Homilía en el Te Deum por el 196º Aniversario de la Independencia Nacional
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Homilía en el Te Deum por el 196º Aniversario de la Independencia Nacional

Fecha: Lunes 18 de Septiembre de 2006
Pais: Chile
Ciudad: Puerto Montt
Autor: Mons. Cristián Caro Cordero

Iglesia Catedral de Puerto Montt
18 de Septiembre, 2006

Textos bíblicos:
1 Cor. 11,17-26.33
Sal. 39,7-10.17
Lc. 7,1-10

1. Nos reunimos, una vez más, en esta más que centenaria Iglesia Catedral (está celebrando 150 años de su primera piedra), para dar gracias a Dios por el 196º aniversario de la Declaración de nuestra Independencia Nacional. Escucharemos la Palabra de Dios correspondiente a este día, y su aplicación a nuestra realidad, y elevaremos al Señor nuestras súplicas por la Patria, culminando con el solemne Tedeum de alabanza y acción de gracias a Dios, Uno y Trino. En la parte final, rezaremos el Padre Nuestro, nos daremos el saludo de la paz, encomendaremos nuestra Patria a la Virgen del Carmen y recibiremos la bendición. Nuestro Himno Nacional cerrará la celebración Litúrgica.

En cuatro años más, nuestro país cumple el Bicentenario de su Independencia Nacional. Recientemente, el Papa Benedicto XVI -al recibir al nuevo Embajador de Chile ante la Santa Sede- se refirió a dicho aniversario y a las esperanzas “que nacen de un período particularmente significativo, en el cual se han logrado metas de desarrollo notables, se han ido consolidando las instituciones y parece prosperar el clima de una convivencia pacífica”.

También mencionó “la trayectoria económica favorable” que ha propiciado avances en diversos campos.

A la luz de la palabra del Papa, valoramos mejor lo bueno que tenemos y agradecemos a Dios tantos bienes recibidos; también damos gracias a todas las personas, gobernantes y gobernados, empresas, instituciones civiles o de las FFAA y de Orden, voluntariado, etc., que con su trabajo diario y su aporte generoso contribuyen al bien común.

Especialmente, rindo un homenaje a los trabajadores y a las dueñas de casa y madres de familia que muchas veces deben compartir responsabilidades domésticas y trabajos fuera del hogar.

En su discurso, también el Santo Padre señaló tres principios fundamentales en la construcción de una sociedad verdaderamente humana: “Ante todo, el derecho a la vida en todas las fases de su desarrollo o en cualquier situación en que se encuentre”. En segundo lugar, “el derecho a formar una familia, basada en los vínculos de amor y fidelidad establecidos en el matrimonio entre un hombre y una mujer, y que ha de ser protegida y ayudada para cumplir su incomparable misión de ser fuente de convivencia y célula básica de la sociedad”.

En tercer lugar, recordó que “en la familia, como institución natural, reside además el derecho primario de educar a los hijos según los ideales con los que los padres desean enriquecerlos tras haberles acogido con gozo en sus vidas”.

El Papa mencionó a Sta. Teresa de Los Andes y a San Alberto Hurtado, como ejemplos de “los abundantes recursos históricos y espirituales para afrontar el futuro con fundadas esperanzas de alcanzar nuevas metas de humanidad, contribuyendo así a favorecer también en el concierto de las naciones vínculos de cooperación y convivencia” de la “querida Patria chilena”.

Agradecemos al Sumo Pontífice sus palabras, en especial, el llamado que nos hace a todos, ciudadanos y gobernantes, a “dar un rostro verdaderamente humano a la sociedad”.

¿Qué valores debemos promover, defender y cultivar en la educación de nuestros niños y jóvenes, en las familias y escuelas, en los MCS? ¿Qué ideales deben mover a las autoridades en su servicio público? ¿Qué políticas públicas se deben llevar adelante en los campos de la educación, la salud, la vivienda, la seguridad y otros para conducir al desarrollo integral, de toda la persona humana y de todas las personas?

2. Hemos escuchado la Palabra de Dios, en la Primera Carta de S. Pablo a los cristianos de Corinto. Con toda claridad, el Apóstol les dice que no puede aprobar que sus reuniones causen más daño que provecho, debido a las divisiones que hay, y que se manifiestan en las comidas en común que -en la Iglesia primitiva- precedían a la Eucaristía o Cena del Señor.

