Te Deum en Villarrica: Cristo es el alma de Chile

Te Deum en Villarrica: Cristo es el alma de Chile

En la celebración del Te Deum en el 213º aniversario patrio, Monseñor Francisco Javier Stegmeier, ofreció su homilía en la Catedral de Villarrica, donde nos une en este día el cariño por la Patria. Y es por ello que elevamos por ella nuestra acción de gracias a Dios. Todos juntos diremos: "A Ti, oh Dios te alabamos.

 
Martes 19 de Septiembre de 2023
En una emotiva ceremonia que marcó el inicio de las celebraciones de las Fiestas Patrias, la Catedral de Villarrica se llenó de fervor y alegría en la mañana de este 18 de septiembre. Los fieles se congregaron en el histórico templo para participar en la Santa Misa y la oración del TeDeum, presididas por Monseñor Francisco Javier Stegmeier, Obispo de Villarrica.

Bajo la majestuosa cúpula de la catedral, la comunidad católica de la ciudad se unió en oración y agradecimiento por la independencia de Chile en este día tan significativo.

Homilía completa de Monseñor Francisco Javier Stegmeier

“Hermanos en Jesucristo:

Doy la bienvenida a todos Ustedes, compatriotas, ciudadanos y autoridades, fieles e invitados. Nos une en este día el cariño por la Patria. Y es por ello que elevamos por ella nuestra acción de gracias a Dios. Todos juntos diremos: "A Ti, oh Dios te alabamos".

Nuestra celebración continúa una larga tradición iniciada en 1811 por Don José Miguel Carrera y todos los chilenos de aquel entonces.

La Iglesia nunca dejará de celebrar el "Te Deum" por la Patria y siempre abrirá de par en par sus puertas para que todos, sin exclusión, podamos elevar nuestra gratitud al Señor por todos los bienes recibidos de su bondad, podamos pedir perdón por las ofensas a Él y a los hermanos, y para que podamos elevar nuestras súplicas por tantas necesidades, pidiendo por el bienestar espiritual y material de las personas, las familias, las instituciones y la Patria.

Es también ocasión para poner ante el Corazón misericordioso de Jesús el dolor de quienes han perdido algún ser querido, por quienes se han visto gravemente aquejados por una enfermedad, por los ancianos y postrados.

Oremos por los que están pasando dificultades familiares, laborales o económicas. Y encomendemos el alma de nuestros hermanos fallecidos. El Señor los tenga en su gloria.

Y que todos nosotros, agradeciendo por nuestra Patria terrena, nunca dejemos de anhelar la "Patria mejor, es decir, la del Cielo"(Hb 11,16).

El deber de orar por la Patria lo expresa muy bien hoy San Pablo: "Ante todo se hagan oraciones, plegarias, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, y en particular por los jefes de Estado y las demás autoridades, para que podamos llevar una vida tranquila y en paz, entregada a Dios y respetable en todo sentido"(1 Tm 2,1-2).

Todos los chilenos nos unimos en la celebración de las Fiestas Patrias. Son días de alegría y de compartir en familia. Este ambiente festivo y fraterno es reflejo del anhelo que todos tenemos de vivir en un Chile unido y en paz.

Estar hoy aquí todos unidos en la oración nos debe conducir a estar unidos en la vida cotidiana. A esto nos invita la Palabra de Dios: "Encargo a los hombres que recen en cualquier lugar alzando las manos limpias de ira y divisiones"(1 Tm 2,8).

Pero este anhelo de paz y unidad cuesta tanto hacerlo realidad.

Al contrario, pareciera que caminamos en sentido contrario. En efecto, hemos escuchado con cada mayor frecuencia que la polarización entre los chilenos aumenta más y más.

Esto es porque nos estamos alejando, como Nación, del fundamento último de lo que nos une como sociedad.

Así como el alma es el principio vital de unidad y armonía de todos los miembros de un organismo vivo, también la riquísima variedad de manifestaciones de un país requiere de un alma que le de unidad, cohesión y concordia.

En el Mes de la Patria recordamos la historia de Chile, sus grandes gestas y también sus momentos de alegría y de tristeza, algunas de estas últimas provocadas por el hombre y otras por desastres naturales, como son terremotos, megaincendios e inundaciones.

A lo largo de los siglos, en medio de todas las vicisitudes y legítimas diferencias, con sus más y sus menos, se había mantenido un hilo conductor, que daba unidad a todos los chilenos.

Habíamos recibido la revelación del Dios vivo y verdadero, Padre y Hijo y Espíritu Santo. Todos teníamos la misma fe en Jesucristo, plenitud de la revelación y de la salvación de Dios, continuada en la Iglesia, a través del anuncio del Evangelio y la celebración de los Sacramentos.

Todos estábamos de acuerdo en lo fundamental del concepto de persona y de sociedad.

Del humus cristiano surgió una plena y verdadera concepción de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, marcada por el pecado de nuestros primeros padres y redimida por Cristo.

Todos coincidíamos en afirmar que la familia, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, es la base de la sociedad.

Sin embargo, como constatamos, estos principios fundantes de nuestra Patria, se han ido diluyendo paso a paso, inicialmente de un modo casi imperceptible, pero de un tiempo a esta parte, rápida y casi agresivamente.

