Con masiva asistencia, este 18 de septiembre, se celebró en la Iglesia Catedral de Linares, la tradicional Acción de Gracias del Te Deum. Fieles a la tradición, de celebrar la Independencia Nacional, un Pueblo agradecido elevó sus plegarias al Padre,
Fecha: Martes 19 de Septiembre de 2017
Pais: Chile
Ciudad: Linares
Autor: Mons. Tomislav Koljatic Maroevic
Queridos autoridades, fieles:
Sean todos ustedes muy bienvenidos a esta Casa de paz y oración.
Una vez más, y tal como los chilenos lo hemos hecho de forma ininterrumpida desde 1811, la Patria da Gracias a Dios cantando en todos sus templos el Te Deum por las bendiciones recibidas de lo alto.
Este es uno de los momentos más significativos en las celebraciones de las Fiestas Patrias, llena de simbolismo republicano ya que encarnan la dimensión espiritual de la Nación, es expresión de los que el recordado Cardenal Raúl Silva llamó el Alma de Chile.
Como un pueblo de profunda y arraigada fe en Dios, con gratitud y auténtica alegría nos reunimos también nosotros aquí en la Catedral de nuestro querido Linares, presididos por nuestras autoridades, para orar por la Patria.
La primera lectura del Apóstol San Pablo nos invita a esta oración agradecida.
“Ante todo recomiendo que se hagan peticiones, oraciones, súplicas, y acciones de gracias por todos los hombres y por las autoridades, para que podamos disfrutar de paz y tranquilidad y así poder llevar una vida piadosa y digna”.
Reflexionemos en estas sabias palabras escritas hace ya 2 mil años y de perenne actualidad. El Apóstol nos invita a orar por las autoridades para que Dios les ayude a lograr la más importante tarea que los ciudadanos les encomendamos al elegirlos, cual es que ellos puedan asegurar la paz social y así podamos llevar una vida digna y piadosa.
Que importante indicación. Todos debemos orar permanentemente por las autoridades, las más altas de la Nación y también por las de nuestra región y comunas, para que podamos vivir en paz.
En la expresión de San Pablo recién escuchada subyace la convicción de que toda autoridad legítima viene de Dios. Ellos son elegidos por el pueblo para servir al Bien Común. Desde siempre, el máximo anhelo de los hombres y mujeres de buena voluntad es vivir en paz unos con otros, esa paz que no es solo la ausencia de conflictos y guerras, si no que es mucho más, es el saber compartir unos con otros en el respeto, en hermandad y en sosiego, siendo todos parte de una comunidad que tiene tareas y desafíos comunes al servicio de la vida y la paz.
La S. Escritura nos enseña que el camino de la paz se fundamenta en la justicia, es decir, el que como sociedad sepamos dar a cada uno lo que le corresponde.
Hoy “lo que le corresponde a cada uno” se expresa en exigencias y expectativas personales, sociales y culturales mucho más altas, complejas y diversas que hace algunos pocos años atrás.
Si miramos a nuestro alrededor veremos tantos signos concretos de malestar, de dolores en nuestra convivencia, de injusticias que perturban la paz social: tantas formas de pobreza y marginación, de violencia intrafamiliar y hacia los menores, falta de trabajo dignos y estables, narcotráfico y corrupción creciente, abusos económicos, la delincuencia que afectan nuestro diario vivir también en los sectores más sencillos, maltrato a la creación, entre otros. A estos se agregan la creciente desconfianza en las instituciones y en las personas, los prejuicios, las discriminaciones, la violencia verbal y también física, los enfrentamientos ideológicos que reabren heridas del pasado que no logran cerrarse para de una vez mirar hacia el futuro común que nos desafía y la falta de voluntad para alcanzar acuerdos necesarios para el necesario progreso de la Nación.
Todos estos males amenazan la paz y nosotros debemos luchar por enfrentarlos y vencerlos con nuestras acciones y opciones.
Como camino hacia la paz, los ciudadanos esperan y demandan a sus autoridades libertad de conciencia y de emprender, reconocimiento y protección de nuestra dignidad humana, que es siempre anterior al Estado, solidaridad y protección social, que se expresa en la provisión de las necesidades básicas de salud, educación de calidad y protección en la ancianidad con pensiones dignas e integración en la vida social.
