El pasado miércoles 27 de marzo, en la Catedral de Villarrica se llevó a cabo, como es tradicional, la Misa Crismal, donde el presbiterio renovó sus promesas sacerdotales, se consagró el Crisma para ungir a los bautizados y confirmandos, y se bendijo el óleo de los enfermos. La Misa Crismal 2024 contó con la presencia de los diáconos y la asamblea de fieles que se congregó en el templo. Además, durante la ceremonia se entregaron a los sacerdotes, parroquias, congregaciones religiosas y colegios las orientaciones pastorales de la Diócesis de Villarrica para el periodo 2023-2026.
La Misa Crismal que celebra el obispo como Pastor con todos los presbíteros de la diócesis, es una de las principales manifestaciones de la plenitud sacerdotal del Obispo y como signo de la unión estrecha de los presbíteros con él.
El Santo Crisma, es decir, el óleo perfumado que representa al mismo Espíritu Santo, nos es dado junto con sus carismas el día de nuestro bautismo y de nuestra confirmación y en la ordenación de los diáconos, sacerdotes y obispos.
La palabra crisma proviene del latín chrisma, que significa unción. En una procesión solemne, los óleos son llevados en tres ánforas que se guardan en un lugar previamente destinado dentro de la Iglesia.
A continuación, se presentan puntos relevantes de la homilía pronunciada por Monseñor Francisco Javier Stegmeier S., durante la Misa Crismal:
Hermanos en Jesucristo, queridos hermanos sacerdotes:
"El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción" (Lc 4,18). Nuestra fe es trinitaria. Creemos en un solo Dios, que es Padre y es Hijo y es Espíritu Santo. Una Persona de la Trinidad, el Hijo unigénito, enviado por el Padre, se encarnó por nosotros y nuestra salvación. Y otra Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo, enviada por el Padre y el Hijo, se infunde en nuestros corazones para hacer nuestra la redención de Cristo.
De modo que si estábamos "muertos a causa de nuestros delitos y pecados, el Padre nos vivificó juntamente con Cristo" (Ef 2,5) con la vida nueva del bautismo, que es el nacimiento de lo alto, el nacimiento como hijos de Dios por el agua y el Espíritu (cf. In 3,3.5). En efecto, "el Espíritu es el que da Vida" (Un 6,63).
Jesucristo es la Vida. Vida que se hace vida nuestra por la gracia del Espíritu Santo.
Por obra del Espíritu Santo, comienza a vivir en el vientre de María Jesucristo en su humanidad. Este Niño, a quien pondrán por nombre Jesús, es el Cristo, el Mesías anunciado de antiguo, el Ungido de Dios. En él se cumple la profecía de Isaías: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción" (Lc 4,18).
En la Misa Crismal se destaca la consagración del Santo Crisma. CEC 695: "La unción. El simbolismo de la unción con el óleo es también significativo del Espíritu Santo, hasta el punto de que se ha convertido en sinónimo suyo (cf. 1 Jn 2, 20. 27; 2 Co 1, 21)".
Ungir con aceite simboliza impregnar, empapar, permear. Por la unción del Espíritu Santo, Cristo es todo Él, Dios y hombre. Sus palabras y acciones humanas son también divinas. Él mismo es el Hijo de Dios y el Hijo del hombre. Es Dios verdadero y hombre verdadero.
En la Misa Crismal se bendicen el óleo de los catecúmenos y de los enfermos y se consagra el Santo Crisma. En particular, el Santo Crisma está destinado a la celebración de los Sacramentos del bautismo, de la confirmación y del orden sagrado. Por estos sacramentos, cada uno es ungido, crismado.
Por el crisma, no solo somos cristianos por ser discípulos seguidores de Cristo, sino más aún por ser también nosotros ungidos, por ser cada uno "cristo". En el bautismo somos ungidos por el Espíritu Santo. Somos constituidos hijos de Dios en el Hijo Unigénito. La unción con el Santo Crisma quiere significar cómo la permeación de la vida divina en nuestro ser es totalizante, abarcándolo todo: alma y cuerpo, inteligencia, voluntad, afectos, sentimientos y pasiones.
Ante esta realidad ontológica de la elevación de todo nuestro ser al orden sobrenatural de la vida divina, San Pablo destaca en particular la dimensión corporal de nuestra condición humana: "¿No saben que sus cuerpos son miembros de Cristo? ¿O no saben que su cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en ustedes y han recibido de Dios, y que ustedes no se pertenecen?" (1 Cor 6,15.19).
Por el misterio del nacimiento nuevo en el Bautismo, nos hacemos uno con Cristo: "Es Cristo, el Ungido, quien vive en mi" (Gal 2,20). Por la unción del Espíritu Santo vive Cristo en mí de tal modo que soy uno con Él. Soy cristiano, soy ungido.
En el Sacramento de la Eucaristía, es también el Espíritu Santo quien transforma el pan natural en el Pan vivo bajado del cielo (cf. In 6, 41), como decimos en la epiclesis: "Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad; por eso te pedimos que santifiques estos dones (de pan y de vino) con la efusión de tu Espíritu, de manera que se conviertan para nosotros en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, nuestro Señor".
Comer la Carne de Cristo y beber su Sangre se llama comunión porque nos hace un solo cuerpo con Él y con los hermanos. Comer su Carne y beber su Sangre, es comer y beber su vida, ser asimilados por El.
"Es bella y muy elocuente la expresión «recibir la comunión» referida al acto de comer el Pan eucarístico. Cuando realizamos este acto, entramos en comunión con la vida misma de Jesús... Por eso, mientras que el alimento corporal es asimilado por nuestro organismo y contribuye a su sustento, en el caso de la Eucaristía se trata de un Pan diferente: no somos nosotros quienes lo asimilamos, sino él nos asimila a sí, para llegar de este modo a ser como Jesucristo, miembros de su cuerpo, una cosa sola con Él.
Fuente: Comunicaciones Villarrica
Villarrica, 28-03-2024