Como todos los años, la celebración de las Fiestas Patrias es ocasión propicia para agradecer a Dios por todo el bien recibido y para orar por Chile, sus gobernantes y su pueblo, por nuestra ciudad y región, sus autoridades y habitantes.
Queridos hermanos y hermanas,
Señoras y señores:
Hoy quisiéramos iluminar la realidad que vivimos como sociedad desde el corazón del Evangelio, para procurar una mirada sincera y profunda, pero al mismo tiempo esperanzadora.
En este año, la conmemoración de los 50 años del quiebre democrático ha sido un telón de fondo para poder reflexionar sobre nuestra historia reciente, en perspectivas del presente y, sobre todo, del futuro. Lamentablemente, por una parte, los importantes esfuerzos desplegados por construir un ambiente de memoria no han encontrado el necesario eco de respeto y mínimos consensos en la sociedad civil. Y, por otra, la violencia es un camino que sigue seduciendo a grupos minoritarios, pero inmensamente dañinos a las causas nobles de la justicia y la paz.
Libres para amar…
En el evangelio que hemos proclamado, Jesús presenta a quienes le siguen, en el contexto político y religioso judío, una nueva forma de comprender la libertad y la verdad. En efecto, la libertad de Jesús se realiza y configura en relación con su Padre. Es el amor del Padre lo que le conduce a buscar su voluntad, a realizar la misión que le ha sido confiada y a compartir con la humanidad la buena noticia del amor de Dios. La libertad de Jesús no es la libertad política de los judíos, sino la vivencia del amor que ha recibido en su condición personal de Hijo. Cristo es el hombre pleno de amor. Por eso su libertad es la expresión de su amor. Su libertad llega voluntariamente a la cruz donde ofrece su vida.
La libertad, desde Cristo, es capacidad creativa del amor. Por eso con certeza podemos afirmar que no existe amor posible sin libertad. La creatividad del amor hace que la relación humana sea siempre una novedad y sorpresa. Cuando realizamos nuestra libertad como expresión de amor, entonces ella despliega su identidad más original y su horizonte creativo que articula su relación con otras libertades, siempre situadas en el respeto a la vida, la dignidad y la libertad de cada persona, es decir, de cada hermana y cada hermano.
Desde una visión humanista y cristiana, no hay libertad posible de invocarse cuando se trata de agredir o violentar a los demás, o de avasallar imponiendo visiones unilaterales. La libertad singularizada por el amor necesariamente presupone la justicia, porque no es libre quien presume de todo aquello que dispone frente a las carencias de los pobres, marginados y excluidos.
¡Cuánta esclavitud se esconde detrás de algunas proclamas supuestamente libertarias! Cuando la libertad se funda en el amor, ella brota configurada con una virtud inherente a los seres humanos auténticamente libres: la responsabilidad. El hombre y la mujer libre caminan por las calles con su rostro descubierto, pueden expresar su parecer conscientes de quienes son y lo que aspiran ser, de sus propias limitaciones y posibilidades, y sobre todo seguros de que la convivencia social no se impone por la arbitrariedad ni la fuerza sino por el aporte colectivo a eso que llamamos “bien común”.
Hace cincuenta años, con el pretexto de la “libertad” se justificaba el crimen, la represión y la persecución política. En los últimos años, junto a legítimas demandas por una mayor igualdad, también se justificaban actos de destrucción y violencia. Seamos claros: El pueblo se desalienta cuando los caminos políticos para construir mínimos institucionales se siguen viendo torpedeados por los intereses particulares de unos y otros sectores.
Qué lamentable sería si se termina desperdiciando el esfuerzo realizado por la mesa de expertos que, incluyendo representantes de un vasto espectro de nuestra sociedad, avanzó en consensos que se plasmaron en un borrador para este segundo proceso constitucional. Chile necesita acuerdos y no polarización; colaboración y no revanchismos. El país no puede vivir dos fracasos sucesivos en esta materia. La patria se forja con diálogo, con generosidad, en que todos podemos ceder en nuestras posiciones por el bien de Chile. La generosidad es virtud cívica, no es derrota.
Verdad, acontecimiento de salvación
Otra claridad que descubrimos en este evangelio nos sitúa en el valor de la verdad. Para los creyentes, la verdad de la fe es un acontecimiento personal, el de Jesús, realizado en un tiempo y lugar de la historia, pero también un acontecimiento para siempre, como manifestación y testimonio del ser de Dios, luz para la humanidad, vida que se entrega, libertad que se regala.
La verdad, al mismo tiempo, es un acontecimiento capaz de transformar nuestra vida y nuestra historia en la medida en que acogemos con humildad el amor de Dios. El acontecimiento de la verdad es también acontecimiento de la vida y de la libertad, del amor gratuito y salvífico de Dios, o en otras palabras, acontecimiento de salvación. La verdad de la fe no solo se muestra en su transición hacia la libertad, sino que desde ella misma también hacia el amor.
