Querido Santo Padre:
San Lucas nos narra que la Virgen María conservaba y meditaba en su corazón las palabras y los acontecimientos que se referían a Jesús. Así han conservado nuestras comunidades y todo nuestro país el recuerdo de su visita hace ya quince años. Necesitábamos que nos hablara de Jesús y de los caminos del Evangelio. El eco vivo a sus palabras se puede escuchar hasta nuestros días en el Pueblo de Dios. Sobre todo los jóvenes recuerdan su llamada vigorosa a mirar, a contemplar el rostro de Cristo- "íMírenlo a Él!"
Pero también vive entre nosotros la esperanza que Ud. nos inspiró, para vencer los antagonismos y el odio, y construir la comunión, proclamando en caóticas circunstancias: "¡El amor es más fuerte!", también en la vida familiar. Tampoco podríamos echar al olvido esa fuente que Ud. cavó, para que impulsáramos la pastoral de la santidad, al beatificar en Chile y canonizar más tarde en Roma a Santa Teresa de Jesús de Los Andes. Y nos urge siempre el desafío de edificar, según el encargo carismático del beato Alberto Hurtado, una sociedad más justa y solidaria, ya que "los pobres no pueden esperar".
Santo Padre, gracias por esos otros impulsos de vida que recibimos con la celebración del Gran Jubileo; gracias por las Jornadas Mundiales de la Juventud y por los escritos apostólicos que ha enviado a la Iglesia universal, y, que tanto nos han apoyado en nuestro ministerio pastoral. Durante estos años hemos trabajado y orado en profunda comunión con Ud., y la cosecha ha sido abundante.
Está concluyendo nuestra visita ad límina apostolorum. Volveremos agradecidos a nuestras diócesis, también por los diálogos enriquecedores que hemos sostenido con sus colaboradores más cercanos en los diversos dicasterios. Mucho le agradecemos los momentos de comunión: con Ud., particularmente la celebración de esta Eucaristía, y el recuerdo de la cruz pectoral que ha tenido la bondad de regalarnos.
También de nuestra parte quisiéramos compartir con Ud. el mismo regalo, una cruz pectoral, hecha con sencillez y mucho cariño con elementos naturales de, nuestra tierra. Ella quiere expresar nuestra firme voluntad de llevar con Ud. la cruz, como signo de salvación, al inicio de¡ tercer milenio. Sobre ese fundamento queremos construir la ciudad de Dios en la ciudad de los hombres.
Con Ud. optamos por la vida nueva que se encuentra en el árbol de la cruz, en el amor más fuerte del Señor, y por la fecundidad cierta que el Padre promete a quienes permanecen en el Amor y se dejan guiar, como María Santísima, por el Espíritu de Dios. Así queremos acompañarlo, anunciando el Evangelio a todos, y con particular predilección a los pobres y afligidos, para la esperanza, la vida y la paz del mundo.
Gracias, Santo Padre. La acogida, la palabra, el testimonio y la oración de Pedro, nos han confirmado en la fe.