Carta Pastoral. Contribución a la Iglesia
Un llamado para todos
La Conferencia Episcopal de Chile, consciente del gran desafío que significa la celebración de los 2000 años del nacimiento del Hijo de Dios, quiere llevar a sus comunidades y a los católicos a renovarse profundamente en su vocación de cristianos, de discípulos de Jesús.
Con esta carta queremos alentar un proceso de profundización de lo que significa ser, en el mundo, corresponsables con la misión de la Iglesia de Jesucristo. El tema se aplica a todos los que formamos parte de su Iglesia: obispos, sacerdotes, religiosos y laicos; hombres y mujeres; niños, jóvenes y adultos. El llamado a la corresponsabilidad nos interpela a todos desde nuestra propia realidad. ¡Nadie puede excluirse de amar y de servir a su prójimo!
Corresponsables de la Creación
El Génesis nos relata el deseo de Dios de asociar al hombre a su obra de la creación. Dios le mandó a nuestros primeros padres: “Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla. Manden a los peces del mar, a las aves del cielo y a cuanto animal viva en la tierra”. Dios quiere que el hombre sea el responsable de lo que El creó y, más aún, que participe en perfeccionar esa creación. Esa colaboración incluye la corresponsabilidad en su sentido más profundo. El trabajo se constituye así, en un aspecto fundamental de la vocación humana, haciendo que el hombre asuma, a través de su corresponsabilidad por el mundo.
Corresponsabilidad en la Iglesia de Jesucristo
Jesucristo viene a reconciliar al hombre con Dios y con su propia vocación. Para eso crea una comunidad, el nuevo Pueblo de Dios, la IGLESIA. El Espíritu, el bienestar y la vida de este Pueblo de Dios, son responsabilidad de todos sus miembros. Todos somos corresponsables de la Iglesia y debemos aportar los dones y talentos que Dios nos ha dado a cada uno, para bien de toda la comunidad. De ahí la importancia que tiene la participación personal en la misión de la Iglesia, poniendo, libremente, a disposición de Dios, a través de su Iglesia, todos los dones y recursos que de El hemos recibido: tiempo, talentos y dinero. El dar con sacrificio es una muestra real de la pertenencia a nuestra Iglesia.
Cristo, en la parábola del buen administrador (cf. Mt 25, 14 30; Lc 12, 42 48), quiere enseñarnos que somos administradores de los bienes. Juzgará a cada uno por lo que hizo con lo que recibió. De ahí la importancia que tiene nuestra educación personal, en la conciencia de ser meramente administradores de los bienes, sin esclavizarnos a ellos. El compromiso con Cristo nos lleva a poner todo lo nuestro al servicio de la misión y de la obra del Maestro. Es por eso que debemos participar de diversas formas en la misión evangelizadora de la Iglesia: asumiendo y proclamando la Buena Nueva; animando la catequesis; colaborando en las acciones solidarias y de educación; fortaleciendo la vida de la familia; orientando a los jóvenes; acompañando a los ancianos, enfermos y a todos los que sufren; incorporándose a la vida de las parroquias, de los movimientos apostólicos y tantas instituciones de Iglesia donde podemos vivir nuestra vocación de bautizados.
La Santísima Virgen es un testimonio vivo de lo que es la corresponsabilidad en la misión de su Hijo. Así lo demostró en la vida de Jesús y luego en la comunidad de los discípulos de su Hijo, desde Pentecostés hasta el día de hoy.
Una Iglesia Encarnada
Dice el Concilio Vaticano II en la Constitución sobre la Iglesia Lumen Gentium que la “Iglesia es en Cristo como un sacramento”, es decir, signo de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano. (L.G. 1) En la Iglesia se compenetra lo divino y lo humano. Así, como su fundador Jesucristo se encarnó en medio de nosotros para manifestamos el amor del Padre, así también, la Iglesia se ha arraigado en toda la realidad del mundo para dar testimonio de Cristo a los hombres.
Sin duda, la misión primordial de la Iglesia es de orden espiritual y religioso. Sin embargo, al estar encarnada en el mundo, su misión le exige utilizar bienes materiales, los cuales deben estar al servicio de la misión en un espíritu de caridad, solidaridad y misericordia. Estos bienes permiten solventar sus necesidades tales como: las propias del culto al Señor; el sustento del clero, el funcionamiento y mantención de los Seminarios; las obras de apostolado y la formación de agentes pastorales; las obras de caridad especialmente orientadas a los más pobres; la construcción y mantención de nuevos templos y casas parroquiales; procurar medios de movilización para llegar a los lugares más alejados; la mantención de innumerables obras educativas y de asistencia; adquisición y actualización de los medios de comunicación adecuados; mantención de órganos centrales de servicio pastoral y en fin, un sinnúmero de actividades y servicios que requieran de bienes materiales y económicos. De todo lo anterior se desprende un inmenso desafío para todos los cristianos: financiar todas las obras que requiere la misión eclesial.
