Texto del Evangelio: MARCOS 4, 30 – 33
TE DEUM LAUDAMUS, ¡ A TI OH DIOS TE ALABAMOS ¡
Esta aclamación, fruto de una fe profunda, nos reúne cada año en estas Fiestas Patrias, para elevar nuestra oración más sincera, a quien reconocemos como nuestro Dios y Señor.
Muy distinguidas autoridades presentes y hermanas y hermanos todos:
Al vivir y discernir los acontecimientos de nuestra historia, al reconocer los avances y los retrocesos que día a día experimentamos en la conquista de una más serena convivencia social en vista del bien común, sentimos el gozo de alabar al Señor, porque pone en nuestras manos, en nuestro corazón y en nuestra mente su Espíritu, el Espíritu del bien, para hacer de nuestro pueblo y de nuestra tierra, una familia, una casa, una tierra acogedora y grata para vivir.
En la larga historia que nos ha precedido, desde cuando estas tierras aún no tenían la conformación actual para llegar a llamarse Chile, hemos experimentado épocas de libertad y de esclavitud, períodos de gozo y de dolor, momentos de paz y de violencia, tiempos de comunión y de divisiones.
Y en la historia más reciente, cuando nos acercamos a celebrar los casi 200 años de la Independencia de la Nación, también hemos experimentado los mismos vaivenes.
Pensábamos que al conquistar la Independencia, la vida de Chile iba a ser más pacífica y fraterna. Pero no fue así. El orgullo, el egoísmo, la ambición, el odio y la violencia, anidados en el corazón humano, nos han mostrado que el camino para la paz, la solidaridad, el amor y la justicia es aún largo, es una conquista que exige la lucha, la pasión y la generosidad de cada día.
El termómetro más sensible y objetivo para medir la calidad de la convivencia, para medir el clima del alma nacional, en Aysén y en Chile, fueron, son y serán siempre LOS POBRES.
Pobres, no solo por ser personas que les falta plata o bienes para subsistir dignamente, sino sobre todo porque les falta alcanzar su sagrada dignidad, les falta alcanzar una mínima participación en los grados del poder, para ser partícipes de la mesa común, en que los bienes de Dios los podamos repartir equitativamente, de manera que nadie se vea excluido o marginado.
En una cultura como la nuestra, en que pareciera inspirada en el lema: “fuera del mercado y del placer, no hay salvación”, ¡ cuan iluminadoras son las palabras del Evangelio que acabamos de escuchar ¡
Jesús nos indica con una comparación tan sencilla, o parábola, que DIOS CONSTRUYE SU REINO sembrando semillas tan pequeñas, como la de mostaza, que a veces parecen insignificantes y podrían pasar desapercibidas, pero que tienen un potencial para crecer enormemente y anidar una vida abundante y fecunda.
Estas semillas son sembradas también en nuestro Chile de hoy, y son pequeñas señales, que al crecer tienen el potencial de buena noticia, tienen la fuerza para transformar la historia, tienen hoy la tenue luz de la aurora que anuncia el resplandeciente sol del día.
Y como no reconocer que HOY estas semillas o pequeños signos de esperanza los percibimos en:
• los jóvenes, sobre todo estudiantes, con su capacidad de liderazgo y organización para expresar su malestar, aunque a veces de manera turbulenta, por la falta de equidad en el actual sistema de gestión de la educación y la exigencia de mejorar su calidad, escondiéndose aquí el anhelo de una sociedad distinta, que tiene que revisar su actual modelo, no pocas veces excluyente;
• el impulso dado por la señora Presidenta de la República, doña Michelle Bachelet, de una mayor y más paritaria presencia de la mujer en la gestión de la vida pública;
• la mayor sensibilidad ecológica en tantas personas y grupos, sobre todo en nuestra Región, para valorar y potenciar los bienes de la naturaleza, generoso don de Dios, como un lugar digno para la armonía y el desarrollo del ser humano, y no como una mercancía en manos del más acaudalado postor;
• el despertar de tantos brotes para una mayor participación ciudadana, en que se perciben las exigencias de repartir y asumir el poder de la responsabilidad y de la gestión del bien común;
• la búsqueda de una familia más unida, estable, formadora de personas capaces de asumir los profundos cambios socio – culturales que estamos viviendo, sin dejarse engañar, arrollar o aplastar por las apariencias de estos cambios;
• en la necesidad, sobre todo de los jóvenes, de alcanzar sus profundos anhelos de felicidad y madurez, llenando sus vidas, no con plata, o con celulares, o con computadores, o con notas, o con medallas, o con pastillas, o con alcohol u otras drogas, sino con un amor profundamente humano, sincero, sacrificado, respetuoso, transparente, generoso y solidario, enriquecido por la fe y una fuerte espiritualidad.
