La Presidenta de la República al reiterar su apoyo al proyecto de ley que desincrimina el aborto en tres situaciones y al anunciar el envío de un proyecto de ley sobre el llamado matrimonio homosexual, ha tenido una expresión muy poco feliz: “No puede ser que prejuicios antiguos sean más fuertes que el amor”.
Sin lugar a dudas, la convicción acerca del matrimonio como esencialmente heterosexual viene de lejos. Lo mismo sucede con el rechazo al aborto. Ello no sólo en el cristianismo, sino en la civilización judeo-cristiana, como también en el islamismo.
Pero el que sean antiguas esta convicción y estas vivencias no significa que sean unas antiguallas desechables.
La dupla “viejos prejuicios” acentúa la exclusión, porque un pre-juicio debe ser descartado a priori como una postura inhábil para participar en el diálogo ciudadano.
Ahora bien, en una democracia republicana y en sociedades plurales las posiciones valorativas, sean o no de base religiosa, no merecen ser descalificadas in limine. Al contrario, deben ser sometidas a un escrutinio sereno y razonado.
La Presidenta se une, finalmente, a una manipulación semántica de la expresión acuñada por Juan Pablo II: “El amor es más fuerte”. Esta manipulación del lenguaje es frecuente en grupos intolerantes conocidos por su ideología de género que busca ser impuesta en el Occidente. El Papa Juan Pablo II habla del amor en todas sus manifestaciones, en especial las religiosas. La manipulación consiste en utilizar su dicho reducido al ámbito del amor erótico y en el fondo a ciertas manifestaciones del amor erótico.
Me duelen, como ciudadano católico y abogado, sus expresiones. Más me duelen habiendo sido su asesor en el Ministerio de Defensa. Este traspié no es digno de ella ni de su espíritu de tolerancia que bien conozco. Creo que los creativos de palacio le han hecho un flaco favor al alejarla de la “cultura del encuentro”.
Jorge Enrique Precht Pizarro