Quiero decirles que hemos querido compartir con Luisa esta tarde, esta hermosa tarde con ustedes aquí en Roma en esta iglesia de San Ignacio. Compartirla con las más altas autoridades de los poderes de Chile, que son un testimonio de lo que nuestro país, que con todas sus diferencias, podemos alcanzar cuando nos unimos en torno a un símbolo mayor.
Esta es una jornada aquí en Roma que enriquece a Chile, que enriquece el alma de Chile, la enriquece porque uno de los nuestros ha alcanzado grados superiores de dignidad, de reconocimiento en el marco de su fe y de su Iglesia.
Pero digámoslo también con mucha franqueza, como lo ha dicho acá el arzobispo de Santa Cruz, a quien agradezco tanto sus palabras: el Padre Hurtado enriquece a la nación chilena y enriquece también a toda nuestra América.
De norte a sur y de cordillera a mar, y en ese sentido, aquí lo que hemos recordado es ese Padre Hurtado que pudo plantear con tanta fuerza y a ratos pasión, que la caridad comienza donde termina la justicia. La justicia es un bien fundamental a preservar, de cómo hacer para que todos seamos tratados y seamos iguales en dignidad, como él dijo, del débil frente al fuerte, o de cómo hacer para que ese sol que se reflejaba, en esa hermosa homilía del Padre Bernardino Piñera, sea un sol que reflejase con la fuerza del sol del espejo y de la palabra del Padre Hurtado, por igual en todos y cada uno de los hijos de esta tierra.
Por ello me parece que estar aquí, y relevar el valor de la justicia, implica adentrarnos algo más en que tras la justicia está la solidaridad y tras la solidaridad está la hermandad de seres humanos, la fraternidad como valor esencial.
Es cierto, él se refirió en algún momento a los padres de la patria, que nos dieron una patria libre y dijo él ‘nos toca hacerla grande, bella humana y fraternal’.
El Padre Hurtado se convierte en un padre de la patria del siglo XX y nosotros en este siglo XXI tenemos que preguntarnos igual que él si la estamos haciendo grande, bella humana y fraternal.
Cuánto nos falta para alcanzarlo, cuánto tenemos que trabajar para ello. Por eso es que entonces, en esta vigilia excepcional, antes de que el Padre Hurtado sea un santo de la Iglesia, debemos ser capaces de avanzar más rápido, en hacer nuestras patrias, nuestras sociedades, monseñor, más bellas, más humanas, más fraternas.
Creo que, como dijera el Padre Hurtado, los padres de la patria tienen muchos rostros y mañana, cuando se produzca la canonización del Padre Alberto Hurtado, habremos ganado un nuevo padre de la patria, un padre que nos pertenece a todos y que, al igual que los padres de nuestra patria latinoamericana, es un padre de la patria que compartimos todos los hermanos de América Latina.
Me alegro profundamente de haber compartido esta vigilia con cada uno de ustedes y ojalá que podamos hacer de los propósitos de esta vigilia una tarea permanente que nos convoque a todos, con la misma fuerza y la misma pasión, con el mismo verbo, con la misma poesía con que el Padre Hurtado nos convocó a todos. Es tal vez el mejor homenaje que podemos hacer a este santo con que mañana la Iglesia Católica nos regala a todos sus hijos.
Muchas gracias.
