Presentación
La Conferencia Episcopal de Chile se ha reunido, en el clima del Concilio Vaticano II y de los Sínodos Diocesanos y en el espíritu de colegialidad de la hora presente, para clarificar sus ideas frente a los problemas más importantes del momento.
El documento que hoy ofrecemos es una contribución de los Obispos a los Sínodos que están en vías de realización a través del país.
El Episcopado entrega este documento -en sus partes pertinentes- al estudio de los Presbíteros, de Religiosos y Religiosas y de los organismos laicos, y estudiará con mucho interés todas las sugerencias que se le hagan al respecto, ya sea directamente, ya sea en el curso de los debates sinodales.
A través de los sínodos ya realizados, de las reuniones de los Consejos de Presbiterio, del Encuentro de Padre Hurtado entre obispos y presbíteros, de varias publicaciones e intercambios, se están ya perfilando algunas líneas espirituales y pastorales comunes a toda la Iglesia Chilena en la hora actual. En ellas nos hemos basado para preparar este documento, el que servirá de orientación hasta que, terminados los Sínodos Diocesanos, podamos perfeccionarlo y trazar las líneas definitivas, que regirán nuestra Iglesia en los años venideros.
LOS OBISPOS DE CHILE
IMAGEN DE LA IGLESIA
Imagen actual
1. Entre los católicos podemos distinguir:
a)
corriente no ilustrada en la fe pero con vivencias tradicionales de caridad, respeto a la Iglesia y a sus enseñanzas. La serenidad de la fe de este grupo -campesinos, habitantes sencillos de pueblos y caseríos-, se ve conturbada por las novedades, numerosas y difíciles, que las comunicaciones modernas les han presentado de pronto sobre la moral, los cambios de ritos, la nueva presentación de la fe y las noticias confundidoras sobre la Iglesia y sus ministros. Los millones de campesinos y habitantes de pueblos que han emigrado a grandes ciudades en los últimos quince años, han sufrido un desarraigo tal de costumbres tradicionales, familiares y religiosas, que tienen que rehacer nuevos criterios y personalidades.
La Fe de este grupo está sometida a dura prueba.
b)
corriente que resiste al concepto de Iglesia al Servicio del Mundo y la comprenden sólo en lo estrictamente cultual y piadoso. Ellos creen ver una desviación en la Iglesia y tratan de probar, algunas veces con éxito, los errores de sus ministros o laicos.
Esta opinión está endureciéndose, alejándose este grupo del diálogo dentro de la Iglesia.
c)
corriente deslumbrada por los progresos de la Ciencia y Técnica, que explica todo sin necesidad de la fe. Su admiración por lo científico tiene algo de “adoración” que parece reemplazar fácilmente al concepto de Dios que no entendieron nunca como Ser Infinito.
La recuperación de este sector es lenta y difícil.
d)
sectores afectados por crisis de conciencia frente a la problemática del mundo moderno. El control de la natalidad afecta a millares de matrimonios; en especial a la conciencia de los esposos católicos. El erotismo afecta, más gravemente, a la juventud. La mayor conciencia del problema social conduce a abandonar los esfuerzos constructivos, por creerlos ineficaces o muy lentos, y a aceptar la violencia como método; lo que afecta al espíritu de comunidad y crea espíritus sin paz ni amor. Para estos y otros grupos, no encontrar a tiempo una visión cristiana del problema, lleva a creerse infieles a la Fe, conduce a la desesperanza y por último a estimar que hay que buscar criterios humanos con una implícita renuncia a la fe, culpando a la Iglesia de incomprensión o de no estar junto a los hombres en esta época difícil.
e)
corriente prácticamente renovadora que se manifiesta: 1) en laicos, buscando liberarse de cierto paternalismo de la Jerarquía; 2) en sacerdotes, deseando más responsabilidad frente al Obispo; 3) en Obispos, encaminándose hacia la más plena Colegialidad Episcopal. Todos desean llegar a asumir como Pueblo de Dios, según sus propias responsabilidades, una tarea conjunta sin predominio visible o invisible de ministerios, personas, o grupos.
Esta corriente ansía ver destacarse en la Iglesia el rol Evangelizador, más y más adecuado a los problemas y lenguaje de los tiempos. Exige también, se vele por la sencillez y pobreza en los medios empleados en el culto y en la vida de los consagrados a Dios.
2. Entre los
protestantes existe interés por conocer la amplitud del impulso del Concilio Vaticano II y por observar su vivencia; todo esto está en relación a la mayor o menor preparación doctrinal de las Iglesias protestantes y del espíritu evangélico de sus pastores y comunidades de base. El Progreso del Ecumenismo estaría en su primera fase de relaciones más directas.
Permanece, en gran porcentaje entre los protestantes, la visión de la Iglesia no evangélica y ligada a los grupos de poder.
3. La
juventud vive su propio problema. La mayoría del país es menor de 21 años. Son directos, certeros para ubicar las fallas económico-sociales, culturales, de la hora. Quieren cambios y de inmediato. No saben precisar qué harían, pero piensan que no podría ser peor que lo actual. La Iglesia, para ellos, es parte del sistema actual; en último caso, no le dan importancia.
4.
En el ambiente político-económico-social vemos tres tendencias:
a)
la que busca cambios violentos, rápidos y profundos económico-sociales. Para ellos la Iglesia aparece como un estorbo en su camino; la considera retrógrada y retardadora, por enseñar a construir con amor y esfuerzo común: querrían verla tomando posición en la lucha de unos contra otros;
b)
los que defienden sus situaciones anteriores de poder económico o político. No quieren ver a la Iglesia promoviendo ni la formación personal de líderes ni la organización comunitaria y social; creen ver en esto una táctica oportunista y una actuación política partidista;
c)
los que desean cambios sin violencia. Algunos de ellos querrían ver a la Iglesia más comprometida, con sus esfuerzos y otros se transforman en estatistas y preferirían que en los campos de la educación, capacitación y promoción no actuara sino el Estado.
En resumen, la Imagen de la Iglesia, en esta hora de confusión, se ve afectada en Chile por:
1. La brecha, aún abierta, con los evangélicos;
2. a) la confusión de lo nuevo en las almas sencillas;
b) resurgimiento del liberalismo filosófico;
c) aparente explicación de todos los fenómenos por la Ciencia;
d) crisis de conciencia, entre otros, frente a Control de la Natalidad, Erotismo, Violencia;
e) aparición de críticas internas en el sector más responsable de la Iglesia;
3. súbita aparición del poder juvenil;
4. a) no alineamiento de la Iglesia en lucha violenta de clases;
b) defensa de situaciones privilegiadas de poder económico-social;
e) deseos de mayor apoyo visible o rebrote de estatismo.
