En las últimas décadas las ciencias médicas han avanzado considerablemente en el conocimiento de la vida humana y de los estadios iniciales de su existencia. Se han llegado a conocer mejor las estructuras biológicas del hombre y el proceso de su generación. En el variado panorama filosófico y científico actual es posible constatar de hecho una amplia y calificada presencia de científicos y filósofos que, en el espíritu del Juramento de Hipócrates, ven en la ciencia médica un servicio a la fragilidad del hombre, para curar las enfermedades, aliviar el sufrimiento y extender los cuidados necesarios de modo equitativo a toda la humanidad. Pero no faltan representantes de los campos de la filosofía y de la ciencia que consideran el creciente desarrollo de las tecnologías biomédicas desde un punto de vista sustancialmente eugenésico. (Dignitas Personae n.2).
Las distintas experiencias de solidaridad que hemos vivido, visto o escuchado en nuestro país a causa del terremoto me permiten explicitar el análisis bioético del punto anterior. La capacidad del hombre de elegir libremente, sobreponiéndose a condicionamientos adversos y optando por el bien no radica en la técnica, sino en su capacidad de discernimiento de la naturaleza de la acción que realiza, su finalidad y las circunstancias que la rodean. La clara conciencia de interdependencia de toda persona humana, permitió a muchos entender que el comprometerse con el otro, es el pilar para la reconstrucción de una sociedad más justa. Justicia que se vio superada por el amor, ejemplos cotidianos y heroicos tenemos muchos. Éste es el motor de la acción solidaria y de la búsqueda del bien, la ciudad del hombre no se promueve sólo con relaciones de derechos y deberes sino, antes y más aún, con relaciones de gratuidad, de misericordia y de comunión. (Caritas in Veritate n.6).
Esta solidaridad, a mi juicio para ser integral en nuestro país, debe ser también intergeneracional. Promovida a través de la apertura generosa a la vida por parte de los esposos y del cuidado debido a los ancianos y enfermos, pasando por el fortalecimiento de las familias y subsidiariamente por el compromiso del Estado a ofrecer las condiciones para que ello ocurra.
La experiencia del terremoto nos ha dejado varias lecciones: en nuestra familia valemos por lo que somos, hijo, madre, padre, hermano y por tanto recibimos de manera gratuita todo, compartiendo muchas veces lo poco con mucho amor; es nuestro principal refugio frente a las adversidades; las virtudes vividas, aprendidas y enseñadas en un contexto de amor familiar nos permitieron desempeñarnos y levantarnos luego de una catástrofe.
El 25 de marzo se celebra el día internacional del niño que esta por nacer. Una vez más la urgencia educativa, también moral y especialmente de los jóvenes, nos urge, para conformar una sociedad y una cultura donde se reconozca, respete y promueva la dignidad de cada persona y de todas las personas, desde la concepción hasta la muerte natural.
Dr. Cristián Vargas Manríquez
Director Instituto Superior de Bioética
Universidad Católica de la Santísima Concepción