Mensaje de Resurrección de los Obispos de Chile. Pascua de Resurrección, 1973
¡Cristo ha resucitado!
Cristo murió un Viernes Santo y con su muerte pasó lo viejo: el viejo egoísmo del hombre que se
endiosa y no quiere aceptar un Dios Padre suyo; que se
endiosa y no quiere reconocer en cada hombre un hermano igual a él; que se
endiosa y quiere disponer de la tierra y de todos los bienes para su propio goce y el de los que son sus amigos.
Cristo ha resucitado al tercer día, y con su Resurrección se manifiesta un hombre nuevo.
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el hombre que alcanza su grandeza de hombre, porque obedece a Dios, su Padre, hasta la muerte de cruz y de El recibe un pode divino superior a todo poder para liberar al hombre de su pecado y de toda opresión;
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el hombre que entrega su vida por todos y así inicia en la tierra la verdadera fraternidad y solidaridad;
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el hombre que resucita y tiene por tarea renovar y hacer crecer la creación entera para el bien del hombre, en especial de los pobres.
Sólo Jesucristo resucitado puede renovar al hombre y hacer nacer el nuevo hombre, cristiano, participándonos su propia vida de resucitado.
Este nace, no de la carne o de la sangre, ni es fruto de un método científico, ni de una nueva pedagogía. Nace de la fe en Jesucristo resucitado y de las aguas del bautismo y del Espíritu Santo.
Sólo Cristo nos manifiesta la imagen de Dios en su Evangelio, para hacernos vivir como hijos obedientes de Dios, en alegre y confiada esperanza.
Sólo Cristo y su Evangelio nos enseñan a descubrir en cada hombre a nuestro hermano por quien debemos estar dispuestos a dar la vida como Él.
Sólo el Evangelio de Jesús nos revela que la naturaleza es la obra de Dios creador y que a nosotros nos encomienda la tarea de transformarla con nuestro trabajo y hacerla servir al bien de todos, con cuidado preferencial de los más pobres.
Después de mirar a Jesucristo resucitado como el centro de nuestra fe cristiana, miremos el rostro de nuestra patria con la luz y la mirada del Evangelio de Jesús.
¿Cómo se presenta el rostro de Chile?
El rostro de nuestra patria nos parece un rostro humano lleno de luces y sombras; nos parece el rostro de un pueblo que tiene grandes virtudes, que abriga grandes esperanzas, y que a la vez se ve martirizado por grandes temores, por dolorosos contrastes y desilusiones: las envidias, los odios, las luchas que la desangran, las pasiones desatadas que la acosan, ponen el rostro de nuestra patria, la corona de espinas, los golpes, los salivazos que también han desfigurado el rostro de Cristo.
Vemos con inmensa aflicción y pena, que en la prensa diaria con grandes titulares se invita a la violencia, a la desconfianza, a la enemistad.
Vemos que en el mundo del trabajo, en vez del entendimiento y la cooperación entre hermanos prevalece una lucha de clases cargada de odios y de violencia.
Vemos que la juventud, que anhela vivir los nobles ideales de justicia y fraternidad, es utilizada por unos y otros y es lanzada a la misma lucha de odios y violencia que viven los adultos.
Vemos que en los grandes debates públicos en vez de buscarse honestamente la verdad y las soluciones que hagan posible la convivencia y mejoren realmente la vida social, se trata a toda costa de desprestigiar a los adversarios con la mentira y la injuria imposibilitando escuchar la voz del pueblo y oír sus legítimos anhelos.
En el servicio público, la pornografía, el aumento desmedido de la criminalidad sexual, junto con hacernos constatar una especie de escapismo ante la realidad, nos hacen temer la pérdida de las mejores energías del pueblo y la depravación de la juventud.
¿Es que los cristianos de Chile que somos la inmensa mayoría del país hemos olvidado el gran mandamiento de amar? ¿Es que no sabemos sobreponernos a los propagadores del odio, de la mentira, de la injusticia, de la lujuria, de la avaricia?
