Mensaje de Navidad del Comité Permanente del Episcopado de Chile. Navidad de 1971
Fecha: Miércoles 01 de Diciembre de 1971
Pais: Chile
Ciudad: Santiago
Autor: Comité Permanente
1º ¿Podemos los chilenos cantar \"Noche de paz\"?
Es la pregunta que, sobre todo a los cristianos, nos duele en esta Navidad.
Una vez más celebramos el Nacimiento de Aquel que San Pablo llama \"nuestra paz\"; Aquel que vino a unir a todos los hombres \"derribando el muro que los separaba\", para formar de todos ellos \"un solo Hombre nuevo\"; el Dios que se encarnó para hacer la paz y reconciliar con El a los dos pueblos en un solo cuerpo, por medio de la Cruz. El que \"dio muerte a la enemistad\", para que ya no hubiera más \"extraños ni forasteros, siendo todos conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios\".
2º Y mientras celebramos su Nacimiento, ¿no parece que fuéramos como \"dos pueblos\"? ¿no se insinúa la imagen de una patria dividida en bandos cada día más inconciliables? ¿No crecen, también diariamente, -en medio de una espiral de odio y de violencia- la \"enemistad\" y \"el muro que nos separa\"? ¿Y no tendemos a mirarnos cada vez más como \"forasteros y extraños\"\', y aún \"enemigos\"?
3º Los cristianos constituimos -según el censo- alrededor del 90% de la población de Chile, ¿cómo explicar, entonces, esta dolorosa realidad de división y enemistad? ¿Y cómo superarla, si no es viviendo con mucha mayor pureza, con heroica fidelidad el Evangelio de Jesucristo? Los cantos y las campanadas festivas nos sorprenden, en esta Navidad, con una conciencia de culpa. Y junto a nuestra alegría, y a nuestros deseos de paz, debe haber tiempo para un silencio \"Yo Pecador\".
4º No puede haber paz -la paz de Cristo- cuando se olvida el amor. Y no puede haber amor cuando, mintiéndonos a nosotros mismos, dividimos a los hombres en bandos antagónicos, que monopolizan, unos toda la verdad y la justicia, otros toda la maldad y toda culpa. No puede haber paz si publicitamos preferencialmente el odio, y faltamos en respeto a la verdad y al hombre. No puede haber paz si practicamos, o toleramos, la ley antihumana de la venganza, y nos arrogamos el derecho de conquistar por las armas lo que creemos nuestro. No puede haber paz si la noche se transforma en vigilia armada para impedir el despojo de lo que legalmente nos pertenece. No puede haber paz si no nos educamos, a nosotros y a nuestros hijos, a respetar toda autoridad legítima, la ley que emana de la voluntad común, la persona del otro tanto como la propia. No puede haber paz sino en la medida en que, por esfuerzo concertado y fraterno, erradiquemos las injusticias y desigualdades sociales, factores primordiales de este clima de violencia. No puede haber paz si los detentores del poder económico se aferran a situaciones de privilegio, en lugar de alegrarse y colaborar con la creación de posibilidades nuevas para sus hermanos menos favorecidos. No puede haber paz si las necesarias reformas de estructuras se encaran con criterios de ventajas partidistas. No puede haber paz si las energías y el tiempo necesarios para construirla se derrochan en sucesivas manifestaciones de fuerza, en lugar de aplicarse a trabajar y producir. No puede haber paz impuesta por cualquier forma de prepotencia o atropello a la libertad.
5º Al celebrar la Navidad quisiéramos, consecuentemente, celebrar una paz forjada con nuestras propias manos. Reconozcámoslo: no la tenemos. No la tenemos, al menos, tan clara, tan asegurada, tan de todos y para todos como la anhelamos, como la reflejan nuestras tarjetas y saludos navideños. Pero una manera de celebrar esta fiesta de paz es, precisamente, implorando la paz. Esa paz que no tenemos, y que es un don precioso que viene de lo alto: como Jesús, Verbo de Dios hecho niño. Esa paz que, como Jesús, toma morada en un corazón pobre y sencillo, como el seno de María, como el pesebre de Belén. Paz que visita y se posesiona de corazones libres del ansia de riqueza y de la fiebre de dominio. Paz que visita y al mismo tiempo invita, exige corazones activos, manos de artesanos que construyen la paz, como un quehacer permanente.
