En primer lugar, hermanos y hermanas, sean todos bienvenidos a este templo Catedral, es una alegría que podamos reunirnos para mirar al cielo y dar gracias por este nuevo año de vida independiente de nuestro país, orar a Dios por nuestras autoridades, y pedir para que nuestra patria sea cada día una mesa donde todos quepan, y no haya injusticias que excluyan.
Sin duda, no nos entendemos sin una mirada trascendente de la vida, sabemos bien qué pasa cuando nos olvidamos que no somos sólo materia, y que nos anima un alma que busca trascender y buscar su sentido en algo que esta más allá de sí mismo. Sin Dios la vida del hombre se vuelve sin sentido, es más, sin Dios la vida de la sociedad y la política dejan de tener el soporte de todo su quehacer. Pues si procuramos sólo el bienestar material y nos olvidamos del bienestar espiritual, la convivencia se vuelve un juego donde todo vale, donde da lo mismo buscar sacar la mejor tajada con la fundación de turno, o colocar a mi amigo en un cargo sin pasar por una mínima selección y oposición de antecedentes.
Tomando algunas reflexiones de un mensaje que el papa Benedicto XVI dirigió al parlamento alemán en el año 2011, podemos afirmar que el quehacer público, que el trabajo político debe ser siempre un compromiso por la justicia y por crear condiciones básicas para la paz .
Naturalmente, dice el papa Benedicto XVI, un político buscará el éxito, sin el cual nunca tendría la posibilidad de una acción política efectiva. Pero el éxito está subordinado al criterio de la justicia, a la voluntad de aplicar el derecho y a la comprensión del derecho. El éxito puede ser también una seducción y, de esta forma, abre la puerta a la desvirtuación del derecho, a la destrucción de la justicia. “Quita el derecho y, entonces, ¿qué distingue el Estado de una gran banda de bandidos?”, dijo en cierta ocasión San Agustín.
Sabemos bien qué pasa cuando el poder se separa del derecho. Hemos hecho memoria esta última semana de los 50 años del golpe de Estado. Podemos reconocer en esta fecha, que el poder se separó del derecho, de manera flagrante; el poder se enfrentó contra el derecho y la justicia. Cuántas violaciones a los derechos humanos de tantos chilenas y chilenos, cuánta tortura, exilio, desapariciones… cuánto horror… cuántos recursos de amparo que jamás fueron atendidos, cuánta injusticia… el poder separado del derecho, de lo justo.
Todavía hoy podemos experimentar esa injusticia, cuando familias, madres, hijas, no pueden saber qué pasó con esos familiares que desaparecieron en la dictadura más atroz que ha vivido Chile. Maridos que una noche fueron tomados de improviso de sus casas y hasta el día de hoy no se sabe dónde están.
No podemos dejar que esa herida siga sangrando, por eso felicito al gobierno de Chile por el lanzamiento del Plan Nacional de Búsqueda que busca esclarecer las circunstancias de desaparición y/o muerte de las personas víctimas de desaparición forzada, de manera sistemática y permanente. Todavía podemos hacer algo, todavía podemos dar paz a una familia.
Servir al derecho y combatir el dominio de la injusticia es y sigue siendo el deber fundamental del político, del hombre y la mujer que se dedican al servicio público.
Es importante que hagamos memoria, que no olvidemos lo que nos pasó, el horror que tantos sufrieron y padecieron. Ese dolor no nos puede resultar indiferente, por eso el evangelio de hoy nos invita a reconocer en el que sufre al mismo Cristo: porque estuve preso y me visitaste, porque fui exiliado y me acogiste, porque fui tomado prisionero y se desconocía mi paradero, y presentaste un recurso de amparo, porque tuve hambre y organizaste una olla común… ahí se hace concreta nuestra fe, ahí se mide nuestra adhesión al evangelio. Y si no tenemos fe, al menos reconocer en el que sufre la humanidad que todos compartimos y frente a la cual cabe siempre la empatía, ponerme en el lugar del otro.
Me van a perdonar, hermanos y hermanas que haga referencia a una situación familiar, pero quiero honrar a esos más de 200 mil exiliados que tuvieron que huir del país para salvar su vida. En mi memoria de niño, recuerdo siempre las Navidades en la casa de mi abuela en San Fernando cuando nos reuníamos a escuchar un casete que llegaba de Noruega. Era el tío Oscar Moraga, la tía Margarita Galindo (hermana de mi abuelo), quienes junto a su familia nos dirigían un saludo a la familia de Chile. Cómo no recordar las palabras del tío Óscar que anhelaban compartir la mesa de mi abuela y disfrutar de sus sabrosos platos, ir con mi abuelo a compartir un traguito al restaurante de los amigos; como olvidar el escuchar el “si vas para Chile” y ver que las lágrimas comenzaban a correr… eso no puede volver a repetirse en ninguna familia de nuestra patria, ese dolor de familias rotas y separadas para siempre jamás lo podemos volver a repetir, y con cuánta mayor razón el reguero de muerte que recorrió nuestra patria.
