La clemencia humaniza a la sociedad. Mensaje a los católicos y personas de buena voluntad
Santiago, 14 de septiembre de 2000
1. Estamos celebrando los 2000 años del nacimiento de Cristo, quien vino a nosotros a revelarnos el amor del Padre, rescatándonos de nuestros errores y de nuestro pecado y ofreciéndonos el camino de la salvación, que nos lleva a la felicidad auténtica y eterna. Animado por su ejemplo, el Papa Juan Pablo II ha pedido a todo el mundo que abramos los corazones a la generosidad y al amor, también con quienes se han equivocado en la vida y nos han hecho daño.
2. Haciéndonos eco del Santo Padre, los Obispos de Chile hemos solicitado a las autoridades que, como sociedad, nos dejemos empapar por este espíritu y hagamos signos concretos de clemencia en relación con quienes están encarcelados. Sabemos que se trata de personas que han cometido delitos o que están sometidas a procesos cuyo resultado puede ser de inocencia o culpabilidad. Todos ellos, sin embargo, son también hermanos nuestros, que necesitan nuestro apoyo y el de la sociedad para rehacer sus vidas. Por esto, con ánimo jubilar, el Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile invita a todos a reflexionar sobre la función del Estado, de la sociedad civil y de los cristianos para con estas personas.
3. El Estado está al servicio de las personas y sus derechos fundamentales. En un marco de respeto a la libertad y a la dignidad humana, es función suya favorecer el crecimiento de los ciudadanos y protegerlos de lo que pueda dañarlos. Por esto debe ocuparse de que existan la educación adecuada y condiciones habitacionales, laborales, sanitarias y valóricas favorables al desarrollo y a la actividad de las personas. Esto es particularmente exigente con respecto a quienes más lo necesitan. Entre ellos se cuentan los que han delinquido y cuya vida corre el serio peligro de seguir deteriorándose, pues han perdido su libertad y, con ella, muchas condiciones que contribuyen a humanizar la vida, tales como la confianza, el afecto, el trabajo, el medio ambiente digno, etc. Así, en un Estado libre, el cuidado por aplicar con moderación el castigo termina siendo también una expresión del valor social de la dignidad y la libertad humana.
4. Cuando se rompe el orden social por el delito que comete un agresor, el Estado interviene, evitando así que los ciudadanos se hagan justicia por sí mismos, y sanciona al responsable, aplicando una pena proporcional, aunque siempre dentro del marco del respeto a la dignidad humana. El castigo que aplica, siendo un mal por cuanto afecta derechos básicos de quien lo padece, debe cumplir con algunas finalidades. En primer lugar, busca reparar el desorden introducido y colocar al agresor en estado de no poder causar perjuicio, pero respetando siempre sus derechos esenciales, y al hacerlo no olvida que, cuando la pena es aceptada voluntariamente por el culpable, tiene un valor de expiación. Un segundo propósito es el de preservar el orden público y tutelar la seguridad de las personas. Por último, y tan importante como lo anterior, la pena tiene también un valor medicinal, es decir, debe contribuir a la enmienda del culpable, a su rehabilitación y, en la medida de lo posible, también a su reinserción en la vida social con pleno respeto de sus derechos esenciales. Como puede apreciarse, no todo castigo debe consistir en la privación de la libertad, ya que, cuando se trata de delitos no violentos, estos fines pueden cumplirse, y a veces mejor, mediante otro tipo de penas.
6. El trato digno con los internos es otro factor de rehabilitación y un deber cada vez más apremiante. Debe buscarse mejorar las condiciones sanitarias, de vida y de trabajo al interior de los penales, para humanizarlos, y limitar el castigo como lo quiere la Ley sólo a la pérdida de la libertad, reconvirtiendo las cárceles en lugares reales de rehabilitación y no en centros de indignidad o escuela de vicios. Esto, de una manera u otra, nos interesa a todos, particularmente a las autoridades.
7. Este comportamiento tiene una profunda raíz evangélica. Por eso, a lo largo de la historia, contamos con innumerables testimonios de caridad cristiana con los encarcelados. Entre estos, en nuestro país, permanece el recuerdo reciente del Cardenal Carlos Oviedo, quien nunca dejó de visitar a los internos en los más diversos recintos carcelarios y pedir un trato digno para ellos. Su ejemplo, tan humano, es un estímulo para un mayor compromiso de los cristianos y de toda persona de buena voluntad con nuestros hermanos detenidos. La Iglesia católica, por su parte, desea acrecentar los servicios de la Pastoral Penitenciaria a los encarcelados, para ofrecerles la Palabra de vida, que aumente su fe y abra su espíritu a los sacramentos, a la fuerza invencible de la Gracia, que convierte a las personas en justas, les devuelve su dignidad y las incorpora a la familia de los hijos de Dios.
8. Ante la delincuencia, el Estado no sólo debe actuar en forma reactiva y coercitiva. Más urgente e importante es trabajar por suprimir sus causas y por adoptar las medidas de seguridad que sean necesarias, pero siempre respetando la vida y la dignidad humana. Trabajemos tenazmente en este sentido, y propiciemos todo lo que haga crecer a nuestra sociedad en humanidad, como el acceso fluido al trabajo y a la educación, al deporte, a la posibilidad de compartir con los amigos y al contacto con la naturaleza, entre otros bienes que buscan los jóvenes y que a menudo no encuentran en la sociedad. Promovamos coherentemente la familia, como santuario de la vida, del amor fiel, del respeto y de la confianza, de la generosidad y de la paz. Cuando ella se transforma en foco de violencia o se destruye por otros motivos, aumenta la angustia, la soledad y el desconcierto de los niños y de los mayores, con su secuela de delincuencia y drogadicción.
9. En todo ser humano, por equivocada que sea su vida, está presente de algún modo la imagen de Dios. No dar a los encarcelados la oportunidad de rehabilitarse, desconocer su dignidad, dejar de visitarlos, no reintegrarlos a la sociedad en la medida de lo posible, son hechos de enorme gravedad. La clemencia es un medio eficaz de humanización de la sociedad.
10. Que Jesucristo, Nuestro Señor y Maestro, y también su Madre, María Santísima, acompañen con especial afecto el dolor de quienes sufren como víctimas de la delincuencia y nos ayuden a todos particularmente a nuestros legisladores a encontrar caminos que acrecienten la seguridad ciudadana y la paz. Y que los internos, con la colaboración y el cuidado de la sociedad, de sus familiares, de sus conocidos y de quienes les tienden una mano, con el apoyo de los empresarios que los reintegran al trabajo y con el reencuentro personal con su fe en Nuestro Señor, hallen el camino del arrepentimiento y de la plena rehabilitación.
El Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile
† Francisco Javier Errázuriz
Arzobispo de Santiago
Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile
† Javier Prado Aránguiz
Obispo de Rancagua
VicePresidente de la Conferencia Episcopal de Chile
† Antonio Moreno Casamitjana
Arzobispo de Concepción
† Sergio Contreras Navia
Obispo de Temuco
† Manuel Camilo Vial Risopatrón
Obispo de San Felipe
Secretario General de la Conferencia Episcopal de Chile