En este sendero de la verdad hacia la libertad y el amor, se manifiesta la única fuerza del Espíritu de la verdad. Cuando acogemos este Espíritu, Él nos configura con Cristo y nos permite llamar a Dios Abbá, es decir, Padre. De este modo, verdad, libertad y amor se configuran en un único movimiento de la fe. Cuando María acepta con su “sí” la elección hecha por Dios y comunicada por el ángel, la madre de Cristo involucra no sólo su fe sino su vida entera. En el sí de María se encuentran la verdad, la libertad y el amor.
Han pasado cincuenta años en Chile y muchos compatriotas no han encontrado ni verdad ni justicia. El dolor se hace más intenso si consideramos lo que han vivido tantas familias chilenas que aún no encuentran respuesta para su sencilla pregunta, que transcurrido medio siglo se vuelve desgarradora: “¿Dónde están?”. Qué pasó con ellos, es una mínima respuesta que el Estado de Chile debe dar a estas hermanas y hermanos.
La honestidad para una vida fraterna
Las dificultades sociales del país no son ajenas a la comunidad local, también remecida por la violencia, el crimen organizado, el miedo y la sospecha. Antofagasta, nuestra ciudad y nuestra región, se han vuelto en los últimos meses perla de corrupción y de escándalo. Ya lo decíamos en nuestra reciente carta pastoral titulada “La ética, un desafío a la sociedad de hoy”:
“La lógica del ‘todo vale’ constituye una tremenda injusticia con quienes han sido y siguen siendo honestos y probos. Es tremendamente injusto que quien no avanza a codazos sea desplazado hasta los últimos lugares. Premiamos con la aprobación al ‘vivo’, al oportunista; castigamos al honesto por ‘tonto’, porque ‘no aprovechó la oportunidad’. Es injusto y vergonzoso el doble estándar, porque quien abusa y vulnera derechos no tiene ningún empacho en reclamar con fuerza sus propios derechos individuales”.
Sobre el flagelo de la corrupción, tan fácilmente unido a la usura y la ambición, a la droga y la violencia, decía con claridad el papa Francisco:
“La mundanidad se manifiesta con actitudes de corrupción, de engaño, de abuso, y supone el camino más equivocado, el camino del pecado, ¡porque uno te lleva al otro! Es como una cadena, aunque sí —es verdad— es el camino más cómodo de recorrer generalmente. En cambio, el espíritu del Evangelio requiere un estilo de vida serio -¡serio pero alegre, lleno de alegría!-, serio y de duro trabajo, basado en la honestidad, en la certeza, en el respeto de los demás y su dignidad, en el sentido del deber. Y ¡esta es la astucia cristiana! El recorrido de la vida necesariamente conlleva una elección entre dos caminos: entre la honestidad y deshonestidad, entre fidelidad e infidelidad, entre egoísmo y altruismo, entre bien y mal. No se puede oscilar entre el uno y el otro” (Francisco, Angelus, 18-IX-2016).
Para quienes amamos a nuestra patria y nuestra región, no hay lugar al fatalismo, por dramáticos que a veces parezcan los diagnósticos. Es necesario ponerle nombre a la verdad de lo que somos y tenemos, de lo que queremos y podemos construir juntos. También es necesario sincerar la verdad de aquello que no somos capaces de lograr. Solo de esta manera podremos situar nuestras expectativas con realismo y esperanza.
Los obispos hemos planteado que hoy más que nunca es necesario y urgente promover un compromiso social y político con profundo sentido ético. De eso se trata realmente. Cada una de las personas que han sido víctimas, en el país y aquí, en Antofagasta, de la violencia homicida, de la delincuencia, de la violación de sus derechos y garantías, de exclusión y marginación social, cada una de ellas tiene un nombre, una identidad singular que le distingue como persona única e irrepetible, y al mismo tiempo una identidad de hermano o hermana nuestra, lo que nos iguala a él y a ella como hijos e hijas que somos del mismo Dios.
En el aniversario de la independencia de la patria, nos hace bien recordar que la verdad nos hace libres. Una sociedad de discursos retóricos sin trabajo abnegado y consecuente es una mentira encaminada al populismo y la violencia. Una sociedad resignada ante la arbitrariedad e injusticia de los poderosos es una trampa para la democracia. La libertad requiere de una mirada a los ojos, honesta y transparente, unos a otros. Debemos llamarnos por nuestros nombres verdaderos, para aprender de nuevo a ponerle nombre, forma, colores y fondo a la ciudad que soñamos, al país que buscamos. Sólo en un diálogo franco y respetuoso podremos volver a cimentar pilares sólidos sobre los cuales edificar un país y una región que progrese a escala humana, poniendo en el centro la dignidad de las personas y el bien de los más vulnerables.
Para que el sacrificio de las vidas arrebatadas ayer y hoy tenga un sentido… para que las luchas de personas buenas y generosas ayer y hoy no sea en vano… de la verdad de nosotros aportemos lo mejor para el nuevo Chile. Nuestra libertad se construye desde el amor. Por el bien común en una sociedad mejor, que nadie se reste a este empeño y busquemos todos ser una “copia feliz del Edén”.
Ignacio Ducasse Medina
Arzobispo de Antofagasta
Antofagasta, 18 de septiembre de 2023
Templo Catedral
Te Deum de Fiestas Patrias