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Opinión / Cartas al Portal


Amoris Laetitia

En Amoris Laetitia, el Papa Francisco señala: "Nos cuesta dejar espacio a la conciencia de los fieles, que muchas veces responden lo mejor posible al Evangelio en medio de sus límites y pueden desarrollar su propio discernimiento ante situaciones donde se rompen todos los esquemas. Estamos llamados a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas" (AL 37). Agrega en otro punto: "El discernimiento pastoral, aun teniendo en cuenta la conciencia rectamente formada de las personas, debe hacerse cargo de estas situaciones" (AL 302). Y profundiza, por si aún hubieran dudas de lo que quiere decir: "La conciencia de las personas debe ser mejor incorporada en la praxis de la Iglesia en algunas situaciones que no realizan objetivamente nuestra concepción del matrimonio" (AL 302).

Pareciera que para el cardenal Gerard Müller no hay muchas enseñanzas del Papa para sostener, edificar y guiar a la familia, ya que en sus comentarios de que “Aquí no ha pasado nada” en referencia a Amoris Laetitia, ponen el acento precisamente en las citas que hemos hecho: La revalorización de la recta conciencia de los fieles, cuando se trata de comulgar en estado de gracia. Pero pone al margen todo el resto del documento.

Aun así, en cierto sentido, el cardenal Müller tiene razón, ya que el Papa Juan Pablo II escribió: "El juicio sobre el estado de gracia, obviamente, corresponde solamente al interesado, tratándose de una valoración de conciencia" (Ecclesia de Eucharistia 37). Es cierto que no es nuevo que el magisterio de la Iglesia deja en el terreno de la propia conciencia del fiel, considerarse o no en el Estado de Gracia necesario para recibir a Cristo en la comunión. Incluso para permitir la comunión de los fieles divorciados, ya que el Papa Juan Pablo II dijo, refiriéndose al propósito de enmienda, que la previsibilidad de una nueva caída "no prejuzga la autenticidad del propósito" (Carta al Cardenal William W. Baum, 22 marzo 1996). La conciencia de la persona puede concluir en un juicio auténtico, aunque los propósitos que se enuncien choquen con la dura realidad de lo concreto, en este caso, cuando el divorciado seguirá viviendo como casado, pero con una mujer distinta a la que se casó sacramentalmente.

El desvío del centro de la Exhortación que hace el Cardenal Müller, parece nada con lo afirmado por el Cardenal Raymond Leo Burke, que llega a declarar que Amoris Laetitia no es magisterio. A ello podemos agregar un pedido nunca visto en la Iglesia: el activista católico inglés John Smeaton, pidió en Roma que el Papa "retire" Amoris Laetitia, ganándose el aplauso furiosamente entusiasmado del grupo autodenominado "pro familia" que lo escuchaba.

No nos escandaliza que, en recta conciencia, los cardenales y otros hermanos católicos se opongan al magisterio del Papa, y se tomen la libertad y ejerzan el derecho a exponer públicamente sus conclusiones. A nuestro juicio es algo necesario para la Iglesia, es algo que responde a los tiempos actuales y, en mayor medida todavía, a los tiempos que se avecinan, y que a la larga hará que sean muchos más los que se sientan parte de la Iglesia de Cristo que los que se alejen, al contrario de lo que vemos hoy.

Se ha inaugurado una nueva época dentro de la Iglesia, donde se ejerce la libertad de opinión y el debate amplio, sin por ello ser catalogado de enemigo, herético o sismático. La tolerancia de un clima de disenso ante la enseñanza del Papa, será difícil que pueda ser negada en el futuro a quienes pensemos distinto en otras cosas. La censura que se aplica como costumbre dejará de ser “buena”, y usada como excusa de impedir un escándalo, ya que será un escándalo en sí misma.

Ya podemos ver, queridos hermanos, como entre tanta oposición al Papa Francisco, tanto debate, tiras y aflojas, el Espíritu Santo va trazando el camino de nuestra amada Iglesia. ¿Hay todavía quiénes temen por su ortodoxia, su fidelidad a la Verdad revelada, a su futuro? Pues no caigamos en la falta de fe, porque no hay poder sobre la tierra ni bajo ella que pueda destruir lo que Dios cuida.

José Pérez Barahona