Te Deum 2024: Monseñor Ramos llama a construir, desde la aceptación y el diálogo, la amistad cívica que permite una sana convivencia nacional.

El servicio, fundamento de la Patria

Te Deum 2024: Monseñor Ramos llama a construir, desde la aceptación y el diálogo, la amistad cívica que permite una sana convivencia nacional.

El Te Deum en el día de nuestras Fiestas Patrias es una de las tradiciones más antigua de nuestro país.

 
Miércoles 18 de Septiembre de 2024
Autoridades regionales, civiles, militares y de orden, representantes de diversas instituciones y organizaciones sociales, autoridades eclesiásticas y académicas, e invitados especiales de la comuna de Puerto Montt asistieron al Te Deum Ecuménico realizado en la Catedral de Puerto Montt.

El Te Deum fue presidido por el Arzobispo de Puerto Montt, Monseñor Fernando Ramos, en el marco de las actividades tradicionales de Fiestas Patrias.

En su homilía, el Arzobispo Ramos resaltó:

1. Herederos de una tradición
Celebrar el Te Deum en el día de nuestras fiestas patrias es una de las tradiciones más antigua de nuestro país. Ya en 1811, apenas un año después de la Primera
Junta de Gobierno, José Miguel Carrera solicitaba a las autoridades que se elevara una acción de gracias a Dios porque se estaba cumpliendo un año de un gran momento histórico de nuestro país. La solicitud se renovó al año siguiente. Después de algunos años, y una vez consolidada la independencia nacional, de manera ininterrumpida se ha venido celebrando una acción de gracias a Dios por lo que significa a los chilenos tener una patria y ser una nación independiente, constituyéndose así en la tradición republicana asociada al 18 más antigua de nuestro país.

Al principio el Te Deum se celebraba solo en la catedral de Santiago, pero después se ha ido extendiendo a todas las catedrales del país, ya que, junto a otras expresiones de los festejos propios de esta fecha, en todas las regiones se ha querido vivir con la misma intensidad que en la capital el gozo y la gratitud de lo que significa poseer y festejar una identidad común en torno a nuestra independencia.

2. En la huella de los padres de la patria
Nuestra historia está llena de hechos, momentos y acontecimientos que hablan de lo que somos y de lo que podemos llegar a ser. Hemos sido capaces de sobreponernos muchas veces a las inclemencias del tiempo, a las amenazas de la naturaleza y a las incertidumbres de la vida. Pero esto no ha sido fruto de inesperadas contingencias o casualidades de la vida, sino más bien de la reflexión y de la acción decidida de quienes nos han precedido en estas tierras. Lo que ahora somos es gracias a quienes fueron antes que nosotros. Tenemos que estar muy agradecidos de aquellos que con esfuerzo y desinterés fueron plasmando lo que hoy es nuestro país. Vemos una lista interminable de hombres y mujeres que, con su esfuerzo generoso, su pensamiento inquieto y su obra creativa, fueron entregando a las generaciones sucesivas, como nosotros ahora, un país con nuestras perspectivas y desafíos.

Todos ellos, hombres y mujeres, fueron líderes en la política, en la carrera militar, en el arte, las ciencias y la tecnología, en los campos y ciudades, en las escuelas y universidades, y en todas las expresiones y disciplinas del pensamiento y de la acción humanos. Fueron generadores de una tierra nueva no sólo cuando pusieron lo mejor de ellos mismos, sino también cuando lo hicieron con otros para buscar un resultado de excelencia, de bien o de superación de lo que existía antes. Fueron capaces de dejar de lado sus diferencias, sus legítimas apreciaciones o las divergencias, para ponerse manos a la obra y encontrar así soluciones creativas que beneficiaran directa o indirectamente a los demás, sabiendo ponerse de acuerdo. En el fondo, entendieron que su liderazgo había que plantearlo desde el servicio.

3. El servicio, una vocación
Escuchábamos hace un instante un fragmento del Evangelio de San Juan que nos narra un episodio desconcertante en la vida de Jesús de Nazareth. Al comenzar el momento cumbre de este evangelio, acercándose la celebración de la Pascua de los judíos, Jesús se reúne con sus discípulos a celebrar la cena de Pascua. Sabiendo que había llegado su hora, realiza el gesto de lavar él mismo los pies de sus discípulos. Este gesto, característico de la cultura judía, lo realizaban los siervos de una casa a quienes eran invitados y que entraban en ella después de caminar por senderos polvorientos bajo un sol implacable. Los invitados llegaban cansados, sudorosos y literalmente con los pies empolvados. La casa, entonces, se preocupaba de acogerlos dándoles de beber agua y lavándoles los pies.

