Sr. Ignacio González Camus
Presidente del Colegio de Periodistas
Santiago.
Muchas gracias por haberme invitado a orar con ustedes el 13 de febrero, día tan lleno de contenido para el periodismo en Chile, bajo los signos de Independencia y Libertad.
Acepto, con mucho agrado, la invitación, aunque ese día no podré acompañarles, físicamente, por tener que estar en un sector muy marginado de la Diócesis. Pero tengan la seguridad de que en la oración estaré muy unido a ustedes cuando recordemos a Camilo Henríquez en la entrega de su aporte de iluminación en los albores de la patria, haciendo nacer la “Aurora de Chile”.
La oración no es simplemente “decir palabras” a Dios. La oración cristiana lleva, ciertamente, consigo el ponerse confiadamente en manos de Dios, pidiéndole su ayuda para conseguir aquello que es bueno y hace vivir y crecer en el amor. A veces este camino pasa a través de un pesado vía crucis. Pero esta oración lleva, también, consigo un sincero compromiso de parte del que reza, si es que se quiere orar de verdad y no recurrir a la evasión de la estúpida esperanza de una oración mágica.
En su tiempo, Fray Camilo sintió la necesidad de crear un medio de comunicación para que cada hombre no se sintiera solo, en un momento de oscuridad y en un momento en el que era urgente que los hombres se unieran para formar, con fuerza, la conciencia de pueblo que busca su camino propio de vida, camino libre de dependencias.
Este planteamiento es válido no sólo para el comienzo del camino, sino para cada uno de sus pasos y contiene exigencias radicales de fuerte urgencia ética para los responsables del periodismo y para todos los comunicadores, especialmente en momentos difíciles, como lo es el momento actual. Estas exigencias o compromisos deben ser asumidos por nosotros si queremos rezar con sinceridad.
El momento actual es especialmente difícil en cuanto que la comunicación entre los hombres es especialmente difícil. No quiero tocar, ahora, otros aspectos.
La comunicación entre los hombres es elemento básico y fundamental para su vida sana, para que puedan formar algo en común con el aporte libre de cada uno, para que puedan buscar juntos el camino que deben recorrer juntos, esto es, para que puedan vivir y crecer como pueblo libre.
Ahora bien, si los encargados del cuidado del bien común no sólo no fomentan esa comunicación, de modo responsable, para el buen desarrollo de la opinión pública, sino que ponen obstáculos a su ejercicio; si se ponen dificultades a que los hombres se reúnan; si existe ambiente de miedo y desconfianza mutua; si se manipula y falsea la información; si los que piensan otra cosa no pueden, de hecho, expresarlo públicamente sin actos represivos, es evidente que con estos obstáculos para la comunicación se ponen obstáculos para la vida y crecimiento del pueblo como pueblo libre que quiere y debe ser, él el protagonista de su historia.
Esto quedó expresado, de algún modo, cuando en la última Asamblea Plenaria del Episcopado, los obispos dijimos que la “gravedad de la crisis que atraviesa el país, está agravada aún más por la restricción de los medios de comunicación”. Ya, con anterioridad, el Comité Permanente dijo que “el país necesita el aporte de todos”, incluyendo al que disiente y que “el país debe estar informado”. (Más allá de la protesta y la violencia, 24 junio 83, nn. 4 y 5).
El comunicador que quiera ser fiel al llamado de Dios en medio de esta difícil situación necesita un coraje grande. Esto hace más clara la necesidad de la oración. Cada uno necesita la fuerza para mantener incólumes las exigencias éticas y no servir a otros intereses sin quedar amarrados por el miedo y las mil esclavitudes que llevan a la autocensura paralizante.
Dentro de la división en que nos encontramos los chilenos es necesario caminar hacia la reconciliación. Nuevamente recuerdo lo planteado en la declaración de la última Asamblea Plenaria del Episcopado. Al mirarlo con ojos de comunicador, es fácil reconocer aquí un llamado concreto. Si los hombres están divididos es necesario que se comuniquen para que puedan vivir el reencuentro.
No se puede caminar fomentando más odio y división. Pero se ha de caminar hacia la eliminación de lo que crea odios y división.
Esto supone, claramente, unir esfuerzos para conseguir la eliminación de todos aquellos actos que son injustos y atropellan al hombre en su dignidad. Esto vale, no sólo cuando estos atropellos provienen de terroristas o delincuentes comunes, sino también cuando provienen de la autoridad.
Con mucha claridad está expresado en el Concilio Vaticano II que, textualmente, dice así: “cuando la autoridad pública, rebasando su competencia, oprime a los ciudadanos, éstos no deben rehuir las exigencias objetivas del bien común; les es lícito, sin embargo, defender sus derechos y los de sus conciudadanos contra el abuso de tal autoridad, guardando los límites que señala la ley natural y evangélica” (G.S. 74).
El comunicador que en estos momentos no quiera “rehuir las exigencias objetivas del bien común” deberá mantener viva la creatividad para buscar los medios en orden a conseguir que los ciudadanos estén informados y se comuniquen. Se necesita que ellos formen o consigan instancias de participación.
En el Mensaje del Papa en la última Jornada Mundial por la Paz (1 de enero 1985) nos dice así: “Un mundo de justicia y de paz no puede ser creado sólo con palabras y no puede ser impuesto por fuerzas externas. Debe ser deseado y debe llegar como fruto de la participación de todos. Es esencial que todo hombre tenga un sentido de participación, de tomar parte en las decisiones y en los esfuerzos que forjan el destino del mundo. En el pasado la violencia y la injusticia han arraigado frecuentemente en el sentimiento que la gente tiene de estar privada del derecho a forjar sus propias vidas.
No se podrán evitar nuevas violencias e injusticias allí donde se niegue el derecho básico a participar en las decisiones de la sociedad” (l.c.n.9).
Heroica es pues la tarea para los comunicadores en estos momentos:
- Conseguir responsablemente que, a pesar de las dificultades, exista una real comunicación entre los ciudadanos y entre éstos y las autoridades.
- Coraje para saber denunciar los atropellos de las autoridades, no por odio, venganza, u otro móvil mezquino, sino para que vean que esos caminos son falsos y lejos de colaborar a la consecución de la paz, la dificultan. Tener el coraje de actuar así es realizar la entrega valiente de un aporte crítico que invita al cambio de actitud y es un acto de solidaridad con el que sufre los atropellos.
- No solo no fomentar odios ni acrecentar divisiones, sino promover la reconciliación, la cual va más allá de hacer que "los otros" pidan perdón. Se trata de conseguir que todos cambiemos y nos encontremos entregando cada uno su aporte.
- Fidelidad máxima a la verdad y al respeto a cada persona a la justicia y al bien con rechazo total a manipulaciones e instrumentalizaciones de personas.
- Superación de miedos y autocensuras que impiden hacer lo que, en conciencia, se considera un deber.
- Esforzarse en conseguir que quienes carecen de voz la tengan y, mientras tanto, ser voz de ellos.
Todo esto es un servicio a la paz y es solamente una parte de la tarea del comunicador hoy día.
Señor, ayuda con tu fuerza a quienes llamas a realizar en el periodismo la tarea de comunicador para que se mantengan siempre fieles al servicio de la paz y encuentro entre los hombres. Amén
† Juan Luis Ysern
Obispo de Ancud
Presidente de CENCOSEP
Santiago, 21 de enero de 1985