En efecto, señala: “cada uno come primero su propia cena, y mientras uno pasa hambre, otro se embriaga”. Les reprocha duramente: “¿No tenéis casas donde comer y beber? ¿O tenéis en tan poco a la Iglesia de Dios que humilláis a los pobres? En esto no os apruebo”.

Y les recuerda la institución de la Eucaristía por Jesús en la Ultima Cena, como el gran sacramento de la unidad, de la entrega al prójimo, y de la Acción de gracias a Dios. “Por tanto, quien come el pan o bebe la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor”.

La conclusión es clara: hagan que la comida que precede a la Cena del Señor sea señal auténtica de amor fraterno, compartiendo los alimentos. Así, el culto y la solidaridad deben ir de la mano.

Este texto, que podría parecernos lejano, sin embargo, es de suma actualidad en nuestros tiempos marcados por el individualismo, el afán de dinero y placer, las grandes diferencias socio-económicos y una peligrosa concentración del poder económico.

Con razón, el Papa Benedicto XVI, en su primera Encíclica “Deus Caritas est”, decía: “Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí: en el más humilde encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontramos a Dios” (n.15).

Los Santos, pensemos en nuestro P. Alberto Hurtado, “han adquirido su capacidad de amor al prójimo de manera siempre renovada gracias a su encuentro con el Señor Eucarístico y, viceversa, este encuentro ha adquirido realismo y profundidad precisamente en su servicio a los demás” (n.18).

Ante los desafíos de la pobreza material, moral y religiosa que ensombrece el desarrollo de nuestra Patria, “es necesario que nuestra sobre el hombre se asemeje a la de Cristo”, pues Él conoce lo que necesita el hombre y actúa en consecuencia, dándose a Sí mismo. El verdadero desarrollo integral del ser humano no se reduce a los medios materiales ni a las soluciones técnicas; debe privilegiar la educación de niños y jóvenes en las virtudes humanas y morales, el fortalecimiento de la familia, la justicia social, y los espacios para desarrollar los valores espirituales y trascendentes. En verdad, “Quien no da a Dios, da demasiado poco”, dice el Papa, citando a la beata Teresa de Calcuta que afirmaba que “la primera pobreza de los pueblos es no conocer a Cristo” (cf. Mensaje de S.S. Benedicto XVI, para la Cuaresma 2006).

Así pues, “amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento. Pero ambos viven del amor que viene de Dios que nos ha amado primero”.

La cruz de Cristo que se levanta en nuestros pueblos, campos y ciudades es el símbolo de ese doble y único amor y nos indica el camino a seguir.

También, hemos repetido con el Salmo (39): “Aquí estoy Señor, para hacer tu voluntad”. “Dios mío, lo quiero y llevo tu ley en las entrañas”.

El amor a Dios y la obediencia a sus mandatos es la garantía del respeto a la vida humana, a la dignidad del ser humano y a la defensa de los débiles, desde la concepción pasando por el pequeño embrión hasta el enfermo terminal. Esta sujeción a la autoridad de Dios, Padre, Legislador y Juez, es la ley suprema que da sentido a todas las leyes, normas y decretos que los hombres podemos hacer.

Aquí cabe lo que el Papa Juan XXIII decía”: “si las leyes o preceptos...estuvieran en contradicción con el orden moral, en contradicción con la voluntad de Dios, no tendrían fuerza para obligar en conciencia...” (Pacem in Terris, 271).

Por tanto, vamos a las causas de los problemas y a las soluciones de fondo que son la educación moral de los jóvenes en la libertad y la responsabilidad, la solidaridad y la justicia para superar la pobreza y el fortalecimiento del matrimonio y la familia.

3. El Evangelio de la curación del siervo del centurión, le ofrece a Jesús la ocasión para ensalzar ante la multitud la fe auténtica, cimentada en la humildad, de ese extranjero pagano: “os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande”.

La fe del centurión consiste en aceptar sin reservas la autoridad de Jesús en su vida: “Basta una palabra tuya, para que mi criado quede sano”.

San Lucas ve en este episodio el preludio de la conversión de los paganos y su entrada en la Iglesia (ver conversión del centurión Cornelio, Hech 10, 1-11,18). El centurión “representa -comenta San Ambrosio- al pueblo de los paganos que se hallaba aprisionado por las cadenas de la esclavitud al mundo, y enfermo de pasiones mortales: al cual iba a sanar la bondad del Señor”.

¿No es ésta la situación del mundo actual?

