Hay cosas en la vida que repetimos constantemente y que parecen no dejar huella en nuestra existencia. Así ocurre cuando hacemos el mismo camino para ir a trabajar o visitar un lugar que habitualmente frecuentamos. Hay otras, en cambio, que también repetimos, pero cada vez que volvemos a vivir y experimentar lo que repetimos, nos sentimos renovados, transformados y profundamente enriquecidos. Esto pasa, por ejemplo, con las relaciones interpersonales iluminadas por el cariño, que cada vez que las recordamos, llenan nuestro corazón de ilusión y esperanza.
Con la Navidad pasa algo similar. Todos los años en estas fechas celebramos Navidad; seguramente repetimos varios ritos y acciones personales, familiares o sociales. Visitamos nuestros seres queridos, hacemos regalos y enviamos nuestros mejores deseos a quienes conocemos y queremos. Por este motivo, nos preguntamos ¿qué tiene la Navidad que no agota?, ¿por qué la celebramos cada año y queremos seguir celebrándola siempre? Más aún, ¿por qué la queremos celebrar, si recuerda un hecho que ocurrió hace unos 2000 años en una tierra muy distante a la nuestra?
Los elementos que componen el cuadro navideño son pocos y muy simples: un niño envuelto en pañales, una joven madre que cuida a su hijo con dedicación, un esposo que mira con estupor al recién nacido, algunos animales y unos pastores que se acercan a mirar con delicada timidez. Es decir, una escena cotidiana, sencilla, alejada de toda pompa y solemnidad.
Cuando una mujer da a luz una niña o un niño, ella y su familia se alegran porque ese recién nacido trae una luz de esperanza a todos. La sutil línea de la vida pareciera agrandarse porque nuevas generaciones se agregan a la existente. En el caso del nacimiento de Jesús de Nazaret, ciertamente hubo este tipo de razones para alegrarse, pero los primeros cristianos rápidamente se dieron cuenta de la originalidad inigualable de Jesús. Tuvieron la capacidad de percibir que ese niño envuelto en pañales era un verdadero regalo de Dios para la humanidad, porque era el mismo Dios que había decidido compartir la suerte de la condición humana, sus fragilidades y también sus grandezas. Por esta razón, los primeros que se enteraron del nacimiento de Jesús fueron unos pastores, quienes vivían en una situación marginal en la sociedad de aquel entonces, medio retirados y medio clandestinos. Para ellos, el nacimiento de Jesús fue una buena noticia, pues se percataron que había nacido el Salvador que trae la paz, y, de esta forma, recuperaron su dignidad y su esperanza.
Así ocurre ahora cuando nos reunimos a celebrar la Navidad. Al posar nuestra mirada en este sencillo pesebre, se genera en nosotros la convicción interior de que el ser humano está hecho para grandes cosas, que tenemos grandes oportunidades y capacidades, que son magistralmente potenciadas y enriquecidas por el “Dios-con-nosotros”. Nuestra dignidad vuelve a brillar como una verdadera luz que orienta los senderos de nuestra vida. ¿Qué regalos podemos percibir en el misterio de Navidad?, ¿qué aspectos de nuestra vida se ven renovados por el nacimiento de Jesús?
El texto del evangelio según san Lucas, que acabamos de escuchar, concluye manifestando que el don de la paz es la primera consecuencia del nacimiento de Jesús. Probablemente no hay valor o concepto que tenga más aceptación entre los seres humanos que el de la “paz”. Sin embargo, en los últimos siglos la humanidad ha gozado de pocos años en los que haya reinado efectivamente la paz. Es cosa de ver la situación en el medio oriente y en otras latitudes, donde pareciera que la violencia se ha transformado en el modo habitual para resolver conflictos. Celebrar la Navidad es una oportunidad única para que nos podamos comprometer por la paz en todas las esferas de nuestra vida. La paz no es un suntuario para nuestra sociedad; es el camino por el que las naciones han de transitar para obtener una perspectiva de desarrollo sustentable para los habitantes de un país.
Un segundo efecto o don de la celebración de la Navidad es la experiencia de la alegría. Los pastores cuando volvieron a sus casas iban maravillados y gozosos por todo lo que habían visto y oído. La alegría es más que la risa fácil o la satisfacción pasajera. Es la sensación de plenitud gozosa en el corazón, que brota de la convicción de que uno está en el justo camino de la vida. En este sentido, la alegría es la natural respuesta al experimentar que en Jesús Dios nos está visitando. No somos un objeto más o un decorado entre otros en el devenir de la historia. Somos las personas que Dios ha decidido visitar y su visita restituye gozosamente nuestra dignidad.
Por otra parte, la celebración de la Navidad pone de relieve el hecho que en Jesús Dios dialoga con los seres humanos de todo tiempo y lugar. El diálogo es quizás la expresión más genuina cuando distintas personas se encuentran. En el diálogo, podemos escuchar al otro, aprender de él o enterarnos de algo que está viviendo. A través del diálogo podemos entretejer relaciones entre las personas y elaborar proyectos comunes. Navidad es la escuela del diálogo porque es la manifestación respetuosa del Dios que se comunica. Esto nos abre a perspectivas enormes en cuanto a lo que es posible construir entre los seres humanos a partir del diálogo, lo cual es particularmente significativo para nuestro país, en donde pareciera que el diálogo se ha enrarecido o hecho algo meramente formal. Dialogar de verdad es construir de verdad.
Finalmente, no quisiera concluir estas palabras sin hacer mención a un hecho importante acaecido ayer. En efecto, a eso del mediodía un grupo de personas entró a la Catedral Metropolitana de Santiago y se encadenaron a unas bancas. Tuve la oportunidad de dialogar con ellos y escuchar lo que querían plantear. Son personas que han sufrido mucho porque son parientes de víctimas de violaciones de derechos humanos o directamente algunos de ellos sufrieron la violación de sus derechos. Algunos llevan décadas preguntando qué pasó con su padre, hermano o hijo y no han tenido respuesta. Experimentan el dolor lacerante de la pregunta respondida con el silencio o la indiferencia. Menciono esta situación porque continúa siendo una herida abierta en nuestra sociedad. Espero realmente que la celebración de la Navidad sea una verdadera luz de esperanza para todos ellos y que las preguntas que han estado formulando por tanto tiempo finalmente encuentren una respuesta satisfactoria.
A todos los aquí presentes, quisiera desearles una hermosa y bendecida Navidad junto a sus seres queridos. Que los dones de la paz, la alegría y el diálogo se encarnen en la vida de cada uno de nosotros para que nuestro querido país transite por sendas de progreso y equidad.
Que así sea.