Los hechos vandálicos de la marcha estudiantil del jueves recién pasado frente a la Iglesia de la Gratitud Nacional en Santiago ponen de manifiesto una grave crisis de confianza e institucional en el país. En efecto, la destrucción por encapuchados de la imagen de Cristo crucificado es un acto cobarde y atentatorio de la libertad religiosa. Y como tal, una flagrante violación de un derecho humano fundamental: la dignidad de la conciencia.
Los encapuchados han actuado sobre seguro, con premeditación y alevosía para destruir una imagen que solo evoca y de manera elocuente la dignidad del hombre torturado y crucificado. Esa dignidad que un encapuchado no entiende, pues actúa cegado por la violencia y el odio.
Sin embargo, Cristo crucificado no hizo alarde de su condición de Dios y una vez más fue a la muerte en la destrucción de la dignidad de un pueblo creyente y de todos aquellos que sin ser cristianos respetan como instituciones de la república la fe de los católicos.
Ante este panorama lamentable que hiere el alma de Chile los católicos tenemos una palabra que decir. Y como sacerdote católico más aun, pues nada de lo humano es indiferente a la fe católica y debemos aportar con lo propio a la construcción del bien común de Chile.
Aquellos que pretenden que nos quedemos en las sacristías se equivocan ya que el Evangelio está para encarnarse en la realidad y no ser guardado como pieza de museo. Algunos pretenden que la Iglesia sea un museo de recuerdos piadosos.
Los que creemos en Jesucristo muerto y resucitado sabemos que debemos estar en medio del mundo para ser testigos de esperanza frente a la violencia y la intolerancia. La fe en Jesucristo no se vende al mejor postor a cambio de silencios cómplices. La fe en Jesucristo obliga en conciencia a ser voz de los que no tienen voz. Es decir, de aquellos que luchan por vivir y nacer. Por los que desean paz social y trabajo, salud y educación, seguridad ante la delincuencia y espacios reales de participación, vivir su fe y anunciarla a los demás ya que la laicidad del estado no impide, ni debe excluir el aporte de los creyentes para el bien del país.
Es el laicismo ateo y beligerante el que rechaza cualquier contribución cristiana o trascendente. Y Chile siendo un estado laico y no confesional constitucionalmente, no es un estado laicista como algunos pretenden hacernos creer para excluirnos de la vida pública y reducirnos a los templos.
P. Fco. Javier Astaburuaga O.
Sacerdote