Teresa de Los Andes. Un camino de santidad
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Teresa de Los Andes. Un camino de santidad

Fecha: Miércoles 24 de Febrero de 1993
Pais: Chile
Ciudad: Santiago
Autor: Comité Permanente

Presentación

La Canonización de Teresa de Los Andes es un inmenso don de Dios, y, al mismo tiempo, una hermosa tarea. Don, porque es una muestra del Amor de Dios por sus hijos de Chile. Es el Señor que se acerca a nosotros para dialogar con su pueblo en una forma muy concreta y cercana. Tarea, porque con Teresa de Los Andes, nos abre un camino de santidad asequible a todos.
Queridos hermanos, al iniciar el tiempo de Cuaresma, en que la liturgia nos acerca al sacrificio y la entrega de Cristo por nosotros queremos dirigirles esta Carta Pastoral para abrirles al camino de santidad de Teresa de Los Andes, para que puedan llegar, junto a María, al corazón de Cristo y sus hermanos.

Comité Permanente del Episcopado

Mons. Fernando Ariztía Ruiz
Obispo de Copiapó
Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile

Mons. Cristián Caro Cordero
Obispo Auxiliar de Santiago
Secretario de la Conferencia Episcopal de Chile


Muy queridos hermanos:

1.- En estos días, Teresita de Los Andes, es elevada a los altares. Ella es la primera santa chilena, declarada como tal. Con la segura infalibilidad de la Iglesia se nos propone a todos como un nuevo camino para seguir a Jesús con mayor fidelidad.

2.- Este acontecimiento nos motiva a expresar nuestra gratitud al Señor no sólo en Chile sino en toda América Latina. Es motivo de gozo y de celebración para todos los que buscamos servir al Señor. ¿Cómo no dar gracias por esta joven que con su vida y su muerte nos habla de Jesús y nos acerca a Él? ¿Cómo no vivir el tiempo de Cuaresma contemplando la santidad de Dios y el modo generoso como Ella reparte en medio de su pueblo?

3.- Teresita vivió solamente 19 años. De ellos 18 los pasó con su familia. En ella y desde ella fue forjando sus sueños y proyectos, creciendo en santidad en medio de la vida diaria. Tal vez en pocos santos aparece tan viva la importancia de la familia como en la vida de Teresa de Los Andes. Esta joven chilena creció también en edad, en gracia y en sabiduría delante de Dios y de los hombres particularmente en dos grandes ambientes: su familia y el colegio.

4.- Así como otros se santificaron cuidando enfermos, en conventos, en misiones, en la vida profesional o en parroquias, Teresa de los Andes vivió, trabajó y se santificó, en el pequeño taller de su familia, de su colegio -El Sagrado Corazón- y de sus amistades. Ese fue el medio donde Dios comenzó su obra maravillosa que culminó con el ingreso de Teresita al convento de las Carmelitas Descalzas de Los Andes.

5.- Teresa de Los Andes es un ejemplo atrayente, especialmente para los jóvenes. Su belleza y sus capacidades, su amor por la vida en todas sus expresiones más nobles, el arte, la cultura, el deporte, el trabajo y la religión, su don de la amistad discreta y su carácter alegre y pacificador los empleó para crecer en el amor al Señor. En este gran amor encontró la fuerza para servir a los pobres y a los niños, a quienes amaba profundamente.

6.- Enamorada de Dios, siempre buscó hacer Su voluntad y en esta búsqueda fue llevada a las más altas cumbres. Recibió el don de prepararse al desposorio con Cristo en su entrega virginal a Dios y fue enriquecida por Él con una profunda experiencia mística. Como enamorada de la vida supo entregarla generosa y alegremente a Dios hasta su muerte temprana.

7.- En Teresa de Los Andes se nos manifestó el amor del Padre de los cielos por sus hijos de la tierra y en su intercesión de santa nos une con todo el pueblo latinoamericano y nos renueva en el ardor de una Nueva Evangelización.

