7. Oración inicial tradicional
Oh María, durante el bello mes que te está consagrado,
todo resuena con tu nombre y alabanza.
Tu santuario resplandece con nuevo brillo,
y nuestras manos te han elevado un trono de gracia y de amor,
desde donde presides nuestras fiestas
y escuchas nuestras oraciones y votos.
Para honrarte, hemos esparcido frescas flores a tus pies,
y adornado tu frente con guirnaldas y coronas.
Mas, ¡oh María!, no te das por satisfecha con estos homenajes;
hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan,
y coronas que no se marchitan.
Estas son las que tú esperas de tus hijos:
porque el más hermoso adorno de una madre
es la piedad de sus hijos,
y la más bella corona que pueden depositar a sus pies
es la de sus virtudes.
Si los lirios que tú nos pides
son la inocencia de nuestros corazones;
nos esforzaremos, pues,
durante el curso de este mes consagrado a tu gloria, ¡oh Virgen Santa!,
en conservar nuestras almas puras y sin mancha,
y en separar de nuestros pensamientos,
deseos y miradas aún la sombra misma del mal.
La rosa cuyo brillo agrada a tus ojos
es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos;
nos amaremos, pues, unos a otros
como hijos de una misma familia cuya madre eres,
viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal.
En este mes bendito,
procuraremos cultivar en nuestros corazones
la humildad, modesta flor que es tan querida
y con tu auxilio llegaremos a ser puros,
humildes, caritativos, pacientes y esperanzados.
¡Oh María!, haz relucir en el fondo de nuestros corazones,
todas estas amables virtudes,
que ellas broten, florezcan y den al fin fruto de gracia,
para poder ser algún día,
dignos hijos de la más santa y de la mejor de las madres. Amén.