Una mirada cristiana a la migración
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“Fui forastero y me recibieron” (Mt 25, 35)

Una mirada cristiana a la migración

Fecha: Lunes 13 de Mayo de 2024
Pais: Chile
Ciudad: Santiago
Autor: Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile

Presentación
El presente documento, como su nombre lo indica, quiere contribuir a una mirada cristiana del fenómeno migratorio en la sociedad chilena actual. Se quiere ayudar a despertar en las personas y grupos, especialmente católicos, actitudes y visiones que estén en consonancia con el Evangelio de Jesús y la enseñanza social de la Iglesia.
El contexto para abordar esta temática está dado no sólo por la permanente preocupación que tiene la Iglesia de iluminar la realidad social desde la fe, sino también por la evidencia de que entre los chilenos ha crecido, en el último tiempo, una opinión desfavorable hacia la migración. Si bien no corresponde hablar de una xenofobia mayoritaria, varias encuestas muestran esa tendencia adversa, en parte asociada a la inquietud que hay por el clima de inseguridad. La encuesta Bicentenario UC 2023, por ejemplo, da cuenta de que un 91 % de los encuestados considera que la inmigración ha tenido efecto en el aumento de la delincuencia. Muestra, asimismo, que un 78% reconoce un conflicto entre chilenos y extranjeros y que un 47 % estima que la presencia de inmigrantes hace de Chile un peor país para vivir. Otros datos, sin embargo, ayudan a matizar la mirada negativa: un 78 % afirma que nunca o casi nunca ha tenido problemas con un extranjero y un 70 % cree que los inmigrantes legales deberían tener los mismos derechos que los chilenos1.

Como sucede en otros temas sociales, consideramos que ante la migración priman, a menudo, más percepciones y opiniones dominantes que experiencias reales de las personas. Es decir, ciertas ideas se van haciendo mayoritarias y se transmiten socialmente, aunque no siempre tengan un apoyo fundamentado en la realidad, cuestión en la que influyen mucho los medios de comunicación, las redes virtuales y una discusión pública reducida tantas veces a consignas y lugares comunes. Por eso es tan importante crecer en una comprensión más integral de la migración.

En ningún caso queremos desconocer la complejidad y el alto impacto del tema migratorio en la sociedad, tanto en los que migran como en las comunidades que los reciben. Tampoco queremos invalidar las legítimas preguntas que se hacen los ciudadanos ante un fenómeno − la masividad de la migración − relativamente reciente; al contrario, queremos aportar a la reflexión y a la búsqueda de respuestas. Lo que nos mueve es que, especialmente los cristianos, no participaremos sin más de los prejuicios sociales y de las miradas simplistas ante un tema humano y social tan relevante, pues el Evangelio lleva en sus entrañas una apuesta por la fraternidad, así como por el respeto y la promoción de la dignidad humana. Proponemos la lectura de este texto especialmente a los agentes pastorales, catequistas, sacerdotes, religiosas y todos quienes tienen responsabilidad en el anuncio del Evangelio y la conducción de la Iglesia, pues estamos llamados a iluminar con la luz del Evangelio la vida de nuestros hermanos y los retos que se les plantean. Nos parece también conveniente su lectura por parte de las familias cristianas, especialmente desafiadas a vivir y educar a sus hijos en los valores de Cristo. Los propios inmigrantes, igualmente, podrán encontrar en estas líneas un apoyo y una luz para enfrentar las tareas de cada día, vividas a menudo en medio de escenarios adversos. Dialogar en nuestros grupos y comunidades, con altura de miras y en actitud de discernimiento, puede ser un buen ejercicio de fe compartida con los pies en la realidad.

Agradecemos el trabajo realizado por la Comisión Pastoral (COP) de la Conferencia Episcopal para la elaboración de este documento, así como el especial aporte de INCAMI y de otras personas que intervinieron en sus contenidos y redacción.

Con gratitud a todos quienes trabajan cada día en el servicio de los hermanos
migrantes.

A nombre del Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile.

Sergio Pérez de Arce A. sscc
Obispo de Chillán Secretario General


Santiago, mayo de 2024.



I - La realidad de la migración, sus problemáticas y desafíos

1.La migración, una realidad apremiante

«Dios te encomendó a sus ángeles, para que te cuiden en todos tus caminos» (Sal 90,11). La fe de la Iglesia confía en aquel designio de Dios, que, con amor paterno, ha buscado siempre cuidar el camino de hombres y mujeres de todos los tiempos, también de aquellos que por una u otra razón han debido dejar sus tierras de origen y caminar hacia un futuro mejor. Al servicio de ese amor divino, la Iglesia no puede desoír la voz −a veces desgarradora− de los que viven la experiencia que supone ser migrante.

Por sus particulares características, la migración ha llegado a ser una de las realidades más significativas de nuestro tiempo. Se da en distintos lugares del mundo, genera impacto en la discusión pública y provoca transformaciones culturales importantes en los grupos sociales afectados. Chile no está ajeno a este fenómeno, pues hemos visto cómo en los últimos años han transitado por nuestras fronteras miles de personas. Y tampoco son pocos los chilenos que han dejado nuestra patria buscando mejores condiciones de vida en el extranjero.

La mayoría de nosotros tenemos experiencias positivas al convivir con migrantes, ya sea en el ámbito del trabajo, en la escuela, o en otras instancias. Por otra parte, nuestras comunidades cristianas se han visto enriquecidas con nuevos fieles y hemos integrado en ellas expresiones de fe que no conocíamos.

Ahora bien, las migraciones nos plantean grandes desafíos como sociedad. Por las mismas fronteras por donde han llegado hasta acá mayoritariamente familias honestas y buenas, han pasado personas vinculadas a bandas delictuales, trayendo consigo intereses espurios, sin consideración alguna por los derechos y dignidad de los demás. En realidad, los procesos migratorios desafían la institucionalidad de cualquier país, la que a veces no ha podido generar procesos adecuados de acogida, normas claras para regularizar a los migrantes, y evitar así que ellos entren en un espiral de precariedad laboral o familiar. No es irrelevante tampoco cuando en lugares ya densamente poblados, llega a establecerse un número excesivo de migrantes, sin una regulación previa suficientemente clara y adecuada.

Ante una realidad tan compleja como ésta, es natural encontrar distintas reacciones. Es hermoso constatar un sano espíritu de acogida y de solidaridad por parte de personas, comunidades, familias, empleadores u organismos variados, ya sea de la Iglesia o de otras instituciones de la sociedad civil. También se expresan actitudes defensivas o de intolerancia, que no siempre están motivadas por razones de índole xenofóbica. Y no faltan planteamientos más extremos, que promueven el rechazo o el recelo a cualquier migrante.

Es importante que nosotros, como creyentes, podamos lograr una comprensión justa de todo lo que implica el fenómeno migratorio. Es fundamental reconocer la migración como una realidad acuciante, de gran envergadura e impacto, no solo por el elevado número de migrantes sino porque el hecho de la migración incide profundamente en la vida de las personas y de la sociedad. Nos parece muy importante buscar información objetiva que derribe prejuicios o simplismos que a veces se instalan entre nosotros. Y sobre esa base, pedirle al Señor que podamos lograr actitudes ecuánimes, humanas y evangélicas, para enfrentar esta realidad y actuar en coherencia con el Evangelio.
Al servicio de estos fines ofrecemos este documento, con el propósito explícito que, en nuestras comunidades eclesiales a lo largo del país, podamos discernir las posturas y actitudes que Dios nos pide ante el fenómeno migratorio.

