Homilía Misa en memoria del Gral. Augusto Pinochet U.
1 Jn. 3, 14 – 16
Lc. 23, 44 - 46
Estimadas Autoridades
Civiles, Militares, de Orden y Seguridad,
Hermanos y Hermanas en el Señor
Nos hemos reunido esta mañana como comunidad de creyentes, para elevar nuestra Oración a Dios, y pedirle por el descanso eterno del que fuera Comandante en Jefe del Ejercito y Presidente de la República, Don Augusto Pinochet Ugarte.
Frente a la realidad de la muerte, estamos realizando un acto de Fe, creemos que Jesucristo el Señor ha vencido el pecado y la muerte y otorga a los cristianos el don de la vida eterna.
Han sido las lecturas Bíblicas que hemos escuchado, las que nos sirven de iluminación y de esperanza: “nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida” y este paso se realiza si amamos y servimos a los hermanos: “también nosotros debemos dar la vida por los hermanos”.
No estamos en este lugar, dedicado a Dios, la oración y a los hermanos, para hacer algún juicio histórico o moral, sobre el General Pinochet, sino para expresar nuestra actitud de cristianos, que ante la majestad de la muerte, se convierte en caridad para elevar nuestra oración al Padre Dios y pedirle: “que no tenga en cuenta sus pecados, sino de acuerdo a su misericordia y bondad le otorgue su gracia y perdón”.
Hemos escuchado el núcleo de la pasión de San Lucas, el cuál nos trae el relato de los últimos momentos de la vida de Jesús, allí el Señor realiza el acto más sublime de su existencia: entre el dolor y la angustia entrega su vida a Dios. Como dirá el mismo, “nadie me quita la vida, yo la doy por aquellos que amo”.
Estamos como Iglesia, viviendo el tiempo litúrgico del Adviento, que enfatiza la esperanza en el Señor que vendrá. Sabemos que Jesús vino en Belén y viene cada vez que lo invocamos y vendrá al final de los tiempos.
En la fiesta de Navidad, no solo recordamos la primera venida del Señor como niño en el portal de Belén; sino que cada año el Señor se hace presente en cada corazón y en cada familia que lo espera sinceramente.
Es así, que esperamos que el Señor venga con toda su fuerza y vida a nuestra Patria, de tal manera que acogiéndolo en la simplicidad de un niño, nos pueda ayudar a construir nuestra convivencia nacional.
La realidad de la muerte, del General Pinochet, nos debe ayudar a descubrir el valor del presente, a trabajar y hacer todo lo posible para que la historia recién vivida, nos ayude a meditar y sacar las lecciones suficientes que nos ayuden a construir una gran nación de hermanos, “donde cada uno tenga, pan, trabajo, respeto y alegría”.
Tenemos nosotros la gran tarea de trabajar por Chile y su gente, de acoger el llamado que, de diversas formas y en distintos tiempos ha señalado nuestra Iglesia: la reconciliación entre todos. Solo es posible construir una gran nación de hermanos, si en ella se viven los valores del Evangelio, entre ellos, el primero y fundamental es la capacidad de saber acoger y pedir perdón.
El próximo Bicentenario, que nos afrontamos celebrar, nos debe ayudar a trabajar, por ir consolidando, aquel País que hizo soñar y trabajar con tanto ardor a nuestros Padres de la Patria, que colocaron su mayor esfuerzo en los valores y las personas, y así consolidaron nuestra Independencia Nacional.
María Santísima, nuestra Señora del Carmen, nos ayude a mirar nuestra historia y nuestro futuro con los ojos de la fe, para que al igual que Ella, aprendamos a conocer cada día mejor nuestra existencia y estemos siempre disponibles para servir a los demás, como Ella lo hizo con su prima Isabel. Sea María, el Auxilio Maternal que tienda su Manto protector sobre nuestra Patria y sus ciudadanos.
Al Señor que ha Resucitado de entre los muertos, sea el Honor y la Gloria, por los siglos de los siglos. Amén.