“Europa –decía el Cardenal Ratzinger 18 días antes de ser elegido Papa- ha desarrollado una cultura que, de un modo desconocido hasta ahora por la humanidad, excluye a Dios de la conciencia pública, ya sea que se le niegue del todo, o que su existencia sea juzgada como indemostrable, incierta, y perteneciente, por tanto, al ámbito de las opciones subjetiva; por lo tanto, irrelevante para la vida pública. Esta racionalidad puramente funcional, por así decirlo, ha comportado un trastorno en la conciencia moral también nuevo para las culturas que han existido hasta ahora, porque sostiene que racional es tan solo...aquello se puede probar con experimentos(...)

En un mundo basado sobre el cálculo, es el cálculo de las consecuencias el que determina qué cosa puede ser considerada moral o inmoral. Y de esta manera la categoría del bien (...) desaparece. Nada es en sí mismo un bien o un mal, todo depende de las consecuencias que se pueden prever de una acción” (Conferencia en Subiaco, 1º de Abril 2005).

Es el relativismo ético que algunos consideran el aliado natural de la democracia, “ya que él sólo garantizaría la tolerancia, el respeto recíproco entre las personas y las decisiones de la mayoría, mientras que las normas morales, consideradas objetivas y vinculantes, llevarían al autoritarismo y a la intolerancia” (E.V.,70). Pero, es precisamente al revés: la convivencia civil, privada de “cualquier punto seguro de referencia moral”, queda sometida al arbitrio de los gobernantes o legisladores y “se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto” (V.S.,101). Son palabras del recordado Papa Juan Pablo II.

Lamentablemente, importantes sectores de nuestra sociedad están bebiendo de esta fuente de aguas enrarecidas, impulsando un cambio cultural que exaltando la libertad y autonomía total del individuo, prescinde no solo de Dios sino también de las normas morales objetivas y vinculantes, como los tres principios no negociables que mencionaba el Papa al Embajador de Chile. Estos principios, antes de escribirse en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y de la Constitución Política de nuestro país, están inscritos por Dios mismo en la conciencia de la humanidad, como “ley natural”.

Si los respetamos, tendremos una sociedad más humana; justa y fraterna; como Dios quiere.

4. ¿Qué hacer entonces?

Un conocido sociólogo, de vertiente laica, escribía hace poco: “la calidad de la educación y, más ampliamente, de la sociedad chilena del mañana depende de su capacidad de ofrecer una formación moral”... Refiriéndose a la falta de orden y disciplina en la mayoría de los establecimientos educacionales, la relaciona “con la declinación que, con la modernización, vienen experimentado las familias (y también las iglesias, los partidos políticos las empresas y el mismo Estado) como instituciones de formación moral, donde se adquieren normas y hábitos que permiten la vida común" (Eugenio Tironi, El Mercurio, 5 Sep 2006, A3).

“En realidad, -decía el Papa Juan Pablo II- en el centro de la cuestión cultural está el sentido moral, que a su vez se fundamenta y realiza en el sentido religioso” (Cent. Anuus, 24).

Volvamos finalmente, al Evangelio proclamado.

La fe del centurión consistió en aceptar humildemente la autoridad de Jesús: “basta una palabra tuya y mi criado sanará”, y su recompensa fue que “al volver a la casa, los enviados encontraron sano al criado”.

Esto mismo lo podemos proyectar a nuestra realidad personal, familiar y social.

Si dejamos al Señor -y a su Iglesia- decir su Palabra viva y eficaz, más penetrante que espada de doble filo, que juzga los deseos e intenciones del corazón, y nos esforzamos en practicarla entonces se iluminará nuestro caminar como individuos y como pueblo, y contaremos con su ayuda.

Puede surgir la objeción de que la realidad es otra y que los mandamientos de Dios son imposibles de cumplir.

Escuchemos a San Agustín que en su juventud llevó una vida moral desordenada y con soberbia intelectual buscaba la verdad fuera de Dios, hasta que la gracia lo tocó. Dice: “Porque Dios no manda cosas imposibles, sino que, al mandar lo que manda, te invita a hacer lo que puedas y pedir lo que no puedas” y te ayuda para que puedas. (1 Jn 5,3), (Mt. 11,30)” (Cit. por Juan Pablo II, en V S.,102).

5. En las incertidumbres, confusiones y dificultades de nuestra época, levantemos la mirada a la estrella de Chile, acojámonos a la Madre de Cristo, supliquemos a la Virgen del Carmen, Patrona de nuestra Patria: “que todos colaboremos con el Padre Dios, en la construcción de una patria con mayor equidad, fraternidad, honestidad y esperanza”. Amén

† Cristián Caro Cordero
Arzobispo de Puerto Montt

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