Con alegría hemos leído la carta que nuestro Papa Francisco hizo llegar al cardenal Marc A. Ouellet, Presidente de la Comisión Pontificia para América Latina, al concluir el encuentro en marzo de este año, ya que toca un aspecto rehuido al interior de nuestras parroquias, diócesis e Iglesias particulares: el poder.
El Papa lamenta que en la Iglesia se ha creado una "élite" de laicos que creen que son solo ellos los que trabajan en las obras de la Iglesia y/o en las cosas de la parroquia o de la diócesis, alertando del olvido o el descuido ante el creyente que muchas veces "quema su esperanza en la lucha cotidiana por vivir la fe". "La Iglesia no es una élite de los sacerdotes, de los consagrados, de los obispos, sino que todos formamos el Santo Pueblo fiel de Dios", escribe.
El Papa prevé la Iglesia del siglo XXI, con la secularización de las sociedades y la escasa vocación sacerdotal, revalorando el papel del bautizado, advirtiéndole que tendrá que asumir un rol más activo en la estructura, y quizás, también en la jerarquía futura de la Iglesia.
Dice también la carta: "No es el pastor el que tiene que determinar lo que tienen que decir en los distintos ámbitos los fieles. Como pastores, unidos a nuestro pueblo, nos hace bien preguntamos cómo estamos estimulando y promoviendo la caridad y la fraternidad, el deseo del bien, de la verdad y la justicia. Cómo hacemos para que la corrupción no anide en nuestros corazones".
En la carta invita a la Iglesia de Latinoamérica a enfrentar "el clericalismo". "Esta actitud no solo anula la personalidad de los cristianos, sino que tiene una tendencia a disminuir y desvalorizar la gracia bautismal que el Espíritu Santo puso en el corazón de nuestra gente"
También reconoce que el laico, por su propia realidad e identidad, "tiene exigencias de nuevas formas de organización y de celebración de la fe". "Los ritmos actuales son tan distintos (no digo mejor o peor) a los que se vivían 30 años atrás",
Alegría hemos sentido, no solamente por la sabiduría que demuestran sus palabras, sino porque advertimos, intuimos, el actuar del Santo Espíritu, que va perfilando el camino que hemos de seguir como Iglesia Universal. El sucesor de Pedro ata y desata lo necesario, para que se cumpla la promesa de Cristo, de la cual somos beneficiarios, que estará con nosotros hasta el fin del tiempo; siendo esta Iglesia, cofre custodio del cuerpo y la sangre de nuestro Señor, la materializadora de esa promesa.
José Pérez Barahona