Ceda el paso ... a la vida
Declaración del Comité Permanente del Episcopado por encargo de la 78ª Asamblea Plenaria sobre los accidentes del tránsito
Fecha: Martes 24 de Agosto de 1999
Referencia: 426/99
Pais: Chile
Ciudad: Santiago
Autor: Comité Permanente
Santiago, mayo de 1999
1. Nos inquieta profundamente el alarmante aumento de los accidentes del tránsito, que cada auto producen en nuestro país casi dos mil víctimas fatales principalmente de jóvenes. Hay otra cantidad importante de personas que quedan heridas o lisiada para siempre. Estos hechos son causa de muchos dolores con consecuencias sociales y económicas difíciles de superar.
2. Hoy es imposible la existencia y el desarrollo de una sociedad sin medios de transporte colectivo y particular. Estos instrumentos que traen tantos beneficios a la vida moderna, plantean el problema de la moralidad de su uso. Este debe corresponder a las necesidades de una verdadera vida humana y a las exigencias del bien común.
Hay señales que esto no siempre se cumple. Los atochamientos y las tensiones que acarrean, la contaminación ambiental, y, sobre todo, los accidentes ya mencionados, nos llaman a reflexionar, a revisar nuestras actitudes y a tomar medidas antes de que la situación sea más grave.
3. En esto intervienen diversas responsabilidades, sobre las que debernos llamar la atención.
Por una parte, las autoridades públicas deben velar para que las condiciones indispensables tales como vías adecuadas, señalización eficiente, motivaciones y sanciones eficaces estén a la altura de las necesidades reales. Debemos reconocer el esfuerzo que se está haciendo para dotar al país de vías más adecuadas. Sin embargo, queda mucho por hacer en este aspecto.
4. Además, siempre estará presente la responsabilidad moral del que conduce un vehículo. Mientras más difíciles sean las condiciones en las que lo hace, mayor debe ser la atención y el cuidado. En esto se advierte, desgraciadamente, mucha irresponsabilidad. Conducir sin la suficiente capacitación, descuidar la debida mantención del vehículo, prescindir de los reglamentos y normas del tránsito, conducir bajo la influencia del alcohol, son imprudencias desgraciadamente frecuentes.
5. Como pastores del pueblo de Dios, nos corresponde decir que tras esas irresponsabilidades hay a menudo verdaderas faltas morales que pueden constituir pecados graves. Ellas revelan soberbia, sentimientos de superioridad, prepotencia, agresividad, y, en general, falta de humildad, de amor, y de respeto y preocupación por los demás. El Catecismo de la Iglesia Católica enseña al respecto: “Quienes en estado de embriaguez o por afición inmoderada de velocidad ponen en peligro la seguridad de los demás y la suya propia en las carreteras se hacen gravemente culpables” (n.2290).
