti, Señor de la Vida y de la Historia, honor y gloria por los siglos de los siglos.

Amén.

† Alejandro Goic Karmelic
Obispo de Rancagua


Rancagua, septiembre 18 de 2007
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