Testigos en el camino de santidad

8.- Nuestra primera santa viene así a unirse a una nube de testigos que, con sus vidas, nos han mostrado a Jesús y la obra de su Espíritu. Invitamos a todo el Pueblo de Dios a reflexionar con nosotros sobre la santidad, para buscarla más ardorosamente y para poner nuestras vidas al servicio del Señor. Así podremos asumir con gozo la tarea de Nueva Evangelización a la que nos ha convocado el Santo Padre. Cristo espera una respuesta generosa de cada uno de nosotros. Con la presente carta estamos proponiendo la santidad de vida como el primer camino para responder con “nuevo ardor” a esta tarea de anunciar la Buena Nueva que tenemos por delante.

9.- A través de toda la historia Dios ha ido llamando a muchos hermanos y hermanas para darles una misión especial. Para eso los fue preparando con abundantes dones y gracias. Ellos han sido reconocidos por la Iglesia como santos. Son como luces que han venido a iluminar, a animar y fortalecer nuestra vida cristiana.

10.- Entre los llamados por Dios a la santidad la Virgen María, ocupa un puesto singular en la Historia de la Salvación y en la vida de la Iglesia. Como primera redimida y primera cristiana, María se nos presenta como el modelo más perfecto después de Cristo. Ella es el fruto mejor logrado de santidad. Su presencia materna nos educa para la donación plena al Señor y nos sostiene en nuestra oración, en el modo de acoger la Palabra, en el gozo por las maravillas realizadas por Dios y nos alienta en el servicio a los hermanos. Ella es la primera evangelizada y la primera evangelizadora.

11.- La lista de los santos a través de los siglos es interminable. En América Latina también los hay: Santo Toribio de Mogrovejo, Santa Rosa de Lima, San Martín de Porres, San Pedro Claver, San Luis Beltrán y otros... quienes nos enseñan que, “superando las debilidades y cobardías de los hombres que los rodeaban y a veces los perseguían, el Evangelio, en su plenitud de gracia y amor, se vivió y se puede vivir en América Latina como signo de grandeza espiritual y de verdad divina” (Puebla 7).

12.- En medio de estos dones que Dios derrama abundantemente entre su Pueblo, Él ha querido que también en Chile, la Iglesia reconozca oficialmente a sus testigos. Hoy es Teresita de Los Andes. Mañana esperamos que la seguirán la beata Laurita Vicuña, el venerable Padre Hurtado, y muchos otros más.

13.- En este camino espiritual “nos ayudan nuestros hermanos del paraíso, a los que nos une no sólo el recuerdo devoto, sino también una comunión vital y profunda, realizada por el Espíritu Santo, que edifica sin cesar la Iglesia ‘como Cuerpo de Cristo’”. Muchos de ellos son venerados como santos pero también son “santos los que viven y mueren manteniéndose fieles a la voluntad divina” (S.S. Juan Pablo II, O.R., 6 nov.’92).

14.- El padre Hurtado escribía que aparte de los santos, con mayúscula, que están en los altares hay “los innumerables santos anónimos, que podríamos llamar santos con minúscula, que se debaten en la vida cotidiana contra el mal que los cerca y realizan su vida en la pureza y en la caridad”.

15.- Entre estos santos anónimos queremos destacar a tantos matrimonios, que fieles en el amor gastan sus energías para proporcionar a sus hijos una visión cristiana de la vida y los medios necesarios para su desarrollo emocional, cultural y laboral. Son héroes silenciosos en los que el amor de Dios alimenta su entrega mutua y a sus hijos.

16.- Destacamos también a todos aquellos obreros, profesionales, constructores de la sociedad- que participan en la vida social, y política y cultural en búsqueda de un mundo más justo y fraterno. Ellos, en su condición, pueden vivir el llamado común a la santidad.

