Nos reunimos en esta casa de oración para celebrar un nuevo aniversario Patrio, este año en el domingo por lo que hemos querido hacerlo en el marco de la Eucaristía que es la acción de gracias por excelencia. En este acto litúrgico queremos entonar un canto de alabanza, elevar una plegaria e invocar la luz del Señor para que nos guie por el sendero de la concordia, la justicia y la paz.
Ante todo, bendecimos a Dios por esta Patria que amamos, de la cual nos sabemos hijos e hijas y reconocemos como un inmenso regalo de su amor. Nos alegra su hermosa geografía, tan variada y fecunda. Nos alegran sus tradiciones que expresan los rasgos de nuestra identidad. Agradecemos a tantos que a lo largo de la historia han construido lo que somos y tenemos. Una historia con luces y sombras que nos ha conformado con aspectos valiosos, pero también con heridas que nos desafían a continuar avanzando hacia el sueño compartido. Porque la Patria tiene tanto de realidad alcanzada como de horizonte que nos convoca para hacerla realidad. La Patria es Don y Tarea. O como decía San Alberto Hurtado, la Patria es una misión por cumplir.
Es justo dar gracias, es preciso reconocer y valorar lo que hemos recibido porque es fruto del esfuerzo y de la tenacidad de muchos y de muchas a lo largo de nuestra historia. Quienes abrieron rutas, fundaron pueblos y ciudades, labraron los campos, educaron generaciones o hicieron crecer el conocimiento. Quienes han cuidado la salud de la población, muy especialmente en esta hora, después de este largo desafío de la Pandemia. En fin, quienes han administrado justicia, configurado sus leyes, sus instituciones y su infraestructura. Quienes han protegido sus fronteras o han velado por la seguridad, el orden público y la paz. Todos quienes han procurado el desarrollo, el progreso en los ámbitos públicos y privados. En realidad todo lo que permite ese “buen vivir” que aspiramos se ha configurado con el trabajo de muchos, de muchas, de tantos que nos antecedieron.
Es correcto considerar que se trata de derechos fundamentales, porque se trata de necesidades básicas: vivienda, salud, educación, trabajo, justicia, medio ambiente. Sin embargo, todo ello no está dado por generación espontánea, sino que es fruto de una laboriosa historia que lo hace posible. Es justo reconocer todo lo que tenemos porque lo hemos recibido. La Patria no comienza con nosotros, lo sabemos, lo hemos aprendido.
Nuestra identidad se ha forjado en medio de graves dificultades, especialmente por terremotos y otros eventos de carácter natural. Felizmente ello nos ha regalado un talento solidario que nos enorgullece. Sin embargo, no somos siempre así, muchas veces manifestamos lo contrario: abusos, corrupción, violencias e injusticias, que ensombrecen el alma fraterna y solidaria de los hijos de esta tierra. Estamos lejos de ser aquello que soñamos: no somos la copia feliz del edén.
De ahí que el amor a la Patria siempre nos debe provocar convocándonos en la ardua tarea de trabajar por la dignidad y la justicia para los habitantes de esta tierra. Y este llamado que experimentamos con fuerza en estas fiestas es también motivo de gratitud. Se trata de una tarea fascinante que convoca lo mejor de nuestras capacidades. No somos solo usuarios de la patria, como meros receptores pasivos de esos bienes esenciales que con razón reclamamos del Estado, sino que todos y todas somos responsables como ciudadanos que asumimos el deber de hacer que estos derechos sean posibles para nuestros conciudadanos y para las generaciones futuras.
Qué hermoso es sentir que nuestro canto de alabanza es también por ser considerados protagonistas en esta hora tan decisiva de la construcción de ese Chile que soñamos como la copia feliz del Edén.
El proceso constituyente que hemos vivido, más allá del resultado inmediato, ha sido y sigue siendo una preciosa oportunidad para ejercer la responsabilidad que juntos nos asiste en el cuidado de los destinos de la patria. No solo nos ha obligado a formarnos como nunca para comprender el funcionamiento de los distintos órganos del estado, de la necesidad de velar por los equilibrios entre los poderes y las diversas dimensiones de la vida social. Ante todo, nos ha provocado para buscar creativamente las bases que pueden sostener nuestra convivencia en un tiempo nuevo de la historia. Ha sido y sigue siendo una experiencia de Educación Cívica extraordinaria e imprescindible para ejercer nuestra responsabilidad democrática.
Pienso que nadie debe sentirse defraudado por el momento en que nos encontramos. Al contrario, considero que Chile ha dado un ejemplo de participación y de comportamiento democrático excepcional. Una mayoría consistente se ha manifestado por una opción que no cierra el proceso, sino que exige continuar por la senda del diálogo y de la búsqueda de consensos más profundos que nos lleven a establecer una carta fundamental que sea la casa común que necesitamos.
Entendemos que se ha impuesto una visión que se inclina por la moderación y la gradualidad. Una opción que apuesta por la unidad, el consenso y una mejor apreciación de nuestra identidad y muy especialmente de los principios y valores que nos deben regir. Primó una posición que no se sintió interpretada en diversos aspectos de la propuesta, ya sea en el orden programático, valórico o estructural.
Con todo, no podemos desconocer que no pocas de las propuestas que nos presentaron buscaban responder a necesidades sentidas de la población, y que estas permanecen. Por lo mismo, por el bien de esta Patria que amamos, el proceso debe continuar pues estas justas aspiraciones necesitan ser consideradas aunque, ciertamente, de un modo diverso.
