A través del desierto Dios nos guía a la libertad

Cuaresma

Dios no se cansa de nosotros. Acojamos la Cuaresma como el tiempo fuerte en el que su Palabra se dirige de nuevo a nosotros: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud» (Ex 20,2).Es tiempo de conversión, tiempo de libertad. Jesús mismo, como recordamos cada año en el primer domingo de Cuaresma, fue conducido por el Espíritu al desierto para ser probado en su libertad. Durante cuarenta días estará ante nosotros y con nosotros: es el Hijo encarnado. A diferencia del Faraón, Dios no quiere súbditos, sino hijos. El desierto es el espacio en el que nuestra libertad puede madurar en una decisión personal de no volver a caer en la esclavitud. En Cuaresma, encontramos nuevos criterios de juicio y una comunidad con la cual emprender un camino que nunca antes habíamos recorrido.

Espiritualidad Cuaresmal

¿Cómo podríamos concretar nuestro caminar durante esta cuaresma?


La cuaresma es el tiempo de cuarenta días de preparación a la Pascua, acontecimiento central de la fe cristiana. Tiene dos referencias bíblicas importantes: la peregrinación de cuarenta años del pueblo de Israel en el desierto antes de entrar en la tierra de la promesa (Ex, Nm, Dt) y los cuarenta días de Jesús en el desierto (Mc 1, 12-13; Mt, 4, 1-11; Lc 4, 1-13), previo al inicio de su ministerio. Ambos hechos se relacionan íntimamente señalando lugar y tiempo de preparación para el encuentro vivo con Dios. Cuarenta días o años es el tiempo necesario (simbólico) para disponerse al encuentro. El desierto es el lugar (simbólico) de soledad, austeridad y penitencia que dispone al encuentro.

La cuaresma es como un largo retiro vivido en comunidad. Durante estos días la Iglesia, nos propone la imagen de Jesús en el desierto para que lleguemos la celebración pascual con el corazón purificado, renovando nuestra vida cristiana, escuchando y acogiendo la llamada a la conversión. Durante este tiempo es necesario cultivar ciertos aspectos de la vida que contribuyen a encaminarnos a la Pascua.

Convertirse, más que in imperativo moral, es un llamado del Señor que nos hace revivir el amor incondicional que nos tiene. Es renovar la conciencia de un acontecimiento: Él nos creó para sí y todos nuestros anhelos, expectativas, búsquedas de nuestra vida, llegarán a la plenitud viviendo con Él. La conversión implica un cambio radical de nuestra mentalidad, muchas veces, lejana al evangelio, para aprender a vivir la vida en la clave del reinado de Dios. La conversión es caminar con Jesucristo, muerto y resucitado y sentir la necesidad de responder con amor al Amor que se nos ha derramado. La conversión es siempre iniciativa de la misericordia y la gracia de Dios que requiere la respuesta humana. Lo que se nos pide durante este tiempo expresa nuestra respuesta a la iniciativa divina y no la causa de nuestra conversión.

Durante este tiempo, la Iglesia nos invita a poner en práctica las obras propias de la cuaresma, esta son ayuno, oración y penitencia. La práctica de estas obras, nos ayudan en la preparación a la Pascua.

¿Qué significan estas obras? ¿Cómo se pueden llevar a la práctica concreta? ¿Qué efectos producen en nosotros?

La conversión va de la mano de la penitencia interior. La penitencia es la actitud propia del discípulo que toma conciencia de ser pecador amado por el Señor, perdonado y salvado por su misericordia. Es tomar conciencia de nuestro pecado como respuesta negativa a su amor, negarnos a vivir en comunión con él y nuestros hermanos. Es ponernos delante de él, reconociendo nuestra condición, nuestros actos, pedir el perdón y experimentar su amor sin límites y renovar nuestro camino con él. La penitencia puede tener expresiones muy variadas. La Escritura y los Padres insisten en las tres formas señaladas. Estas expresan la conversión con relación a nosotros mismos, con Dios y con los demás. El Bautismo ya nos purificó, pero el camino de seguimiento del Señor nos exige un proceso de constante conversión, la experiencia del perdón de los pecados, el esfuerzo para reconciliarnos con los demás, la preocupación por la salvación de los hermanos. De hecho, el camino cuaresmal culmina con la renovación de nuestro bautismo en la celebración de la noche de Pascua. La conversión, en definitiva, consiste en renovar nuestra vocación bautismal y en este horizonte debemos proyectar nuestro ayuno, oración y limosna.

El ayuno consiste en la práctica de una vida austera. Vivir en forma austera o sobria es un signo importante en medio de nuestro mundo consumista y, en muchos casos, superfluo. Ayunar, como compromiso cuaresmal puede concretarse en renunciar a lo que no nos es indispensable para vivir. Por ejemplo, ser sobrios en el comer, el beber o el vestir. Renunciar a la compulsión de comprar y endeudarse con cosas de las que podemos prescindir.

Estos días de retiro estamos llamados a fortalecer nuestra vida de oración. Una forma de enriquecerla es adoptando el hábito de la lectura de los textos bíblicos que nos propone la liturgia para la eucaristía de cada día. Esta práctica nos regala la experiencia de unirnos a la Iglesia universal que proclama la misma palabra en todas las eucaristías del mundo.

La limosna consiste en compartir lo nuestro con los hermanos, especialmente quienes más lo requieren. Es compartir y no dar simplemente, menos desprendernos de lo que nos sobra. Podemos unir la limosna con el ayuno en cuanto que podemos poner al servicio de los demás aquello a lo que hemos renunciado. Es mucho lo que podemos compartir con los demás, desde bienes hasta nuestro tiempo o, incluso, una sonrisa. San Alberto Hurtado decía que nadie es tan pobre que no pueda regalar una sonrisa.

Cada cuaresma se vive en un contexto histórico concreto y por ello la llamada a la conversión tiene un acento propio. Estamos viviendo tiempos complejos a nivel mundial y también en nuestro país. Cada uno puede identificar las características propias de su entorno. Podemos establecer algunos aspectos comunes por las sensaciones y emociones que vamos experimentando. Por ejemplo, podemos decir que vivimos tiempos de incertidumbre, inseguridad, precariedad económica. También podemos identificar aspectos positivos. La conversión nos llama a identificar estos aspectos, tanto positivos como negativos, porque se trata de vivir con realismo la vida cristiana.

Tal vez podemos concretar el camino cuaresmal como un camino de convertirnos en personas comprometidas en construir espacios de paz en los cuales podamos encontramos como hermanos y disponernos a caminar juntos. ¡Buena cuaresma!


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