17.- Destacamos a aquellos que se encuentran oprimidos por la pobreza, la enfermedad y otros muchos sufrimientos. Ellos también han sido invitados a unirse especialmente a la Cruz de Cristo. A ellos el Señor los proclamó bienaventurados (Mt. 5, 1-12).

18.- Por tanto, “todos los fieles cristianos, en las condiciones, ocupaciones o circunstancias de su vida, se santificarán más cada día si lo aceptan todo con fe de la mano del Padre celestial y colaboran con la voluntad divina, haciendo manifiesta a todos, incluso en la dedicación a las tareas temporales, la caridad con que Dios amó al mundo”.

19.- Esta santidad es el desarrollo de ese dinamismo vital que se sembró en nuestro corazón el día del Bautismo, que se ha ido expandiendo en la vida de la Iglesia, en el seguimiento de Jesús, en el crecimiento del amor a Dios y en el amor hecho compromiso y entrega a nuestros hermanos.

20.- Nuestra llegada a la casa del Padre, no será una tarjeta de mérito que nos abrirá las puertas del cielo, sino que será la misma vida de amor que ha ido invadiendo nuestras existencias, que llegará a la plenitud del encuentro con el Padre y con todos los santos y santas que allí nos esperan. El cielo comenzó el día del Bautismo. Y el Bautismo dará su fruto más maduro en la eternidad.



Segunda Parte
La santidad es un don

La santidad de Dios Amor


21.- “Dios es Santo”. Así lo repite muchas veces la Escritura. “Dios es amor.” Así dice San Juan. La santidad de Dios es la plenitud de su Amor.

22.- El amor de Dios para con el hombre herido por el pecado es amor de misericordia, que por la fuerza del Espíritu, se vuelca hacia lo pequeño, hacia lo sin valor, para redimirlo en virtud de la Pascua de Jesucristo.

23.- Por la presencia del Espíritu en nuestros corazones se hace posible que el amor divino asuma el amor humano. Cuando lo dejamos anidar y echar raíces en nosotros, vivimos la caridad, ella es el primer regalo que nos hace Dios, representa la plenitud de la ley, “rige todos los medios de santificación, los informa y los conduce a su fin. De aquí que la caridad para con Dios y para con el prójimo sea el signo distintivo del verdadero discípulo de Cristo” (L.G. 42, 1-2)

24.- Por tanto, buscar la santidad significa dejarnos compenetrar, transformar e impulsar por el Amor que es Dios. La meta que se nos presenta a todos no es una santidad genérica sino de un seguimiento personal, incluso heroico de Jesucristo.

La santidad tiene su centro en Jesucristo

25.- Jesucristo, con el Padre y el Espíritu “es proclamado el único Santo”, “maestro y modelo de toda perfección, iniciador y consumador de la santidad de vida” (L.G. 39).

26.- El Padre Dios “envió a su Hijo único a este mundo para damos la vida por medio de Él”. Por el bautismo fuimos hechos hijos de Dios y partícipes de la vida divina “y por lo mismo realmente santos”. Como bautizados somos seguidores de Cristo y con “la ayuda de Dios conservamos y perfeccionamos, la santificación recibida” (L.G. 40).

27.- Seguir a Jesucristo en su modo de ser hombre, abierto al Padre y al Mundo, es el único modo verdadero de ser hombres y mujeres que caminan a la plenitud del amor. La muerte en la cruz es el testimonio supremo del amor de Cristo: “nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos” (Jn 13, 31).

28.- Jesús se hizo Hombre para salvar al hombre de todo lo que lo oprimía y destruía. Vivió un amor liberador y solidario. A la Magdalena y a la mujer adúltera, las liberó del pecado. En la parábola del Buen Samaritano, mostró la centralidad de la persona humana más allá de toda ley. Los enfermos y oprimidos eran llevados ante él para ser sanados y liberados. Su muerte y resurrección representan la cumbre de la revelación y la respuesta total a la justicia y al amor del Padre.