Contribución a la Iglesia (Cali)
En la actualidad la iglesia posee diversos medios para obtener el apoyo económico. Estos son, principalmente: donaciones, colectas, ofrendas litúrgicas, rentas de algunos bienes. También ha contado con la valiosa ayuda de católicos de Europa y América del Norte. Pero hoy, en casi todas las diócesis, la principal fuente de ingresos es la CONTRIBUCION A LA IGLESIA (CALI).
La Contribución a la Iglesia es una obligación moral de los católicos, corroborada por el quinto mandamiento de la Iglesia: “Contribuir al mantenimiento de la Iglesia.” Por lo tanto, efectuar la contribución, es cumplir una obligación establecida por la Iglesia, obligación que supone el pago mensual del 1 % de los ingresos propios percibidos. Lamentablemente sólo un 8% de los católicos paga la Cali y no todos pagan el porcentaje establecido. Fuera de este aporte obligatorio para cada católico, nada impide que los fieles apoyen económicamente otras obras e instituciones de caridad. Más aún, dar y darse al prójimo en estas instituciones, es una obra de misericordia obligada por la solidaridad cristiana y humana. No obstante, es importante que se comprenda y cumpla con el quinto mandamiento de la Iglesia. Es decir, las personas que apoyen a instituciones de Iglesia no están dispensadas del pago de la Cali (Canon 222).
Existen diversas formas de pagar la Cali. Además de los métodos de recaudación a domicilio, pago en parroquia, pago por correspondencia y descuento por planilla, con el objeto de facilitar el cumplimiento de esta obligación, se ha puesto en marcha una nueva modalidad que utiliza el sistema bancario, ya sea descontado en cuenta corriente o tarjeta de crédito.
Realidad y desafío
Un diagnóstico hecho por la Comisión de Financiamiento de la Iglesia Chilena, constató que la recaudación de fondos no corresponde al nivel de ingresos del país. De hecho, los católicos no mantienen su Iglesia en Chile.
Algunas conclusiones de la Comisión señalan que para una real adhesión de los fieles, debe dárseles información clara y transparente de las necesidades que tiene la Iglesia, los recursos de que dispone y de cómo éstos se utilizan. Se requiere de un desarrollo que facilite la administración y el control en las diócesis, parroquias y comunidades. La renovación paulatina de los métodos y sistemas, con el apoyo tecnológico adecuado, permitirá mejorar la calidad, oportunidad y seguridad de la información. Esto es parte del desafío. En la medida en que se avance en ese sentido, sin lugar a dudas, aumentará la recaudación y caminaremos al autofinanciamiento de nuestra Iglesia.
La participación activa de los laicos en los asuntos financieros de sus parroquias y diócesis es un requisito fundamental para lograr los propósitos que interesan. La responsabilidad última en los temas económicos y financieros será siempre del párroco o del obispo, por cuanto esta responsabilidad no se delega, pero la participación de laicos comprometidos, que aporten su experiencia profesional en estas materias, es de vital importancia para mejorar la eficiencia en el tema que nos preocupa.
Al terminar esta carta queremos agradecer a todos los católicos y personas de buena voluntad que con su entrega personal y con sus recursos, permiten realizar la misión que el Señor nos encomienda. A todos les bendecimos, pero en especial a los que dan generosamente desde su pobreza, cuya ofrenda tiene aún más valor a los ojos de nuestro Padre Dios.
Que María Santísima, Madre de la Iglesia, interceda por nosotros para poder construir el Reino que Cristo, su Hijo, vino a proclamar con su Encarnación e inaugurar con su Pasión, su Muerte y su Resurrección.
A Él sea el honor y la Gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Santiago, octubre de 1997
† CARLOS OVIEDO CAVADA,
Cardenal Arzobispo de Santiago,
Presidente Conferencia Episcopal de Chile
† JAVIER PRADO ARÁNGUIZ,
Obispo de Rancagua,
Secretario General de la Conferencia Episcopal de Chile