\"Una Gran Señal apareció en el cielo: una Mujer vestida del Sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza\" (Apoc. 12,1). Este hermoso texto del Apocalipsis, que la Iglesia ha aplicado tradicionalmente a la Virgen María, nos viene espontáneamente al celebrar la festividad de la Virgen del Carmen. En Ella, nuestra Patria ha recibido una Señal de Luz, una Estrella que ha orientado con su fulgor nuestra historia y que -desde su nacimiento como país libre- ha traído esperanza a sus horas más crucia1es.
Actualmente Chile vuelve a vivir una de esas horas. Todos tenemos conciencia que el destino futuro de nuestra Patria se está jugando día a día. Cambios sustanciales están ocurriendo en la manera de entender nuestra convivencia social. Un período de nuestra historia va quedando atrás y navegamos hacia playas nuevas, desconocidas. Todos sentimos la inseguridad de la búsqueda. En unos prima la esperanza de alcanzar pronto las riberas de una sociedad más fraternal y más libre; en otros domina el temor a zozobrar en medio de la tormenta de odios y de violencia que ha arreciado en el camino. Todos, sin embargo, coinciden en la urgente necesidad de luz: de luz que permita precisar con claridad el rumbo, para que así podamos discernir las esperanzas seguras de las falsas; de luz que ilumine oportunamente aquellas decisiones que permitirán evitar a tiempo los escollos mortales: de luz que disipe la atmósfera cargada de enconos y de sectarismo que nos envuelve, para que así podamos comprendernos y maniobrar de común acuerdo al servicio del navío de todos. ¿Y a quién pedir esta luz que tanta falta nos hace? Para los cristianos la respuesta debería resultamos evidente: a la Mujer revestida del Sol de Cristo, a la Virgen del Carmen, Madre y Estrella del pueblo de Chile. Por eso, con ocasión de su festividad, los Pastores de la Iglesia chilena invitamos a todos sus hijos a levantar hacia Ella la mirada, para contemplar su Luz y pedirle -a través de una intensa campaña de oración- que, por el bien de Chile, nos ayude en esta hora.
En primer lugar, queremos pedirle esa Luz que resplandeció en Ella en el momento de la Anunciación (Lc. 1,26-38): la luz de su fe, que le permitió escuchar y aceptar la voz del Dios de la historia, que solicitaba su cooperación para llevar adelante el gran plan de liberación de su pueblo.
También queremos pedirle a María esa luz de alegría que irradia el Magnificat, aquel canto incomparable en que desbordó su corazón después de escuchar la alabanza de su prima Isabel (Lc. 1,46-55). Que la Sma. Virgen nos grabe en lo más profundo de la conciencia aquella misma certeza que fue para Ella la fuente permanente de su júbilo: la certeza de que Dios es fiel; de que Él no olvida la Alianza de misericordia que ha sellado con su pueblo (Lc. 1,55); de que Él conduce sabiamente la historia y está siempre dispuesto a obrar maravillas (Lc. 1,49) y a colmar de sus bienes a quienes se le acercan con humildad (Lc. 1,48 y 52), con un corazón de pobre (Lc. 1,53).
De manera especial debemos implorar a la Virgen del Carmen, para todos sus hijos chilenos, la energía luminosa de su amor. Que sepamos amar como Ella, con un amor que se exprese en servicio, en entrega efectiva de nuestras fuerzas y de nuestro tiempo a los más necesitados. Que según su ejemplo la voluntad de servir nos impulsa a cruzar montañas (Lc. 1,39), a superar barreras que pudieran separarnos de otros hermanos. Que nuestro servicio sepa ser vigilante e imaginativo, como lo fue el suyo en Caná (Ju. 2,1-5), y que no desfallezca cuando llegue la hora de la prueba y de la cruz (Ju. 19,25,27).
Sobre todo, queremos pedirle a la Sma. Virgen que nos ayude a prestarle a Chile y a nuestra propia Iglesia el servicio fundamental de la unidad. Ella fue seguramente testigo -muy poco tiempo después de la gracia de Pentecostés- de las divisiones y tensiones que sacudieron a la primera comunidad cristiana entre los convertidos judíos y los griegos (Hechos 6,1); entre Pedro, Santiago y Pablo (Hechos 11,1-18; 15,1-34; Gal. 2,11-14). Pero no se escandalizó por ello: sabía desde un comienzo que su Hijo sería signo de contradicción (Lc. 2,34), y no le extrañó que algo de aquella contradicción se manifestara dentro de su propia Iglesia. Pidámosle a la Sma. Virgen que Ella nos haga instrumentos de unidad; la que será tarea de siempre, que no estará nunca perfecta ni terminada, hasta que el mismo Señor vuelva a consumarla. Que en esta ardua lucha por construirla, Ella nos ayude a no cansarnos nunca de perdonar y de tender la mano. Y que ella nos recuerde que la verdadera unidad no es la que se busca intentando ignorar las tensiones que nos desgarran, sino mirándolas valientemente como llamados de conversión.
Por esto necesitamos intensificar nuestra oración a la Sma. Virgen. Ella misma nos invita a orar. Presentémosle todas estas intenciones en favor de nuestra Patria. Busquemos cada uno la mejor forma de orar, cada día -desde el ofrecimiento de la mañana- sabiendo integrar nuestra oración en la comunidad, en la vida familiar, en las plegarias en el templo, particularmente en la celebración eucarística. Recordemos especialmente el rezo del Rosario en grupos de familiares, de amigos, de otros fieles; y que esta oración sea habitual en nosotros. Hoy estamos movidos por las necesidades que hemos anotado anteriormente; ojalá sea pronto la acción de gracias el motivo de nuestra oración a María.
Éste es nuestro mensaje, radiante de esperanza, con ocasión de la festividad de la Sma. Virgen en su advocación del Carmen.
Santiago, 12 de julio de 1972
Por el Comité Permanente del Episcopado
† RAÚL CARD. SILVA HENRÍQUEZ
Arzobispo de Santiago y Presidente
de la CECH
† CARLOS OVIEDO CAVADA
Obispo Auxiliar de Concepción
Secretario General de la CECH.