HOY, como autoridades y constructores de la sociedad, y también como M.C.S., responsables de percibir las señales de inquietud, que encierran un potencial de esperanza, de solidaridad y vida, que buscan condiciones de mayor dignidad, mayor participación, mayor igualdad, mayor democracia, mayor transparencia y cercanía de la justicia, mayor comunión social, deberíamos elevar nuestra alabanza a Dios por estas señales indicadoras, y recoger estas señales para orientar nuestras responsabilidades hacia las personas, y especialmente hacia los más vulnerables, los más pobres, que tienen hoy rostro de niños abandonados, de enfermos y ancianos, de pescadores y obreros, de jóvenes y campesinos, de mujer, de familia: el rostro del Chile que quiere ser sujeto activo y participativo de su historia.
En esta noble tarea, como Iglesia de Aysén, a pezar de los notables esfuerzos y realizaciones, debemos reconocer que también tenemos lentitudes y limitaciones, y que aún estamos lejos de ser fiel reflejo de la “buena noticia de Jesucristo” que muchos esperan ver.
Queremos ofrecer los mejores esfuerzos y capacidades en la construcción de nuestra patria, en estos tumultuosos comienzos del milenio, en que percibimos una sociedad con signos evidentes de profundos cambios en la manera de pensar, de creer, de ser, de vivir y de convivir.
Debemos asumir el necesario conflicto que estos cambios exigen, aportando las convicciones y la experiencia de la fe en el Dios de Jesucristo, que se revela en su plenitud entregando su vida en el servicio, hasta alcanzar el escándalo de la CRUZ. La CRUZ: lo que para algunos perece un fracaso y el fin, para Dios y sus discípulos es el triunfo del amor entregado, es el signo de la vida que vence el mal y el pecado, y transforma el corazón, los pensamientos, las actitudes y las decisiones de las personas.
Frente a distintos y tan variados proyectos de sociedad y de país, que surgen de principios, ideologías, creencias y culturas, en una palabra, que surgen de una CONCIENCIA SOCIAL DIVERSA, ciertamente que ninguna buena política debería ridiculizar, eliminar o demonizar la conciencia y los principios de los ciudadanos.
Una buena política:
• valora y respeta la conciencia y la experiencia de los demás;
• dialoga y da argumentos sabios y profundos;
• reconoce las siempre posibles equivocaciones y rectifica sus rumbos y medios;
• orienta sus acciones, movida no por sus intereses y ganancias, sino por las necesidades del bien común, sobre todo de los más pobres;
• facilita y respeta la participación de sus hermanos, y hasta de los que pudiera considerar como enemigos.
No es fácil construir la Patria.
A quienes tenemos mayor responsabilidad en esta tarea y misión, Dios nos pide mayor sabiduría, valor, fe, generosidad y claridad.
Es el tiempo de los profetas sociales y religiosos. Es el tiempo de ser nosotros las semillas, como la de mostaza, que Dios siembra en Aysén y en el Chile de hoy.
Que nuestro mensaje y testimonio estén a la altura de estos nuevos tiempos, que vivimos y construimos en las luchas de cada día, para que desde nuestra alma florezcan días fecundos de mayor justicia, solidaridad, hermandad y paz.
A Dios nuestra oración, nuestra alabanza y gloria, por darnos un corazón sensible y un alma noble en dar color, sabor y aliento a la vida de nuestra amada patria: Chile.
AMEN
† Luis Infanti de la Mora, osm
Obispo Vicario Apostólico de Aysén
Coyhaique, 18 de septiembre de 2006