El relato del evangelio nos revela dos miradas divergentes frente a este hecho. Por una parte, la mirada de Simón Pedro que no acepta que Jesús le lave los pies, pues considera que es una humillación innecesaria del Maestro; en efecto, cuando Jesús llega a su lugar, Pedro le pregunta “Señor, ¿tú me vas a lavar los pies a mí? … ¡Tú jamás me lavarás los pies!”.

Por otra parte, la mirada de Jesús que explica su gesto: “¿Entienden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, que soy su Señor y Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado ejemplo para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes”. La mirada de Jesús se impone a la de Simón Pedro, pues da vuelta las comprensiones meramente humanas que consideran a quien tiene más responsabilidad o autoridad como el que ha de ser servido, para que en realidad se transforme en un servidor. En definitiva, los líderes, las autoridades y todos aquellos que detentan una responsabilidad mayor se legitiman ante los suyos en la medida que son percibidos como servidores, como los que buscan el bien de los demás, como los que ponen su cargo para que los demás encuentren en ellos alguien en quien confiar por su entrega, eficiencia y generosidad.

4. Las exigencias del presente
El gesto y la palabra de Jesús parecen ser extremadamente iluminadores para nosotros, pues nos abre un horizonte para enfrentar los desafíos que nuestro país presenta en la actualidad. Son múltiples los desafíos que debe enfrentar un país, especialmente en nuestros tiempos en que los procesos son tan acelerados y la innovación ofrece cada día algo nuevo. Sin embargo, últimamente nos hemos visto sacudidos por dos crisis de gran peso en nuestra sociedad.

La primera se refiere a la crisis de seguridad asociada a una actividad criminal cada vez más osada, extendida y violenta. Esta crisis, muchas veces vinculada al narcotráfico que genera la narcocultura y se alimenta del narcoconsumo, al crimen organizado, que utiliza a delincuentes cada vez más jóvenes, ha ido condicionando gravemente la vida de los chilenos no solamente en la zona central, sino también en otros lugares y regiones como la nuestra. El temor, la angustia y la sensación de desamparo se han ido apropiando de mucha gente, especialmente los más vulnerables y los de la tercera edad, quienes ven con
preocupación su propia seguridad y la de los suyos. La acción criminal continuada tiene la particularidad de afectar tanto a personas concretas víctimas de los delincuentes como también a la sociedad entera, pues va generando una sensación de inseguridad haciendo sospechar a unos en contra de otros, destruyendo así el tejido social.

La segunda tiene que ver con los casos de corrupción que hemos ido conociendo los últimos meses. Sería muy injusto afirmar que ella se encuentra en todos los organismos y reparticiones públicas, pero ciertamente a todos nos ha desconcertado enterarnos de distintos casos que han golpeado la opinión pública; es una realidad que al parecer ha ido extendiendo sus tentáculos en los diversos poderes del Estado, así como en algunas reparticiones que tienen que
ver directamente con la atención a los ciudadanos. Esta crisis puede traer como consecuencia el debilitamiento de las instituciones involucradas, haciendo así un grave daño a la totalidad del sistema democrático.

5. Emprender el camino hacia el futuro
Es responsabilidad de todos los ciudadanos enfrentar esta situación. No nos podemos quedar de brazos cruzados exigiendo que otros actúen en nuestro lugar. Cada uno podrá ofrecer su grano de arena para ir construyendo una sociedad más pacífica, tolerante y próspera. Ciertamente que hemos progresado generando leyes, protocolos y procedimientos que efectivamente favorecen la persecución de ilícitos, asignando penas cada vez más relevantes ante delitos graves. Este es un camino que ciertamente hemos de recorrer para perseguir a quienes se creen que pueden actuar más allá de la justicia y la ley, dañando a personas concretas y a toda la sociedad.

Pero sabemos que eso no basta. Ya lo decía Jesús en otro pasaje del evangelio: “Ningún árbol bueno da frutos malos, y ningún árbol malo da frutos buenos. Cada árbol se conoce por su fruto, porque de los espinos no se recogen higos ni se cosechan uvas de la zarza. La persona buena saca el bien del buen tesoro de su corazón, y la persona mala saca la maldad de su mal corazón, porque la boca habla de lo que abunda en el corazón (Lc 6,43-45). Es desde el corazón humano, es decir, el ámbito de la interioridad personal, el lugar de la conciencia que dialoga con los propios afectos y los valores, donde se van decidiendo las motivaciones más profundas que dirigen nuestras acciones. Nadie está exento de este mundo interior y personal que en definitiva es el que modela nuestro actuar.

