Próximos a celebrar el Día de las Trabajadoras y de los Trabajadores los saludo a todos deseándoles un feliz domingo, dado que este año la conmemoración ocurre en el día del Señor. Les deseo muchas felicidades en esta jornada, también a sus queridas familias, colegas de trabajo y respectivas organizaciones. Ante el Altar del Señor, los tendremos presentes con sentimientos de gratitud, solicitándole a Él que los bendiga junto a sus seres queridos.
En particular saludo a las mujeres y hombres de los pueblos y los campos. Conozco sus sufrimientos y preocupación por la sequía que nos afecta a todos pero a ellos de un modo particular. En comunidad hemos pedido a Dios el don de la nieve y la lluvia. Confiamos también y esperamos que mediante políticas públicas se propicie una solución acorde a la magnitud de las consecuencias que ha provocado esta prolongada sequía.
Me complace saludar a las hermanas y hermanos migrantes. Este año en nuestra Arquidiócesis de La Serena hemos emprendido un camino de acercamiento a quienes, provenientes de otras latitudes, han venido a compartir su vida con nosotros. Invito a todos, a acogerlos como un don del Señor, en su cultura, costumbres, expresiones y modo de ser; especialmente a abrir de par en par nuestras parroquias y comunidades, para compartir con ellos el don de nuestra fe en Jesucristo Salvador. Es de esperar pronto para ellos una institucionalidad más acorde a su dignidad.
Convoco a todos en esta ocasión tan favorable a reflexionar acerca de la dignidad de la trabajadora y del trabajador. Importa detenernos sobre el rol que cumple el trabajo en el desarrollo y crecimiento, personal y familiar. No podemos olvidar una palabra acerca del espíritu solidario que se puede y debe manifestar en innumerables modos, en la organización de la vida sindical, entre otros, en conjunto con los demás trabajadores.
En los últimos meses el país ha sido testigo de un debate intenso sobre la reforma laboral. Más allá del trámite legislativo y de las legítimas diferencias entre sectores políticos, hacemos votos porque la nueva legislación ponga en el centro a la persona de la trabajadora y del trabajador, y su dignidad. Como nos recuerda la enseñanza social de la Iglesia, la sociedad no puede reducirlos a mercancía o un simple instrumento para la ganancia.
Contemplando los innumerables desafíos de nuestra nación, estimo que es de fundamental importancia una reflexión acerca de la relación familia y trabajo. Un trabajo digno y estable permite un normal desarrollo de la vida en la familia. Un salario familiar digno y suficiente garantiza que cada familia pueda realizarse y sus integrantes desplegar lo mejor de sí mismos. También las personas necesitan tiempo para sus familias, espacio sagrado que el trabajo no debe invadir.
Como nación tenemos el gran imperativo de un desarrollo justo, equitativo y solidario. ¡Es una urgencia! No la desatendamos. Lo exige la dignidad de las hijas y los hijos de nuestra querida Patria. ¡En verdad lo exige también la dignidad del trabajo mismo!
Los encomiendo a San José Obrero, patrono de ustedes, que con su vida sencilla y dedicada los ayude a acercarse más a Jesús, conocido en su tiempo como “el hijo del carpintero” (Mt 13,55).
Los saluda y bendice.
+René Rebolledo Salinas
Arzobispo de La Serena