2. Cifras y causas de la migración en Chile
Como hemos dicho, la migración es un fenómeno mundial. Hace poco más de cincuenta años atrás migraba sólo el 2,3% de la población mundial. Hoy la cifra alcanza al 3,6%2. En nuestro continente también ha aumentado. Actualmente en Chile viven, un total de 1.625.074 personas extranjeras. Son más los varones que las mujeres (826.071 versus 799.003). Sus edades se concentran en torno a los 25 y 39 años. El grupo de mayor preponderancia lo componen personas entre 30 y 34 años. Se trata, por lo tanto, de una población joven, en edad fértil y laboralmente productiva3.
La Región Metropolitana concentra 938.904 personas migrantes, lo que corresponde al 57,8% del total; le sigue Región de Antofagasta con 109.439, con un 6.7% del total; Región de Valparaíso con 99.456 personas, 6.1% del total; y Región de Tarapacá, con 73.410 personas y 4,5% del total nacional. Respecto de la procedencia, Venezuela, Perú, Colombia, Haití, Bolivia y Argentina, − en ese orden− son las cinco colectividades de mayor presencia. Sobresale la situación de Venezuela, cuyo contexto social y político ha provocado que más de siete millones y medio de venezolanos vivan fuera de su país4.

A estas cifras hay que agregar un número menos preciso de personas en situación irregular con ingreso por paso no habilitado. El dato más actual es el aportado por el proceso de empadronamiento biométrico que realizó el Servicio Nacional de Migración junto a la PDI durante 2023 y primeros meses de 2024, y que arrojó una cifra de más de 181 mil personas, a las que habría que sumar un número desconocido de población que optó por no empadronarse5.

Más allá de estas cifras, siempre necesarias de considerar, se puede identificar que quienes han llegado a nuestro país son mujeres y hombres jóvenes, familias con uno o más niños, niñas o adolescentes. Estas personas buscan oportunidades laborales para sustentar y desarrollar su proyecto familiar. Ellos han debido dejar atrás sus redes de apoyo, sus familias, su cultura, debido a las profundas crisis sociales por las que atraviesan sus países de origen. No son pocos los que escapan de situaciones de violencia o de persecución política, y otros han emigrado para reunirse con parientes que habían partido unos años antes, y así reconstituir la unidad familiar.

La migración venezolana reviste algunas particularidades. Años atrás, eran principalmente profesionales los que llegaban al país, y por diversas razones lograban insertarse con menos dificultad en el mercado laboral. Ahora, en cambio, se observa entre ellos un perfil de mayor vulnerabilidad y pobreza. Por varios motivos, la situación de estos últimos se prolonga en el tiempo, no regularizan su situación en Chile y eso los mantiene en la precariedad. Por su parte, muchos menores de edad han llegado al país para reunirse con sus familiares en Chile, por pasos no habilitados, en ocasiones bajo el cuidado de quienes no son sus padres ni sus legítimos responsables, lo que sin duda reviste un especial riesgo para sus vidas.

¿Qué decimos los chilenos y chilenas frente a esta compleja realidad? En la Encuesta CEP de octubre 2023, ante la pregunta por experiencias concretas de conocimiento y relación con alguna persona migrante, los resultados muestran lo siguiente: un 76% sostiene relaciones positivas con personas migrantes; un 79% no ha tenido ninguna o casi ninguna relación negativa. La mayoría de los encuestados tiene una posición favorable a la provisión de derechos sociales por parte del Estado a las personas migrantes, como educación y salud. Y ha disminuido ostensiblemente la opinión que sostiene que los migrantes les quitan el trabajo a las personas nacidas en Chile6.

Naturalmente, cuando se constatan irregularidades en el ingreso al país, o cuando la informalidad laboral aumenta o se mantiene por largos períodos de tiempo, facilitando así la comisión de delitos, la población se alarma y se genera una percepción más negativa del hecho migratorio. Con todo, en general predomina una percepción bastante equilibrada por parte de la ciudadanía. Estos datos, junto a otros que animamos a conocer a partir de estudios serios, nos pueden ayudar mucho en una valoración ecuánime de la realidad migratoria, en particular a quienes tienen más responsabilidad política, legislativa o social.

3.Situaciones preocupantes relacionadas con la migración
Dentro del panorama migratorio hay situaciones que merecen una especial atención y que suscitan gran preocupación. Algunas de ellas tienen que ver con el marco jurídico migratorio, la relación entre migración y criminalidad, o bien entre migración y empleo.

a) Marco jurídico
Actualmente contamos con una nueva legislación7, pues la anterior, de 1975, había quedado obsoleta. Este cuerpo normativo pretende hacerse cargo de la nueva realidad migratoria del país y presenta muchos aspectos positivos y destacables. Entre ellos, el diseño del Servicio Nacional de Migraciones, que se encuentra funcionando en todas las regiones; la Política Nacional de Migración, cuyo objeto es «promover la incorporación y participación armónica de los extranjeros en la realidad social, cultural, política y económica del país»8. Se ha creado un Consejo de Política Migratoria que debe revisar y ajustar cada cuatro años las directrices nacionales de migración para dar una respuesta eficaz a la realidad que vive el país en esta materia.

Pero el contexto es complejo, particularmente para aquellos migrantes que ingresaron irregularmente al país. Salvo excepciones, la normativa impide la regularización y mantiene a estas personas en una situación de ilegalidad, lo que las hace más vulnerables y presa fácil de discriminación y de abusos. Por otro lado, la tendencia restrictiva de la norma no ha logrado detener los flujos migratorios irregulares. Creemos que es necesario seguir ajustando la legislación promover una regulación más acorde a la realidad migratoria concreta que tiene el país, para así dar una respuesta a las necesidades de las personas que de hecho viven entre nosotros. La voz de los migrantes clama de dolor ante la falta de claridad y de solución ante una situación de vulnerabilidad que se alarga.

También nos preocupan otras situaciones, como, por ejemplo, el ingreso al país
por pasos no habilitados, la dificultad para contar con la permanencia definitiva (PD), la regulación del status migratorio de aquellas personas que ingresaron antes de la nueva normativa y la falta de claridad para la calificación de la condición de refugiado. Todas estas circunstancias que, por cierto, no son fáciles de abordar, llevan a situaciones de gran precariedad, que afectan sustantivamente la vida de los migrantes y, en definitiva, de toda la sociedad.

b) Migración, criminalidad y política
¿Es justo relacionar la criminalidad y la migración? Los datos nos muestran que el porcentaje de extranjeros privados de libertad − es decir, condenados por delitos
− respecto del total de población extranjera, no tiene grandes diferencias con el porcentaje de privados de libertad chilenos respecto del total de población chilena. Hay, eso sí, más participación extranjera en delitos de mayor gravedad. Desafortunadamente, en el mundo del delito también hay personas extranjeras involucradas, a veces en crímenes graves o con connotaciones que no se veían antes en Chile.

