En este espacio, la Iglesia de Santiago quiere destacar el testimonio de laicos sobre sacerdotes significativos para su vida. Comenzamos con el Padre Carlos Cox, rector del Santuario Nacional de Maipú.
Padre Carlos Cox Díaz
Rector del Santuario Nacional de Maipú
El Padre Carlos Cox pertenece a la Comunidad de los Padres de Schoenstatt, Movimiento Apostólico en el que ha realizado diversas labores durante su vida sacerdotal. En sus primeros años se desempeñó como asesor de grupos Juveniles. Posteriormente encabezó la fundación del Movimiento en México, Centro América y Cuba, donde conoció experiencias riquísimas de devoción y religiosidad popular.
Desde su regreso a Chile ha podido profundizar aún más en estos temas, como asesor del Movimiento Popular de Peregrinos (MPP), también en Schoenstatt; y como Director del Departamento de Santuarios y Piedad Popular del Arzobispado de Santiago.
En diciembre de 2004 asumió como Rector del Santuario Nacional de Maipú, Templo Votivo dedicado a la Virgen del Carmen, en el que confluyen durante todo el año diversas manifestaciones de la religiosidad de nuestro pueblo. Ello es fruto de un dedicado trabajo pastoral que se ha extendido por más de 30 años.
La personalidad y carisma del nuevo Rector serán sin duda un aporte para consolidar esta labor. Lo invitamos a conocer un poco de él, a través del siguiente testimonio:
Un amigo y un ejemplo
“Al Padre Carlos Cox lo conocí en 1987. Mi pololo me lo presentó, cuando estaba en mi último año de colegio. Algo me llamaba fuertemente la atención en él. Su manera de ser se alejaba de lo que podríamos llamar el modelo “tradicional” de sacerdote, al menos de los que yo había conocido.
Como pareja nos ayudó mucho. Fortaleció el crecimiento de nuestra relación, y nos abrió el corazón para que desplegáramos las fuerzas de nuestro amor al servicio de los demás. Pero más allá de eso, su actuar me fue develando que era en primer lugar un ser humano, como cada uno de nosotros, con virtudes y defectos, con momentos buenos y con momentos malos. Comprendí, al poco tiempo, que su vocación nacía de su corazón generoso, siempre volcado a los demás; y de una profunda renuncia a sí mismo, llevada en un sano equilibrio.
Dejé de verlo por cerca de diez años, cuando fue trasladado a México por su comunidad. Debo reconocer que en los momentos más duros, muchas veces me hizo falta su presencia, su dirección espiritual, su consejo. Aún entonces aprendí -por la comunicación que cada tanto mantenía con algunos de nosotros en Chile- de su capacidad de entrega, que le permitió adaptarse bien en un lugar tan lejano y distinto.
Desde su regreso he podido compartir con él numerosas tareas y proyectos de servicio a Dios y a la Iglesia; lo que me ha permitido conocerlo aún más. Por eso admiro ciertas cosas: su capacidad para decir que sí, cada vez que alguien le pide ayuda; su sonrisa a flor de labios, siempre acogedora; su corazón abierto y libre de prejuicios y esa naturaleza propia de él que lo impulsa siempre a servir.
Admiro de él la confianza en los demás, la humildad frente a los errores y la capacidad de pedir perdón. Creo que esto es el resultado de un anhelo constante por ser puente entre el cielo y la tierra. Disfruta de las cosas sencillas que Dios le regala día a día. Su confianza infinita en el amor que Dios y que nuestra querida Madre le tienen, le permite mantener una impresionante tranquilidad frente a la vida. Es incapaz de ahogarse en un problema. Ve en ellos solamente un obstáculo, que procura resolver siempre de la mano de María.
Sin duda existen en él debilidades y pequeñeces. Pero lo que brilla realmente en él es ese anhelo por servir, entregando el corazón sin poner barreras. Quiere, simplemente, entregar su vida por la misión que le ha sido confiada y poder llegar al Cielo.
De eso se trata. Y ponerlo así, tan sencillo, es lo que lo hace tan querido. Estoy convencida que la comunidad de Maipú ha ganado un gran sacerdote”.
Beatriz Letelier
Movimiento de Schoenstatt
Fuente: Ignacio Torrealba para Dop Santiago
Santiago, 31-01-2005