6º Sí: la paz nunca se encuentra hecha. Hay que construida. No puede construirse sin el amor. Y no puede darse el amor sin la justicia. \"SI QUIERES LA PAZ, TRABAJA POR LA JUSTICIA\", ha dicho Pablo VI. Imperativo urgente que emana de la naturaleza misma de la Navidad. El Dios convertido en niño, el Dios que no vaciló en despojarse de su gloria para hacerse nuestro igual y compartir nuestra condición humana en todo, menos en el pecado, aparece en Belén como exigencia de una sociedad más justa, donde también nosotros podamos, y queramos compartir como hermanos una misma condición común y donde a todos se nos reconozcan, efectivamente, los mismos derechos: el derecho a participar, mediante una adecuada distribución de ingresos, de todos los bienes del país; el derecho a participar en la gestión económica y política; el derecho a una real igualdad de opciones; el derecho a la educación, sin limitaciones económicas ni imposiciones doctrinarias de ninguna especie; el derecho a la verdad: a conocerla -mediante una información libre y pluralista- a proclamada y a defenderla en público; el derecho de asociarse libremente; el derecho de impedir la perpetuación de antiguos grupos, monopolizadores del poder, y su reemplazo por otros nuevos; el derecho de exigir un eficaz control de la violencia, particularmente la ejercida por grupos armados ilegales.
7º En Navidad nace Cristo, Príncipe de la Paz, para regalarnos esa paz -fruto de amor y justicia- que solos no podemos conquistar. Pero los regalos de Dios comprometen siempre la colaboración humana. Quienes celebramos el don de la paz de Cristo hemos de estar dispuestos a cooperar con ese don; vaciarnos del odio, de todo egoísmo, de toda injusticia y mentira; trabajar -llenos de generosidad y esperanza creadora- por una sociedad donde seamos todos \"un solo Hombre Nuevo\".
8º Como cristianos, y como chilenos, no podemos dejar pasar la Navidad sin rescatar su sentido, sin respirar su espíritu, sin alimentarnos de su fuerza. Las tarjetas, los regalos, la cena familiar, el árbol son signos de amor y esperanza: nos comprometen a luchar, a realizar nosotros mismos esa paz que deseamos, a regalarnos unos a otros nuestras personas en gesto de donación fraterna. No basta con una recordación sentimental. No es suficiente una tregua convencional, delante de la dulzura del Pesebre, para seguir al otro día ignorándonos o enfrentándonos con la misma animosidad de antes. Para cada chileno que se precie de su nombre de cristiano, ha de ser esta Navidad un día de arrepentimiento: porque hemos pecado. Hemos pecado contra la paz. Hemos pecado contra el amor y contra la justicia, sin los cuales no se construye la paz. Un día, también, de petición de paz, de decisión por la paz, de conversión a ella y a todo lo que la paz supone: respeto, solidaridad, pureza de corazón.
9º A cada cristiano, a cada hombre o mujer de buena voluntad le pedimos reservarse un tiempo de silencio: para leer en el Evangelio el Nacimiento del Señor; para asimilar su contenido; para rezar en familia; para participar en la Misa de Navidad; para liberar el corazón de tantos afectos que no son buenos y purificado en el contacto con Jesús niño, príncipe de la paz. Si queremos convertirnos necesitamos aprender a mirar con amor; y para ello hay que contemplar al niño de Belén en los brazos de su Madre. Ella, la Reina de Paz, nos regalará su mirada limpia y sin prejuicios, para que podamos entender la parte de verdad que tiene quien no piensa como nosotros. Ella, Madre y Educadora nuestra, nos hará crecer paso a paso hacia el ideal que todos anhelamos: una tierra de paz, donde nos sintamos y nos tratemos todos como \"miembros de la familia de Dios\"; hermanos del Niño de Belén, hijos de un mismo y único Padre.
Navidad de 1971.
Por el Comité Permanente del Episcopado
† JOSÉ MANUEL SANTOS A.
Obispo de Valdivia y Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile
† CARLOS OVIEDO CAVADA
Obispo Auxiliar de Concepción
Secretario General de la Conferencia Episcopal de Chile