HACIA LA VERDADERA IMAGEN DE LA IGLESIA
La Iglesia de Chile quiere presentarse a todos como:
Evangelizadora, iluminando las conciencias y la cultura con la Verdad de Cristo. Esto lo realiza organizándose, desde la Comunidad de base, fundándose en una sólida y formadora entrega del Mensaje a cada uno según sus necesidades y responsabilidad.
Servidora de la Humanidad, respetuosa e imparcialmente al servicio de todos con la verdad, a través de la acción de cada cristiano, de sus Movimientos y de las Instituciones que la Iglesia promueve e inspira.
Por esto, la Conferencia Episcopal acordó:
I.
COMUNIDAD CRISTIANA DE BASE
El misterio de la Presencia de Cristo en la Iglesia se hace visible en la caridad que une a los cristianos, de un lugar o de un ambiente, en su comunidad de base.
El esfuerzo pastoral de la Iglesia tiene que centrarse primeramente en la formación del hombre cristiano en esa comunidad con la predicación de la Palabra y la Eucaristía.
La Comunidad Cristiana debe responsabilizarse de la riqueza y expansión de la fe y del culto; de ella brotan, según los carismas: los catequistas, los apóstoles ambientales, los que sirven en obras caritativas, los diáconos y las vocaciones sacerdotales y religiosas.
La Comunidad Cristiana de base es, pues, el primero y fundamental núcleo pastoral y su atención debe ser la primera prioridad pastoral para lograr su sólido crecimiento, que la lleve a la plenitud de los frutos propios de la caridad.
Estas comunidades locales o ambientales, responden a una realidad de un grupo homogéneo y tienen la dimensión que permite el trato personal, fraternal entre sus miembros. Deberán agruparse en unidades locales: Parroquia y Decanato, o en unidades de base ambiental, como los movimientos apos¬¡tólicos, o de otra índole y siempre vinculadas con el Obispo por medio de su pastor inmediato, el Presbítero, o, en ciertos casos, el diácono.
II.
FORMACIÓN PERSONAL
El futuro de la comunidad cristiana de base dependerá principalmente de la atención pastoral profunda e intensiva. Esta se da en el contacto personal, dirección espiritual, jornadas, retiros en toda ocasión en que es propicio el diálogo que lleve a sucesivas conversiones del corazón hacia una mayor perfección del amor.
La formación profunda de cada cristiano tiene la misma prioridad del punto I.
III.
REVISIÓN DE LAS INSTITUCIONES
La búsqueda personal de santidad por cada cristiano y el esfuerzo mutuo y permanente por hacer de la Comunidad cristiana el Sacramento de Cristo, deben configurar la imagen de la Iglesia.
Por lo tanto, se han de revisar continuamente la orientación, organización y acción de las Instituciones de la Iglesia o relacionadas con ella, para que de ningún modo obscurezcan su imagen, sino que la sirvan; llegando a ser, en sus finalidades propias, la expresión del espíritu y acción de la Comunidad cristiana.
LA COMUNIDAD CRISTIANA DE BASE
El Padre quiso la salvación de los hombres, no aisladamente, sino constituyendo un Pueblo (1).
El objetivo primero de la pastoral es la formación de este Pueblo de Dios, la Iglesia, sacramento de salvación (2).
La sacramentalidad de la Iglesia se expresa en la comunidad cristiana universal y en las diversas comunidades locales, presidida por un pastor a nombre del Obispo, que de alguna manera representan a la Iglesia visible universal (3).
Los Obispos quieren que el
trabajo pastoral primordial sea la formación de estas comunidades cristianas de base territorial o de base ambiental.
FORMACIÓN Y DESARROLLO DE UNA COMUNIDAD CRISTIANA DE BASE
Los elementos fundamentales de toda comunidad cristiana los encontramos en la descripción de la primera comunidad cristiana de Jerusalén. (Act. 2, 37-47).
Toda comunidad cristiana tiene su origen en una iniciativa de Dios que se manifiesta a través de la acción apostólica de un cristiano (testimonio de caridad, palabra evangelizadora).
Los llamados a formar parte de una comunidad cristiana van atravesando etapas sucesivas: conversión (4), iniciación cristiana, oración, sacramentos (5), hasta llegar a la cumbre que es la Eucaristía (6), la cual impulsa y alimenta un doble dinamismo en la Comunidad: uno interior, de comunión fraterna (1 Jn.1,3), y otro exterior, de espíritu misionero que lleva a hacer presente la Iglesia en todos los ambientes humanos. Habrá distintos grados de maduración en sus miembros hasta llegar a la plena madurez cristiana (7).
No podemos prever una estructura determinada para cada comunidad.
El principal cuidado del pastor y de sus colaboradores religiosos y laicos debe ser edificar la comunidad cristiana sobre su fundamento propio, que es Cristo, Palabra viva de Dios (Cfr. Jn1,1, 1,9). Una comunidad cristiana vale como tal en la medida de su fe en la Presencia de Cristo: “Donde están dos o tres congregados por razón de mi nombre, allí estoy Yo entre ellos” (Mt. 18,20).
Además, el pastor debe cuidar que la fe de la comunidad y de cada uno de sus miembros sea constantemente alimentada con la Palabra, transmitida en las variadas formas del ministerio profético: desde el simple testimonio personal pasando por la catequesis hasta su proclamación solemne en la Liturgia; con la oración y los sacramentos, particularmente la Eucaristía.
El Espíritu Santo es quien suscita las vocaciones para los diversos ministerios y distribuye los carismas necesarios para el crecimiento de la Iglesia y su servicio al mundo (8 y 9).
A los pastores corresponde juzgar de la genuina naturaleza de los carismas y establecer su ordenado ejercicio (Id.). El Obispo con su Presbiterio, signo de Cristo Cabeza, es quien organiza la comunidad cristiana en base a las vocaciones y carismas que distribuye el Espíritu Santo; esto asegura a cada comunidad su fisonomía propia dentro de las líneas de unidad de la Iglesia local y de la Iglesia Universal (Cfr. 1 Cor. 14: S. Pablo organiza los carismas).
COMUNIDAD CRISTIANA DEL MUNDO
“La comunidad cristiana está integrada por hombres que… han recibido la Buena Nueva de la salvación para
comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente
solidaria del género humano y de su historia” (G. et Spes, 1).
“Acostúmbrense los laicos… a presentar a la comunidad de la Iglesia los
problemas propios y del mundo y los asuntos que se refieren
a la salvación de los hombres, para examinarlos y solucionarlos conjuntamente, y a colaborar según sus posibilidades en
todas las iniciativas apostólicas y misioneras de su familia eclesiástica” (Ap. Act. 10).
