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Opinión / Cartas al Portal


Eutanasia: La ilusión de la muerte dulce

La eutanasia es uno de los temas controvertidos que deberemos enfrentar en el corto plazo en nuestra sociedad. No porque sea una situación reciente, sino porque los desafíos “auto-impuestos” provocados por el envejecimiento poblacional (el INE proyecta 21% de población adulta mayor en el 2050), fruto del aumento sostenido de la esperanza de vida de los chilenos y por sobre todo por el férreo control de natalidad, llevará a tensionar cada día más la necesidad de acompañar, cuidar y curar a enfermos, muchos de ellos ancianos, que padecen enfermedades incurables, que se encuentran postrados o que deben recibir atención en centros de larga estadía, sin el soporte familiar adecuado.

Este nuevo escenario pondrá a prueba nuestra capacidad de financiar en el sector salud un servicio acorde a la dignidad humana, personalizado, técnicamente eficiente y eficaz, con dotaciones acordes y presupuestos suficientes, pero sobre todo requerirá de personas concientes del valor incondicional de la vida humana. La medicina del siglo XXI deberá remontarse a sus orígenes Hipocráticos, para de manera racional y éticamente adecuada, poder responder a la confianza depositada por los pacientes y por la sociedad en profesionales custodios y servidores de la vida desde la concepción hasta la muerte natural.

Eutanasia es hoy en día un término ambiguo. Si bien en la antigüedad el término se usaba para designar la buena muerte poco a poco comienza su uso a despersonalizarse para transformarse en la “muerte dulce” o “muerte por piedad” provocada por un tercero, el médico. Así, la eutanasia se configura como una acción o una omisión que por su naturaleza, o en la intención, causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor y por tanto es ilícito desde la perspectiva bioética.

La burocratización de la muerte se acompaña habitualmente de una mentalidad que establece la calidad de la vida como criterio superior de valoración ética. Para esta corriente utilitarista, la vida humana sólo tendría valor si es de calidad, y cuando esta se ve severamente afectada fruto de una enfermedad incurable, como en el caso de niños que nacen con daño cerebral severo en Holanda, la eutanasia neonatal se plantea como un imperativo, debido a que no puede alcanzar un nivel de bienestar determinado.

No existe la muerte digna. Los enfermos incurables son dignos, aun viviendo padecimientos, y por ello debemos procurarles condiciones de vida plenamente humanas, tratamientos proporcionados (adecuados) y acompañamiento espiritual. La muerte nos enfrenta de manera ineludible a la pregunta sobre el hombre y su trascendencia.

“Tocamos aquí uno de los puntos clave de toda la antropología cristiana. El hombre no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás y el Buen Samaritano es el hombre capaz precisamente de ese don de sí mismo”. (Salvifici Doloris, Juan Pablo II)

Cristián Vargas Manríquez
Director Instituto Superior de Bioética UCSC