Es evidente que la presencia de bandas de origen foráneo o de carácter internacional ha agudizado el problema delictual en Chile, donde destaca desde hace años el narcotráfico. La respuesta para un desafío tan complejo nunca será fácil. Pero nos preocupa que se puedan reproducir opiniones y propuestas que carecen de información veraz y responsable. No se puede alentar en ningún ámbito social, menos todavía en el plano de la política, reacciones xenofóbicas, las que no ayudan a superar estos problemas. Nadie comete un delito debido a su origen. Ni la nacionalidad, ni la pura situación migratoria explica la comisión de delitos. Por eso, asociar sin más delincuencia a migración es el resultado de una pobre comprensión de la vida social. Supone invisibilizar a los miles de migrantes que honestamente están trabajando y aportando con su experiencia, su formación y su cultura a la realidad de nuestro país.

La delincuencia generada por la presencia de extranjeros es un hecho indesmentible, pero los caminos de salida no se hallan en expresiones de intolerancia, sino en medidas justas, especialmente las emanadas por quienes detentan responsabilidades políticas. Hasta ahora, muchas decisiones se encaminan a redoblar esfuerzos para controlar la migración, como las expulsiones, las nuevas tecnologías para la identificación biométrica, o más presencia militar en puntos fronterizos. Estos instrumentos del Estado, cuando respetan los derechos de las personas, son legítimos, pero no son suficientes. Lamentablemente, si se insiste sólo en medidas de ese tipo, y no se profundiza en mecanismos de integración y en la revisión de los procesos de regularización de los inmigrantes, creemos que se seguirá criminalizando la inmigración y estaremos condenando a miles de personas a la informalidad migratoria y con ello ubicándolas en una zona de altísima vulnerabilidad.

c) Migración y empleo
Otro motivo de preocupación es la situación laboral de los migrantes. Se solía decir que los migrantes le quitan el trabajo a los nacionales o que reducen los salarios, dado que «aceptan menores remuneraciones, con tal de tener trabajo». Una vez más, debemos alejarnos de los prejuicios. La evidencia de las investigaciones muestra que los migrantes a menudo realizan labores que no están suficientemente provistas por chilenos. Muchos empleadores necesitan urgentemente mano de obra y son sensibles a la realidad humana y dolorosa de la migración.

Pero sucede lo siguiente: los empleadores se encuentran con dificultades legales para contratar, como la obtención de un RUT provisorio para laborar – NIC, Número de Identificación de Cotización −. No les resulta simple aportar a las cuentas previsionales, ya que no se regulariza al trabajador migrante indocumentado. Cuando nos encontramos con restricciones a la hora de contratar extranjeros, es evidente que esta situación va a favorecer relaciones laborales precarias, sin acceso a la previsión social y otras protecciones. Una vez más verificamos que la no regularización es caldo de cultivo para la pauperización del trabajo. Desprotegidos, pobres y sin documentos, los migrantes se ven prácticamente obligados a aceptar condiciones laborales en muchos casos injustas, sin contrato formal, con salarios debajo del promedio y sin previsión.

Una mejor coordinación entre el Estado y el sector privado podría ayudar a desarrollar políticas públicas migratorias más eficientes. Alentamos a la sociedad civil a considerar nuevas medidas que apunten a la vinculación armónica entre la formalidad laboral y la situación migratoria.


II - La Migración en la Biblia y el Magisterio de la Iglesia

4.La Migración en la Historia de la Salvación

La experiencia de ser migrante, esa de salir de la propia tierra y vivir como extranjero, no es una realidad nueva. Se podría decir quizá que ha sido experimentada de manera diversa desde siempre por el género humano. Vale la pena poner atención a esa experiencia varias veces milenaria, porque los cristianos estamos conscientes de que la historia es un lugar desde donde Dios mismo nos habla, nos revela su voluntad y su presencia amorosa.

De Abraham hasta José en Egipto
Si abrimos las páginas de la Biblia, veremos que la migración estuvo presente desde el principio. Fijémonos por un momento en Abraham, padre de nuestra fe, quien escuchó al Señor que le pidió dejar su tierra natal, la casa de su padre e ir hacia un país que Él mismo le iba a mostrar (cf. Gn 12). La elección divina se inicia en él con una llamada al desarraigo de su tierra y su historia familiar, a fin de partir hacia una realidad nueva y desconocida. No es anecdótico. Podemos decir que la experiencia de la migración estructura la misma experiencia de fe, que tiene como elemento constitutivo un dinamismo peregrinante, un dejar atrás para ir hacia algo aún desconocido. El Nuevo Testamento reflexiona hermosamente sobre este rasgo: «Por la fe, Abraham, obedeciendo al llamado de Dios, partió hacia el lugar que iba a recibir en herencia, sin saber a dónde iba. Por la fe, vivió como extranjero en la Tierra Prometida, habitando en carpas, lo mismo que Isaac y Jacob, herederos con él de la misma promesa» (Hb 11,8−9). Los patriarcas fueron migrantes toda la vida: «Todos ellos murieron en la fe, sin alcanzar el cumplimiento de las promesas: las vieron y las saludaron de lejos, reconociendo que eran extranjeros y peregrinos en la tierra» (Hb 11,13−16).

Los hijos de los patriarcas también tuvieron que salir de su tierra. Según las últimas páginas del libro del Génesis, José, el amado hijo de Jacob, abrió la posibilidad para que toda la familia se pudiera establecer en Egipto. Y lo que fue una gran desgracia, el mal cometido por sus hermanos y el hambre que sobrevino en la tierra de Canaán, Dios lo convirtió en un gran bien (cf. Gn 50,20).

Pero con el paso de los años la suerte de Israel cambió, siendo sometido por los egipcios a una dura esclavitud (cf. Ex 1,8). En ese contexto surge Moisés, quien, guiado por el Señor, va a liderar el acontecimiento más importante de toda la historia de Israel: el Éxodo. Todo comienza por una llamada de Dios. Frente al prodigio de la zarza ardiente, Moisés escucha al Señor que le dice: «Yo estaré contigo y esta será para ti la señal de que yo te envío: Cuando hayas sacado al pueblo de Egipto darás culto a Dios en este monte» (Ex 3,12). Y así, cuando Moisés y Aarón se presentan ante el faraón, según nos recuerda el Pentateuco, le dicen: “Así dice el Señor, el Dios de Israel: “Deja salir a mi pueblo para que me celebre una fiesta en el desierto”» (Ex 5,1). Esta experiencia va a constituir a Israel como un pueblo único, original, propiedad personal de Dios: «Serán para mí un reino de sacerdotes y una nación santa» (Ex 19,4−6).

Moisés, el éxodo y la tierra prometida
El pueblo de Israel guardó memoria del tiempo del Éxodo como el gran acontecimiento de su historia, hasta tal punto que, en la formulación de su fe, nunca olvidó su historia migrante: «Mi padre era un arameo errante que bajó a Egipto y residió allí como inmigrante siendo pocos aún, pero se hizo una nación grande, fuerte y numerosa…» (Dt 26,5−9). Una historia que tenía un origen, la voluntad de Dios, y un fin, darle culto sólo a Él, y constituirse así en exclusiva propiedad divina.

Dios llevó a Israel a esa tierra prometida «que mana leche y miel» (Ex 3,8.17; Nm 14, 8), pero que no era en ningún sentido una tierra homogénea. Al contrario, estaba poblada por diversos pueblos, con historias, leyes y cultos diferentes. La pedagogía divina una vez más corregía los falsos ideales con los que el ser humano suele querer construir la sociedad. ¡Israel debía aprender a convivir con pueblos diferentes que habitaban su propia tierra!