COMUNIDAD CRISTIANA, PARROQUIA, DECANATO, DIOCESIS, IGLESIA
Un conjunto de comunidades de base territorial, integran la Parroquia, la cual a su vez queda integrada en un conjunto homogéneo de Parroquias, que es el Decanato. Este debe ser la unidad pastoral básica: en el hallan su unidad las Parroquias, las comunidades de base ambiental, los movimientos apostólicos, los establecimientos católicos, las comunidades religiosas y demás grupos de acción o formación cristiana.
Los Decanatos, los demás organismos diocesanos e instituciones de la Iglesia y los tres ministerios realizan el misterio de la unidad cristiana en la caridad y obediencia de amor al Obispo, asistido por los presbíteros, en cuya persona está presente, en medio de los fieles el Señor Jesucristo, Pontífice Supremo (L. G. 21).
A través del Obispo la comunidad diocesana se injerta en el Colegio Episcopal universal presidido por el Romano Pontífice.
CATEQUESIS
1. Una comunidad cristiana requiere una catequesis que se oriente hacia la educación en la Fe de los catecúmenos o de los que se inicien en la vida de la comunidad.
Esta educación en la Fe debe conducir a la consciente y fructuosa participación en los sacramentos, particularmente la Eucaristía, Centro vital de toda la comunidad.
La Catequesis no es tarea parcial de un catequista o de una Institución aislada, sino tarea global de la comunidad cristiana que, según el don de Dios, designa a los catequistas o los aprueba para lograr la plena y progresiva integración de los catequizados en la vida total de la comunidad.
Conforme a este criterio, no se puede concebir una auténtica catequesis que sólo prepare a la recepción de un sacramento y desconozca el carácter eclesial de todo sacramento que es acción de Cristo para integrar (Bautismo), reintegrar (Penitencia) o hacer crecer la vida de la comunidad cristiana con la variedad de dones, vocaciones y carismas del Espíritu Santo.
La catequesis de iniciación para los niños ha de ser primordialmente de carácter familiar. A través de sus padres el niño integrará progresivamente en la comunidad cristiana (a ello conduce, p. ej., la “mamá-catequista”).
La catequesis escolar, para que sea completa, debe buscar el modo de incorporar a los niños, a través de sus padres, en la comunidad cristiana base.
La comunidad cristiana completará la catequesis familiar, p. ej., en la preparación para la Confirmación, para que el niño o el neófito llegue a su plena madurez cristiana.
2. Se procurará ir a un verdadero “catecumenado” (“Sacros. Cons. N° 64”), aun con los ya bautizados, ampliando a ellos el sentido que el Concilio da a esta expresión.
El “Catecumenado” no es mera exposición de dogmas y preceptos, sino formación y noviciado convenientemente prolongado de toda la vida cristiana, con el que los discípulos se unen a Cristo, su Maestro. (“Ad Gentes”, N° 14). Incluye la conversión del corazón, la práctica del espíritu evangélico con un cambio progresivo de sentimientos y costumbres, el espíritu apostólico y la incorporación plena a la comunidad cristiana. (Cfr., id. N° 13).
El catecumenado puede ser propuesto con ocasión de la Confirmación o del Matrimonio. Podría realizarse en los Colegios católicos o en las Instituciones en que el cristiano permanece por cierto tiempo.
Tiene algo de
adoctrinamiento, algo de
retiro, algo de
dirección espiritual. Terminaría con la recepción del sacramento al cual prepara, o con una solemne renovación de las promesas bautismales.
Sería dirigido por un sacerdote debidamente preparado.
Es un primer paso más profundo en la formación del cristiano. Los pasos siguientes serían, según la vocación de cada cual, cursos para
militantes, cursos para
responsables de comunidades cristianas, escuelas de
diáconos, formación de futuros
sacerdotes en su primera etapa.
3.
Catecismo para el pueblo chileno
Por este catecismo entendemos un catecismo escrito en Chile, y para chilenos, dirigido al
adulto y a la familia, pero aprovechable para el niño.
Se presentará como un diálogo entre la
realidad de la vida diaria y el
mensaje revelado.
Su presentación, su estilo, sus ilustraciones, serán conformes a la
mentalidad corriente.
El catecismo -o como quiera llamárselo- será preparado por un catequista competente, o por un pequeño equipo, y luego sometido a la revisión los técnicos-teólogos, sociólogos, sicólogos, pedagogos, artistas y escritores- y por fin, difundido entre los pastores para ser experimentado en la práctica, antes de su edición definitiva.
LA LITURGIA
La comunidad cristiana de base necesita una liturgia sencilla en la que pueda participar activamente y que deje lugar a la espontaneidad y variedad.
El primer paso es una liturgia de la palabra que despierte en los cristianos sincero aprecio por las Sagradas Escrituras y los haga comprender que “en los Libros Sagrados, el Padre, que está en el Cielo, sale amorosamente al encuentro de Sus hijos para conversar con ellos” (Dei Verbum, 21).
La Fe de la comunidad cristiana debe fundarse en “el poder y la fuerza de la Palabra de Dios, que constituye el sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de Fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual” (Id).
La Liturgia de la Palabra introducirá gradualmente a los fieles en la oración personal y comunitaria que debe animar íntimamente toda liturgia cristiana.
El segundo paso es la liturgia sacramental centrada en la Eucaristía ya que “ninguna comunidad cristiana se edifica si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la Sma. Eucaristía… Esta Celebración, para ser sincera y plena, debe conducir tanto a las varias obras de caridad y a la mutua ayuda como a la acción misional a las varias formas de testimonio cristiano” (Pres. Ord., 6).
PASTORAL SACRAMENTAL
Hasta hace poco nos habíamos considerado -no sin razón- estar en cristiandad. Hemos supuesto la fe, y a falta de conocimientos religiosos desarrollados y explícitos, se manifestaba un sentido cristiano de la vida y un ambiente cristiano en la familia y en la sociedad, que constituían una preparación remota suficiente para la recepción de los sacramentos.
En la actualidad esa situación ha cambiado: ha disminuido considerablemente el sentido cristiano de la vida y el ambiente cristiano de la familia. Además, el desarrollo de la cultura pide al católico una educación cristiana más profunda que le permita hacer la integración cristianismo-cultura.
Por estos motivos juzgamos que se hace absolutamente indispensable revisar la pastoral de preparación a los Sacramentos.
El mayor fruto que deseamos obtener del Bautismo nos pide una catequesis previa a los padres que los capacite para cumplir su misión de iniciar a los niños en la vida cristiana.
La Confirmación, igualmente, requiere una cuidadosa catequesis anterior que prepare al confirmando a tomar conciencia clara de su responsabilidad personal en la misión profética de la Iglesia.