Junto a nuestra Acción de Gracias le pedimos a Dios por nuestras autoridades presentes y las que pronto elegiremos democráticamente, para que sus propuestas asuman con realismo y sin demagogia estos desafíos sociales y sean sensibles a las necesidades de los más pobres, teniendo siempre presente la dignidad y el respeto de la vida humana del que está por nacer y hasta su muerte natural, de la familia constituida en el amor de un hombre y una mujer abiertos a la vida, de la libertad de conciencia y de creencias personales. Sin estos fundamentos éticos la paz siempre estará amenazada y en peligro.
La paz es entonces la más grande conquista social, y como tal todos tenemos una responsabilidad en alcanzarla y mantenerla, autoridades y ciudadanos.
El desafío es entonces cómo contribuir con nuestro trabajo diario, con nuestras decisiones, opciones, palabras y también silencios y oración al logro de la paz.
La paz se construye sobre la base de la justicia, pero no alcanza con la sola justicia. Decían los fundadores del derecho, los romanos, suma justicia, suma injusticia. Para alcanzar la paz se requiere más. Se requiere dar el paso que humaniza la justicia, la del amor, de la solidaridad, del amor que llega al perdón y a la reconciliación. Una paz que se fundara solo en la verdad y la justicia, que no tuviera también huellas de humanidad y de amor, de compasión y de misericordia, sería una paz fría, sin alma, sin vida, sin una mirada que busca también redimir al culpable, para que reconociendo su error pueda volver a ser uno de nosotros.
La paz social brota desde un corazón en paz. El corazón de la paz es un corazón en paz, decía San Juan Pablo II.
Es por eso que hoy le pedimos al Señor la gracia de ser constructores de paz, siendo capaces de mirarnos a los ojos con respeto, sin prejuicios, ni sintiéndonos superiores a los demás, capaces de ponernos en el lugar del otro, de comprender su punto de vista y de expresar el nuestro, con respeto y libertad, sabiendo que plenitud de la verdad es una meta fatigosa de encontrar y que exige de nosotros humildad, libertad interior y disposición al dialogo. No tememos a la verdad que nos hace libres. Debemos temer a la intolerancia, la ignorancia o el prejuicio que no nos deja crecer, encontrarnos y convivir en una sana tolerancia pacífica y constructiva.
Finalmente, hoy damos gracias a Dios por la próxima visita del Papa Francisco a Chile. Él ha elegido como lema el texto ya conocido: Mi paz les doy. Lo escuchábamos en el Evangelio de hoy: Les dejo mi paz, les doy mi paz. La paz que Yo les doy no es como la que da el mundo. Que no haya en ustedes ni angustia ni miedo.
El Señor, que es el Príncipe de la Paz, distingue la paz que Él nos regala y la paz del mundo.
La del mundo se funda en cálculos, en acuerdos, en el poder de las armas o del más fuerte, en componendas o simplemente eliminando o callando al otro, al que piensa distinto.
La paz del Señor se funda en la verdad y en la justicia, en la razón y en el dialogo, el amor al prójimo y en la búsqueda del bien, y en la libertad y en el perdón y la misericordia. Se funda en la conciencia que somos todos iguales en dignidad, hijos e hijas de Dios, creados por amor y para amar, libres y responsables de mi destino y el de los demás, responsables del cuidado de la vida y de la casa común, la hermosa tierra en que vivimos.
En nuestra oración le pedimos al Dios Creador y Padre de todos que nos regale sabiduría de lo alto para ser constructores de paz, para que Él nos ayude a que nos importe lo que le pasa al otro, para que podamos sentir en carne propia el dolor ajeno, la soledad, la pobreza en cuerpo o en alma, la discriminación, la enfermedad.
Bienaventurados los que trabajan por la paz porque serán reconocidos como hijos de Dios.
Hoy pedimos humildemente al Señor que nació de María la Virgen, el poder ser constructores de paz.
Nos ayuda la oración de San Francisco, inspirador del Santo Padre, quien nos regaló su hermosa Oración Simple
Oh, Señor, hazme un instrumento de Tu Paz.
Donde hay odio, que lleve yo el Amor.
Donde haya ofensa, que lleve yo el Perdón.
Donde haya discordia, que lleve yo la Unión.
Donde haya duda, que lleve yo la Fe.
Donde haya error, que lleve yo la Verdad.
Donde haya desesperación, que lleve yo la Alegría.
Donde haya tinieblas, que lleve yo la Luz.
Oh, Maestro, haced que yo no busque tanto ser consolado, sino consolar;
ser comprendido, sino comprender; ser amado, como amar.
Porque es:
Dando, que se recibe;
Perdonando, que se es perdonado;
Muriendo, que se resucita a la Vida Eterna.
+ Tomislav Koljatic Maroevic
Obispo de Linares