Cautiverio en Babilonia
Y llega el tiempo de un nuevo desarraigo, el cautiverio en Babilonia. Allí los israelitas fueron obligados a vivir lejos de su tierra, en un universo valórico y religioso que les era enteramente ajeno. Pero es en ese tiempo cuando redescubren el sentido de la solidaridad y de la justicia. Consideran con una nueva mirada la radicalidad de la exigencia de Dios para con su pueblo. Viviendo la dureza del desarraigo y la pérdida de sus seguridades, Israel reaprendió a confiarse en su Dios. Un profeta de nombre Ezequiel les había augurado: «Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo he dado a sus padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios» (Ez 36,26−28). Cuando pueden retornar, después de más de cincuenta años de cautiverio, llegan a su tierra con un corazón renovado.

Legislación sobre el trato al extranjero
Como hemos podido ver, los momentos claves del Antiguo Testamento son tiempos de migración, y en ellos el pueblo realizó aprendizajes fundamentales para su vida. En este contexto surgió la legislación bíblica acerca de los migrantes y extranjeros: «No maltratarás al extranjero ni lo oprimirás, porque ustedes fueron extranjeros en Egipto. No harás daño a la viuda ni al huérfano. Si les haces daño y ellos me piden auxilio, yo escucharé su clamor» (Ex 22,20−22); «Porque el Señor, su Dios […] hace justicia al huérfano y a la viuda, ama al extranjero y le da ropa y alimento. También ustedes amarán al extranjero, ya que han sido extranjeros en Egipto» (Dt 10,17−19); «Cuando un extranjero resida contigo en tu tierra, no lo molestarás. El será para ustedes como uno de tus compatriotas y lo amarás como a ti mismo, porque ustedes fueron extranjeros en Egipto» (Lv 19,33−34). Y tantos otros textos que están marcados por la misma experiencia: «No vejarás al emigrante» (Ex 23,9); «No lo explotarás» (Dt 23,16); «No defraudarás el derecho del emigrante» (Dt 24,17); «Maldito quien defrauda de sus derechos al emigrante» (Dt 27,19).

Pero más que preceptos morales, la experiencia vivida por Israel pone de manifiesto en qué consiste nuestra propia fe. Descubrimos hoy cómo la fe y la caridad están siempre en movimiento, lo que implica un dejar atrás y un ir hacia adelante, hacia donde se encuentra el Señor, como tantas veces lo expresan los salmos: «¡Busquen al Señor y su fuerza, vayan tras su rostro sin descanso!» (Sal 105,4); «Oh Dios, tú eres mi Dios, desde el amanecer te deseo; estoy sediento de ti; a ti te anhelo como tierra sedienta, reseca, sin agua» (Sal 63,2ss). En cierto sentido, la fe será siempre un ir de camino, dejar algo atrás e ir hacia adelante, que no es otra cosa sino volver a la casa del Padre.

5.Jesús y la Migración
Jesús es presentado por los evangelios como un migrante, alguien que vivió permanentemente procesos de desarraigo. Como sabemos, nació en Belén, lejos de la aldea en la cual vivían sus padres, donde no hubo un lugar adecuado para ellos (cf. Lc 2,1−7). Muy pronto sus padres debieron huir a Egipto para salvar su vida. Regresa pasado ya el peligro, rehaciendo de algún modo el itinerario del Éxodo (cf. Mt 2,13−15). Al iniciar su ministerio abandonó Nazaret, lugar en el que se había criado (cf. Lc 4,16) y se fue a vivir a Cafarnaúm, en casa de Pedro (cf. Mt 4,13). En Galilea enseñaba como predicador itinerante, sin establecerse en un lugar donde pudieran visitarlo, sino como un hombre que no tenía dónde reposar su cabeza (cf. Lc 9,58).

En un contexto donde la mayoría de las veces la fe de Israel se entendía en clave nacional, la predicación de Jesús es abiertamente universalista, siguiendo las grandes intuiciones proféticas. Sana al servidor del Centurión romano: «Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe» (Mt 8,10). Acoge a la mujer cananea, por lo tanto, extranjera, que se postra ante él implorando por su hija y le dice: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!» (Mt 15,28). Jesús tiene una actitud desprejuiciada y un corazón compasivo con los extranjeros. Él sana sin preguntar siquiera sobre la procedencia étnica o religiosa de quien pide una curación.

Particularmente audaz es la actitud de Jesús frente a los samaritanos, con quienes los judíos no trataban. Eran enemigos en permanente conflicto. Y he aquí que camino a Jerusalén Jesús sana a diez leprosos, de los que sólo uno vuelve a agradecer a Jesús: y éste era un samaritano, quien se lleva el elogio del Señor (cf. Lc 17,11−19). También camino a Jerusalén, junto al pozo de Jacob, Jesús conversa largamente con una mujer samaritana. En una parábola destinada a responder a la pregunta «¿Quién es mi prójimo?», Jesús propone la figura de un samaritano como aquel que actuó correctamente porque tuvo compasión del caído (cf. Lc 10,25−37). El «buen samaritano» es tal porque captó un aspecto central de la buena noticia de Jesús: que en el Reino de Dios no caben las discriminaciones por raza, nacionalidad o religión, sino que exige reconocer en cada ser humano a un hermano que necesita de nuestra cercanía, incluso si es extranjero y enemigo. Todo lo anterior permite entender por qué en el juicio final Jesús dirá a los salvados: «Vengan, benditos de mi Padre” (…) porque “fui forastero y me recibieron» (cf. Mt 25,31−46).

La primera comunidad cristiana, por la gracia manifestada en Cristo, comprende la llamada a la comunión del género humano, lo que se expresa en una misión sin fronteras. El encargo misionero es ir a todos los pueblos (cf. Mt 28,19), y el mandamiento del amor no admite exclusiones de ningún tipo. Esta convicción provocó que la Iglesia primitiva fuera constituida por cristianos procedentes de diversos pueblos. Así, fueron abatidas todas las barreras: raza, color, sexo, lengua, nación, cultura, o condición social. Porque, como señala san Pablo:

«Todos los bautizados en Cristo se han revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos ustedes son uno en Cristo Jesús» (Ga 3, 27−28). Esta nueva fraternidad universal generada por la fe en Cristo no supone la abolición de las diferencias, ni la caducidad de las fronteras geográficas. Significa más bien que todas esas barreras no impiden la comunión en la fe y en el amor de aquellos que estamos injertos en el Misterio de Cristo (cf. Jn 15). Como enseña san Pablo, por Cristo «unos y otros tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu» (Ef 2,18).

6.El Papa Francisco y su enseñanza sobre la Migración
Desde la década de los años cincuenta del siglo pasado la Iglesia ha venido publicando documentos que abordan la realidad de las migraciones contemporáneas y la presencia y pastoral de la Iglesia en medio de esa realidad9. A partir de 1985, los Papas nos han ofrecido cada año un mensaje relacionado con la migración, para la que actualmente se conoce como «Jornada Anual del Migrante y del Refugiado». Numerosas son también las intervenciones de Conferencias Episcopales y otros organismos eclesiales del mundo respecto a este tema. Estos valiosos mensajes dan cuenta de la mirada y las llamadas que hace la Iglesia ante al fenómeno migratorio. En esta ocasión nos vamos a detener en el Magisterio del Papa Francisco.

