1. Días antes del 4 de septiembre, cuando aún no se podía prever cuál de los tres candidatos obtendría la primera mayoría, los Obispos declaramos que visitaríamos únicamente al candidato que hubiera alcanzado la mayoría absoluta; en caso contrario, esperaríamos el término del proceso constitucional.
No nos corresponde, ni queremos, asumir atribuciones que son propias de los políticos, y no nuestras. Nadie en Chile quiere ver al episcopado o al clero actuando en política. Nosotros tampoco.
Pero el país está viviendo horas tensas. De júbilo y esperanza para unos, de temor y de angustia para otros. Por esto vamos a dar nuestro parecer sobre el momento actual el que deseamos sea inspirado solamente en el parecer del Señor.
2. Los que creemos en Jesucristo sabemos que Dios conduce la historia, con la participación de todos los hombres. La lleva hacia “el completo desarrollo de todos los hombres y de todo el hombre”, (Paulo VI) liberándolos de cuanto los limita y los deforma, y haciéndolos crecer en la verdad y en el bien, sin excluir el sufrimiento y el error. Nuestra actitud básica es por lo tanto la confianza, la serenidad. Nos mantenemos unidos a Dios en la oración, y comprometidos al mismo tiempo con los hombres en la realidad de la vida, donde todos colaboramos a medida de nuestra capacidad en la realización del plan de Dios para el hombre.
Los acontecimientos presentes no son sino un episodio o una etapa de este proceso, y deben ser juzgados a la luz del proceso total.
3. “Estamos en el umbral de una nueva época histórica de nuestro continente, llena de un anhelo de emancipación total, de liberación de toda servidumbre, de maduración personal y de integración colectiva. No podemos dejar de interpretar este gigantesco esfuerzo por una rápida transformación y desarrollo como un evidente signo del Espíritu, que conduce la historia de los hombres y de los pueblos hacia su vocación”. (Medellín, introducción N° 4; Paulo VI -Desarrollo de los pueblos N° 15).
Los cristianos queremos participar con los valores del Evangelio en la formación del “hombre nuevo”, verdaderamente libre, capaz de construir este mundo nuevo (Efesios 2,15).
Este es el pensamiento común de la Iglesia en los últimos años. Es el fruto de una lenta maduración que se viene expresando en documentos oficiales de la Iglesia Católica y en particular en la Encíclica de Paulo VI sobre el Desarrollo de los Pueblos, y en los Acuerdos de Medellín, que trazan la línea oficial de nuestra Iglesia para América Latina y de los cuales hemos tomado las citas anteriores.
Los Obispos chilenos también hemos presentado esta visión, en varios documentos oficiales y muchos cristianos la han expresado en compromisos concretos.
4. Hemos cooperado y queremos cooperar con los cambios, especialmente con los que favorecen a los más pobres. Sabemos que los cambios son difíciles y traen grandes riesgos para todos. Comprendemos que cuesta renunciar a algunos privilegios. Por eso conviene recordar las enseñanzas de Cristo respecto a la urgencia de la fraternidad entre los hombres que exige desapego y mejor distribución de los bienes materiales.
5. El pueblo chileno quiere continuar en el régimen y estilo de libertad por el cual viene luchando desde hace 160 años.
Quiere que se mantenga y se defienda lo ya conquistado: el derecho a pensar, a difundir a otros sus ideales, a organizarse, pero al mismo tiempo que se amplíe y se perfeccione esa libertad. Que llegue a ser igual y plena para todos, sin discriminaciones, con iguales oportunidades, adecuada a la dignidad y a la creatividad del hombre.
6. Es un hecho que el temor se ha apoderado de una parte de la familia chilena.
Se teme cambios precipitados, excesivos, errados. Se teme la cesantía, la escasez, la crisis económica. Se teme una dictadura, un adoctrinamiento compulsivo, la pérdida del patrimonio espiritual de la patria.
Otros en cambio no ven esos peligros o los aceptan. Se sienten animados por una gran esperanza y una voluntad constructiva.
Los Obispos somos pastores de los unos y de los otros. Sabemos que hay creyentes en todos los sectores. Y queremos hablar a todos ellos.
¿Cuál debe ser la actitud del cristiano en Chile hoy?
¿Evadirse, huir de los problemas? Nunca ha sido la enseñanza ni la actitud de Cristo.
¿Permanecer atemorizado y detenido en espera resignada de lo que venga? Tampoco.
¿Recurrir a la violencia? De ningún modo.
El camino cristiano es otro.
Buscar, junto con los demás, una solución justa, original y creativa a la problemática chilena.
Tenemos primero que convertirnos a Dios, unirnos a Él en la oración, con un corazón purificado y sereno. .
Quitar de nosotros todo odio, todo rencor, llenar nuestra alma de los sentimientos de Cristo: rectitud, coraje, autenticidad, bondad.
Y actuar. Comprometidos en la vida, en el estudio, en el trabajo, siempre al servicio de la verdad, de la justicia, con el pueblo, con la familia, con la juventud y con todas las fuerzas vivas de la patria, siempre con comprensión, con bondad para todos, e inteligente vigilancia como enseña el Evangelio (cfr. Mateo 10,16).
7. La tarea es grande y difícil pero tenemos confianza. Eso sí que necesitamos la ayuda de Dios.
Mientras dure la actual incertidumbre, recurramos más que nunca a la oración. Oremos solos, oremos en nuestros hogares y en las Iglesias, cada cual como mejor le convenga, y según la indicación de los pastores.
Especialmente recurramos a María, en quien el pueblo chileno siempre puso su confianza.
Y difundamos en torno nuestro la serenidad, la fortaleza y la esperanza, en el diálogo, la búsqueda y la colaboración con todos.
Por la Conferencia Episcopal de Chile
† JOSÉ MANUEL SANTOS
Obispo de Valdivia
Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile
† CARLOS OVIEDO CAVADA
Secretario General de la Conferencia Episcopal de Chile
Punta de Tralca, septiembre 24 de 1970.
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A veinte días de la elección presidencial, la Asamblea Plenaria extraordinaria de los Obispos de Chile entregó esta Declaración. Su texto fue ampliamente difundido en los medios de comunicación nacionales y extranjeros.
Es conveniente insistir en que este documento se hizo veinte días después de la elección, porque por esos días se acusaba a la Jerarquía -desde muy diversas posiciones políticas y religiosas- que era una Jerarquía muda o silenciosa y que no se pronunciaba sobre la situación chilena. Estas acusaciones, en verdad, apuntaban a que la Jerarquía tomara una posición -a modo de una instancia electoral del país- en que favoreciera o condenara el triunfo de la primera mayoría relativa de uno de los candidatos a la presidencia de la República.
El 7 de septiembre se había tenido en Santiago una reunión informal de dieciséis Obispos, para considerar la nueva situación que se ofrecía al país, y allí se acordó convocar a una Asamblea Plenaria extraordinaria.
Por esos días también -hay que recordarlo- era válida la Declaración del Presidente de la Conferencia episcopal, del 4 de septiembre.