La santidad: fruto de la vida en el Espíritu

30.- El Espíritu Santo es el que despliega en los hijos de Dios la vida de a santidad en el amor. Desde que fue enviado a los discípulos, como fruto de la resurrección de Jesús no cesa en su acción. Por el bautismo nos hace hijos capaces de llamar confiadamente a Dios “Padre”.

31.- El Espíritu actúa en nuestros corazones y nos convierte, opera en nosotros la santificación y nos conduce en el desarrollo de las virtudes. Recibir el Espíritu nos da valor para tomar cada día la cruz de Cristo. El Hombre Viejo queda superado por el Nuevo que refleja en su vida los frutos del Espíritu, que son: “amor, alegría, paz, paciencia, comprensión de los demás, bondad y fidelidad, mansedumbre y dominio de sí” (Gál. 8, 22).

32.- Si bien la santidad es un regalo de Dios, favorecemos la presencia del Espíritu cuando quitamos los obstáculos que impiden su acción santificadora y cuando le dejamos espacio para habitar en nosotros. De modo que la vida en el Espíritu “impulsa al bautizado a seguir e imitar a Cristo viviendo las bienaventuranzas, escuchando la Palabra de Dios con atención, tomando parte en la vida sacramental y litúrgica de la Iglesia, cultivando la oración personal, y sobre todo practicando el mandamiento del amor y el servicio, especialmente con los pobres y con los que sufren”.

La Iglesia es comunidad de santos

33.- La Iglesia es comunidad santa. “Cristo, el Hijo de Dios, amó a la Iglesia como a su Esposa, entregándose a sí mismo por ella para hacerla santa y la enriqueció con el don del Espíritu Santo para gloria de DIOS”. Sin embargo, en ella se conjuga la realidad divina y la humana “... encierra en su propio seno a pecadores y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación”.

34.- La Iglesia es Pueblo santo de Dios porque el Espíritu habita en ella. Se trata de un Pueblo constituido por hijos de Dios dignos y libres, en cuyos corazones habita el Espíritu como en un templo. La ley de este Pueblo es el nuevo mandato de amar como Cristo nos amó. Y su fin, la extensión del reino de Dios.

35.- El crecimiento y la asimilación de la vida de Dios, no es un recorrido individualista o intimista, sino el caminar solidario de los miembros del Pueblo de Dios. Es el crecimiento renovador de vidas abiertas al amor fraterno, destinadas a transformar el mundo marcado por la división y la injusticia.

36.- La Iglesia es cuerpo de Cristo. El comunica su Vida a los creyentes, “quienes están unidos a Cristo paciente y glorioso por los sacramentos”. La vida humana en sus diversas etapas se va desarrollando hasta alcanzar la plena madurez acompañada en sus momentos más significativos por los sacramentos.

37.- Por el Bautismo somos injertados en Cristo, llegamos a ser “verdaderos hijos de Dios y partícipes de la naturaleza divina, y por lo mismo realmente santos”. Por el Bautismo participamos en la misión evangelizadora de Cristo “... viviendo conforme a la vocación con que han sido llamados, ejerciten las funciones que Dios les ha confiado, sacerdotal, profética y real. De esta forma, la comunidad cristiana se hace exponente de la presencia de Dios en el mundo...”

38.- La Eucaristía, sacramento central de la comunidad cristiana es el máximo gesto de fraternidad y de unión en que todos pasamos a ser uno en Cristo. En Ella Jesucristo reúne a sus discípulos para actualizar su entrega, supremo gesto de amor y de amistad. Bien celebrada y encarnada en la vida nos dispone para entregar nuestras vidas al servicio de nuestros hermanos y de esta manera, la vida de santificación que ella desarrolla, se convierte en signo del reino de amor, de justicia y de paz.