La Primera Comunión pide una preparación que haga sentir al niño su incorporación activa a la Comunidad Eucarística mediante la recepción de la Eucaristía.
El Matrimonio, particularmente en las circunstancias actuales, requiere una atenta preparación tanto en el plano de la fe cristiana como en sus aspectos sicológicos, biológicos, legales y sociales.
Pedimos a los Presbíteros, religiosos y laicos el aporte de sus experiencias y sugerencias, especialmente en los Sínodos Diocesanos, para orientar la realización de esta pastoral de preparación a los sacramentos.
MINISTERIO SACERDOTAL
1.
ESTILO DE VIDA SACERDOTAL
Los Obispos constatamos el profundo anhelo sacerdotal de adaptación a la actual situación del mundo.
Estimamos que de acuerdo a las necesidades de los tiempos deben buscarse diversos estilos de vida sacerdotal.
Cada presbítero, en sincero diálogo con su Obispo y el Presbiterio al cual pertenece, buscará la forma de vida sacerdotal que manifieste con mayor claridad la presencia salvadora de Cristo en su propio ambiente de vida, con un testimonio personal lleno de amor y de auténtico compromiso y que le permita un contacto más profundo con los hombres que debe evangelizar.
Siempre el sacerdote tendrá un lugar propio en el mundo como sacerdote. Si una verdadera vocación y mejor servicio lo lleva al ejercicio de una profesión o al desempeño de cualquier trabajo temporal, esto lleva consigo una doble responsabilidad: entregar a los hombres, con su presencia sacerdotal, el humilde servicio del Evangelio, y prestarles el servicio de su aporte humano.
En cualquier estilo de vida que se adopte, siempre será misión propia del sacerdote, vinculado al Obispo y al Presbiterio, la orientación de su actividad profética hacia la formación de la comunidad cristiana a la cual se ordena su Ministerio Pastoral.
Se pide a los sacerdotes que al buscar su propia forma de vida en la Iglesia y en la comunidad humana, tengan como criterio básico las necesidades pastorales de la Iglesia. Los Obispos desean ayudar a sus sacerdotes a encontrar la armonía entre sus vocaciones personales y las necesidades de la Iglesia.
2.
PROBLEMAS SACERDOTALES
Los Obispos nos sentimos unidos a nuestros sacerdotes ante un triple problema que afecta a su vida sacerdotal:
a)
Problema teológico: aún no ha madurado suficientemente la reflexión teológica reactivada por el Concilio Vaticano II, que pudiera dar una adecuada respuesta a la problemática y a la mentalidad del hombre de hoy. El sacerdote se encuentra perplejo y a veces sin valores que presentar.
b)
Problema antropológico: el sacerdote desea alcanzar su plenitud humana y sentirse integrado entre los hombres de hoy. Se siente como hombre distinto del común y no aceptado por los demás.
c)
Problema eclesiológico: no ve aún a la Iglesia cumpliendo totalmente su tarea en el mundo y al servicio del mundo. Suele verla como ausente de muchos problemas y del quehacer de los hombres. Busca acelerar la vitalización del Presbiterio y tener acceso, en alguna forma, a colaborar en el gobierno de la Diócesis.
Compartimos con nuestros sacerdotes estas inquietudes.
Pensamos ante el problema teológico que, unidos, debemos dar nuestra respuesta a los problemas del hombre actual. Cada día y en todas nuestras reuniones, reflexionemos, apoyándonos en el Don de Dios que poseemos, para discernir la voluntad de Dios en los signos de los tiempos. Así también contribuiremos al trabajo de los teólogos, en la búsqueda y presentación de una teología más adecuada al tiempo que vivimos.
Ante el problema antropológico, busquemos en el Evangelio cada día la imagen más nítida de Cristo Hombre. Nosotros no poseemos tanto una concepción teórica del hombre como la imagen viva y actual del hombre perfecto: Cristo, Dios y Hombre, plenamente hombre en el Misterio de su Resurrección. Ayudémonos a realizar diariamente la tarea sacerdotal como un tipo de realización humana, en que el hombre puede alcanzar toda su plenitud de hombre.
Ante el problema eclesiológico, nos sentimos solidariamente responsables con nuestro Presbiterio, como también con el laicado y estado religioso, de pensar y actuar juntos para llegar a ser la presencia de todo el Pueblo de Dios en medio de los hombres. No la presencia solitaria de alguno o de algunos grupos, sino del Pueblo de Dios como tal. Pedimos la ayuda de nuestros hermanos sacerdotes para realizar este servicio de la Iglesia al mundo de todos los días y de todos los lugares.
3.
VOCACIONES
Las vocaciones al clero saldrán principalmente de las comunidades cristianas de base y de las familias cristianas, con la participación de toda la comunidad.
Esto no excluye la aplicación de todos los medios tradicionales que han constituido una pastoral vocacional, en particular los movimientos apostólicos juveniles, la preocupación por los jóvenes a nivel de las parroquias, la dirección espiritual de la juventud y el testimonio de vida del propio sacerdote.
4.
FORMACIÓN DEL CLERO
La formación del clero se iniciará en forma paulatina, en el seno de la comunidad cristiana, en el marco de la vida común y corriente, con la ayuda de un sacerdote-guía, de cursos por correspondencia, de sesiones a nivel decanal o diocesano, de trabajos y experiencias apostólicas, en contacto más íntimo con toda la Iglesia local.
Esta primera etapa se hará habitualmente a nivel de cada diócesis o de cada provincia eclesiástica. Podrá comprender un tiempo de “noviciado”. Tendrá un grado mayor o menor de institucionalización según el número de seminaristas o las circunstancias lo permitan o lo exijan. Su duración aproximada será de dos a tres años.
Especialmente en una etapa final se reforzará el régimen de vida común y el estudio a tiempo entero, y sólo por unos pocos años. Esta etapa se realizará en una ciudad que cuente con una Facultad de Teología o con una Institución que permita estudios equivalentes, y podrá durar 4 años o 6 años, según siga el alumno el curso “pastoral” o el curso “académico”.
En la preparación del clero se dará importancia preferente a la formación espiritual y apostólica, a la santidad de vida y a la caridad pastoral.
5.
