Si hay algo que parece caracterizarnos en estos días es la incapacidad de análisis. Acá, en una carta, un hombre se muestra sensible a la pobreza que sufren quienes habitan poblaciones y campamentos y para él es válido matar al no nacido para evitar más problemas.
Pero, ¿por qué no atacamos las causas? La pobreza que también he visto en campamentos y poblaciones (con un grupo de hermanos estamos en un pequeño intento de reevangelización) es que ella es potenciada por políticas públicas que simplemente hacen peor la vida de nuestros hermanos desposeídos: se les brinda pésima educación, mala salud pública, los padres y madres jóvenes no tienen apoyo psicosocial y se ha roto el diálogo padres-hijos.
Esa ruptura tiene su origen no sólo en el alcohol y la droga; también quienes trabajan lo hacen en horarios inhumanos fomentados por esta cultura de consumo y poder que privilegian el aparentar sobre el ser. No pueden conversar papás cansados y malhumorados con hijos aburridos con clases lateras en doble jornada y que escasamente les ayudarán si al salir a la calle sólo prima un estado moral de naturaleza.
Se acusa a la jerarquía de la Iglesia de intromisión y se pide que la fe quede en los templos. Como en los primeros tiempos de los cristianos en Roma, en las catacumbas. Notable modernidad nos proponen desde esa aparente preocupación por lo social que reduce los embarazos a un "problema" subsanable por cualquier manera.
El actual estado de metalización de almas y mentes, donde todo se mide en rentabilidades, oculta la insensibilidad frente a la vida y al amor. Para los creyentes el Amor infinito es Dios. Nosotros sólo somos instrumentos.
De paz, no de odio ni de muerte. De una racionalidad más amplia que la postiluminista. De una voluntad que es buena, no conveniente.
Hno. Rodolfo Arredondo (ofs)
CI 11.366.036-8
Periodista UC.
Licenciado en información social.