Es verdad que, a lo largo de los años muchos dejaron de adherirse a los misterios de la fe cristiana, sin embargo, se mantuvo, por feliz inconsecuencia, la concepción cristiana de la persona humana, del matrimonio y de la familia.

Así, estaba en todos la conciencia del respeto irrestricto de los derechos humanos. No todos los respetaban, ciertamente. Prueba de ello son los asesinatos, las injustas discriminaciones, la tortura, el aborto, las injusticias de todo tipo...

Pero todos sabían que eso estaba mal. Nunca nadie pretendió legalizar el crimen y los tribunales de justicia aplicaban las penas correspondientes a los transgresores. Pero ha habido un largo proceso de cambio de paradigma cultural en importante parte de los chilenos.

Distintos tipos de ideologías, extrañas a nuestra idiosincrasia y a la verdad del hombre y de su dignidad, han ido imponiendo una cosmovisión muy distinta a la judeocristiana, plasmado en gran parte en el proyecto de Constitución rechazada el año pasado por una significativa mayoría de chilenos.

En estas ideologías la persona humana está dejando de ser una criatura del todo especial, hecha a imagen y semejanza de Dios. Ella ha dejado de ser la obra querida por Dios, en igualdad de dignidad pero en distinción de sexo masculino y femenino.

Ser hombre y mujer ya no es visto como un maravilloso don de Dios que hay que reconocer, agradecer y vivir plenamente en la complementariedad del matrimonio, sino que es, se nos dice, una imposición cultural.

En esta concepción diluida de la persona, se ha llegado a equipararla a los animales, reduciéndola a una partícula más del cosmos.

Es por ello que ya no se entiende debidamente la expresión "irrestricto respeto de los derechos humanos", porque se ha diluido el concepto de persona y de su inalienable dignidad. Ejemplo de ello es la no consideración del niño por nacer como persona y la legalización del aborto.

Es un muy mal signo, que va en dirección contraria a la verdad de la persona humana y a la concepción cristiana de ella, el rechazo a la propuesta del primer artículo del actual proyecto de Constitución: "Todo ser humano es persona". Este rechazo es como un guiño a los abortistas.

Nos dice San Pablo que "todo es de ustedes; y ustedes, de Cristo y Cristo de Dios" (1 Cor 3,22-23).

El centro de la vida social, cultural, educacional, cultural, política y económica es la persona humana.

Este es el criterio moral para evaluar todas las dimensiones de la sociedad, incluyendo una Constitución política de una Nación.

Es decir, la decisión final para aprobar o rechazar no es de carácter político, menos si es de un miope posibilismo cortoplacista, sino que es de carácter antropológico y moral.

Parafraseando al Señor, "no es el hombre para la Constitución, sino la Constitución para el hombre".

Ninguna persona puede ser negociada, como si fuese moneda de cambio, en vistas al mezquino interés político de que se apruebe a toda costa una Constitución.

El marco jurídico de una Nación está al servicio precisamente de los más débiles, para protegerlos de la prepotencia del más fuerte.

No hay que sorprenderse que muchos, en conciencia, no puedan aprobar un texto jurídico que deja al arbitrio de los poderosos de este mundo el reconocimiento del derecho a nacer de todos los niños.

Si al débil e indefenso, al inocente y desvalido no se le aseguran sus derechos, estamos ante un sistema jurídico que ha perdido su razón de ser.

Nos dice el Salmo: "«¿Hasta cuándo juzgan injustamente y hacen acepción de los malvados? Defiendan al débil y al huérfano, hagan justicia al humilde y al pobre; liberen al débil y al indigente, arránquenlo de la mano del malvado». No saben ni entienden, caminan a oscuras, vacilan los cimientos de la tierra" (Sal 82,2-3).

Hoy el símbolo del débil e indefenso, del inocente y desvalido es el niño por nacer. No asegurarle el primero y fundamento de los demás derechos humanos, que es el poder vivir, será siempre la piedra de tropiezo de una auténtica y armoniosa convivencia social.

"Todo es nuestro", dice San Pablo, pero agrega: "Ustedes son de Cristo".

La unidad verdadera y duradera sólo podrá darse si todos coincidimos en los principios fundamentales de la convivencia social.

Sobre todo si volvemos a Cristo y reconocemos en Él el alma de Chile que da vida a la Patria y la convierte en una familia en la que todos tienen acogida, sin descartar a nadie: el niño por nacer, la mujer con embarazo vulnerable, el migrante, el minusválido, el anciano postrado, el enfermo terminal.

Hemos oído en el Evangelio cómo el Señor Jesucristo sana y da vida. El futuro de Chile será según el lugar que le permitamos ocupar a Cristo en el corazón de cada chileno y en el de la sociedad.

Pidamos la fe del Centurión. Creamos que es verdad que el bien de la Patria es Cristo y la obediencia a su Palabra.

Pidamos la fe de María, la humilde esclava del Señor, la mujer dichosa porque creyó que se cumplirían las promesas de Dios. Que María Santísima, bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen, interceda de su Hijo Jesucristo, hacer de nuestra Patria una nación cristiana, un país de hermanos.

A Jesucristo, Rey de reyes y Señor de señores, sea todo honor y toda gloria, ahora y por los siglos de los siglos. Amén.”

Fuente: Comunicaciones Villarrica
Villarrica, 19-09-2023