Al celebrar la Patria que somos todos, nuestra fe nos invita hoy a elevar nuestra oración por ella y todos sus ciudadanos. Desde los inicio de nuestra vida republicana, acudimos a este acto de fe, con el corazón lleno de alegría y gratitud, para bendecir al Señor de la vida y de la historia, por lo que con su ayuda hemos sido capaces de construir, y al mismo tiempo para reconocer, con humildad y sinceridad, los sueños y proyectos que están pendientes, y las heridas que aún tenemos que sanar.
Nuestra Región y nuestra Iglesia, caminamos hacia los quinientos años de histórica navegación de Hernando de Magallanes y la celebración de la primera Eucaristía en el Estrecho de Magallanes. “Dios entró desde el Sur”, reza el lema de nuestra Diócesis, y desde aquí su bendición se extendió a todo nuestro territorio nacional.
Nuestro deseo para estas celebraciones es que el “Evangelio y la Eucaristía estén en el corazón de Magallanes”. Cristo vino por vez primera entre nosotros como alimento para saciar el hambre más profunda de todo ser humano, invitándonos a una mesa de hermanos.
En nuestra convivencia nacional y regional experimentamos que muchas veces no nos resulta fácil sentarnos a una mesa de hermanos. Vivimos una sociedad compleja en un mundo globalizado, donde conviven visiones distintas, historias no compartidas, grupos de personas que viven en realidades que no se encuentran cara a cara, pero cuyas acciones u omisiones tienen consecuencias para todos.
En el Chile de hoy, observamos violencia cotidiana, “crispación” no sólo en la política, sino también en diferentes espacios de convivencia, como son nuestros hogares, las calles, el comercio, las comunidades de la misma Iglesia, los establecimientos educacionales, los servicios de salud, los espacios deportivos y los lugares de trabajo. En este ambiente de crispación ha colaborado a este ambiente, el uso agresivo de las redes sociales, entregando juicios y destruyendo el derecho a la honra y buena fama de personas, donde la constatación más cruel es bullying escolar y laboral, que ha llevado incluso al suicidio a los que lo han sufrido.
Observamos, con preocupación este gradual deterioro de la amistad cívica, que nos va fragmentando y nos dificulta sentarnos en la mesa de los hijos de la Patria y también en la mesa de los hermanos en Cristo. La nuestra es una época caracterizada por fuertes cuestionamientos e interrogantes a escala mundial y nacional. Al respecto, el Papa Francisco afirma que “la enemistad social destruye una familia, un país y el mundo, cuando son incapaces de sentarse, escucharse, negociar y buscar el bien común. Porque si hay división, hay muerte en el alma porque estamos matando la capacidad de construir unidad” .
Sin embargo, en la primera lectura, el Profeta Isaías viene a prevenirnos de esta tentación, recordándonos que en una imagen del destino futuro de la humanidad, “sobre el monte santo confluirán pueblos numerosos, y todas las naciones”. En este escenario, todos debemos estar disponibles para sostener un diálogo permanente, valiente, sin exclusiones, y sin más condición que el bien común, que nuestra preocupación por los más pobres y la inviolable dignidad de la persona.
Movidos por esta esperanza, quisiéramos ahondar en un par de principios que pueden inspirar nuestro discernimiento para avanzar en lo recién expresado, y que podríamos identificar como la urgencia de una “pedagogía del encuentro”. Nos referimos a la búsqueda del bien común y al diálogo.
1.- EL DESAFÍO DEL BIEN COMÚN
Justamente de la dignidad, unidad e igualdad de todas las personas deriva, en primer lugar, el principio del bien común, al que debe referirse todo aspecto de la vida social para encontrar plenitud de sentido. El bien común no consiste en la simple suma de los bienes particulares de cada sujeto del cuerpo social. Siendo de todos y de cada uno es y permanece común, porque es indivisible y porque sólo juntos es posible alcanzarlo, acrecentarlo y custodiarlo, también en vistas al futuro. Como el actuar moral del individuo se realiza en el cumplimiento del bien, así el actuar social alcanza su plenitud en la realización del bien común. El bien común se puede considerar como la dimensión social y comunitaria del bien moral.
Este bien común tiene valor sólo en relación al logro de los fines últimos del ser humano, y al bien común de toda la creación. Es por ello que una visión materialista termina por transformar el bien común en un simple bienestar socioeconómico, carente de finalidad trascendente, es decir, de su más profunda razón de ser. Por tanto, para caminar hacia ese bien, necesitamos aprender -una y otra vez- a caminar juntos, como decía el Profeta Isaías invitando a caminar hacia el monte santo del texto de Isaías: “vengan, caminemos”. Caminar juntos en la búsqueda del bien común, supone y exige el diálogo entre los caminantes y entre los que están invitados a una misma mesa.