Podemos evocar, en primer lugar, ciertos signos y gestos a través de los cuales el Santo Padre ha manifestado su cercanía y su preocupación por los migrantes. Su primer viaje apostólico, el 8 de julio de 2013, fue a Lampedusa, pequeña isla de Sicilia famosa por el desembarco continuo de inmigrantes. Conmovido por los frecuentes naufragios de africanos, Francisco quiso estar cerca de los que sufren y denunciar la globalización de la indiferencia que nos hace cerrar el corazón a los hermanos. Varias veces se ha referido al Mediterráneo como un mar que se ha convertido en un enorme cementerio.

En su encíclica Frateli Tutti10, el Papa Francisco nos llama a despertar a un sueño de fraternidad universal. Recuerda las difíciles situaciones sociales que hay detrás del problema migratorio: guerras, persecuciones, catástrofes naturales, destacando el legítimo derecho de las personas a buscar mejores oportunidades de vida para ellos y sus familias. Se detiene especialmente en la mentalidad xenófoba que se difunde entre muchas personas, explotada a menudo con fines políticos, y pone el tema en el vértice donde debe estar: en la inalienable dignidad de cada persona humana y en la ley del amor fraterno. Desde estos valores nos llama a abordar las migraciones y buscar un justo equilibrio entre el deber moral de tutelar los derechos de los propios ciudadanos y garantizar la asistencia y acogida a los migrantes. En consonancia con el tema de la Encíclica, el Papa insiste que una persona y un pueblo son fecundos si saben integrar creativamente en su interior la apertura a los otros.

Antes de esta Encíclica, Francisco ya se había referido a las migraciones. En el Mensaje para la Jornada del migrante y el refugiado del año 201811, hablando de la solicitud que ha de tener la Iglesia para con los migrantes y la necesidad de buscar una respuesta común ante los desafíos del fenómeno migratorio que necesita también de la contribución de la comunidad política y de la sociedad civil propone articular esta respuesta en torno a cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar.

a) Acoger
«Acoger significa, ante todo, ampliar las posibilidades para que los emigrantes y refugiados puedan entrar de modo seguro y legal en los países de destino» . El Papa aborda cuestiones como la concesión de visados por motivos humanitarios y de reunificación familiar, la importancia de abrir corredores humanitarios especialmente para los refugiados más vulnerables. No comparte la idea de expulsiones colectivas y arbitrarias, porque no resultan ser una solución idónea; y llama a preferir otras alternativas a la pura detención de aquellos que entran al territorio nacional sin estar autorizados. Pide garantizar la seguridad personal y el acceso a servicios básicos de quienes llegan de otras tierras, sobre todo si huyen de zonas de conflicto y de pobreza.

b) Proteger
Proteger hace referencia a “una serie de acciones en defensa de los derechos y de la dignidad de los emigrantes y refugiados, independientemente de su estatus migratorio”. La protección debe comenzar en la propia patria, con información veraz antes de dejar el país y cuidando del reclutamiento ilegal. Debe continuar en el país de inmigración a través de múltiples acciones: asistencia consular, facilitar documentos de identidad, garantizar lo básico para la subsistencia, facilitar la asistencia sanitaria, etc. Ha de haber una preocupación especial por los migrantes menores de edad y por evitar la apatridia, es decir, que una persona no tenga nacionalidad en ningún país.

c) Promover
Promover es trabajar para que los migrantes, así como las comunidades que los acogen, tengan posibilidades de realizarse como personas en todas las dimensiones humanas, entre otras, la dimensión religiosa, el trabajo, la educación, etc. Una preocupación especial tiene el Papa por la familia, para la que pide fomentar su integridad, especialmente a través de la reagrupación familiar.

d) Integrar
Cuando el Papa habla de integrar, hace referencia a la cultura del encuentro. Para que esto sea posible, debemos tener una mirada positiva hacia el otro. La invitación es a ver el encuentro como una posibilidad de enriquecimiento cultural. Lo que por otro lado no significa que el inmigrante tenga que suprimir u olvidar su identidad cultural, sino más bien que a partir de lo que él es y puede aportar, se integre.

Por último, mencionamos el Mensaje de Francisco para la 109˚ Jornada del migrante y del refugiado, del año 2023. Aquí el Santo Padre trata de la libertad que debería caracterizar siempre la decisión de dejar la propia tierra. Constatando que muchas migraciones no son fruto de una decisión libre, porque se huye de un conflicto, de guerras o de la imposibilidad de vivir una vida digna, el Papa llama a defender el derecho a no emigrar, creando las condiciones para vivir en paz y dignidad en la propia tierra. Esto supone un trabajo de los países de origen, de sus gobernantes y diversos actores sociales y políticos, pero también de un trabajo corresponsable de todas las naciones en la promoción del bien común. No solo hay muchas cosas que podemos hacer −dice el Papa− sino otras tantas que debemos dejar de hacer, como detener la carrera de armamentos, el colonialismo económico, la usurpación de recursos ajenos y la devastación de la casa común12.

El Papa concluye este Mensaje con un párrafo que muestra bien una síntesis de su propuesta ante la migración:

«Por eso, mientras trabajamos para que toda migración pueda ser fruto de una decisión libre, estamos llamados a tener el máximo respeto por la dignidad de cada migrante; y esto significa acompañar y gobernar los flujos del mejor modo posible, construyendo puentes y no muros, ampliando los canales para una migración segura y regular. Dondequiera que decidamos construir nuestro futuro, en el país donde hemos nacido o en otro lugar, lo importante es que haya siempre allí una comunidad dispuesta a acoger, proteger, promover e integrar a todos, sin distinción y sin dejar a nadie fuera»13.

III - Caminos de acción ante la migración

7.El servicio de la Iglesia entre los migrantes
Como parte de su misión, la Iglesia católica siempre ha desarrollado en sus comunidades acciones al servicio de las personas en su más diversas necesidades. Los migrantes han estado entre sus preocupaciones, siguiendo la enseñanza de Cristo: «Fui forastero y me acogieron» (Mt 25, 35).

Desde los años noventa, cuando en el país la migración era un tema de proporciones menores, más local y con menos colectividades participantes, la Iglesia venía atendiendo a los migrantes a través de iniciativas diocesanas y de congregaciones religiosas en el norte del país y en Santiago, así como la asistencia con capellanías a ciertas colectividades extranjeras, como la italiana, china, croata, etc. Múltiples acciones, como casas de acogida, comedores, capacitaciones, centros de enlace entre empleadores y trabajadores migrantes, ayuda social, entre otras, han sido parte de la obra que la Iglesia ha ido desarrollando progresivamente, y que con el tiempo se ha ido ampliando y adaptando a las nuevas necesidades de la migración.

Las parroquias, especialmente, han sido un lugar de acogida a las personas migrantes. En parte, como ayuda social, pero también como comunidades de vida cristiana en la que los migrantes se integran para vivir su fe, aportando allí sus dones y tradiciones. Numerosas comunidades se han enriquecido con el compromiso y la participación de quienes han llegado desde otras tierras, haciéndose realidad la fraternidad que nos hace hermanos en Cristo.