DIACONADO
Después de haber recibido el Episcopado Chileno con fecha 5 de Diciembre de 1967, la aprobación de la Santa Sede al Diaconado Permanente para el país, y en conformidad al Motu Proprio “
Sacrum Diaconatus Ordinem” de S. S. Paulo VI, la Asamblea de la CECH en virtud de sus atribuciones ha acordado:
1) Aprobar
ad experimentum por tres años el Plan básico de estudios elaborado por Mons. Charles Muller;
2) Que los diáconos casados, en Chile vivirán habitualmente de su propio trabajo profesional, sin recibir remuneración por su ministerio;
3) Que en estos primeros años, por norma general, solamente se dará el Diaconado a hombres casados, teniendo el deseo de dejar la ordenación de solteros limitada a casos muy calificados;
4) Que la vida del Diácono debe apoyarse en una espiritualidad adecuada, insinuándose el estilo de dicha espiritualidad:
a) El Diácono desempeña un
servicio evangelizador que prepara la formación de comunidades cristianas o las alimenta con la Palabra: un
servicio litúrgico que prepara las comunidades a la Celebración de la Eucaristía, en la lectura y meditación asidua de las Sagradas Escrituras, que conduzca a una auténtica oración personal; en la devoción a María, fiel servidora de Jesús y de los hombres; en la dirección espiritual y frecuentación de la Penitencia.
Se recomienda la recitación de alguna hora del Oficio Divino;
5) Que se nombre una Comisión Episcopal del Diaconado compuesta por los Obispos: Carlos González, Bernardino Piñera y Fernando Ariztía, para unificar criterios y coordinar en el plano nacional la preparación de los futuros Diáconos.
LOS RELIGIOSOS Y LAS RELIGIOSAS
1. La Vida Religiosa -“a fin de que redunde en mayor bien de la Iglesia” (PC. 1)- debe renovarse con urgencia.
Esta renovación implica, para ser adecuada, una doble fidelidad a la propia vocación:
a) “un retorno constante a las fuentes de toda vida cristiana y a la primigenia inspiración de los Institutos” (PC.2);
b) una adaptación dinámica de los Institutos “a las cambiadas condiciones de los tiempos” (P.C.2), “de suerte que puedan socorrer más eficazmente a los hombres” de hoy (PC. 2. d).
2. Se puede prever para el futuro, que se introduzcan formas nuevas de Vida Religiosa más sencillas que las actuales.
En particular se propicia, dentro de las Familias Religiosas, la posibilidad de ensayos por parte de pequeñas Comunidades pilotos, que experimenten formas de más eficaz testimonio en el mundo de hoy.
Para hacer posibles los cambios de la renovación tiene máxima importancia la revisión profunda y la reestructuración de las obras de apostolado, tomando en cuenta la gran rapidez de los cambios sociales y considerando con realismo la situación concreta del País.
3. La renovación de la Vida Religiosa no puede lograrse plenamente sin un contacto estrecho de los Institutos Religiosos, en sus diferentes niveles, con los Obispos y la Iglesia local.
Los Religiosos pertenecen de manera peculiar a la Familia Diocesana (CD. 34), y les incumbe el deber de trabajar fervorosa y diligentemente en la edificación e incremento de todo el Cuerpo de Cristo y por el bien de las Iglesias Particulares (CD. 33).
Su orgánica inserción en la iglesia -tanto en la Universal como en la Particular en que los Religiosos viven, trabajan y dan su testimonio propio-, será siempre uno de los más poderosos factores en este proceso de renovación y revigorización de la Vida Religiosa, ya que servir a la Iglesia de acuerdo a su carisma peculiar, es la razón de ser de las Comunidades Religiosas.
4. La Vida Religiosa adquiere caracteres específicos en cada Instituto, según la índole de su particular vocación en el Pueblo de Dios.
Los Obispos, preocupados de que la renovación se realice en cada Instituto según las exigencias y virtualidades del propio carisma, no dejarán de urgir la importancia de esta fidelidad (CD. 35,2), y de alentar y favorecer todas las iniciativas y servicios de renovación que surjan en el seno de los Institutos y de la Federación de Religiosos.
Pero, además, consecuentes con su ministerio apostólico, los Obispos cuidarán, por medios especialmente adecuados, que la Vida Religiosa de los Institutos existentes en su Iglesia particular, se incorpore realmente a la pastoral de conjunto (para lo cual la exención no es un obstáculo: CD, 35, 3, 4), y se adapte a las condiciones de los tiempos presentes.
5. Es responsabilidad de los Obispos procurar, a través del diálogo, que las obras apostólicas de los Religiosos se inserten
armónicamente en la acción pastoral de la Iglesia local.
En este esfuerzo de integración pastoral se tendrá presente lo que sigue:
a) los Institutos Religiosos deben aportar a la Iglesia nacional y diocesana su propio carisma.
Los Obispos deben, no sólo respetar, sino favorecer y estimular la línea carismática propia de cada Instituto.
En consideración a la urgente necesidad pastoral, estos prestarán, asimismo, otros servicios que se soliciten de ellos, atendiendo siempre a la índole particular de la Comunidad respectiva, según el decreto CD. 35, 1.
b) Los Obispos, con el fin de lograr una más adecuada organicidad y una mayor eficacia en el plan pastoral de la Iglesia local, estudiarán en común acuerdo con los Superiores y Superioras respectivos, la vigencia, oportunidad, orientación, etc., de sus obras apostólicas.
6. Para obtener los objetivos señalados, parece indispensable fomentar el mayor diálogo posible entre Obispos y Religiosos: esta actitud favorecerá decididamente esa “disposición sobrenatural, arraigada y fundada en la caridad, de las almas y de las mentes” (CO. 35, 5), que el Concilio señala como condición de la estrecha coordinación que se desea.
Este diálogo debe establecerse tanto en el nivel nacional, entre Conferencia Episcopal y Federación de Religiosos, como en el nivel diocesano, entre el Obispo o su Delegado y cada Comunidad y las personas mismas de los Religiosos y Religiosas.
7. Concretando en algunas conclusiones prácticas inmediatas lo enunciado más arriba, proponemos por ahora lo siguiente:
a) La actual renovación pastoral muestra la necesidad que los Religiosos y Religiosas comprometidos en actividades apostólicas, participen en los cursos que ofrecerá el Instituto de Pastoral Nacional, sea al comenzar su ministerio después de sus estudios específicos, sea al llegar al País, en el caso de los que vienen desde otras naciones.
b) Se organizarán este año en cada diócesis “contactos pastorales” con las Religiones laicales (de hombres y de mujeres), de acuerdo a los siguientes criterios:
1° Se formará un equipo de sacerdotes delegados de los Obispos, a los que se preparará debidamente para estos “contactos pastorales”;
2° No tendrán carácter de “visita canónica”;
3° Se pedirá a la Federación de Superiores Mayores su colaboración para la preparación de un Directorio que oriente estos “contactos pastorales”;
4° Los sacerdotes delegados deberán reunir estas cinco condiciones:
- especial sensibilidad evangélica;
- conocimiento y estima de la Vida Religiosa;
- aptitud para inspirar confianza y seguridad a los entrevistados;
- comprensión y asimilación de las líneas orientadoras del Vaticano II;
- visión clara de las líneas pastorales de los Obispos.