2.- EL DESAFIO DEL DIÁLOGO
En vista a situaciones complejas de tipo político, económico y social, que vivimos como país, debiéramos plantearnos todos, el tema del diálogo, justamente como camino privilegiado para la superación de situaciones de crisis. Para lo cual, la Palabra proclamada asegura que “el Señor nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas”. Aun así, paradojalmente, no es un ejercicio sencillo y normalmente suele estar lleno de dificultades, que en ocasiones pueden llevar al fracaso de los esfuerzos. En esta eventualidad, lamentablemente todos perdemos.
El diálogo, implica respeto y valoración de la otra parte, traducida en la convicción que siempre tiene algún aporte que ofrecer, superando la tentación de sentirnos dueños absolutos de la verdad, e imponerla a los demás. Bien sabemos que el modo de eternizar un conflicto, es cerrando filas entre los iguales, que comparten la misma visión de mundo, con idénticas actitudes e iguales formas de acción. Así, los anhelos y esperanzas, dolores y angustias de la otra parte, o del resto de la sociedad, arriesgan quedar postergados.
Para dialogar es condición indispensable tender lazos para con construir confianzas, donde quien piensa distinto va dejando de ser para mí un adversario a ultranza, para ir convirtiéndose en alguien que puede transformarse en un aporte ineludible a la solución, y también ayudarme a transformarme a mí en aras del bien mayor de la sociedad.
Lo anterior exige, sin duda, mucha reflexión, análisis y debate, pero también la disposición generosa a ceder o postergar legítimas aspiraciones personales o sectoriales, incluso poniendo en riesgo el prestigio personal ante el propio sector, en vistas de un interés superior. El diálogo es el único medio para alcanzar acuerdos estratégicos y eficientes. Nos asiste la convicción que su ausencia solo arriesga la amistad cívica, la exclusión, la pobreza y la violencia.
A continuación, desde esta lógica del bien común, del diálogo y de la necesaria amistad cívica, deseamos plantear algunos de los asuntos que nos parece prioritario abordar.
2.1.- Dialoguemos sobre el tema migratorio
Constatamos con dolor que también hoy, conflictos violentos, desequilibrios económicos y sociales no cesan de lacerar la humanidad; injusticias y discriminaciones se suceden. Y son los pobres quienes más sufren las consecuencias de esta situación. Un ejemplo son los millones de seres humanos que anualmente, por estas razones, se ven obligados a desplazarse y que, además de soportar dificultades por su misma condición, con frecuencia son objeto de juicios negativos, al considerarse que son causantes de males sociales. En Chile, algunos muy injustamente los responsabilizan de quitar trabajo, traer enfermedades y delincuencia, copar los beneficios sociales y atenciones de los servicios públicos.
El problema surge cuando esas dudas y temores condicionan nuestra forma de pensar y de actuar hasta el punto de convertirnos en seres intolerantes, cerrados y quizás, sin darnos cuenta, incluso racistas. De hecho, por esta senda, cada sujeto que no responde a nuestros “cánones” del bienestar físico, mental y social, corre el riesgo de ser marginado. El mundo actual es cada día más elitista y cruel con los excluidos, fruto de la globalización de la indiferencia. La interculturalidad es posible porque se basa en que todos compartimos la misma e idéntica naturaleza y dignidad humana: todos somos personas y, por tanto, tenemos derechos y deberes que brotan de nuestra propia naturaleza.
En nuestra región, lo sabemos bien, todos somos migrantes o descendientes que familias de migrantes, que han llegado a esta tierra austral desde otras regiones del país o de diversas naciones extranjeras, en busca de mejores horizontes para sus vidas y sus familias. Esta tierra ha sido acogedora con todos, a todos nos toca ser acogedores hoy.
Lo que está en juego es la calidad humana de nuestra política migratoria, es el rostro que queremos darnos como sociedad chilena y el valor de cada vida. Se trata de nuestra humanidad, de no excluir a nadie, de poner a los últimos en primer lugar como el Señor Jesús que desde su Evangelio nos dice: “Yo era forastero y tú me acogiste”.
2.2.- Con el diálogo podemos acoger la ecología integral, a la que nos ha invitado el Papa Francisco
El Papa Francisco, en su encíclica sobre la “casa común” (Laudato Sí), invita a “escuchar con el corazón” los gritos cada vez más angustiosos de la tierra y de sus pobres en busca de ayuda y responsabilidad, para atestiguar la gran urgencia de un cambio, de una conversión ecológica. Nos llama a dar testimonio del compromiso inaplazable de actuar concretamente, para salvar la Tierra y la vida en ella, en la base de la ecología integral.
El actual ritmo de consumo, desperdicio y alteración del medio ambiente, dice la comunidad científica, ha superado las posibilidades del planeta, de tal manera que el estilo de vida actual, por ser insostenible, terminará en catástrofes, como de hecho ya está ocurriendo periódicamente en diversas regiones y también en Chile.