Por este motivo, las facultades personales, la propia conciencia y los valores que pueden motivar nuestro actuar han de ser educados en todos los ciudadanos. Desde la antigua Grecia, pasando por el Imperio Romano y proyectándose después en la sociedad occidental plasmada por el cristianismo, se propugnó,
hasta algunas décadas, una visión antropológica y ética fundada en el cultivo de las virtudes como la condición necesaria para que la persona humana pudiese actuar en la sociedad. La característica de la virtud es que promueve dos dimensiones: por una parte, la búsqueda del bien y, por otra, el deseo de conseguir la excelencia, es decir, aspirar a lo más elevado y no conformarse con lo mínimo.

Desde este horizonte, ya en la antigüedad, y después desarrollado notablemente por Santo Tomás de Aquino en el s. XIII, se planteaban cuatro virtudes fundamentales que constituyen la base para el desarrollo de todas las otras virtudes, especialmente para quienes desarrollan una actividad de liderazgo en una comunidad humana o en la sociedad política. Fueron llamadas virtudes humanas o virtudes cardinales, porque se desarrollan desde el hábito personal alimentado por la convicción humana.

Se trata de la prudencia, la fortaleza, la justicia y la templanza. Ajena a la cobardía o al inmovilismo, Aristóteles definía la prudencia como el discernimiento racional y recto de las acciones humanas, tratándose de una virtud que impulsa el entendimiento práctico de manera que se humanice a sí mismo y a los demás en sus operaciones. La fortaleza es la virtud moral que permite persistir en la firmeza y la constancia, ante las dificultades, para conseguir el bien, superando la propia
debilidad y los obstáculos que amenazan este propósito.

La justicia, por su parte, permite dar a cada uno, incluidos nosotros mismos, lo que le es debido. Por de pronto, por la virtud de la justicia se ha de respetar el derecho y la dignidad de cada uno, establecer relaciones humanas moldeadas por la armonía y buscar el bien común.

Finalmente, la templanza es la virtud que nos permite superar la atracción que nos provoca aquello que nos aleja del bien. Esta virtud potencia en nosotros la
capacidad de no dejarnos condicionar, por ejemplo, por el poder cautivador que puede ejercer el dinero, el poder, la fama o el placer cuando nos separan de la consecución del bien en la justicia.

En la actualidad, nadie habla de las virtudes. Los programas escolares hace años que las han abandonado, atraídos por la razón tecnocrática que busca sólo la funcionalidad, olvidando la formación humana y antropológica de muchas generaciones. Al menos deberíamos reflexionar muy profundamente como sociedad, cómo podemos mejorar la inserción de todos nosotros en la Polis, de manera que vayamos avanzando en una sociedad democrática sostenida por la convicción y compromiso de sus ciudadanos.

Esto reviste aún mayor importancia ante el hecho de que próximamente, en pocas semanas más, los chilenos tendremos la posibilidad de elegir gobernadores, alcaldes y otras autoridades locales, quienes tendrán la gran responsabilidad de asumir cargos de innegable liderazgo local, que les otorgará gran relevancia en la sociedad. Será ocasión para que los candidatos puedan explicitar sus motivaciones más profundas y para que los ciudadanos puedan ejercer su propio y personal discernimiento sobre esta materia.

6. Palabras finales
Los desafíos que hoy debemos enfrentar como país siempre son una oportunidad. Al mirar hacia atrás los 214 años de vida independiente, podemos encontrar la vivencia, la entrega y el servicio de quienes nos han precedido y fueron construyendo la nación que hoy heredamos. También nosotros hoy nos encontramos con la responsabilidad de asentar las bases del Chile del mañana.

Por eso, es sumamente relevante que nuestras convicciones y motivaciones permitan ir construyendo, desde la aceptación y el diálogo, la amistad cívica que permite una sana convivencia nacional. Nos acogemos al manto protector de Nuestra Señora del Carmen, Reina y
Madre de Chile y protectora de nuestra ciudad de Puerto Montt, para que sus hijos de esta nación pueden crecer en paz y prosperidad.

Que así sea

Fuente: Comunicaciones Puerto Montt
Puerto Montt, 18-09-2024
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