Junto con el momento solemne en que el Santo Padre Benedicto XVI proclamó la santidad de Alberto Hurtado, en la plaza de San Pedro repleta de compatriotas y con la presencia de la mayoría de los Obispos de Chile, sacerdotes, religiosas y miles de fieles, se puso también término al Sínodo de la Eucaristía. Ambos hechos no pueden pasar inadvertidos a los ojos de la fe. En efecto, el Papa, al resaltar el itinerario espiritual de nuestro santo, nos dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón... y a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22,37.39). Éste sería el programa de vida de San Alberto Hurtado, que quiso identificarse con el Señor y amar con su mismo amor a los pobres. “La formación recibida en la Compañía de Jesús, consolidada por la oración y la adoración de la Eucaristía, le llevó a dejarse conquistar por Cristo, siendo un verdadero contemplativo en la acción. En el amor y entrega total a la voluntad de Dios encontraba la fuerza para el apostolado” (Su Santidad Benedicto XVI).
En pocas palabras, el Vicario de Cristo en la tierra describió el gran secreto del nuevo santo: su vida de oración y adoración a Jesús Sacramentado, desde la cual se transformó en un hombre capaz de llevar adelante obras espirituales y sociales asombrosas. Es evidente que no han estado ajenas a las breves y concisas palabras del Papa la ausencia de estas consideraciones en algunos de los enfoques sobre nuestro santo que han hecho en los últimos meses. En efecto, fue San Alberto un hombre de acción, pero el fundamento y la fuerza de ella era la contemplación.
Todo Chile, más allá de las diversas miradas religiosas de cada uno, vibró con este momento solemne, pues hemos percibido con particular fuerza que ese hombre de Dios que fue Alberto Hurtado vivía centrado en Cristo y en su presencia real en la Santísima Eucaristía. De allí nacía su fuerte coherencia entre lo que era y lo que hacía y ese era el fundamento que hizo que a tantos hombres y mujeres de ayer y de hoy descubrieran en él a Cristo y la necesidad de servir heroicamente a los pobres.
Este es el camino que hoy debemos seguir los cristianos. Sin embargo, también la vida coherente y fiel de los santos muestra los contrastes de nuestra propia vida como católicos y de la falta de coherencia entre la vivencia personal de la fe y su trascendencia social. Ha sido este uno de los aspectos que los padres del Sínodo han explicitado al señalar: “Los políticos y legisladores católicos deben sentirse especialmente interpelados en su conciencia, rectamente formada, sobre la grave responsabilidad social de presentar y apoyar leyes inicuas. No hay coherencia eucarística cuando se promueven leyes que van contra el bien integral del hombre, contra la justicia y el derecho natural. No se puede separar la opción privada y la pública, poniéndose en contradicción con la ley de Dios y la enseñanza de la Iglesia, y esto debe ser considerado también respecto a la realidad eucarística” (Cf. 1 Corintios 11, 27-29).
En efecto, como hemos resaltado en el Documento de Trabajo dado a conocer en nuestra anterior revista, Chile necesita una fuerte muestra de coherencia y de heroísmo, para hacer verdad la presencia de Cristo en la vida de nuestra nación. Y en este sentido la canonización de San Alberto es un tiempo propicio para una reflexión profunda, personal y social, acerca del compromiso de cada uno como católico con la construcción de la Patria que queremos, que es la misma que quiso y amó Alberto Hurtado, un hijo de esta tierra y cuyos fundamentos son los de la fe cristiana y católica de nuestra nación.