Lo anterior debería cuestionar fuertemente el tipo de desarrollo que hemos venido impulsando, y nos exige preguntarnos por la calidad humana y ambiental de nuestro progreso científico, económico y tecnológico. “Porque no es la ciencia la que redimirá a la persona, solo el amor”, como afirmó el Papa Benedicto. Ese centro del mensaje cristiano es clave a la hora de discernir un auténtico desarrollo integral. Debemos dejarnos enseñar por el Señor para vivir un estilo de vida más sencillo y austero. Para ello, se necesita también un cambio en el paradigma financiero: producir mejor riqueza y desarrollo en justicia y equidad, exige cuidar el medio ambiente y hacer nuestro desarrollo sustentable.
2.3.- Los signos de la violencia abordados desde el diálogo
La violencia es un fenómeno de mil rostros que golpea a nuestra sociedad y es objeto de debate entre nosotros, y que a diario mediante acciones criminales dispone arbitrariamente de la vida de personas, atropella los derechos de la población, y tiende a imponer la privación de la libertad social. Cuando ésta es organizada, por la razón que sea, da lugar a una estructura de violencia éticamente inaceptable. Como afirmó el Papa Francisco en su visita a Chile, en Temuco: “la violencia, hasta la causa más justa, la trasforma en una mentira”.
Nuestro país no puede seguir aceptando argumentos para justificar la violencia. Los actos violentos, las palabras violentas, la exacerbación de la violencia, articula un espiral que progresivamente va deformando las conciencias, y relativiza el juicio moral de estas acciones.
Por ello, debemos recordar que la autoridad legítima debe contar y emplear todos los medios democráticos, justos y adecuados para la defensa de la convivencia pacífica de la ciudadanía, y en el estricto respeto a los derechos humanos de todos, camino necesario para la paz. Urge contar, además, con una renovada institucionalidad de acuerdo a los estándares internacionales. Pidamos que la visión que contempla Isaías: “no alzará la espada pueblo contra pueblo, ya no se adiestrarán más para la guerra, de las espadas forjarán arados y de las lanzas podaderas”, se haga realidad también entre nosotros.
2.4.- Deseamos una educación de calidad
Los obispos latinoamericanos afirmaban, ya en el año 2007, que vivimos una emergencia educativa. De hecho, nos asiste la convicción de que nuestro actual sistema educacional tiene dificultades para dar respuestas adecuadas a las grandes ansias del corazón de nuestros jóvenes, a sus necesidades de desarrollo afectivo, intelectual, ético, social y espiritual. Las propuestas curriculares suelen ser insuficientes en esto, quizás, por no considerar la formación humana integral como parte de una educación de calidad, arriesgando un reduccionismo antropológico.
Se corre el peligro de concebir la educación preponderantemente en función de la producción, la competitividad y el mercado . De esta forma no se permite a los jóvenes desplegar sus mejores valores, sus proyectos de sociedad ni su espíritu religioso.
Para ello, la escuela debe poner de relieve la dimensión ética y religiosa de la cultura, que se da en la confrontación con los valores absolutos, de los cuales depende el sentido y el valor de la vida de la persona. Es por ello que confiamos que el valor de la Trascendencia particularmente presente en las ciencias humanistas, como la clase de religión ofrecida por distintos credos, pueda ser fortalecida en la educación chilena, y con las mismas garantías del resto de las disciplinas. No olvidemos que la educación integral personaliza al ser humano, cuando logra que éste desarrolle plenamente su pensamiento y su libertad.
Conclusión
A pesar de las dificultades y desafíos en nuestra sociedad, la época que nos toca vivir es también apasionante, hermosa, y un regalo de Dios. En medio de todas estas situaciones complejas, se encuentran también muchos signos que nos hablan de la presencia salvadora de Dios que viene al encuentro del ser humano y de su historia, para ofrecerle vida en abundancia y plenitud.
Estamos conscientes que la sociedad chilena toda, necesita percibir también, que sus líderes políticos, culturales, sociales, gremiales, empresariales, religiosos y académicos, sí podemos, asumiendo nuestra diversidad, ser capaces de llegar a acuerdos en favor de los anhelos más sentidos y urgentes de la población. Se trata, por de pronto, de la construcción a futuro de una cohesión social que nos permita vivir finalmente en paz, en una amistad cívica, fundada en el afecto y respeto por todos.
A Jesucristo, Señor de la historia, por intercesión de la Virgen del Carmen, Reina y Madre de Chile, le confíanos los destinos de esta Patria nuestra. A Dios sea el Honor y la Gloria, y nosotros aclamamos: ¡Te Deum laudamus… te alabamos, Señor! Amén.
+ Bernardo Bastres Florence
Obispo de Punta Arenas