Institucionalmente, desde 1955 en Chile contamos con el acompañamiento y la animación pastoral del Instituto Católico Chileno de Migración (INCAMI), para animar la Pastoral de Movilidad Humana (PHM). Su acción directa se presta principalmente desde las diócesis, como servicio en todo el país, contándose actualmente en casi todas ellas con al menos un equipo de agentes pastorales de PMH, que buscan dar respuesta concreta a las necesidades de los migrantes. El INCAMI ha promovido servicios concretos de parte de la Iglesia, impulsando acciones en la línea de los cuatro verbos propuestos por Francisco: acoger, proteger, promover e integrar.

Además de INCAMI, diversos grupos religiosos realizan una pastoral para asistir a los migrantes con distintos servicios, como casas de acogida, ayuda social, centros de asesoría migratoria, comedores populares, bolsas de empleo, centros de capacitación e inserción laboral, centros de cómputo para trámites migratorios, y tantos otros apoyos que ayudan a facilitar el proceso de inserción integral de los migrantes en el país. Instituciones como la Fundación Scalabrini, Cáritas Chile, la Fundación Madre Josefa, el Servicio Jesuita a Migrantes, la Fundación Frè, Bienvenido Hermano, Corporación Dolores Sopeña, junto a organismos dependientes de congregaciones religiosas y las acciones propias de la pastoral social de las diócesis, son parte de una amplia red de laicos, laicas, religiosas y sacerdotes que ofrecen su tiempo y esfuerzo para llevar una palabra de aliento y esperanza para tantos migrantes y refugiados, así como para las comunidades chilenas que los reciben. Muchas de estas iniciativas se agrupan en la red CLAMOR, fundada en 2019, para compartir experiencias y buenas prácticas que ayuden a un trabajo inspirado en el Evangelio.

Esta misión de la Iglesia entre los migrantes, que incluye promover en la sociedad chilena una mirada más integral del fenómeno migratorio, es alentada en las vigentes Orientaciones Pastorales del Episcopado, que recalcan la necesidad de cambios sistémicos para enfrentar las fragilidades que viven tantos migrantes e invitan a comprender la migración como un aporte más que como una amenaza14. En el plano de las orientaciones, los obispos enfatizamos que, entre otros sujetos,
«la opción preferencial por los pobres se concreta hoy de manera especial en los migrantes», y proponemos seguir fortaleciendo esta labor pastoral «reforzando la acción de organismos diocesanos y nacionales, trabajando en red y expresando una voz pública en esta materia»15.

Detrás de estos llamados, está el conocimiento directo de tantos hermanos migrantes y el anhelo de fraternidad que nos mueve. Por eso, en la última Asamblea Plenaria de abril de 2024, los obispos hemos dicho: “Entendemos que los sueños de miles de personas migrantes que han llegado a nuestro territorio y aman este país, nos mueven a hacer de nuestra patria una mesa para todos. Como Iglesia conocemos lo que viven las personas migrantes, compartimos sus dolores, anhelos y esperanzas. Por lo anterior, invitamos a cuidarnos de cualquier tipo de discriminación arbitraria y rechazo; que seamos capaces de acoger, reconociendo en el hermano al mismo Cristo”16.
La Iglesia no recorre sola este camino de servicio, sino que se une a tantas otras personas y organismos del Estado y de la sociedad civil que buscan mejores condiciones de vida para los migrantes. Es la sociedad en su conjunto la que debe abordar este desafío.

8.El gran desafío de la interculturalidad
La misión de la Iglesia y otros organismos ante la realidad migratoria no puede agotarse solo en las acciones de acogida y solidaridad, hay retos de fondo que abordar. Uno de ellos es el desafío de la interculturalidad, que está llamado a ser un verdadero horizonte en el servicio a los migrantes. En efecto, la migración implica necesariamente el encuentro entre culturas. Siempre ha sido así, pues el ser humano no es un ser estático ni cerrado sobre sí mismo, sino en constante movilidad y abierto a la realidad.

En el encuentro entre culturas propio del fenómeno migratorio, a menudo toman protagonismo los aspectos más difíciles o incluso negativos. En quienes llegan, está el temor de enfrentarse a algo desconocido, el desarraigo de dejar el mundo anterior, la posible soledad y otras vulnerabilidades. En quienes acogen, también hay temores frente a quienes llegan, prejuicios o creencias erróneas que no siempre se basan en datos objetivos, a veces molestias reales por ver “invadidos” ciertos espacios que antes eran propios y ahora deben ser compartidos. Sin embargo, el encuentro puede llegar a convertirse en un enriquecimiento mutuo, puede devenir en una interacción e intercambio que haga bien a todos y a todos nos cambie en algo positivamente.

En este encuentro entre culturas no basta la multiculturalidad, es decir, la coexistencia de diversas culturas que permanecen separadas y hasta opuestas. No es bueno que los migrantes vivan únicamente conviviendo en grupos propios, quedándose solo en sus tradiciones, sin integrarse en el país al que llegan. Por supuesto que es necesario resguardar ciertos valores y costumbres que contribuyen a la propia identidad y autoestima, pero no puede convertirse esto en un encierro en lo propio. Tampoco corresponde que la cultura que acoge levante barreras y se haga impenetrable, como si no tuviera nada que recibir y aprender de quienes llegan. El desafío está en avanzar hacia lo que llamamos una auténtica interculturalidad, aquella que supone el reconocimiento de la igualdad de todos los seres humanos y establece relaciones simétricas, de intercambio, enriquecimiento y cuestionamiento (porque no todo es necesariamente bueno en la propia cultura) entre las diferentes culturas. Así aprendemos a vivir juntos, desde actitudes de apertura, interés positivo por el otro y respeto por la diversidad.

Este es un gran ideal al cual estamos llamados desde nuestra fe cristiana: trabajar por alcanzar la interculturalidad. Por un lado, los migrantes han de adaptarse a la sociedad y a las costumbres del lugar al que llegan, sabiendo que en toda comunidad se tienen no solo derechos, sino también deberes. Así podrán también aportar desde sus costumbres y tradiciones como verdaderos sujetos de la cultura. Por otro lado, quienes acogen han de saber que no hay una cultura superior a otra; por tanto, también recibimos de los demás valores, modos de vivir, cosmovisiones, que nos enriquecen y complementan, sin por ello perder o dejar de cultivar valores que constituyen la propia identidad. Lo que corresponde es abrirse al fenómeno migratorio, fortalecer relaciones sociales de sana convivencia, y reconocer los derechos de las minorías culturales asumiendo un trato igual para todos.

Posiblemente a las personas mayores cueste más este desafío de la interculturalidad, mientras que los niños y jóvenes están creciendo ya en una nueva cultura. Para ellos es habitual que su amigo o compañero de escuela tenga otros rasgos físicos, que hable con otro acento, o que tenga otro color de piel, todo lo cual no es ningún impedimento para entablar relaciones de la amistad. Vale la pena que todos «nos hagamos como niños» (Mt 18,3) en este sentido, y así abandonemos nuestros prejuicios o dificultades y nos abramos confiadamente a la riqueza del otro.