“¿Cuándo llegaste como un extraño y te recibimos en nuestras casas? ¿Cuándo te vimos sin ropa y te la dimos? ¿Cuándo estuviste enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”… (Mt 25, 38-39).
Son las palabras que se vuelven a repetir hoy y que nos deben comprometer a todos a defender la democracia, a proteger los derechos humanos, a nunca validar la violencia como método de acción política; pues siempre es evitable el matar a mi hermano, siempre hay ventanas que se abren cuando se cierran puertas, nunca será posible justificar el horror. La violencia política y la violencia de Estado no tienen lugar en una democracia ni deben repetirse.
En otro punto, quisiera como pastor de esta iglesia en Atacama, manifestar mi profunda preocupación y dolor frente a lo que hoy día jóvenes de nuestra región padecen y sufren. Me ha tocado visitar diversas comunidades donde se encuentran jóvenes, y ellos me han relatado la muerte que está sembrando la droga en los colegios y las poblaciones de nuestra región. La droga hoy está cortando de forma dramática el futuro de jóvenes de 13, 14, 15 años, e incluso de menos edad. No habrá futuro si no nos ponemos todos de acuerdo en no sólo aplicar medidas represivas, sino también en la necesidad de recomponer el tejido social de nuestra patria, la lógica del consumo y del exacerbamiento del tener, no pueden seguir socavando el alma de nuestros niños y jóvenes. Es hoy evidente que la “narco cultura” no es sólo un nombre para una serie de Netflix, sino una realidad en nuestras ciudades y poblaciones.
Quiero compartirles algunos ejemplos de lo que me ha tocado escuchar. Unos jóvenes de una población de Copiapó me comentaban como en un colegio que ellos frecuentan, la droga se vende a vista y paciencia de todos, pastillas de colores es lo más común ver. Otro caso que les quiero comentar es que, visitando una ciudad de nuestra región, alguien me contaba que una empresa minera quiso dar oportunidad de trabajo a jóvenes que salían de su enseñanza media. Fue así que 200 jóvenes postularon, pasaron las diversas pruebas de selección, pero al final debían pasar por el test de drogas, ¿se imaginan cuantos de esos 200 jóvenes pasaron ese test?…. 100?… 50?… 20?… 10?... ¡sólo 2 de ellos, 2 de 200 pasaron ese examen de selección! Esto no nos puede resultar indiferente…
Sé que en las autoridades acá presentes existe la voluntad de llevar adelante programas para solucionar en parte este problema. Pero no serán sólo políticas públicas las que permitirán desterrar esta cultura de la droga. Como he dicho, es necesario recomponer el tejido social, fortalecer las organizaciones sociales, las juntas de vecinos, los sindicatos, los partidos políticos, todos los órganos de la sociedad civil. Como nos ha dicho el Papa Francisco con ocasión de la pandemia: “no nos salvamos solos”, nos necesitamos y sin el otro jamás podremos llevar adelante un futuro que nos implique a todos, donde nadie se sienta excluido. La economía neoliberal que pudo traer un beneficio económico evidente trajo también el egoísmo y la lógica del “sálvese quien pueda”, la famosa política del chorreo, ya no es sostenible. Es necesario distribuir la torta para que alcance para todos. Debemos asumir el desafío de trabajar por una sociedad más justa, más equitativa, más solidaria. Por eso al hablar de un estado social y democrático de derecho, no solo estamos hablando de una bella declaración, estamos comprometiéndonos en hacer de Chile una mesa para todos, en hacer vida y carne el mensaje de Jesús “porque estuve hambriento y me diste de comer, desnudo y me vestiste”
Termino sirviéndome de algunas reflexiones del papa Francisco en la encíclica Fratelli Tutti (Hermanos todos).
Él nos indica que hacen falta caminos de paz que lleven a cicatrizar las heridas, que se necesitan artesanos de paz dispuestos a generar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio y audacia.
Que la sociedad se hace más pobre cuando niega a otros el derecho a existir y a opinar. Cuando se acude a la estrategia de ridiculizarlos, sospechar de ellos, cercarlos: no recogiendo su parte de verdad, sus valores.
El papa nos recuerda que la caridad, con su dinamismo universal, puede construir un mundo nuevo, que ella misma es la mejor manera de lograr caminos eficaces de desarrollo para todos. Que el proceso de paz es un compromiso constante en el tiempo, un trabajo paciente que busca la verdad y la justicia, que honra la memoria de las víctimas y que se abre a una esperanza más fuerte que la venganza. Que la verdad es una compañera inseparable de la justicia y de la misericordia. Las tres juntas son esenciales para construir la paz.
Finalmente, no olvidemos que quienes pretenden pacificar a una sociedad no deben desconocer que la desigualdad y la falta de un desarrollo humano integral no permiten generar paz.
Trabajemos hermanos y hermanas, para que el diálogo entre todos establezca la amistad, la paz, la armonía, que nos lleven a compartir valores y experiencias morales y espirituales en un espíritu de verdad y amor “porque tuve hambre y me diste de comer, enfermo y me visitaste, desnudo y me vestiste”.
Dios nos quiere a todos sentados en la misma mesa. Así sea.