Lucas 7, 11-17.
Nos reunimos en esta Iglesia Catedral para hacer juntos una alabanza al Buen Dios por esta hermosa Patria que nos acoge y que se nos encomienda cuidar y hacer crecer. Damos gracias y bendecimos al Dios Creador por ofrecernos esta hermosa tierra que tanto queremos, por ser parte de esta gran nación en la cual hacemos nuestro peregrinar terreno hacia la Patria celestial.
El relato del evangelio que hemos leído nos habla de peregrinos que transitan por un mismo camino. Aunque en este caso son dos grupos distintos que avanzan en direcciones opuestas. Por una parte está la comunidad de los discípulos de Jesús, que lo acompañan para escuchar su mensaje y apoyarlo en su misión. El texto señala que son una gran multitud, lo que habla de un momento festivo, entusiasta en el ministerio de Jesús. Los podemos imaginar contentos, llenos de esperanza. Jesús los ha convocado para participar de su misión anunciando el Reino de Dios que se hace presente con Jesús y su comunidad.
Cuando se aprontaban a llegar al pueblo donde se dirigían se encuentran con una procesión que viene en sentido contrario. Un cortejo fúnebre que acompaña a una mujer viuda que va a enterrar a su único hijo. Ambos grupo avanzan por el mismo camino aunque en circunstancias tan contrapuestas. La procesión de la vida y la esperanza, por una parte, y un cortejo fúnebre herido por una pérdida lamentable, la procesión de la muerte, el sufrimiento y la desesperanza.
Me atrevo a proponer este relato como una figura para pensar en Chile, con sus luces y sus sombras, sus heridas, sus contradicciones y en sus esperanzas. Somos peregrinos en una misma tierra aunque las circunstancias en que nos encontramos a veces resultan ser tan distintas. Hay quienes viven con alegría, gozan de buena salud, bienestar material y confianza en el futuro. Otros, en cambio, heridos por diversas circunstancias, con dificultades de acceso a bienes fundamentales como trabajo, vivienda o salud. Muchos que viven sin esperanza o amenazados por el clima de violencia que tanto ha crecido en nuestros barrios.
También, la orientación de nuestros proyectos y aspiraciones en momento parecen avanzar en direcciones tan contrarias. No hemos podido establecer un horizonte compartido del Chile que soñamos. Confluyen entre nosotros visiones de mundo muy diversas. Esta imagen del relato nos ayuda a reconocer nuestra Patria desde la diversidad que nos constituye. La Patria no se establece solo desde las semejanzas sino también desde las diferencias que nos desafían en la convivencia cotidiana. La patria no se configura solo entre quienes piensan o tienen las mismas visiones o aspiraciones. Ella es el desafío de convivir armónicamente con todos quienes habitan esta tierra con todo lo que son.
Con la Patria pasa algo semejante que con la familia. Estamos llamados a querernos y protegernos aunque no nos corresponde elegir a nuestros hermanos como sí lo hacemos con los amigos. Los hermanos, como los compatriotas, son aquellos que nos regaló la vida. Compartimos con ellos una historia y un destino, pero podemos ser muy distintos. Y ese es precisamente el precioso desafío de la fraternidad. También los hijos una patria estamos llamados a compartir e integrarnos desde nuestras diversas historias, visiones y modos de ser.
Volvamos al relato del evangelio. La tensión de la escena se concentra en el momento del encuentro de estas dos columnas. ¿Qué hará Jesús y los suyos al cruzarse con la viuda y sus acompañantes? ¿Sólo guardarán respetuoso silencio, por un momento, para continuar como si nada? ¿Podrá, simplemente, desviar la atención mirando para otro lado para evitar que el dolor y la muerte empañen el entusiasmo y la esperanza de sus discípulos? Por cierto que no. El mensajero de la vida es puesto a prueba en el encuentro con el sufrimiento. El relato señala que Jesús al verla “se conmovió y le dijo: no llores”, y luego “se acercó y tocó el féretro”. En estos simples gestos de Jesús descubrimos el germen fecundo de lo que constituye la patria. Se conmovió, se acercó y tocó el dolor.
En esta acción de gracias por la patria bendecimos a Dios por quienes venciendo la indiferencia han construido Chile porque han sabido ver y tocar por las circunstancias tantas veces dramáticas en que viven otros compatriotas. Gracias a Dios no son pocos los que han hecho propias estas actitudes de Jesús en nuestra tierra y en nuestra historia. Lo mejor de nuestras instituciones ha germinado desde esta conmoción fraterna, que lleva al compromiso con las necesidades de los vecinos o conciudadanos.
Tantas personas que en los más diversos oficios o funciones, día a día, vencen la indiferencia para dejarse tocar por sufrimientos ajenos, por las necesidades de quienes se cruzan en su camino. La conmoción de la que hablamos no se limita a vano sentimentalismo sino que sabe traducirse en un compromiso activo para superar las condiciones que generan ese dolor, como si este fuera propio. La Patria es la victoria sobre la indiferencia, el triunfo del encuentro que nos involucra, nos hace responsables a unos con otros.
En este Tedeum de Acción de Gracias bendecimos a Dios por cada una de estas personas. Especialmente por quienes están en los lugares más complejos y humildes, en hospitales o centros de salud, en los barrios más vulnerables, en sus escuelas, en las cárceles. Por quienes velan por los servicios básicos de agua, luz, aseo y seguridad. Servicios tan esenciales que cuando nos faltan comprendemos su valor. Por tantas personas que usualmente no vemos, pero que sabemos que su servicio es fundamental en nuestras vidas. Dios sabe sus nombres. Gracias, Dios les bendiga.