39.- La Iglesia anticipa el reino que llegará a la perfección cuando venga el Señor. “La plenitud de los tiempos ha llegado y la renovación del mundo está irrevocablemente decretada y en cierta manera se anticipa realmente en este siglo, pues la Iglesia, ya aquí en la tierra, está adornada de verdadera santidad, aunque todavía imperfecta”.

40.- La caridad constituye el punto de unión de los que son de Cristo por poseer el Espíritu. Aquellos hombres y mujeres como nosotros que peregrinaron antes y que fueron imagen fiel de Cristo son para nosotros fuerte impulso para buscar el Reino de Dios y su justicia. En los santos Dios mismo manifiesta su presencia y nos ofrece un signo de su reino.

41.- Entre todos los santos destaca la Virgen María. Ella, la “llena de gracia”, y “amada y favorecida de Dios” es imagen de lo que la misma Iglesia quiere llegar a ser. Glorificada en cuerpo y alma, la Madre de Dios precede al Pueblo cristiano que peregrina e intercede por sus combates. Ella es signo de esperanza y de consuelo, hasta que llegue el día del Señor. Ella es la puerta por donde entra en el mundo la Santidad y el Amor pleno, en la persona de Jesús. Por su estrecha unión con Él constituirá siempre el modelo más acabado de toda santidad y la clave para comprender el misterio de la Iglesia.


Tercera Parte:
Una Primavera de Santidad


42.- El Papa Juan Pablo II ha afirmado que “el mundo tiene necesidad urgente de una primavera de santidad que acompañe los esfuerzos de la nueva evangelización, y ofrezca un sentido y un motivo de confianza renovada al hombre de nuestro tiempo, a menudo defraudado por promesas varias y tentado por el desaliento”. Se trata de un desafío para todos los que estamos llamados a experimentar el Amor de Dios, no como un tesoro a esconder, sino como dinamismo renovador de la sociedad y del mundo.

43.- Los aspectos que hemos desarrollado en la Segunda Parte sobre la Iglesia como comunidad de santos en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu, nos llevan a proponer algunos MEDIOS fundamentales para vivir plenamente la santidad como comunión de los hombres con Dios y entre sí (LO 1).

1. La oración personal

44.- Así como en cada familia el amor y la comunicación de sus integrantes se expresa en el conversar y compartir alegrías y penas, la amistad de los hijos con su Padre Dios se manifiesta y se alimenta en un rico y profundo diálogo personal que el mismo Espíritu provoca, y que llamamos oración.

45.- Con frecuencia el Evangelio nos dice que Jesús se retiraba a orar. En la Última Cena abre su corazón al Padre dándole a conocer sus inquietudes: sus discípulos, el mundo, la necesidad del amor, las persecuciones, la venida del Espíritu. En el Huerto, en la soledad y el abandono, cuando la oscuridad de la noche penetra su espíritu y lo invade una angustia de muerte, pide al Padre que, “si es posible pase de Mí este cáliz, pero no se haga lo que Yo quiero sino lo que Tú quieres”. Y, en la Cruz, en un supremo acto de amor y de fe clama: “Padre, en Tus manos encomiendo Mi espíritu”.

46.- Esta oración de Jesús, tiene que ser la de cada uno de nosotros. La oración es la respiración de Dios en nosotros. Es la expresión de esa vida de amor que anida y crece en cada bautizado. Tiene que ser el diálogo simple que surge de nuestro corazón manifestando nuestras inquietudes y deseos. Es la red que recoge el palpitar del mundo para presentarlo al Padre, y que escucha la voz del Padre para anunciarla a los hombres y para transformar el mundo.

47.- La liturgia de las horas, la oración de la mañana y de la noche, la oración en las comidas, el rezo del rosario, las diversas devociones son variadas formas de conversación con el Señor. Pero también lo son los esfuerzos del hombre trabajando en su máquina. La del hombre o mujer que pide luz para discernir mejor su compromiso sociopolítico. La de quien pide fuerza para mantenerse fiel a su fe. La del enfermo agotado por el cansancio y el dolor. La del pescador en medio de la tempestad. La del hombre o mujer de la tierra que espera sus frutos.