Es hermoso constatar que nuestras parroquias son, a menudo, un buen ejemplo de espacio intercultural. Los colectivos migrantes se suelen organizar dentro de la parroquia y tienen frecuentemente sus propios encuentros y celebraciones. Nadie les pide que abandonen lo valioso de su cultura e identidad. Pero, a la vez, son parte de una sola y amplia comunidad parroquial, pueblo de Dios que peregrina en ese territorio o sector, aportando allí sus dones y encontrándose con todos en los procesos catequéticos, en celebraciones litúrgicas, o en el servicio a los hermanos. Cada comunidad o grupo migrante existe, entonces, en un espacio mayor, pero no como comunidades aisladas, sino como fieles en torno a una misma vocación y misión. Es posible que no falten en las parroquias algunos desencuentros, pero eso sucede en todas partes y se puede superar. Lo importante es que haya espacio para todos y propósito de caminar juntos.



IV - Mensaje Final
A los chilenos, las autoridades, a los inmigrantes


Agradecemos a todas las comunidades cristianas y a los numerosos organismos de Iglesia que tienen viva la sensibilidad por el cuidado de los y las migrantes. Los Obispos de Chile sabemos del noble amor con el que tantos cristianos, adultos y jóvenes, acompañan sus esfuerzos por responder a las expectativas de quienes son hermanos nuestros en situación de migración. Los animamos a continuar en esta hermosa tarea, con el convencimiento de que «lo que a ellos hicieron, a mí me lo hicieron» (Mt 25). Confíen siempre en la presencia de Cristo que los anima interiormente y hará que no desfallezcan.

Invitamos a todos a poner especial atención al cuidado de los migrantes que son menores de edad. Es un gran motivo de preocupación, pues son numerosos los menores que transitan por varias fronteras de los países de la región en compañía de personas que no son sus padres o sus cuidadores, y que llegan finalmente a Chile. Hay padres que están, en la práctica, imposibilitados de regularizar a sus hijos, porque en sus países de origen les resulta casi imposible. Comprendemos la dificultad de esta situación, pero hacemos un llamado a las autoridades para encontrar mecanismos legales que permitan sacar a estos niños y niñas de una situación de tan alto riesgo para sus vidas.

También pedimos a las autoridades y a otros actores políticos y sociales, que favorezcan estrategias eficaces que permitan la regularidad migratoria de las personas que hoy están en condición irregular y no tienen problemas penales o delictuales. Más de 180.000 personas participaron voluntariamente del proceso de empadronamiento biométrico durante 2023−2024. Muchos de ellos ya cuentan con vínculos familiares en el país, tienen parientes en situación regular, trabajan entre nosotros, estudian en nuestras escuelas. Regularizar a estas personas está dentro de las opciones de la Política Nacional Migratoria y no hay razones serias que justifiquen no hacerlo. En ningún caso supone incentivar o generar un “efecto llamado”, pues se hace estableciendo ciertas condiciones que los migrantes se esforzarán en cumplir. Un migrante regular es alguien que adquiere más autonomía, queda menos expuesto a situaciones de vulnerabilidad y es un mejor aporte para la sociedad que lo recibe. Lejos de ser un problema para el país, la regularidad migratoria contribuye a la seguridad y la paz social, permitiendo relaciones más transparentes entre las personas. Es un beneficio tanto para los migrantes como para los chilenos.

Deseamos que el espíritu de acogida, el respeto por la dignidad de la persona humana y la racionalidad para mirar el tema migratorio, sean valores y actitudes que impregnen a nuestras familias y a toda la comunidad nacional. Que diversas instancias sociales, incluso aquellas que no comparten nuestra fe, puedan asumir esta mirada y contribuir a una mejor respuesta a las justas expectativas de los migrantes. Tenemos esperanza de que la migración no se convierta nunca en bandera partidista, pues ella no tiene color político. Se trata de un drama humano que no puede servir para otro fin que no sea el de restituir la dignidad a las personas que justamente la están requiriendo. Grande es la responsabilidad de los servidores públicos, los políticos, los medios de comunicación y, en definitiva, de todos los ciudadanos. Esperamos de ellos grandeza y generosidad de espíritu y corazón.
Y a ustedes, hombres y mujeres migrantes, les expresamos nuestro deseo de acompañarlos y acogerlos. Hemos conocido de cerca sus experiencias, diversas unas de otras, muchas de ellas traspasadas por el dolor y la tristeza. Queremos que sientan que la Iglesia es su casa y su familia. Deseamos vivamente que en ella puedan encontrar un lugar de consuelo donde reconozcan a Jesús resucitado, caminando con ustedes como lo hiciera de camino a Emaús, explicando las Escrituras y partiendo el pan (cf. Lc 24, 13−35).

Queremos darles gracias por el testimonio de fe que han compartido con nosotros. Su ejemplo de valentía y perseverancia nos recuerda una y otra vez que también nosotros, toda la Iglesia, somos peregrinos que caminamos hacia otra patria, la definitiva. Y que, en esta ruta, como dice la liturgia, «Dios acompaña a su Iglesia, peregrina en este mundo, con la fuerza constante del Espíritu Santo y la conduce por el camino de la vida temporal hacia el gozo eterno de tu reino»17.
También les pedimos perdón por no haber sido capaces de cumplir sus legítimas expectativas. Muchas veces no los hemos sabido comprender, o no hemos sido capaces de superar barreras que nosotros mismos nos hemos construido y que se oponen a nuestro anhelo de sincera comunión. Queremos reparar todo aquello y trabajar con ustedes los vínculos de la caridad cristiana.

Los animamos a integrarse de corazón a nuestras comunidades y a actuar con responsabilidad en la vida social. Como ya hemos dicho, en la sociedad a la que se integran se tienen no solo derechos, sino también deberes. Que puedan vivir con generosidad y apertura los caminos que, con la gracia de Dios, tendrán que recorrer, sin descuidar, por cierto, el cultivo de la memoria de su país y de su propia identidad. Jesucristo camina junto a nosotros y nada nos separa de su amor (cf. Rm 8,35).

Al Señor encomendamos la vida de tantos hombres y mujeres migrantes que viven en el país, y a Él también oramos por tantas situaciones de crisis social que vive nuestro mundo, y que están tantas veces en el origen de los movimientos migratorios. Ponemos en sus manos y en el corazón de la Virgen María la vida de nuestra patria, pidiendo que su Palabra viva y eficaz resuene siempre en nuestros corazones e ilumine nuestras acciones:

«Entonces los justos le preguntarán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber? ¿cuándo te vimos forastero y te recibimos, o desnudo y te vestimos? ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y te fuimos a ver? El Rey les responderá: “Les aseguro que siempre que ustedes lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron”» (Mt 25, 37−40).


Comité Permanente Conferencia Episcopal de Chile

Mayo de 2024.


ANEXO

Pauta para trabajar el Documento en grupos
Puede haber diversas maneras de trabajar este documento en nuestros grupos y comunidades cristianas. Aquí ofrecemos un esquema para tres reuniones, que permitan leer juntos el texto y compartir las experiencias y la reflexión, siempre en vistas de crecer en una mirada cristiana de la migración.