5° Las visitas se harán por Diócesis o por Familias Religiosas;
6° En determinados casos, donde razones de especial conveniencia o necesidad así lo recomiendan, será un Obispo quien realice el “contacto pastoral”.
EL LAICO
En una época en que cada ser humano se define frente a los profundos cambios ideológicos y de estructuras de la Sociedad, se realiza también en la Iglesia un proceso cada vez más consciente de toma de posiciones; todos sus componentes buscan ver clara su tarea.
El Laicado es uno de los tres Ministerios que forman la Iglesia. Se debe favorecer los esfuerzos de los laicos para encontrar la variada y riquísima gama de posibilidades apostólicas que pueden y deben desarrollar; y, animarlos en la búsqueda de los mejores medios de organizarse, dándoles, en lo propio de ellos, la mayor autonomía para dirigirse y para experimentar con audacia y prudencia caminos nuevos.
Los Obispos reiteran la prioridad pastoral de la formación espiritual; desde la inicial, a los débiles en la fe, hasta la más profunda, que necesitan los más maduros que asumen trabajos apostólicos de mayor responsabilidad. La Evangelización será comunicada, normalmente en Comunidades Cristianas de base local o ambiental, sin excluir la Evangelización masiva, por los medios de comunicación, o selectiva por la educación, catequesis, retiros, jornadas, y por una atención espiritual personal dada por elementos competentes de los tres Ministerios.
TAREAS DEL LAICO
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En cuanto a campos apostólicos. El Laico tiene conciencia de su inmensa, y muy natural, tarea de animar cristianamente las realidades temporales. La solidez de la familia, de la educación, de la vida institucional y política del país, son entre otros, campos, importantísimos de su influencia. Este apostolado que es un servicio a la humanidad, suele llamarse animación cristiana del orden temporal.
Con ese espíritu de servido la Iglesia asume acciones supletorias o permanentes de beneficio para la Humanidad.
Este derecho de la Iglesia de servir, en la forma más eficiente posible, la lleva a estar presente en la sociedad a través de organizaciones y actividades educacionales, asistenciales, promocionales, etc.
Dada la madurez creciente del laico y de los componentes de los otros Ministerios, como ciudadanos de este mundo, se ve que, cada día más, estas organizaciones y actividades nacerán del espíritu y de la iniciativa de los cristianos pertenecientes a los diferentes Ministerios, la labor supletoria de ]a Jerarquía de la Iglesia irá en disminución.
Esa madurez de los componentes de la Iglesia permite suponer que asumirán cada vez más su responsabilidad en el mundo sin un carácter confesional exclusivo, sino como un servicio nacido de esa unidad humana que se basa en la Caridad y en la responsabilidad frente al mundo.
Se ve entonces una derivación de muchas organizaciones que hoy día son oficialmente de la Jerarquía de la Iglesia y que en el futuro serán más y más responsabilidad de los cristianos.
En la Educación, por ejemplo, se ve inminente una responsabilidad, tal vez preponderante, de los Centros de Padres en la dirección de la educación de sus hijos. Los consagrados a la Educación, colaborarán en esa tarea, que en primer lugar pertenece a la familia y formarán así, una unidad que quiebre la falsa opción de que la Escuela o es jurídicamente de la Iglesia o es laica.
Se prevé una educación cristiana, sagrado derecho y deber de la Iglesia, en que armonicen los diferentes Ministerios, siendo la responsabilidad directiva y administrativa en especial de los laicos y no de la Jerarquía de la Iglesia.
Esto mismo se ha estado observando realizarse en el campo de las organizaciones promocionales y podrá verse realizado en el campo asistencial, lo que liberará a la Jerarquía de la Iglesia de aparecer como una potencia que mueve organizaciones y bienes, y hará recaer responsabilidades administrativas y directivas en los laicos que pueden ya asumir un papel en el que antes la Jerarquía tuvo que suplirlos.
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En cuanto a los Movimientos Apostólicos. Los Obispos consideran a los Movimientos Apostólicos como insustituibles, tanto porque especializan su acción en campos apostólicos vitales y determinados, en que siempre el mejor apóstol es el del propio ambiente, cuanto porque son una probada fuente de formación de militantes que han vivificado los tres Ministerios con maduras vocaciones.
Esperamos de ellos la mejor adecuación en su organización a las necesidades de los tiempos y a las posibilidades de sus militantes, más y más responsables en el orden temporal. La Jerarquía confía en el proceso de maduración que los Movimientos Apostólicos efectúan y que los hará encontrar la mejor forma de armonizar su organización y auto-dirección con la vivencia de la fe y de la caridad en comunidades cristianas constituidas, inclusive, dentro mismo de esos Movimientos Apostólicos.
Las Parroquias se vivificarán .con la riqueza de vida y multiplicación de las Comunidades Cristianas, llegándose allí al más natural encuentro de los tres Ministerios.
La vivencia de fe y caridad de las Comunidades Cristianas hará nacer y crecer todo tipo de carismas y vocaciones siendo así un vivero de apóstoles que se volcarán enriqueciendo todas las expresiones apostólicas de la Iglesia.
A su vez con un claro sentido misionero los mejores apóstoles de los Movimientos Apostólicos y de las Parroquias irán dando vida a nuevas Comunidades cristianas de base local, ambiental, o unidas, por lazos de amistad o de tareas comunes.
Por otra parte, los Movimientos Apostólicos tienen un extenso campo de reflexión y acción frente a las necesidades de un mundo en plena transformación, que requiere de la Iglesia respuestas no sólo de tipo general sino adecuadas a las características específicas de los ambientes de vida y a las modalidades impuestas por las técnicas modernas.
MENSAJE DE PAULO VI A LOS SACERDOTES
AL FINALIZAR EL AÑO DE LA FE
A vosotros, Sacerdotes de la santa Iglesia católica, a vosotros Hijos particularmente amados, a quienes el Orden sagrado hace Hermanos y colaboradores nuestros en el ministerio de la salvación, como lo sois de vuestros respectivos Pastores; a vosotros queremos dirigirnos hoy directamente la palabra, en el momento en que termina el Año de la Fe, conmemorativo del XIX centenario del martirio de los dos apóstoles San Pedro y San Pablo. Una palabra breve y sencilla, pero especial para vosotros. Desde hace mucho tiempo, Nos la tenemos en el corazón; como hermano vuestro, desde siempre, esto es, desde cuando nos tocó la suerte misteriosa de ser ordenado sacerdote y de sentir la nueva y profunda solidaridad con todos los compañeros, elegidos para personificar a Cristo en nuestra entrega a la voluntad del Padre, a la santificación, a ]a guía, al servicio de los fieles y a la relación de salvación con el mundo.