48.- “Los ciudadanos de este Pueblo deben caminar por la tierra pero como ciudadanos del cielo, con su corazón enraizado en Dios, mediante la oración y la contemplación. Actitud que no significa fuga frente a lo terreno, sino condición para una entrega más fecunda a los hombres”.

49.- Para iluminar la vida de la Iglesia, Dios elige a algunas almas privilegiadas, para manifestarles la belleza de su intimidad. Son las almas contemplativas, como Teresita de Los Andes. A través de la oración, del amor, del gozo y del dolor penetran en el misterio de Dios y preguntan lo que será la vida cuando Él sea Todo en todos.

50.- Otros, viven su oración en medio de sus trabajos diarios, son contemplativos en la acción: dando sus vidas a los demás, postergando sus intereses, siendo testigos de Dios en medio de la agitación de todos los días. Encuentran a Dios en sus hermanos y en ellos lo aman y lo sirven. Son luz para el mundo, sal de la tierra. En este sentido el Padre Hurtado y tantos otros son un ejemplo para nosotros.

51.- “La santidad, que es el desarrollo de la vida de fe, la esperanza y la caridad recibida en el bautismo, busca la contemplación del Dios que ama y de Jesucristo su Hijo”. Sin capacidad de contemplación no se puede escuchar la Palabra de Dios ni se puede responder a ella. Igualmente, sin contemplación, “la liturgia, que es acceso a Dios a través de signos, se convierte en acción carente de profundidad”.

2. La escucha de la Palabra de Dios

52.- “A fin de que la caridad crezca en el alma como una buena semilla y fructifique, debe cada uno de los fieles oír de buena gana la palabra de Dios”. “Su gracia, que previene y ayuda, y los auxilios internos del Espíritu Santo, el cual mueve el corazón y lo convierte a Dios” abren nuestros oídos y mueven nuestra voluntad para aceptar su Palabra como su voluntad para nosotros.

53.- Toda la Biblia es inspirada por Dios, pero damos especial relevancia al Nuevo Testamento. En este, “la palabra divina, que es poder de Dios para la salvación de todo el que cree, se presenta y manifiesta su vigor de manera especial”.

54.- Emprender una Nueva Evangelización, significará “sumergirnos en las Escrituras con asidua lectura y con estudio diligente”. Con la lectura frecuente de las divinas Escrituras aprenderemos “el sublime conocimiento de Jesucristo” conscientes de que “evangelizar es necesariamente anunciar con gozo el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el Reino y el misterio de Jesús de Nazareth Hijo de Dios”.

55.- La oración debe acompañar siempre a la lectura de la Sagrada Escritura. Así tendremos fuerzas para ponerla en práctica. No hay que olvidar que la Escritura Santa resuena con especial fuerza cuando Dios convoca a la Iglesia, comunidad de santos, para la alabanza y acción de gracias por medio de la liturgia.

3. Vida sacramental y litúrgica de la Iglesia

56.- Jesucristo dejó a la Iglesia no sólo la misión de continuar su obra salvadora, sino también “realizar la obra de salvación que proclamaban mediante el sacrificio y los sacramentos”. Por este motivo la liturgia “es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo es la fuente de donde dimana toda su fuerza”
.
57.- En la liturgia se hace presente hoy Cristo Salvador para prolongar su entrega. En la misma “se ofrece el mismo que entonces se ofreció en la cruz. Cuando alguien bautiza es Cristo quien bautiza. Cuando su palabra se lee en la Iglesia, es Él quien habla. Está presente cuando la Iglesia suplica y canta salmos”. Participar en la liturgia significa mostrar en nuestras vidas los signos testimoniales de la entrega de Jesús.