No es posible que el grande e inmenso anhelo de cambios mejores que vive en el corazón de la gran mayoría de los chilenos, para hacer una patria más humana, más justa, más abierta a todos sus hijos en igualdad de posibilidades, se frustre por todos estos grandes pecados personales y colectivos, y el anhelo de justicia social desemboque en otro modelo de sociedad injusta y tiránica, que nada resuelva y que sólo haga pasar el poder de un grupo minoritario a otro.
Cristo no se encuentra en esas sombras; Cristo no está en la mentira, el odio, la violencia, la lujuria, o el amor desmedido al dinero.
Nadie, ni políticos ni periodistas, ni autoridades ni súbditos pueden emplear esos medios que sólo contribuirán a la crucifixión de nuestro pueblo, al doloroso calvario de nuestra patria.
¿Dónde está el verdadero rostro de Chile?
El rostro de Chile debe ser el rostro de Cristo. En primer lugar ese rostro se encuentra en el homenaje filial de cada uno, y de la comunidad, a Dios Padre. Ese rostro se encuentra en el trabajo responsable y asiduo de quienes tienen en sus manos la grandeza y el bienestar de todos los chilenos; en la eficiencia técnica y la honesta y sacrificada acción de los que administran las riquezas que constituyen el patrimonio de Chile. En los que respetan los derechos de los pobres, de los padres de familia, y de todos los habitantes de Chile, que desean tener una libre y responsable posibilidad de elección en el terreno social y político.
En los que no se sirven del Evangelio y de los valores religiosos para justificar y acreditar sus discutibles opciones políticas.
Cristo está también presente en la gran corriente de justicia social deseada por sectores rara vez más numerosos de chilenos; para que todos los chilenos participen en los bienes de este mundo; en el deseo y la posibilidad del mundo de los trabajadores de participar en la gestión de las empresas; en la mayor participación de la juventud en las grandes decisiones del país; en el avance del mundo campesino que cada día se hace más responsable, en la parte que le corresponde, del alimento de Chile, organizando con su inteligencia, con sus manos y sus propios dirigentes el trabajo del campo; en el gran deseo que anima a todos los chilenos de construir con dignidad la auténtica soberanía de Chile.
La tarea de los cristianos
Donde se encuentran valores auténticamente humanos, allí hay semillas del Evangelio. Y esos valores cuando han sido promovidos por una u otra ideología dejan de ser patrimonio exclusivo de un grupo. Pasan a ser patrimonio de toda la comunidad y por lo tanto, deben encontrar eco en los cristianos.
Es tarea de los mismos cristianos, recoger esos valores, integrarlos en el Evangelio de Cristo y trabajar en realizarlos. Trabajar llenos de una gran esperanza, con una presencia lúcida, inteligente, activa y constante en todo nivel de acción y de organización. Con un corazón lleno de fe en las promesas de Jesucristo y de amor sincero a sus hermanos.
¿Por qué la necesidad de esta presencia de los cristianos?
Porque creemos que un humanismo, o sea un desarrollo del hombre y de la comunidad, que se hace sin Dios se vuelve contra el hombre. Y porque al preocuparnos de los grandes intereses de Chile, pretendemos por sobre todo, lo más grande que podemos desear: el advenimiento del Reino de Dios y la Salvación de todos los chilenos.
Cambiar el rostro de Chile no es tan difícil.
Cambiar su corazón, su mentalidad, sus costumbres, para hacerlo más abierto a Dios y al hombre, para que refleje la imagen viva de Jesucristo Resucitado, es tarea más lenta, más profunda. Es la gran tarea de la Iglesia y de todos los cristianos.
El sufrimiento de Chile nos anuncia algo nuevo: es el grano de trigo que muere para producir frutos, es la cruz que anuncia la Resurrección.
Debemos trabajar con amor, con fe, con esperanza, con abnegación, para que de esta hora dolorosa, junto con el Señor y con María, su Madre, hagamos surgir el nuevo rostro, el nuevo corazón, la nueva sonrisa de Chile.
LOS OBISPOS DE CHILE
Pascua de Resurrección 1973