No ha faltado jamás en Nos la comunión de reverencia, de simpatía y de hermandad con vosotros, Sacerdotes.
Después, cuando la Santa Iglesia nos llamó al ejercicio de las funciones pastorales, en primer lugar como Obispo, luego como Papa, el pensamiento sobre el Clero llegó a ser en Nos una constante exigencia interior, llena de estima, de solicitud y de caridad.
Nos hemos lamentado frecuentemente con Nos mismo de no haberos hablado bastante, de no haber testimoniado, con mayor frecuencia y con mejores señales, el sentimiento que el Espíritu del Señor despertaba y despierta en Nuestro corazón hacia vosotros; un sentimiento que sube de Nuestro corazón y que arrastra consigo todos los demás pensamientos y sentimientos que Nuestro ministerio hace brotar en Nuestra conciencia: vosotros, Sacerdotes, con vuestros Obispos y Hermanos Nuestros, sois quienes en el orden de la caridad, por todo y sobre todo, ocupáis el primer lugar.
Por esto os hablamos hoy. No es una encíclica lo que os dirigimos, ni tampoco una instrucción, ni un acto dispositivo, canónico; es una sencilla efusión del corazón. \"Os nostrum patet ad vos... cor nostrum dilatatum est\" (2 Cor. 6, 11). Esta celebración centenaria de la memoria de los Apóstoles que, con el mensaje evangélico y con su propia sangre, han echado las bases de esta Iglesia romana, nos obliga a abrimos un instante Nuestro ánimo.
Lo hacemos con gran admiración y con gran afecto. Conocemos vuestra fidelidad a Cristo y a la Iglesia. Conocemos vuestro empeño y vuestra fatiga. Conocemos vuestra dedicación al ministerio y las ansias de vuestro apostolado.
Conocemos también el respeto y reconocimiento que suscitan en tantos fieles vuestro desinterés evangélico y vuestra caridad apostólica. También conocemos los tesoros de vuestra vida espiritual, de vuestro coloquio con Dios, de vuestro sacrificio con Cristo y vuestras ansias de contemplación en medio de la actividad. Nos sentimos impulsados por cada uno de vosotros a repetir las palabras del Señor en el Apocalipsis: \"Scio opera tua, et laborem, et patientiam tuam\" (2, 2).
¡Qué emoción, cuánta alegría nos proporciona esta visión; qué reconocimiento! Os lo agradecemos y os bendecimos, en el nombre de Cristo, por lo que sois y por lo que hacéis en la Iglesia de Dios. Vosotros sois, con vuestros Obispos, sus obreros de mayor valía, sus columnas, sus maestros, sus amigos y los dispensadores directos de los misterios de Dios (cf. Cor. 4, 1; 2 Cor. 6, 4).
Deseábamos abriros esta plenitud de Nuestro corazón para que cada uno de vosotros se sepa y se sienta apreciado y amado, y goce de estar en comunión con Nos en el gran designio y en el duro esfuerzo del apostolado.
No se trata de una visión miope ni irenista. Junto a una multitud de sacerdotes que encuentran en su ministerio la serenidad y la alegría, cuya voz no se deja oír con tanto clamor como otras, sabemos que existen no pocas situaciones dolorosas. En un sector del clero hay una inquietud y una inseguridad en su propia condición eclesiástica. Piensa que ha sido puesto al margen de la moderna evolución social.
Es cierto, los sacerdotes no están inmunizados contra las repercusiones de la crisis de transformación que sacude hoy al mundo. Como todos sus hermanos en la fe, experimentan también horas de obscuridad en el camino hacia Dios. Más aún, sufren por el modo tantas veces parcial con que son interpretados e injustamente generalizados ciertos hechos de la vida sacerdotal. Pedimos, pues, a los sacerdotes recuerden que la situación de todo cristiano y en particular la de ellos, será siempre una situación de paradoja y de incomprensión ante los ojos de quienes no tienen fe. La situación actual debe invitar por tanto al sacerdote a profundizar en la propia fe, esto es, a tomar conciencia cada vez más clara de quién es él, de qué poderes está investido y qué misión le ha sido confiada. Amadísimos Hijos y Hermanos, Nos pedimos al Señor que nos haga aptos y dignos de ofreceros alguna luz y algún consuelo.
Decimos a todos los sacerdotes: No dudéis jamás de la naturaleza de vuestro sacerdocio ministerial, el cual no es un oficio o un servicio cualquiera que pueda ser ejercido por la comunidad eclesial, sino un servicio que participa de un modo particularísimo, mediante el Sacramento del Orden, con carácter indeleble, de la potestad del sacerdocio de Cristo (Lumen Gentium, 10 y 28).
Podemos, por tanto, poner de relieve algunas dimensiones propias del sacerdocio católico. En primer lugar, su dimensión sagrada. El sacerdote es el hombre de Dios, es el ministro de Dios; puede realizar actos que trascienden la eficacia natural, porque obra \"in persona Christi\"; a través suyo pasa una virtud superior, de la cual él, humilde y glorioso, es en determinados momentos instrumento válido; es cauce del Espíritu Santo. Entre él y el mundo divino existe una relación única, una delegación y una confianza divina.
Sin embargo, este don no lo recibe el sacerdote para sí, sino para los demás; la dimensión sagrada está ordenada totalmente a la dimensión apostólica, es decir, a la misión y al ministerio sacerdotal.
Bien lo sabemos: el Sacerdote es un hombre que vive no para sí, sino para los otros. Es el hombre de la comunidad. Este es el aspecto de la vida sacerdotal mejor comprendido actualmente. Hay quien encuentra en él la respuesta a las cuestiones hirientes, acerca de la supervivencia del sacerdocio en el mundo, hasta el punto de preguntarse si el sacerdote tiene todavía razón de ser. El servicio que realiza en favor de la sociedad, especialmente de la eclesial, justifica ampliamente la existencia del sacerdocio. El mundo lo necesita. La Iglesia lo necesita. Y al decir esto, cruza ante Nuestro espíritu toda la serie de necesidades humanas. ¿Qué personas no tienen necesidad del anuncio cristiano, de la fe y de la gracia y de alguien que se les dedique con desinterés y con amor? ¿A dónde no llegan los confines de la caridad pastoral? ¿No es quizá allí donde menos se manifiesta el deseo de esta caridad, donde más necesidad hay de ella? Las misiones, la juventud, la escuela, los enfermos y, con una urgencia más marcada, el mundo del trabajo de hoy, constituyen un llamamiento continuo al corazón del sacerdote. ¿Dudaremos todavía de que nos falte un puesto, una función y una misión en la vida moderna? Más bien diremos: ¿Cómo responder a cuantos tienen necesidad de nosotros? ¿Cómo equilibrar con nuestro sacrificio personal el aumento de nuestros deberes pastorales y apostólicos? Acaso nunca como ahora la Iglesia ha tenido conciencia de ser conducto indispensable de salvación, ni el dinamismo de su \"dispensatio\" fue en el pasado tan grande como en la hora presente; ¿y nosotros nos vamos a forjar la ilusión de admitir por hipótesis un mundo sin la Iglesia y una Iglesia sin ministros preparados, especializados, consagrados? El sacerdote es, de por sí, la señal del amor de Cristo hacia la humanidad y el testimonio de la medida total con que la Iglesia trata de realizar ese amor que llega hasta la cruz.