58.- En la liturgia Dios es “perfectamente glorificado y los hombres santificados”. En ella “Cristo asocia siempre consigo a su amadísima esposa la Iglesia, que invoca a su Señor y por Él tributa culto al Padre Eterno”. La liturgia es acción sagrada porque “es obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia” y debe llevar a “la caridad con los hermanos, pues la gloria de Dios es que el hombre viva. Con lo cual lejos de alienar libera a los hombres y los hace hermanos”.

59.- Si bien la liturgia supone la fe y la conversión, también la nutre. Y es útil para aquel que vive activamente su fe bautismal como para aquel que la tiene debilitada. Sirve incluso a aquellos que no creen. La conversión es fruto “del encuentro con Jesús que descubre en nosotros el pecado, en una experiencia profunda de la gracia del Espíritu recibida en el bautismo y la confirmación”.

60.- Dado que la celebración litúrgica no puede ser algo separado o paralelo, a la vida, sostiene el compromiso de cada día. Los signos que tiene la liturgia de cada sacramento son “el mejor vehículo para que el mensaje de Cristo penetre en las conciencias de las personas y (desde ahí) se proyecte en las instituciones y estructuras”.

61.- Nuestro orar al Padre en secreto alimenta la participación en la sagrada liturgia. Al mismo tiempo, el orar en común nos impulsa a orar personalmente. Y “nos exhorta a llevar siempre la mortificación de Jesús en nuestro cuerpo, para que también su vida se manifieste en nuestra carne mortal. Por esta causa pedimos al Señor en el sacrificio de la misa que, ‘recibida la ofrenda de la víctima espiritual’, haga de nosotros mismos una ‘ofrenda eterna, para sí’”.

4. Crecimiento en la fraternidad y la solidaridad

62.- En el Nuevo Testamento el amor es un mandamiento. Dios manda amar al prójimo, por lo que podemos decir que éste tiene derecho a ser amado. Por lo tanto, en el camino de la santidad el ser fraternos y solidarios es asunto de justicia. La santidad de Jesús es amor al Padre y de entrega a los hermanos.

63.- La primera carta de Juan afirma: “El que no ama, no conoce a Dios porque Dios es amor” y declara algo semejante de la justicia. Las “obras de misericordia” son a la vez “obras de justicia” porque ambas se encuentran. Son términos comunes.

64.- Esto supone coherencia entre vida y fe. Supone también aprender a vivir la fe en estrecha comunión con las situaciones concretas del hombre contemporáneo. En este sentido, en especial los laicos, deben sentirse impulsados “a penetrar los ambientes socio-culturales y a ser en ellos protagonistas de la transformación de la sociedad a la luz del Evangelio y de la Doctrina Social de la Iglesia”.

65.- Cristo asumió nuestra condición humana, con excepción del pecado, para hacemos semejantes a Dios. “Al incorporarnos a Él, nos comunica su vida amorosa, como la vid a los sarmientos, infundiéndonos su Espíritu, que nos hace capaces de perdonar, de amar a Dios sobre todas las cosas y a todos los hermanos sin diferencia de razas, naciones o situaciones económicas.

66.- Aportaremos nuestra solidaridad si somos capaces de vivir el amor a Dios, que tiene su máximo punto de verificación en el amor a los pobres y si somos “compasivos como el Padre” y asumimos la pasión de los hombres en un proyecto histórico para construir un mundo más justo y solidario.

67.- Por experiencia sabemos que los medios propuestos hasta aquí para vivir la santidad resultan difíciles de aplicar en un mundo que no favorece la interioridad y la vida profunda. Por ello los hemos invitado a levantar la mirada al cielo para contemplar a aquellos que se nos presentan como testigos de la acción sobrenatural en la vida del hombre: los santos.

Santiago, 24 de febrero de 1993
Año de la Canonización de Teresa de Los Andes

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