Todos, especialmente quienes tienen responsabilidades públicas deben acoger con respeto este veredicto democrático y, asumir la misión de identificar los consensos y comprender las críticas para resolver como renovar el camino. Para ello, es vital escuchar de un modo más atento a la ciudadanía evitando esa tentación elitista, propia de pequeñas cúpulas que fácilmente terminan alejándose de la vida real y del sentir mayoritario del pueblo.
Los textos bíblicos que hemos leído nos iluminan.
El Profeta Amós reprocha a quienes “pisotean al indigente” con el propósito de “hacer desaparecer a los pobres del país”. Alerta a quienes abusan y engañan “falseando las balanzas para defraudar” señalando que Yavhé jamás se olvidará de sus malas acciones. El Profeta parece anticipar las palabras de Jesús: “Lo que hagan o dejan de hacer con los más pequeños, conmigo lo hicieron”. El cuidado de los más pobres y excluidos es una responsabilidad que nos incumbe a todos. El Estado debe velar por todos, debe procurar El Bien común, pero ello solo se verifica cuando resguarda los derechos y la dignidad de los últimos. Esta debe ser el punto de verificación de nuestras búsquedas.
Por otra parte, la parábola del Evangelio nos recuerda que somos administradores, esto es que un día se nos pedirán cuentas y que el examen definitivo será sobre lo que hayamos ofrecido a los más necesitados. Nos propone así a una sabiduría que se contrapone con el afán individualista y materialista para hacer presente el valor del desprendimiento y la solidaridad. Además nos recuerda el valor primordial de la honestidad y de la rectitud que es ciertamente un pilar fundamental para establecer una convivencia fecunda entre los hijos de la Patria.
El deber social que nos incumbe a todos se debe expresar en el ordenamiento jurídico que nos rige, es preciso contar con las leyes que establezcan la justicia y sancionan los delitos, los abusos, especialmente aquellos que dañan a los últimos que son los preferidos del Señor. Pero no todo se resuelve allí. No podemos olvidar que la primera batalla contra la corrupción y para superar la desigualdad comienza en la intimidad del corazón. Es allí donde debemos erradicar la avaricia, la soberbia, la lujuria, la ira y todo lo que pervierte la fraternidad, todo lo que destruye la belleza de nuestra Patria.
Necesitamos leyes, necesitamos un texto constitucional que resguarde los derechos de los últimos. Pero ello debe ser expresión de una transformación íntima y personal. Un cambio valórico que se establece desde la educación de niños y jóvenes, muy especialmente en la familia, espacio primordial de la sociedad y de la patria, allí donde se educa en los valores y principios esenciales. Por ello resulta tan importante y fundamental que la Familia sea custodiada y reconocida en su misión insustituible de formar personas integras.
Ya hemos señalado que una virtud del proceso vivido ha sido el involucrar a toda la ciudadanía. Los problemas de la democracia se resuelven con más democracia, se ha dicho con razón. La Participación, enseña la doctrina social de la Iglesia, es uno de los pilares del ordenamiento democrático y una de las garantías de su permanencia. Ello no ha sido fácil. Nos ha exigido superar la mirada individualista que solo se interesa por resolver las propias demandas. Hemos debido superar, además, un cómodo rol pasivo para hacernos co-responsables del devenir social de la Patria. El proceso continúa y nos requiere a todos y a todas.
Para avanzar en este proceso hay un ingrediente fundamental que el Papa Francisco ha señalado en la encíclica Fratelli Tutti, y que me permito destacar. “Para encontrarnos y ayudarnos mutuamente necesitamos dialogar.” Pero dialogar es más que un intercambio de opiniones o informaciones. Debates que más parecen monólogos paralelos ya que ninguno escucha o acoge la mirada del otro. “El auténtico diálogo social supone la capacidad de respetar el punto de vista del otro aceptando la posibilidad de que encierre algunas convicciones o intereses legítimos. Desde su identidad el otro tiene algo que aportar…” Sin un diálogo auténtico que aspire a reconocer e integrar las distintas visiones quedamos limitados a simples juegos de poder, a negociaciones que finalmente no dejan satisfecho a nadie.
En esta hora necesitamos cultivar la capacidad de escuchar para integrar. “Un país crece cuando sus diversas riquezas culturales dialogan de manera constructiva”. El diálogo persistente y corajudo no es noticia como los desencuentros y los conflictos, pero ayuda discretamente al mundo a vivir mejor, mucho más de lo que podamos imaginar”. Dios nos regale sabiduría y paciencia para continuar por esta ruta.
Es preciso recordar que no todo se va a resolver con una nueva constitución. Tenemos un hálito legalista en nuestra identidad que no podemos negar. Es evidente que son muchos y complejos los desafíos que enfrentamos. La violencia que se impone de diversos modos es expresión de ello. La precariedad en que viven tantas familias. La crisis climática provocada por un uso depredador de los recursos de nuestra tierra. Los justos anhelos de participar equitativamente de los frutos del progreso. La irrupción de nuevos paradigmas culturales que interpelan nuestras certezas. Entre otros, son desafíos que nos convocan a comprometernos en la tarea cotidiana de hacer de Chile una Patria mejor, más justa, fraterna y solidaria.
Agradecemos a Dios por regalarnos esta tierra y hacernos parte de su construcción. Agradecemos su Palabra que nos inspira y nos alienta. Agradecemos el suave soplo de su Espíritu que no deja de impulsarnos por caminos de encuentros y compromiso.
Nos acogemos como siempre a su cuidado en los brazos maternales de la Santísima Virgen María, Nuestra Señora del Carmen, Madre y Reina de nuestra Patria Chilena.
Dios Bendiga a Chile.