También damos gracias por quienes llevados por este impulso interior de servicio han asumido un compromiso social o político en las instituciones, en las empresas o en las organizaciones sociales. Damos gracias por la vocación de servidores públicos y pedimos a Dios que conserve en ellos vivo el ardor primero. Conocemos bien, que lamentable reconocerlo, el riesgo de desvirtuar estas hermosas vocaciones haciendo un uso torcido de la autoridad conferida, ensuciándola con intereses mezquinos. Mientras más alta es la responsabilidad mayor es la necesidad de resguardar el corazón de esta corrupción que acecha continuamente el corazón humano. La lucha contra la corrupción que tanto daña a la Patria comienza en lo más íntimo de cada uno, en nuestra conciencia.
En este tiempo de campañas electorales oramos especialmente por quienes son candidatos para cargos de representación popular. Que Dios resguarde sus corazones para que no se entrometa en ellos otra ambición sino la del servicio y del bien común, que como sabemos se verifica en el bienestar de los últimos. Este tiempo de campañas es una oportunidad para el diálogo social. Cuanto necesitamos que ellas no estén dominadas por la descalificación del adversario sino por las propuestas de gobierno. Que el debate nos conduzca a reconocer las carencias y las oportunidades que tenemos como sociedad. Que nos ayude a mirar más allá de intereses inmediatos o de un grupo para poner primero el bien de todos, que se verifica como ya hemos dicho en el bien de quienes hoy han quedado marginados de algún modo del desarrollo.
Es cierto que conviven en nosotros visiones tan contrapuestas que en momentos parecen ser irreconciliables. La tentación de aplastar al adversario para imponer los propios criterios es un error muy lamentable que debemos evitar. La buena política se construye en el diálogo, en la escucha paciente de quien propone algo distinto intentando rescatar el espacio de verdad y de bien que ella encierra. Los ciudadanos debiéramos considerar que un candidato que solo sabe descalificar al adversario no es el apropiado. Por el contario, debiéramos preferir a quien sepa integrar en sus propuestas y proyectos las preocupaciones del bando adversario.
Si el relato evangélico, como una suerte de parábola, nos presentaba dos marchas contrapuestas que parecían irreconciliables, la escucha y la compasión, impuso la victoria de la Esperanza. Las palabras que Jesús dirige al difunto, “Joven, a ti te digo levántate”, nos impulsan a ponernos en movimiento para servir y amar a todos los que peregrinan en esta tierra especialmente a los que requieren de mayores cuidados. El futuro de Chile se escribe desde el reconocimiento de todos los sectores. Todos tienen algo que aportar. Cuando todos y todas son considerados florece lo mejor de nuestra patria.
En este ánimo me permito señalar muy brevemente tres realidades que considero requieren ser mejor atendidas: los migrantes, los adultos mayores y los barrios que han sido atrapados por la droga y el narcotráfico. Se trata de realidades ante las cuales no podemos permanecer indiferentes y que reclaman urgentemente un compromiso creativo.
1.- Los migrantes: La mayor presencia de extranjeros es ciertamente un desafío complejo pero ineludible. Es una realidad antigua en Chile y el mundo pero que cada día se ha vuelto más masiva y, por ello muy exigente. Es evidente que han aportado muchísimo en diversos ámbitos sociales, profesionales y laborales. En particular considero que nos dan continuamente una lección de fortaleza y esperanza en su compromiso familiar. También es cierto que han tensionado nuestros sistemas de salud, educación, vivienda e incluso seguridad. Con todo el desafío de la integración desde el reconocimiento de sus derechos y dignidad es el camino correcto. Para quienes intentamos seguir las huellas de Jesús se trata de una exigencia de humanidad inexcusable. “Fui forastero y me acogiste”, nos dice Jesús. En nuestra oración los tenemos presentes y nos comprometemos a ponernos de su parte, para que puedan desplegar sus vidas en paz y bienestar.
2.- Los Adultos Mayores. Pese a tantos discursos y proyectos, la precariedad y el abandono en que viven o sobreviven tantos adultos mayores es gravísima. Con pensiones insuficientes, muchos abandonados por sus familias, con insuficiente provisión de programas que los resguarden en sus hogares o de residencias especializadas, cuando ya es imprescindible. Es fácil la tentación de olvidarlos cuando ellos no tienen las fuerzas para hacer valer sus derechos y su dignidad. Que duro es sentir que ya no cuentan. Que confuso resulta discutir un proyecto de Eutanasia en este contexto. Es proponerles un camino que los hace responsables de su autoeliminación.
3.- La Seguridad: El daño que está haciendo la droga y la violencia de las bandas criminales que se enriquecen con ello es inconmensurable. Tantas vidas destruidas, tantos barrios consumidos por el temor. Se trata de un cáncer social de la mayor gravedad que no podemos tratar como si solo se tratara de un asunto lateral. Es evidente que la forma de resolverlo requiere un compromiso multisectorial: involucra a las policías y a los tribunales, a los espacios educativos y sanitarios, a las organizaciones sociales y a las Iglesias. Enfrentarlo no tiene color político.
Me atrevo a señalar estos temas como expresión de la tarea que juntos tenemos por delante. Ciertamente ellos no agotan la agenda de las materias que juntos debemos abordar. Ellas nos recuerdan que la Patria la hemos recibido como un don precioso que debemos cuidar. Como señalaba Alberto Hurtado: La Patria es una misión por cumplir.
Invocamos a la Virgen Madre para que nos acompañe con su ternura y nos enseñe a cuidar con mayor esmero de los más vulnerables. Dios bendiga a nuestra Patria.
+ Galo Fernández Villaseca
Obispo de Talca