De la conciencia viva de su vocación y de su consagración como instrumento de Cristo para el servicio de los hombres, nace en el sacerdote la conciencia de otra dimensión: la místico-ascética que define su persona. Si cada cristiano es templo del Espíritu Santo, ¿cuál ha de ser la conservación interior del alma sacerdotal con la Presencia que en él mora y que lo transfigura, lo estimula y lo embelesa? Son para nosotros los sacerdotes estas palabras apostólicas: \"Habemus... thesaurum istum in vasis fictilibus, ut sublimitas sit virtutis Dei et non ex nobis\" (2 Cor. 4, 7). Hijos y Hermanos Sacerdotes: ¿cómo se afirma y se alimenta en nosotros esta conciencia? ¿Cómo nos dejamos atraer de este íntimo punto focal de nuestra personalidad haciendo una pausa en las ocupaciones exteriores para dedicarla a una conversación interior? ¿ Conservamos el gusto de la oración personal, de la meditación, del Breviario? ¿Cómo es posible esperar que nuestra actividad alcance su máximo rendimiento si no sabemos beber en la fuente interior del coloquio con Dios las energías mejores que sólo El puede dar? Y, ¿dónde vamos a encontrar la razón fundamental y la fuerza suficiente para el celibato eclesiástico sino en la exigencia y en la plenitud de la caridad difundida en nuestros corazones consagrados al único amor y al total servicio de Dios y a sus designios de salvación?
Pero las estructuras, dicen algunos, no son hoy tales como para realizar efectivamente esta entrega fecunda y exaltante. Aquí está la cuarta dimensión del sacerdocio: la eclesial. El Sacerdote no es un ser solitario, es miembro de un cuerpo organizado: la Iglesia universal, la diócesis y, en el caso típico, superlativo diremos, su parroquia. Es la Iglesia toda la que debe adaptarse a las nuevas necesidades del mundo; la Iglesia, celebrado el Concilio, se encuentra empeñada en esta renovación espiritual y de organización. Ayudémosla con nuestra colaboración, con nuestra adhesión, con nuestra paciencia. ¡Hermanos e Hijos carísimos, tened confianza en la Iglesia! ¡Amadla mucho! Es ella el término directo del amor de Cristo: dilexit Ecclesiam (Ef. 5, 25). Amadla también con sus límites y defectos. No, en verdad, por razón de los límites y defectos y quizá también de sus culpas; sino porque sólo amándola podremos hacerlos desaparecer y contribuir más al esplendor de su belleza de esposa de Cristo. Es la Iglesia la que salvará al mundo, la Iglesia que es la misma hoy como ayer, como lo será mañana, y que encuentra siempre, guiada por el Espíritu y por la colaboración de todos sus hijos, la fuerza de renovarse, de rejuvenecerse y de dar una respuesta nueva a las nuevas necesidades.
Pensamos en tantos sacerdotes que, con un esfuerzo metódico, en orden al acrecentamiento espiritual, se encuentran empeñados en el estudio de la Palabra de Dios, en la fiel y recta aplicación de la reforma litúrgica, en la ampliación del servicio pastoral a los humildes y a los hambrientos de justicia social, en la educación del pueblo en la _paz y en la libertad, en el acercamiento ecuménico de los Hermanos cristianos separados de nosotros, en el cumplimiento humilde y diario de los deberes que tienen asignados y, sobre todo, en el amor radiante a Nuestro Señor Jesucristo, a la Virgen, a la Iglesia y a la humanidad entera. Y por ello recibimos consuelo y edificación.
Con estos sentimientos en Nuestro corazón, Sacerdotes queridísimos, cercanos y distantes, en el recuerdo de los santos apóstoles y mártires Pedro y Pablo, os saludamos y os bendecimos.
Desde la Basílica Vaticana, el 30 de Junio de 1968.
PAULO VI PP.
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NOTAS A PIE
(1) “Fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres,
no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros,
sino constituyendo un pueblo que le confesara en verdad y le sirviera santamente” (L.G., 9).
(2) “La Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (L.G., 1).
(3) “Como no le es posible al Obispo, siempre y en todas partes presidir personalmente con su Iglesia a toda la grey, debe por necesidad erigir diversas comunidades de fieles… distribuidas localmente bajo un pastor que hace las veces del Obispo, ya que de alguna manera representan a la Iglesia visible establecida por todo el orbe” (Sacr. Conc. 42)
(4) “Por la acción de la gracia de Dios, el nuevo convertido emprende el camino espiritual, por el que, participando ya por la fe del Misterio de la Muerte y de la Resurrección, pasa del hombre viejo al nuevo hombre perfecto en Cristo. Trayendo consigo este tránsito un cambio progresivo de sentimientos y de costumbres, debe manifestarse con sus consecuencias sociales y desarrollarse paulatinamente durante el catecumenado” (Ad. G., 13).
(5) “Para que los hombres puedan llegar a la liturgia es necesario que antes sean llamados a la fe y a la conversión” (Sacr. Conc., 9).
(6) “La liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza” (Sacr. Conc., 10).
(7) “A los sacerdotes, en cuanto educadores en la fe, atañe procurar… que cada uno de los fieles sea llevado, en el Espíritu Santo, a cultivar su propia vocación… a una caridad sincera y activa y a la libertad con que Cristo nos libertó… a educar a los hombres para que alcancen la madurez cristiana” (Pres. Ord. 6).
(8) “Para la implantación de la Iglesia y para el desarrollo de la comunidad cristiana son necesarios varios ministerios que, suscitados por vocación divina del seno mismo de la congregación de los fieles, todos deben favorecer y cultivar diligentemente; entre tales ministerios se cuentan las funciones de los sacerdotes, de los diáconos, de los catequistas y la Acción Católica. Prestan, asimismo, un servicio indispensable los religiosos y las religiosas” (Ad. G., 15).
(9) “Es la recepción de estos carismas, incluso de los más sencillos, la que confiere a cada creyente el derecho y el deber de la Iglesia en el seno de la propia Iglesia y en medio del mundo, con la libertad del Espíritu Santo” (Ap. Act., 3).