Reunión 1: La realidad de la Migración
a) Previamente, se prepara el ambiente del lugar y los materiales para la reunión.
b) Se puede comenzar con un canto: “Con nosotros está” u otro similar.
c) Se lee la Palabra de Dios: Mt 25, 31−40. Breve silencio.
d) Se ora pidiendo el Espíritu Santo, para encontrarnos y reflexionar como hermanos en un clima de confianza y diálogo fraterno.
e) Se hace una lectura en común de la parte I del documento: “La realidad de la migración, sus problemáticas y desafíos”
Luego se hace un compartir grupal en base a las siguientes preguntas:
1. ¿Qué datos e información me ha llamado la atención respecto de la situación migratoria? ¿Hay datos que corrigen información que yo tenía o que me ayudan a una mejor comprensión de la realidad de la migración?
2. ¿Qué posturas observo en la sociedad y qué posturas hay habitualmente en mí respecto de la migración y los migrantes? ¿Qué experiencias tengo yo con los migrantes? (o ¿Cómo he vivido mi experiencia de migrar y llegar a Chile?, en caso de ser migrante)
3. ¿Qué nos aporta el texto respecto de temas como la regularización de migrantes irregulares, la relación entre migración y criminalidad, la situación del empleo de los migrantes? ¿Hay algún aspecto de lo leído que me ayuda a una mirada nueva de estas problemáticas?
El objetivo de toda esta parte es leer juntos y compartir la reflexión, no sacar conclusiones. Pero sí es importante el paso siguiente.
f) Por último, nos quedamos un momento en silencio, y cada uno se pregunta:
¿Qué he aprendido en este encuentro respecto de la migración? ¿Qué llamado me hace Dios a partir de todo lo compartido?
Si se ve conveniente, se comparte lo anterior. Se concluye con una oración y canto.

Reunión 2: La Migración en la Biblia y el Magisterio de la Iglesia
• Se siguen los mismos pasos de reunión anterior
• Canto sugerido: Somos un pueblo que camina u otro similar.
• Texto bíblico sugerido: Gn 12, 1−9 o Hb 12, 8−16
• Se hace una lectura en común de la parte II del documento: “La Migración en la Biblia y el Magisterio de la Iglesia”.

Preguntas:
1. ¿Qué me llama la atención del tema migratorio en la historia de la salvación?
¿Cómo esa historia ilumina mi experiencia de fe hoy?
2. ¿Qué rasgo, acción o palabra de Jesús en relación con la migración destacaría? ¿Cómo actuaría Cristo hoy ante la realidad migratoria?
3. ¿Qué aspecto de la enseñanza del Papa Francisco me resultó más sugerente o desafiante?

Reunión 3: Caminos de acción ante la migración.

Se siguen los mismos pasos de reuniones anteriores Canto sugerido: Luz entre los hombres u otro similar. Texto bíblico sugerido: Lc 10, 25−37
Se hace una lectura en común de la parte III y IV del documento: “Caminos
de acción ante la migración” y “Mensaje final”.

Preguntas:
1. ¿Qué conozco de la acción de la Iglesia en medio de los migrantes? ¿Qué me ha llamado la atención de lo que nos cuenta el texto?
2. ¿Cómo vivo o he vivido el encuentro con personas de otras culturas? (Puedo contar algunas experiencias) ¿Qué me ha costado? ¿Qué he valorado o qué he aprendido?
3. ¿Qué aspecto del Mensaje final me toca más personalmente o considero más relevante?


--

NOTAS

1 Cf. Centro de Políticas Públicas UC, Resultados Encuesta Nacional Bicentenario UC 2023, (Universidad Católica, Santiago de Chile 2023) 50−59.
2 Cf. M. McAuliFFE − A. Trianda Fyllidou (eds.), Informe sobre las Migraciones en el Mundo 2022 (OIM, Ginebra 2021) 24. Los datos no incluyen a refugiados, solicitantes de refugio, desplazados internos, migrantes muertos o desaparecidos en el camino y otras situaciones similares.
3 Cf. Servicio nacional del migrante, “Nueva entrega de Estimación de Población Migrante 2022”, Migraciones Chile,
en línea: https://serviciomigraciones.cl/nueva−estimacion−poblacion−migrante−2022/ (consulta: 02/05/2024).
4 Son 7,72 millones de venezolanos los que han salido de su país los últimos cinco años. Colombia recibe un total de 2,88 millones de personas, seguido de Perú con 1,54 millones; Brasil con 510.5 miles, Ecuador con 574,9 miles, y Chile con 444.4 miles de venezolanos residiendo en nuestro país (un 5, 58% del total). Cf. plataforma de coordinación interagencial para refugiados y migrantes de Venezuela (r4v), “Refugiados y migrantes venezolanos en la región”, R4V, en línea: https://www.r4v.info/es/document/r4v−america−latina−y−el−caribe−refugiados−y−migrantes−venezola− nos−en−la−region−nov−2023 (consulta: 06/01/2024).
5 El Empadronamiento biométrico ha permitido tener datos personales de 181.000 migrantes que ingresaron por paso no habilitado en los últimos cinco años. De ellos, 163.805 personas ingresaron entre 2022 y 2023. Del total de 181.000 personas, el 90,9% son de nacionalidad venezolana. Cf. Litoralpress, “Proceso de empadronamiento biométrico registró más de 181 mil migrantes”, litoralpress, en línea: https://litoralpress.cl/sitio/Prensa_Texto?LPKey=CAAYHJ− V4QXO3DL5332UJFEFUUUFX7VPQ7BABTCAPHD7DU7IK5CCQ https://www.r4v.info/es/document/r4v−america−lati− na−y−el−caribe−refugiados−y−migrantes−venezolanos−en−la−region−nov−2023 (consulta: 02/05/2024).
6 Cf. CEntro dE Estudios públicos, “Estudio Nacional de Opinión Pública Encuesta CEP Nº 90, septiembre−octubre 2023”, cepchile, en línea: https://www.cepchile.cl/encuesta/encuesta-cep-n-90/ (consulta: 28/04/2024).
7 Cf. “Ley No. 21.325. Ley de Migración y Extranjería”, Abril 11, 2021, Diario Oficial [D.O.] (Chile).
8 Ministerio del interior y seguridad pública, “Proceso de formulación. Política Nacional de Migración”.
9 Pío XII, Constitución Apostólica Exsul Familia Nazarethana (1 de agosto de 1952), que trata sobre el cuidado espiritual de los emigrantes y desplazados; Pablo VI, Carta Apostólica en forma de Motu proprio Pastoralis Migratorum Cura (15 agosto 1969), que contiene normas para la pastoral de los migrantes; Pablo IV, Carta Apostólica en forma motu proprio Apostolicae Caritatis, (19 marzo de 1970) con la que crea la Pontificia Comisión para la Pastoral de la Migración; Pontifi− cio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes, Instrucción Erga Migrantes Caritas Christi (3 mayo de 2004).
10 Francisco, Fratelli Tutti (San Pablo, Santiago de Chile 2020) 37−41.
11Francisco, “Mensaje del Santo Padre Francisco para la 104 Jornada Mundial del migrante y del refugiado (14 de enero de 2018”.
12 Cf. Francisco, “Mensaje de Francisco para la 109˚ Jornada del migrante y del refugiado 2023”.
13 Francisco, “Mensaje de Francisco para la 109˚”, 3.
14 Conferencia Episcopal de Chile, Anunciar a Jesucristo caminando juntos, Orientaciones Pastorales 2023−2026 (CECh, Santiago de Chile 2023) n.17.
15 Conferencia Episcopal de Chile, “Anunciar a Jesucristo”, n. 60 y 66.
16 Conferencia Episcopal de Chile, “Mensaje de la 129˚ Asamblea Plenaria (19 de abril 2024)”.
17 Cf. Misal Romano, Plegaria para diversas circunstancias II.





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