Ayer se ha dado a conocer el informe de la Comisión para el Análisis de la Crisis de la Iglesia en Chile, de la Pontificia Universidad Católica, después de dos años de trabajo desde que la convocara el Papa Francisco.
Sus conclusiones son profundamente entristecedoras, aunque de ninguna manera deberían sorprendernos como pueblo católico, a menos que alguno haya querido tapar el sol con un dedo.
En su texto indica: “El abuso cometido por sacerdotes –que por lo general recayó sobre menores de edad religiosamente comprometidos y que utilizó los recursos que ofrecía la propia religión– constituye un escándalo sin parangón"…“actualmente se sabe que el encubrimiento ha sido un problema tan grave como el abuso mismo. La angustia y el dolor de las víctimas se ha replicado en la indiferencia con que se han recibido sus reclamos y en la negligencia de las autoridades religiosas para darles cumplimiento".
¿Quiénes perpetraron los abusos? Indica: “los sacerdotes más involucrados han sido aquellos formados en la década del ochenta en adelante”.
¿Qué hizo la Iglesia ante las denuncias?, señala el informe: “hubo renuencia para acreditar las denuncias recibidas, falta de celo en las investigaciones realizadas y una fuerte tendencia a restar importancia a los delitos y evitar sanciones contra sacerdotes (…) demasiadas veces se han gestionado casos con desconsideración hacia las víctimas, secreto y demora injustificada, y completa indiferencia respecto de las comunidades afectadas, y se han desconocido los deberes y responsabilidades institucionales que caben en estas materias”
¿Qué consecuencias ha traído? Recalca el texto: “la caída de la confianza en la Iglesia chilena y en sus sacerdotes no tiene parangón en nuestra historia (…). Tampoco se tiene registros de que una Iglesia nacional haya perdido tantos miembros en el curso de las últimas décadas (al menos un tercio de los católicos chilenos han dejado de identificarse como tales en el lapso de veinte años), hasta el punto de que las últimas mediciones muestran que el catolicismo ha dejado de ser la religión de la mayoría de los chilenos”.
Invitamos a hacer oración para que el Espíritu Santo nos de la sabiduría para enmendar el rumbo, tomar las medidas que se requieren para que estos hechos no vuelvan a ocurrir; para que nunca más miremos hacia otro lado, y dejemos en manos sólo del clero la conducción de la Iglesia, sino que, como ya adelantó el Papa poco tiempo después de asumir el pontificado, construyamos una Iglesia más conciliar, donde todos conducimos y somos responsables de la misma.
José Pérez Barahona